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Capítulo 4

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Mi plan para estas vacaciones es reírme mucho y hacer muchas cosas que nos distraigan, claro, pero, de buenas a primeras, subir los seis a un remolque inflable con asientos de espuma y remolcados por una lancha, tal vez sea mear demasiado alto.

—Pensaba que íbamos a ir en motos de agua —le digo a Axel que se sienta a mi lado en el remolque.

Él parece un niño con un juguete nuevo. Está emocionado.

—Queríamos alquilar tres motos, pero ahora las tienen otros clientes, y solo les quedan dos disponibles — me explica—. En dos motos no podemos ir los seis. Jackson y James nos han ofrecido…

—¿Quiénes son Jackson y James?

—Tienen nombre de bufete de abogados —Eli está intentando supervisar las sujeciones de las que disponemos en la atracción, que son como sujetamanos típicos de los coches—. Oye, aquí hay poco a lo que agarrarse…

—No seas cagona —dice mi hermana. Carla siempre ha sido muy atrevida para todo. Porque como es abogada sabe que, si le pasa algo, los otros pagan—. ¿Vas a gritar, Eli?

—Como una loca —contesta mi mejor amiga.

—Jackson y James son los chicos que conducen la lancha —me contesta Axel—. Nos han dicho que es una atracción que están probando desde hace unos días, y que va a ser inolvidable para nosotros. Que el truco está en agarrarse a lo que uno pueda.

—Bueno, no creo que sea para tanto —digo incrédula—. No pueden poner en riesgo la salud de los clientes. Será como el típico churro de las playas de la Costa Brava o de Benidorm. Unas risitas y ya está —Estoy hasta emocionada.

—Sí, sí… seguro —murmura Axel.

—Bueno, tú, por si acaso, me agarras bien.

Axel me rodea la cintura con un brazo, me da un beso y me dice:

—Yo te agarro cuando quieras, Minimoy pelirrojo.

—Ay, Genio —oigo que susurra Faina con muchas expectativas— que nos van a hacer un tour en esta cosa, como los barquitos de turistas de Tenerife.

Sin embargo, si de alguien me tengo que fiar es de Genio. Porque no está muy feliz. Tiene los nudillos rojos por la fuerza a la que se agarra a las sujeciones, y no deja de tragar saliva compulsivamente.

—Yo solo os digo una cosa —dice alzando la voz—. Me he operado la cara. Como esto me desabotone las orejas, vamos listos.

—¿Y por qué iba a pasarte nada, amor? —Faina no entiende su miedo—. Nada nos va a pasar aquí. Esto es solo un paseíto. Como en la Gua Gua.

Yo frunzo el ceño. ¿Sabéis esa sensación de que algo no te convence del todo, pero no sabes por qué? Pues así estoy yo. Como cuando intuí que mi abuela tenía dentadura postiza y lo confirmé el día de Noche Buena cuando al cantar un villancico, los dientes fueran a parar al turrón de piedra. Luego aquello parecía Excalibur. Solo el Rey Arturo podía desincrustarla de ahí.

¡Bros! —exclama no sé si Jackson o James. Parecen gemelos. Tienen trencitas en el pelo y de lejos no les veo bien la cara—. Alzad el pulgar si estáis preparados — nos piden.

Los seis nos colocamos lo mejor que podemos. Estamos listos. O eso creo.

—¡Arranca! —les ordena Axel.

Y de repente… aquello da un arreón que nos deja tiritando y con la cara como salida de un lifting.

Es inesperado, frenético y temo por mi vida. Sí, lo digo.

Jackson y James se ríen y alzan el pulgar como si todo estuviera bien y aquella fuerza y velocidad fueran normales.

Pero mis cojones, hablando mal.

Axel parece que se está aguantando la risa, y me tiene bien sujeta y anclada, aunque sus piernas y las mías estén jugando al Twister.

Y a más velocidad, ese remolque inflable se convierte en el Infierno.

Y se suceden los acontecimientos a cual más histriónico que el otro.

