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Capítulo 1

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Preguntas existenciales: ¿Cuánto puede cambiarnos la vida? ¿Cómo de rápido puede hacerlo? ¿Tanto como en un parpadeo? ¿Tan veloz y caduco como en un suspiro? ¿De manera volátil y expansiva como en un beso lento y bien dado?

Es en lo único en lo que pienso desde que me he subido al avión.

Ha pasado un mes desde que, Vendetta, un loco llamado Nico, disfrazado de Bitelchús, intentase acabar conmigo en las montañas estadounidenses de Catskills, durante la grabación del episodio del El Diván, versión americana.

Estuve 36 horas desaparecida en manos de ese psicópata, y gracias a la intervención heroica de Axel, yo aún sigo viva y lo puedo contar.

Axel, mi camarógrafo, barra expolicía, guardaespaldas casi a tiempo completo, actual dueño de los derechos del Diván a nivel mundial y del Chantilly de Madrid, además de dueño de mi corazón, es el hombre de quien estoy enamorada. Y siempre lo estaré.

Sí, lo digo con la bocaza enorme que tengo. No lo puedo negar ni obviar. Hay amores que son para siempre, y este, que no está exento de imprevistos y trabas, sé que está marcado con el infinito. Y eso que, llevamos muy poco tiempo juntos, pero he de decir, que no ha sido ningún impedimento para que nos volvamos locos el uno por el otro. Él ha tenido el mismo efecto en mí que unos zapatos Louis Vuitton. Que los ves en el escaparate, y los quieres inmediatamente, incluso a riesgo de que te hagan daño o de que el precio a pagar sea caro.

En el amor, con este hombre, he sido así. He querido exclusividad y calidad.

Mi morenazo de ojos verdes y aspecto entre militar y modelo, es esa persona con la que quiero compartir mi vida, aunque aún estemos lidiando con asuntillos personales que sé, que aún no están limados del todo.

Encontrarnos fue una sorpresa para los dos. Vale sí, intensita y traumática en muchos aspectos, en tantos que hoy por hoy, sé que tengo que trabajar en mis miedos y en mis inseguridades más que nunca, por mucho que él se erija en mi máximo valedor y protector. Pero vivir lo que viví, lo que ambos vivimos, pone el foco en tus propias carencias, en todo lo que no controlamos y en las pocas herramientas de las que disponemos para enfrentarnos a imprevistos de alto riesgo.

Por ejemplo: Nico era un compañero de Axel que estaba enamorado de la famosísima y ya fallecida Tori Santana. Un día, Nico, que trabajaba con Axel en la seguridad privada, le pidió que lo acompañara para ofrecer sus servicios a Tori.

Mi actual novio, entonces, aún no me había conocido y claro, se enamoró un poco de Tori, porque todo el mundo estaba loco por esa mujer.

Con tan mala suerte que Tori resultó ser una golfa maquiavélica que jugaría con él durante tres años y que se acostaría con su padre, el poderosísimo magnate de los medios de comunicación, Alejandro Montes, también ya fallecido, y hasta con Fede, con el mismísimo Súper, hermano de Axel. Se ve que a la chica le encantaba el sexo en grupo y algunas prácticas muy libertinas para mí, que me estresan las multitudes.

La historia no acabó nada bien para ninguno de los dos. Axel terminó anímicamente y emocionalmente desquiciado. Tori murió en un accidente de coche en el que también iba su compañero Nico. Pero no fue un accidente. Nico la mató muerto de celos y cansado de llamar su atención sin demasiado éxito.

Axel estuvo mucho tiempo torturándose y culpándose de la muerte de su expareja, y ese problema originó muchas discusiones entre lo que estaba naciendo entre nosotros. Hasta que Nico, que resultó ser mi acosador Vendetta que me hizo la vida imposible durante el Diván, volvió a aparecer en ese programa piloto en Catskills y Axel lo consiguió interceptar y vencer. Al final, Nico murió por culpa de las minas que él mismo fabricaba y que había colocado alrededor de mi caravana.

