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VIII

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E Iván se quedó en casa para mantener a sus padres, y trabajaba en el campo con su hermana muda.

Y sucedió un día que el viejo perro que guardaba la casa cayó enfermo: se moría. Iván tuvo piedad de él, pidió pan a su hermana, lo guardó en su gorro y salió para echarlo al perro.

Pero el gorro se le agujereó y, con el pan, cayó una raicilla. El perro se la comió. Y en cuanto hubo tragado la raíz, el animal se levantó deprisa y se puso a juguetear, ladrando y moviendo la cola en señal de contento: estaba completamente curado.

Los padres de Iván, al apercibirse de ello, se sorprendieron y maravillaron.

—¿Cómo se habrá curado el perro? —pensaban.

E Iván díjoles:

—Yo tenía dos raíces, que curan todos los males, y el perro se ha comido una.

En esto ocurrió que la hija del Zar se puso enferma, y el Zar hizo saber por ciudades y aldeas que recompensaría espléndidamente al que la curase, y que, si era soltero, se la daría por esposa.

Este edicto se publicó también en la aldea de Iván.

Entonces los padres de éste le llamaron y le dijeron:

—¿Te enteraste de lo que dice el Zar? Si aun te queda una raíz, vete a curar a la hija del Zar; serás feliz para el resto de tus días.

—¡Está bien! —dijo, y el imbécil se dispuso a partir.

Le vistieron decentemente. Salió al umbral de la puerta y vio a una mendiga, que se le acercaba, con el brazo roto.

—He oído decir que curas; cúrame el brazo, pues no puedo vestirme sola.

—¡Hágase según tus deseos! —exclamó el imbécil y sacando la raicilla la dio a la mendiga para que la comiera.

La mendiga así lo hizo y sanó, pudiendo mover el brazo.

Los padres de Iván salieron a despedirle. Pero al saber que había dado su última raíz, le riñeron viendo que no tenía con qué curar a la princesa.

—¡Una mendiga! —le decían—. ¡Te has compadecido de una mendiga! ¡Y de la princesa, no!

Pero Iván también de ésta se había compadecido. Enganchó su caballo, cargó de paja la carreta y subió al pescante.

—Pero ¿a dónde vas, imbécil?

—A curar a la Zarevna.

—¿Cómo, si no tienes remedio para ella?

—¿Y qué importa? —repuso y fustigó al caballo.

Llegó a la corte, y, apenas había pisado las escaleras del palacio del Zar, la Zarevna estaba curada.

El Zar se alegró luego llamó a Iván, ordenó que le vistieran suntuosamente, y díjole:

—Serás ahora mi yerno.

—¡Bien! —contestó.

E Iván fue el esposo de la Zarevna. El Zar murió al poco tiempo y sucedióle Iván el Imbécil.

Y de este modo los tres hermanos llegaron a reinar.

Narrativa Breve de León Tolstoi

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