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Capítulo 3

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Punta Cana Secrets Cap Cana

No me gusta abusar. Tampoco me gustó que la productora Smart se flagelara tanto por lo que pasó en el episodio piloto de El Diván de Estados Unidos. No fue culpa de ellos, en realidad. Estaban ante un terrorista y un acosador muy versado y un programa así nunca imaginó que alguien como yo pudiera ser objetivo de un individuo como ese.

Pero lo que pasó, pasó de verdad. Y aunque no he querido ahondar mucho en las consecuencias de haber estado secuestrada un día y medio a manos de Nico y de lo mediático que fue mi caso, sí he querido aceptar las disculpas de Smart y también su no indemnización. La llamo así porque, oficialmente, no me han indemnizado, aunque podrían si yo les denunciase por falta de seguridad. Pero lo arreglamos en los despachos. Mejor dicho: lo arregló Axel. Y no sé qué les dijo porque yo no estuve ahí cuando tuvieron la reunión, pero tuvo que ponerles a todos los huevos por corbata, hablando mal. Axel no solo sacó una bonificación económica por mis lesiones —golpes, quemaduras y shock—, sino que les metió tanta caña que salió de ellos hacernos este regalo para mí y los míos, con el objetivo de que recuperase el equilibrio y la paz mental perdida. Y me preguntaron y yo elegí Punta Cana como destino.

Ellos se encargaron de contratar el Secrets Cap Cana con todos sus servicios.

Y ojo, que este sitio tiene de todo lo que nos gusta. Un lugar perfecto para echarnos unas risas, beber y disfrutar de las personas que quiero y que espero que también sepan disfrutar entre ellas. Sigo siendo una negada en las redes sociales. No pienso decirle a nadie dónde voy a estar, porque con tanta persecución y acoso ya me he vuelto un poco paranoica. Seguramente necesitaré yo también una terapia de choque para dejar de tener miedo a que me hagan daño. Aunque lo mío, después de todo, es completamente natural.

Cuando llegamos al hotel, nos damos cuenta de que todo es alto standing y de que Punta Cana es maravillosa, paradisíaca y todo lo idílica que parece en las fotos.

El sol nos ha dado la bienvenida, hace un calor terrible, aunque nos ha dicho el guía que nos ha pasado a recoger al aeropuerto y que es del hotel, que ayer tuvieron uno de los peores huracanes de los últimos tiempos, y que se sabía que las islas de alrededor habían tenido algún accidente y problemilla logístico.

Pero ellos no.

Ellos lo habían solventado todo bien. Están acostumbrados a las inclemencias del tiempo y a los caprichos del Dios del Viento.

Somos huéspedes considerados Vip, y tenemos un trato muy delicado por parte del hotel. Además, mi rostro es lamentablemente conocido ya a nivel internacional y soy una especie de símbolo de resistencia.

Y no hice nada para serlo. Lo único que hice fue dormir por las drogas a manos de Nico. Pero nada más. Y, aun así, muchos me reconocen, aunque Axel hace todo lo posible por mantenerme protegida y bien cubierta.

Hemos llegado a nuestros apartamentos. Genio y Faina tienen uno, Eli y Carla otro y nosotros dos el nuestro. Y son casitas colindantes la una a la otra, como si fuera Melrose Place. Lo sé, soy una melancólica.

—Esto es una maravilla, lisensiada —admite Carla frente a su hermosa choza del amor—. Sé que queda mal, pero qué bien que Bitelchús quiso llevarte con él…

Eli se echa a reír, se quita sus gafas de sol y mira con sus ojos negros la fachada blanca e ibicenca y después la piscina central que, como una playa natural, llega hasta las entradas de cada una de las casitas. Y tiene ese agua azul y cristalina, y las palmeras por el medio, y los puentecitos de madera… Sí, ya me veo relajándome perfectamente en este sitio.

Lo bueno es que no hay mucha gente y que, la que hay, es de ese perfil elitista que no hace mucho ruido de puertas afuera pero que en sus casas se meten rayas kilométricas sobre el mármol de la mesa de la cocina.

—Este lugar es genial. Es una buena elección — contesta Eli sonriendo a Carla de esa manera que cada vez veo más bonita y tierna entre ellas.