Fuera como fuese, esa historia rocambolesca y de telenovela negra, es hoy por hoy, vox pópuli, aunque la verdadera información y el fondo de todo permanezca bajo sumario. La trama sigue llenando horas de tertulias en programas rosas, amarillistas y en otros más serios y de debate. En Twitter continúan piando y no hay un solo día que yo no sea tendencia.

Mi popularidad se ha disparado, y si os soy sincera, estoy afectada y tengo estrés post traumático. Todo esto me ha sobrepasado. Me da un poco de miedo salir a la calle, quedarme sola y, al mismo tiempo, estar con mucha gente.

No es agradable tener siempre a paparazzis alrededor de mi loft de Sant Andreu, esperando una declaración mía. Me preguntan que cómo estoy. Y yo tengo ganas de meterles el micro por la boca y decirles como la exreina de las Maras que soy: «¿cómo crees que estoy, gilipollas?». Menos mal que los míos siempre me acompañan.

Después de aquel episodio en Estados Unidos, volvimos inmediatamente a Barcelona.

El Diván ha quedado temporalmente suspendido hasta que yo me recupere de todo el shock, aunque su grabación sigue en pie para cuando yo esté disponible y recuperada. La productora Smart se siente responsable de todo lo que he pasado y se fustigan por la falta de seguridad en las grabaciones, así que hacen todo lo que yo les digo, y si les pido tiempo, me darán todo el que necesite.

Y lo retomaré. Retomaré mi Diván. Pero lo primero es mi estabilidad y mi salud. No dejan de lloverme ofertones para hacer otras cosas para otras cadenas. Pero las declino porque, sencillamente, este tiempo es y debe ser para mí.

Es para mí, y también para mi gente. Y, por supuesto, es para que Axel y yo estemos juntos de verdad. Sin presiones ni nada raro alrededor, sin cámaras de por medio, sin persecuciones y sin secretos, que ha habido muchos entre nosotros.

Y es por esa razón por la que estoy ahora subida en un jet privado que ha facilitado Smart, la productora que me contrató del Diván, junto a las personas con las que más me apetece estar, y nos dirigimos a Punta Cana, para compartir juntos unos días y alejarnos de todo el estrés mediático. El destino puede ser típico o común, pero solo quiero playas paradisiacas, sol y daikiris.

Y para ello, no me puedo sentir mejor acompañada.

—Eh, bicho palo. Vamos a gastos pagados, ¿verdad? —dice Faina—. Lo digo porque voy a pedirme todo el catálogo de bebidas del resort. ¿A que sí, G?

Frente a mí, Faina y Genio están sentados el uno al lado del otro, como una pareja de adorables tortolitos.

La ancha y larga camisa amarilla de flores estampadas le da al rostro de Faina mucha más alegría de la que ya tiene. Con esos mofletes mullidos y rojos, y sus ojazos azules y su sempiterna sonrisa, Faina es un rayito de luz. Ese collar que da calambres y que se parece a la correa de lujo de un perro, detecta cuándo hace uno de sus famosos Fujitsus, e inmediatamente le da una descarga para que no se quede dormida. Faina es una tinerfeña que fue paciente de mi Diván en España, y me pidió ayuda para luchar contra su miedo a su propia narcolepsia y a todas sus inseguridades con los hombres. Al igual que Genio, su pareja.

Genio es un hombre lleno de humor, propietario de un hotel restaurante en Cangas de Onís, aquejado de labio leporino y en conjunto poco agraciado físicamente. Como es normal, desarrolló miedo social y fobia a que se metieran con él y a los insultos y agresiones que había sufrido a lo largo de su vida, y yo le ayudé a que se liberase de ese miedo, a que se aceptase, y también le eché una mano con una pequeña intervención para arreglar ese labio que, por su tradición judía, sus padres no le habían permitido solucionar. A Viggo Mortensen y a Joaquín Phoenix sí, pero al pobre Genio nadie le ayudó.