Faina solo hace que gritar.

—¡Así no se puede ver nada! ¡Nos vamos a dar un talegaso, maricóóóóón!

A mi hermana se le están saliendo las tetas del bikini y muerta de la risa, le está gritando a Eli que haga el favor de ponérselas en su sitio.

Genio mira hacia sus tetas, se pone rojo como un tomate y exclama:

—¡Por Dios! —justo en ese instante la boca se le llena de agua y empieza a ahogarse.

Faina bota sobre el remolque y rueda como una croqueta por encima de nosotros, y es como un rodillo de amasar pizza. Yo creo que va a salir volando.

—¡Que me mato! —me grita a la cara. Pero si se cree que la veo, lo tiene claro. Mi pelo está en mi cara y creo que tengo unos centímetros en la garganta como si fuera un alga —. ¡Me mato, hijo de puta el Jackson! —su cuerpo vuelve a rodar, y acaba con el bikini medio bajado y el culo descubierto encima de la cara de Genio, que a esas alturas, entre que ha tragado agua, y le escuecen los ojos, se está muriendo por falta de oxígeno—. ¡Que son becarios!

—¡Que Genio se muere, Axel! —le grito a mi guardaespaldas que no para de reírse, pero está a la expectativa vigilando que yo no salga disparada y me vaya al espacio exterior.

Eli intenta ponerle los pechos dentro de la parte superior del bikini a mi hermana, y eso da un derrape, gira de dirección, y la abogada acaba sentada encima de nosotros, y mi hermana como Mama Chicho. Yo empiezo a reírme de los nervios. ¿Cuándo una atracción de agua se ha convertido en un atentado contra nuestra vida?

—¡Que se me ve el chocho! —grita ordinariamente, presa de la estupefacción. Faina está abandonada a su destino, deslizándose de un lado al otro.

—¡Vamos a morir! —grita Eli intentando sujetarse a todo lo que pilla como puede.

Carla se empieza a deslizar hacia abajo y Eli la agarra con las piernas y la salva de salir disparada.

Genio intenta cubrir la medio desnudez de Faina como le es humanamente posible, con una mano, pero como no ve, pone la mano sobre la teta de Carla.

—¡Genio, esa es mi teta! —le grita Carla dándole un manotazo—. ¡Eli, no se te ocurra soltarme! —le suplica.

—¡Qué bajbaguidá! —digo yo, ahogándome con mis propios rizos, haciéndome cruces de todo lo que está pasando.

Y entonces Faina vuelve a pasar como un rodillo por encima nuestro, y entre todos intentamos agarrarla como podemos. Genio se recupera de su asfixia y la sujeta por el collar de calambres. Faina está que se muere de la risa, pero también del susto, y entonces sucede: en ese momento de máxima tensión, a mi amiga le da un Fujitsu.

El collar electrocuta a Genio y también a Faina, y el de Cangas pierde la fuerza en su única sujeción, y ambos, en un nuevo giro, salen disparados, como sale una pelota de un estadio en un Home Run.

Axel hace señales para que detengan la lancha y recoger a los caídos, pero esos dos no miran. Jackson y James van a lo suyo.

En una nueva sacudida, Carla y Eli salen disparadas por el lateral del remolque y pasan por encima de nosotros.

Axel me agarra bien y me dice al oído:

—¡Quedamos solo tú y yo, Minimoy! ¡Solo puede quedar uno!

—¡Axel, esto es peor que el Shambala de Port Aventura!

—¡Agárrate que viene un nuevo derrape!

Lo intentamos. Intentamos por todos los medios permanecer en el remolque y ser los Reyes del Trono. Pero entre risas, estrés y nervios, no sé cómo ni por qué, acabamos volando igual que el resto de nuestros amigos.

Y cuando caemos al agua, me doy un planchazo con toda la cara. No nos han puesto chalecos porque los seis sabemos nadar, pero esta experiencia está lejos de ser un plácido paseo en churro.

Por Dios, ha sido una locura.

La tentación de Becca

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