—Pero, oigan —dice Faina—. Dejamos las maletas y nos vamos a hacer actividades acuáticas, que me muero por subir al churro ese de agua…

Genio se ríe nervioso, aunque la observa con adoración. Joder, es que están muy enamorados. Y me hace tanto bien ver que dos personas tan buenas se han encontrado…

—No creo que sea buena idea que nos subamos al churro —dice Genio—. Pero si eso es lo que quiere la Reina…

—Faina, llevas un collar que te da descargas para que no te duermas. Ya sé que es acuático y que se puede mojar porque Murdock es un hacha —explica Axel—… Pero una descarga en el agua puede ser…

—Soy como un perro. Me van a salir callos en el cuello, pero seguiré ladrando… No voy a ahogarme. Además, ya tengo quien me haga el boca a boca, y no eres tú, traidor.

Yo miro de soslayo a Axel y no puedo evitar reírme. Faina se mete con él y bromea con el hecho de que no se casara con ella. Le gusta interpretar el papel de la amante ofendida.

—No te perdonaré que eligieses a la Bicho palo, por guapa que sea.

—Yo sí —dice Genio—. Te perdono, Axel —pasa su brazo larguirucho por encima de los hombros de Faina y ella se deja achuchar y querer. Son dos osos amorosos.

—Bueno, como sea. Propongo entrar a nuestras casitas, dejar nuestros equipajes e irnos a la playa a beber mojitos, margaritas y todo lo que se atrevan a servirnos y se pueda tomar aquí. ¿Os parece?

Todos asienten y se movilizan para entrar en sus departamentos. Yo suspiro, me lleno los pulmones del aire caribeño y sonrío mirando al cielo y apoyando mi cabeza en el pecho de Axel.

—Mira, guardaespaldas… es el paraíso.

Axel sonríe, agacha la cabeza y me da un besito en la nariz.

—El paraíso eres tú.

Ah, es que me tiene loca. No me acostumbro a esa honestidad y esa sencillez. Pero la amo.

Axel me da un cachete en el culo y me dice:

—Andando, Minimoy. Quiero verte en bikini.

—Me parece un buen plan —asiento.

Los dos entramos a nuestra casita, y lo hacemos como una pareja normal y corriente. Y no os imagináis cómo agradezco sentirme así con él y no tan en guardia por circunstancias externas.

Me permite soñar con un futuro como el de cualquiera. Y hasta hace poco no creía que pudiera tenerlo.

Media hora después, nos encontramos en la playa de arena blanca, en Juanillo Beach, bajo las sombrillas de esparto oscuro, en nuestro reservado. Axel y Genio se han ido a hablar con los de las motos acuáticas, porque quieren ver si podemos hacer una ruta libre.

Nosotras cuatro estamos tumbadas en nuestras hamacas, cubiertas por la sombra de nuestros parasoles, y cada una con un cóctel hecho a medida.

Yo estoy poniéndome crema como si no hubiera un mañana, porque corro el riesgo de mutar a gambón, y no me apetece. Ninguna de las cuatro hacemos topless, porque esto no es España, pero sé que mi hermana se está quedando con las ganas de liberar las tetas, porque odia las marcas.

—Bueno, chachas, cuéntenme… ¿Qué es de sus vidas? ¿Cómo lleva Mama Tina que vosotras dos seáis costureras? —señala a Eli y a Carla.

—¿Costureras? —Mi hermana está boca abajo en la hamaca y la está mirando sin comprender.

—O patronistas —Faina hace el movimiento de las tijeras con los dedos.

A mí se me escapa el cóctel de la boca como si fuera una manguera, y casi lo saco por la nariz.

—¡Faina! —exclamo muerta de la risa. Tiene la mala costumbre de no avisar cuando suelta una de esas.

Eli está poniéndole crema a Carla en la espalda. Se encoge de hombros y hace un mohín de resignación.

—Tina tiene sus tiempos. Todos tenemos nuestros tiempos.

Escucho a Eli con atención. Hay algo en el tono de mi amiga que no acaba de convencerme. Y no sé si habla solo por mi madre o también por ella misma, o por mi hermana. Mmm… no sé. No me convence.

—Se lo está tomando como puede —asegura Carla—. Acostumbrada a traerle trípodes a casa…

—Perdedores —susurra Eli.

—Y ahora tiene a la rubia como yerna. La llama así en cachondeo —apunta mi hermana.

—¿Es tu mamá machista?

—No. Creo que igual que a muchas como ellas, les ha faltado mucha educación, a todos los niveles.

—No es progre —sentencio yo—. Mamá es de las de un hombre para toda la vida y un hombre para ser una verdadera mujer. Ya sabéis…

—Bueno, a mis padres tampoco les gusta que yo salga con Shrek —dice Faina dando un sorbo superlargo de su mojito—. Pero tampoco se han dado cuenta de que yo no soy un ángel de Victoria’s. Estoy buena, vale — aclara pasándose la mano por las curvas—, pero no soy avariciosa. Dejo para las demás.