Excepto Axel, que facilitó los contactos para que yo buscara a un cirujano plástico para él.

Y ahí están los dos, acaramelados y sonrientes. Me gustaría saber cómo les va, pero, en este caso, una imagen vale más que mil palabras.

Genio asiente y acaricia el dorso de la mano de Faina con su dedo pulgar.

—Por supuesto, gordita mía —contesta el de Cangas.

A Genio siempre le han gustado las mujeres grandes, y la gordura le parece sexi. Cuando vio a Faina fue para él como amor a primera vista. Y me alegra que entre los dos sientan esa atracción y esa complicidad porque, para empezar, la base de su relación debe arraigar en algo real. Y es evidente que se gustan mucho.

Me apetece tanto saber cómo les va y que me cuenten lo que ellos quieran, pero, por lo pronto, a simple vista yo les veo bien. Aunque ya sabemos que las apariencias pueden engañar muchas veces.

A mí me sucedió con Axel. No suelo prejuzgar, solo analizo y espero a que los demás me expliquen qué es eso que los tiene tan mal, pero este hombre me dejó descolocada, porque con tíos como él, nada es lo que parece ser nunca y su historia, la de fondo, era mucho más sorprendente de lo que yo esperaba, y desgarradora, y descorazonadora. Por eso valoro tanto lo valiente que está siendo en abrirse cada día, en elegirme y en quererme como está aprendiendo a hacer. Axel da pasitos cada día, y está dispuesto a cambiar esos mecanismos que, durante años, lo pusieron tan a la defensiva, y eso es lo que más me enamora de él.

Estoy loca por este señor. No lo voy a negar. Me pierden sus ojos verdes y su sonrisa, y su humor más macarra. Y esa pasión que enciende en mí con solo un susurro, o una caricia. Pero lo que más me prende es lo protector que es, y lo cuidadoso y considerado que es con todos los que le importan.

Sé que nos queda un largo camino por delante, pero lo bueno es que lo queremos caminar juntos.

En las otras dos butacas del jet, tengo a mis Supremas. Lisensiada abogada Carla y Lisensiada terapeuta de parejas Eli. La primera es mi hermana pibón, morenaza y de ojos claros, abogada familiar y madre del niño de mis ojos, mi sobrino Iván. Una valiente madre soltera que recientemente ha descubierto que puede sentir amor y pasión también por una mujer. Y esa mujer no es otra que mi mejor amiga Eli, la rubia nórdica de ojos negros y sexi a rabiar que se dedica a mediar con las parejas en crisis y a hacer terapia con ellas.

Y si las vierais, por las tonterías que todos tenemos sobre los estereotipos, nunca diríais que son pareja. Pero solo hay que ser observador y darse cuenta de cómo se miran y de la energía que transmiten. Y de lo que habla su lenguaje corporal, siempre cerca la una de la otra, siempre en contacto. Sé lo mucho que se cortan delante de mí, y no sé por qué, porque a mí me da igual que se besen y se quieran, porque es fascinante verlas así de felices.

Ellas aman correctamente. Lo veo, lo percibo en cómo se hablan y en cómo se apoyan. Y sé que, en el fondo, a veces sienten vergüenza de ser ellas mismas, porque aún no se lo creen, porque su amor les explotó en la cara, como a todos. Pero cuando acepten quiénes son y se experimenten más, y dejen de temer a hacerse daño la una a la otra, todas sus posibilidades se expandirán. Y yo estaré ahí para ayudarlas como sea. Porque Eli y Carla se quieren como hay que quererse, ni una encima ni la otra debajo. Ellas están caminando juntas, en la misma dirección, la una a la vera de la otra. Y es precioso verlas andar.

Es maravilloso para mí aprender del amor con ellas, viéndolas. Nunca me hubiera imaginado que se enamorarían, fue un shock alucinante descubrirlo. A las dos las avasallaban los tíos, nunca tuvieron problemas en ligar y habían catado lo que tenían que catar. Sé que les gustan los hombres, pero tengo la plena certeza de que, hoy por hoy, ellas se gustan más. Y me parece genial.

