Читать книгу La tentación de Becca - Lena Valenti - Страница 7

Capítulo 2

Оглавление

En realidad, Axel va y viene. En estas cuatro semanas, nos hemos encontrado siempre en Sant Andreu, en mi loft. Y hemos pasado juntos todo el tiempo que hemos podido, que no ha sido mucho. Por eso este viaje nos va tan bien a los dos.

Porque le echo de menos y quiero estar con él. Porque nos han pasado muchas cosas juntos, pero después de la más gorda, la vida nos ha mantenido un poco a distancia.

Hasta hoy. Hoy empiezan nuestras vacaciones juntos. Nuestro viaje. Y quiero que sea inolvidable.

Para mí. Y para él. Quiero que nos alejemos de todo el ruido, de los conflictos y los acosadores y que seamos solo él y yo, y nuestro círculo.

Y sé que él quiere lo mismo, por el modo en que me mira en ese espacio reducido del jet.

Me toma de la cintura y me pega a su cuerpo. Yo puedo ver nuestro reflejo en el espejo y es algo que siempre me va a turbar, por lo diferentes que somos. Mi tez es pálida, tengo unas pocas pequitas en el puente de la nariz y los ojos azules y grandes, y mis labios casi siempre están rojos, como mi pelo curly a lo loco.

Axel es de tez más bien morena, ojos claros y muy verdes, mirada penetrante, mucho más alto y más fuerte que yo y de pelo negro y rasurado al uno. Es que está muy bueno, no lo puedo negar.

Sé que le gusto, por cómo me mira. Tiene ese aspecto de hombre con modales pero que en el fondo es el Tarzán de Greystoke y que en cualquier momento se puede golpear el pecho.

—No podemos hacer ruido —le digo rodeando su nuca con mis manos.

—Pues ya sabes —me dice él levantándome por el culo—. No hagas ruido.

Se da la vuelta y me coloca sobre el lavamanos.

—Tampoco podemos estar mucho rato… —le recuerdo.

—Cuánta presión, señorita.

Él se hace sitio entre mis piernas. Cuela las manos por debajo de mi larga camisa y arrastra mis braguitas del bikini amarillo por mis muslos hasta sacármelo por los tobillos.

—Uy, qué buena tienes que estar con el bikini… pero esto ahora no me sirve.

—Ya, bueno… Qué vergüenza —susurro—. Seguro que saben lo que estamos haciendo.

—Becca, podemos estar haciendo muchas cosas. Por ejemplo —dice dejando las braguitas sobre el dispensador de papel.

—Sí, ya, hemos ido a comprar al súper… —murmuro con ironía.

—No —sonríe—. Pero sí hemos podido ir a visitar la cabina del piloto, o a abrir las neveras, o a hablar con la camarera para pedirle algo especial… —Resoplo y cierro los ojos muerta de gusto cuando él besa mi garganta—. Necesito estar más tiempo contigo —gruñe—. No me gusta esto de estar viajando. Menos mal que ya se ha acabado.

—Eres un hombre de negocios… un magnate. Axel dice que no y me desabotona la camisa hawaiana para abarcar uno de mis pechos con una mano.

—Tengo ganas de hacértelo bien. De tener más espacio… para nosotros. Me gustaría un lugar más amplio, más nuestro, para ti y para mí…

Me pasa que, cuando me habla así, mi mente más pervertida se pone a tono rápido y empieza a elucubrar con un montón de posturas que aún no hemos probado. Y me caliento sin más. Pero está en lo cierto.

La noche anterior no dormimos juntos. Él se dirigió al aeropuerto para encontrarse ahí conmigo, porque venía de hablar con su hermano Fede en Madrid. La última vez que Axel y yo lo hicimos, fue hace una semana.

Pero hasta hoy, me he refugiado en mi familia y en mis amigos, para sentirme mejor y quitarme el susto del cuerpo, mientras él ha estado cerrando contratos y haciéndose cargo de sus nuevas responsabilidades.

—Tendremos espacio en Punta Cana… Y tiempo. Te he echado de menos —le acaricio el cuello con las manos.

Axel parece que va a decir algo más, pero se distrae con mi pezón y lo acaricia por debajo de la tela.

—Sí… tiempo para nosotros —murmura desabrochándose los pantalones—. Tiempo para centrarme en ti —asume con ojos brillantes llenos de advertencia.

Le voy a decir que sí, pero al instante tengo sus labios sobre los míos y su lengua en mi boca, frotándose dulcemente contra la mía.

Y es como si tuviera demencia momentánea. Me olvido de todo y de todos, y me concentro solo en él.

En sus manos que no dejan de marcarme la piel, en sus besos, y en su modo de sujetarme por el trasero antes de frotar su verga contra mi sexo.

Es que es muy erótico todo lo suyo. Para mí, Axel es de esos hombres que no te esperas, que crees que solo están entre las sombras y las páginas de las mejores novelas románticas, las más pervertidas y suculentas, y con personajes memorables. Y resulta que es para mí. Y sé que es el adecuado, que solo él puede expandir esas feromonas a su alrededor, porque yo me excito con facilidad. Ya estoy lista, y él lo sabe.

Cuando me penetra, lo hace lentamente pero certero, hasta el fondo. Me muerdo el labio inferior con fuerza y él me recuerda al oído:

—Calla. No grites.

—Sí, claro, qué fácil…

Él ahoga una carcajada, me aprieta contra él y empieza a moverse como el taladro que es. Y simplemente dejo que me invada, que conquiste todo el territorio.

Una vez tuve una fantasía con él en el avión. Aún no estábamos juntos, no sabíamos dónde nos iba a llevar esa aventura ni lo que nos iba a deparar el destino. Y hoy por hoy seguimos sin saberlo, pero lo único que tengo claro es que estoy enamorada de él y quiero estar con él. Y Axel, por ahora, y por todo lo que me ha demostrado hasta la fecha, también me quiere y quiere estar conmigo.

—Becca… —susurra abrazándome fuerte contra él.

Una de las cosas que más adoro, es cómo pronuncia mi nombre cuando se corre y llega al orgasmo. Me encanta, y casi siempre acabo sonriendo en secreto, porque lo único que cruza mi mente en ese instante explosivo de placer es: «Me quiere. Y este hombre es mío».

Cuando nos corremos, al no poder gritar, tengo la sensación de que me ha subido la tensión y de que me va a explotar el cerebro del gusto que recorre cada célula de mi cuerpo.

Axel tiene las mejillas un poco sonrojadas del sofocón y está guapísimo. Le ayudo a limpiarse, yo hago lo mismo y tiramos de la cadena. Nos vestimos entre los dos, entre sonrisas y besitos dulces y pícaros.

Cuando salimos, creemos que estamos frescos como una rosa y que nadie se va a pensar que en diez minutos hemos echado un polvo rápido en el avión.

Nos sentamos con total disimulo y dice Axel:

—Las vistas desde la cabina son geniales, ¿verdad, rizos?

Yo sonrío de oreja a oreja y asiento como una trolera, mirando a todos de reojo. Dios me castigará por mentir.

Al instante, recibo un mensaje de WhatsApp de Faina. Estamos conectados todos al wifi del avión.

Cuando lo leo, me quiero morir:

De Fai:

Bicho palo, ¿limpiaste el sable a tu novio? Marrrrrrana.

La tentación de Becca

Подняться наверх