Me gusta mucho eso de Faina. Lo valiente que es, lo mucho que se ha aprendido a querer y lo fuerte y segura que la veo. Es fascinante, porque solo ella sabe lo mal que en realidad lo ha pasado, pero oírla hablar, con ese collar de diamantes pegado al cuello, que, básicamente, la electrocuta cuando va a hacer uno de sus Fujitsus, da un subidón de moral a cualquiera.

—¿Y qué tal el sexo?

Carla deja ir una carcajada y Eli entorna los ojos.

—No voy lo suficientemente borracha como para hablar de eso —dice la terapeuta de parejas.

—Bah, qué aburridas… Yo les puedo asegurar que mi Genio tiene el pene de un ogro.

—No quiero saber nada —me tapo los oídos.

—Yo nunca imaginé ver eso, chacho. Es como otra pierna… La primera vez pensé que me añurgaba, ¿sabes?

—Es suficiente… —digo nerviosa. A Carla y a Eli en cambio les parece superentretenido.

—¿Qué es añurgar? —pregunta Eli entre risas.

—Cuando te atoras, rubia. Cuando te atragantas… pero yo me atraganté por abajo.

—Madre de Dios… ¡hala, venga! —exclamo. No quiero ver a Genio como un semental.

—Dios, no —aclara Faina—. Cuando se la vi por primera vez le dije: ¿qué ha hecho Sauron contigo?

—¡Pffff! —Eli y Carla no dejan de reírse.

—¿Y el collar? —indago con todo el tacto que puedo—. Cuando os acostáis… ¿te dan Fujitsus?

—¡Ah, bueno! —Faina deja ir una carcajada—. El otro día tuve un orgasmo mientras el collar me daba una descarga. Me tenían que ver… —mira al cielo—. Parecía la niña del exorcista.

Ahí ya no puedo más y me empieza a dar la risa imaginándomela.

—Por poco me quedo vegetal, medio machanga — Faina nos mira divertida—. ¿Qué? ¿Se ríen? Se me saltó un empaste —me señala un diente que ya está en su sitio—. Tuve que ir al día siguiente al dentista porque parecía Bob Esponja, con dos paletas. Pero estamos bien, gracias. Eli le da una cachetada en la nalga a Carla y le dice:

—Ya estás.

—¿Quieres que te ponga crema? —pregunta mi hermana alzando una ceja negra.

Eli oculta una sonrisa y contesta:

—No. Gracias. Ya me he puesto en la habitación. Eso me da a mí que es una especie de código de lesbianas, para leer entre líneas, porque se miran de ese modo que dice mucho, aunque hablen muy poco.

—¿Cómo lo lleva mi hombrecito? —pregunto con interés, haciendo referencia a mi sobrino Iván—. ¿Ya entiende que sois novias?

Eli se sienta a los pies de la tumbona de Carla y sujeta su piña colada. Es mi hermana quien responde:

—Iván adora a Eli. La ama. Pero no lleva bien que el amor de su vida esté jugando a las médicas con su mamá —guiña un ojo a Eli—. Es un acaparador, la quiere toda para él.

—Tu hijo es mío —responde Eli provocándola—. Pero, aunque a mí me encanta todo lo que tenga que ver con el deporte y las series que le gustan, y somos muy amigos y tenemos mucha comunicación, es cierto que Iván aún espera una figura masculina cerca.

—Para eso tiene a Axel —Mi hermana Carla me lanza un hielo de su mojito—. Lo tiene en el bote.

—¿Quién a quién? —replico—. Creo que es mutuo. Cuando hemos salido por ahí he tenido que detenerlo para que no comprase jugueterías enteras.

—¿Es niñero el tío bueno? —pregunta Faina tumbándose atravesada en la hamaca.

¿Es niñero Axel? Me atrevería a decir que sí lo es. Y que disfruta de la compañía de Iván cuando lo ha visto. Además, conecta muy bien con él. Y eso hace que me pregunte muchas cosas de las que aún no hemos hablado.

Porque vamos con cuidado, como si atravesáramos territorios minados que nos han hecho daño y nos han asustado y no queremos volver a pasar por ahí.