El amor es estar despierto, con los ojos abiertos y encontrarlo en los lugares y en las personas más inesperadas. El amor es estar accesible, sin miedos a «y sis…», o a «peros», porque en él nos descubrimos muchas veces y, si no nos lanzamos, nunca sabremos quiénes somos realmente. Por eso ellas han sido tan valientes. Les ha dado igual ser mujeres, sentían algo, y han querido descubrir qué era. Y resulta que era eso: amor. Seguramente también estén pasando por su fase de aclimatación. Porque puede que haya cosas con las que aún les cueste lidiar, pero si se quieren de verdad, sea lo que sea, seguirán adelante.

Axel se acaba de sentar a mi lado. Ha preparado una copa para mí y otra para él, y cada vez que se mueve a mi alrededor, me coloco con su colonia y con esa fragancia tan suya. ¿No os pasa? ¿No os pasa que os encanta cómo huele vuestra persona favorita? Tiene que ser así, porque la atracción responde a esos olores.

Pero yo respondo a cualquier cosa suya, por nimia que sea. A una mirada, a un roce intencionado, aunque él diga que no… estamos en ese momento en el que todo es nuevo, todo es emocionante, y cada día nos gustamos más y nos deseamos más. Con el paso del tiempo, esas necesidades se relajarán, pero lo que ambos queremos, es llegar algún día a lo otro. A ser. Ser de verdad, el uno para el otro, el apoyo del otro, la muleta en la que apoyarse si tenemos un esguince emocional. Creo que eso es a lo que todos deberíamos aspirar. El sexo es bien, es increíble si la pareja en cuestión se entiende, y todo es lujurioso y muy porno… y Axel me está enseñando a dejarme ir en eso y a apreciarlo todo. No le ha costado mucho, dado que mi mente es pervertida de por sí. Pero si en ese cóctel metes las emociones y ese amor que nace y que sabes que va a hacerte explotar, entonces la realidad sentimental que anhelas y que puedes tener en el futuro, se hace más nítida… y piensas: «Que este hombre me haga lo que quiera, que me haga gritar, gemir y llorar del gusto, porque soy suya para toda la vida». Y también porque, al final del día, o en cualquier momento, tendrás su mano entrelazada a la tuya, y un abrazo cálido que te cobije por la noche en la cama.

Eso es el amor. Eso es Axel. Y sé que es demasiadas cosas… pero no me voy a hacer caca solo por aceptar que lo amo.

Y es lo que ambos aprendemos día a día, aún con nuestras reservas, mi estrés y nuestros miedos.

Los miedos nunca desaparecen, pero se hacen más pequeños con la confianza y con saber que, aunque los tengas, no dejas de enfrentarlos, y no dejas de ser tú ni de hacer lo que quieres hacer solo porque temas.

Él me ofrece la copa llena de margarita y me mira de arriba abajo con esos ojos verdes descomunales que solo él tiene. Siempre me deja sin palabras. Es un hombre morenito de piel —no es mulato—, alto y fuerte, y con el pelo muy cortito como un militar —porque él siempre va a tener algo de eso— y, sin embargo, no es nada de eso lo que me pone tan tonta. Es su sonrisa. Sus sonrisas de verdad. Ya sabéis que hay gente que sonríe de mentira, o que el gesto no cambia la expresión de sus ojos ni los ilumina. En Axel se nota mucho cuando él se ríe auténticamente.

Seguro que mi pelo rojo se ha alisado, porque sé muy bien qué dicen sus ojos, y es algo muy caliente y muy nuestro.

Como nos vamos a Punta Cana llevo una camisa playera larga y estampada que me llega hasta los muslos. Y un bikini debajo. En el jet hay mantas por si tenemos frío, pero es que yo soy de las que baja del avión y si puede se va directa a la playa.

—Oye, rizos —me dice haciendo chocar su copa contra la mía—, ¿has entrado al baño?

Bueno, es que es matemático. La sangre colorea mis mejillas y Axel se echa a reír.

—Axel, no empieces —digo entre dientes y en voz baja.

—El lavamanos tiene la altura perfecta —dice bebiéndose la copa lentamente, mientras me mira de reojo—. Una vez tuviste un sueño conmigo en un…

—Axel —me sale la risita nerviosa—… frena.

—No, rizos. No freno —asegura él dejando la copa sobre la mesita—. Quiero hacértelo ahora mismo.

—No. Mi hermana se va a dar cuenta y no quiero.

Y Eli… y Faina. O sea, no.

Axel resopla y mira al techo del avión con algo de decepción.

—Ellos están a lo suyo. Eli y Carla miran casas.

—¿Cómo que casas? —pregunto anonadada. Él asiente con firmeza.

—Sí. Casas en Barcelona.

Eso me deja a cuadros. ¿Que se van a vivir juntas y no me han dicho nada?

—¿Casas de alquiler o de compra? —pregunto en voz baja con el dedo alzado.

Axel se ríe.

—No he llegado a ver tanto.

—Madre mía… Me tienen que explicar muchas cosas.

—Y Faina le está enseñando unas bolas chinas de Amazon a Genio.

Dejo ir una risita. Eso no me sorprende tanto como lo otro. De Faina no me sorprende nada. Es altamente extrovertida en todos los ámbitos de la vida.

—Por Dios… Cómo le gusta probar cosas nuevas…

—Es una valiente de la vida. ¿A ti no te gusta probar cosas nuevas? —me pregunta alzando una de sus cejas negras que tanto contraste hacen con sus ojos de color verde.

Me sorprende que me lo pregunte. Llevamos un mes juntos desde que me salvó de perder la vida a manos de Vendetta, y este tiempo, aunque muy ajetreado y demasiado mediático para mí, ha sido precioso, porque lo he tenido cerca, excepto cuando él tenía que viajar a Madrid para hacerse con las riendas del Chantilly y también para estudiar lo que son lo derechos audiovisuales de algo con tanto éxito como mi Diván. Mi guardaespaldas se ha convertido en un hombre empresario de éxito, y a mí me encanta verlo sumido entre contratos y papeleos, pero más adoro verlo en plan salvaje y luchador. Axel es de estos que «me pone» en el plan que sea.

—A mí sí —contesto con sinceridad—. Pero en los lugares adecuados, guapo.

—Mira, Bec… —Axel se acerca a mí, me sujeta la mano y se la coloca sobre su munición. Va cargadito—. No es bueno volar así. Es como tener silicona en los huevos —Yo vuelvo a reír y le acaricio por encima de la tela de las bermudas militares que lleva—. Es doloroso. Como ves, nadie aquí está pendiente de nosotros… —me asegura sonriendo como el satánico que es—. Podemos ir al baño, loquera, y jugar a los doctores.

—Axel… —lo reprendo.

—Tú la llevas. Cinco minutos. Si no vienes antes de cinco minutos, es que eres una rajada. —Se levanta de golpe, y se dirige al baño con toda la parsimonia del mundo. Me lanza una mirada llena de advertencia, y yo no sé qué hacer ni dónde meterme.

Me pasa que, cuando voy a hacer algo a escondidas, pienso que todos me leen y que lo tengo grabado en la frente.

Pero siempre he dicho que la vida es para valientes, y hacerlo en el baño de un avión es una de las muchas fantasías que me gustaría cumplir con Axel.

Así que, dejo mi copa en la mesita, me levanto con cuidado, me aliso la parte baja de la camisa larga y atizo mis rizos rojos.

No estoy mirando a nadie. No lo pienso hacer. No quiero caer en juegos de miraditas con ninguna de ellas, porque sé lo que va a pasar. Y no quiero cortarme.

Así que retiro la cortinita que separa el baño del compartimento de lujo en el que viajamos, y abro la puerta.

Axel estira el brazo y me mete dentro de un tirón.

La tentación de Becca

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