Axel creyó que el hijo de Victoria era de él y durante un tiempo siempre pensó que su hijo había muerto en ese accidente de coche que, en realidad, no fue. Sé que aún tiene sentimientos encontrados al respecto, pero tenemos tiempo para hablar de ello con calma, porque cuando quieres a alguien y ese alguien te quiere, necesitas saber todo lo que puedas sobre esa persona. Porque no quieres volver a hacerle daño con las mismas cosas que lo hirieron en el pasado.

—Es niñero y está cañón —enumera Faina—. Dime que tiene defectos.

—Los tiene —aseguro— como yo. Como todos, que no somos perfectos. Es excesivamente reservado y protector, y necesita que todo lo que concierne a las personas que le importan, pase por su visto bueno antes. Es un toc —les explico—, provocado por todo lo que no pudo controlar en el pasado. Y fueron muchas cosas. Todo demasiado intenso… pero nada que unas buenas vacaciones no puedan poner en su lugar.

—¿Y tú, hermanita? —me dice Carla poniéndose sus gafas de sol—. ¿Cómo estás tú? Eres famosa. Te secuestraron. Te iban a matar…

—¿Cómo te sientes, Becca? —incide Eli—. ¿Hay algo con lo que estés lidiando desde lo que te pasó en Estados Unidos?

Me paso las manos por los rizos rojos y largos y al final, me coloco mis gafas como diadema. Suspiro mientras observo a Axel hablar con el de las motos de agua. Es una pregunta difícil de responder.

—Hago terapias de choque para las fobias y ansiedades —comento familiarizándole con mi nuevo estado—. Pero tengo que hacerme mi propia terapia. Porque es verdad que no me siento todo lo segura que me gustaría sentirme, y no quiero que mi estabilidad dependa de si Axel está cerca o no —mis amigas me escuchan en silencio—. No duermo demasiado bien, excepto las noches en las que Axel se ha quedado conmigo. Y tengo miedo de que me persigan y de que alguien quiera hacerme daño a mí o a las personas que quiero solo porque se haya obsesionado conmigo, o porque soy mediática y popular. No quiero ser la culpable del posible desequilibrio de los demás. Y, ante todo, no quiero sentir que todo lo bueno que tengo ahora pueda ser efímero, porque pueda desaparecer de un momento a otro.

Eli asiente, como si comprendiera lo que estoy revelando. Algo entiende, porque es terapeuta.

—Estás en tu momento, Becca —me dice mi amiga—. Y da miedo. Pero, en realidad, todo asusta. Porque en esta vida, de lo único de lo que puedes estar seguro es de que no tienes nada por seguro. Y el miedo a perderlo todo o a causar dolor indirecto a las personas que queremos siempre va a estar. Y es humano sentirlo. Y más tú, después de todo el estrés vivido. Pero como siempre has dicho: lo valiente es hacerlo, a pesar del miedo.

—Becca —Faina posa su mano sobre la mía y me mira muy seriamente—. Tú nos equilibras. Me has equilibrado a mí, a Genio, a todos los que necesitan tu ayuda… pero te mereces sentirte así. Estás en tu derecho. Yo solo te puedo decir que todo saldrá bien, y que no tienes que temer por nada. Toda esta ansiedad que sientes… desaparecerá.

Resoplo y me rio un poco de ellas.

—Seríais buenas terapeutas.

—Todas hemos aprendido de la mejor —confirma mi hermana dándome golpecitos cariñosos en la rodilla—. Ahora relajémonos y disfrutemos del maravilloso placer de no hacer nada.

Cuando Axel llega hasta nosotras, el brillo del sol delinea su increíble cuerpo esculpido por Satanás y su séquito para que las humanas pierdan la cabeza. Lleva un bañador rojo tipo pantalón de los que quedan ajustados. Me humedezco los labios y sonrió como una mujer salida. Pero puedo estar un poco salida, que no lo niego, sin embargo, estoy más enamorada.

—Señoritas —nos saluda con una media sonrisa—. ¿Cuántos de esos os tenéis que beber —señala a nuestras copas— para subiros al churro?

—¿A qué churro, guapo? —pregunta Faina mirándolo de arriba abajo.

—Te lo he puesto a huevos —le replica Axel entrando en el juego de la tinerfeña—. No os apalanquéis, que en media hora nos subimos.

Axel se sienta en mi hamaca, me roba mi mojito y bebe de él dándole su aprobación.

Estoy convencida de que quiere asegurarse de que no hay nada raro en la bebida.

—¿Está todo correcto, guardaespaldas? —bromeo.

—Correctísimo —dice él tumbándose a mi lado y devolviéndome el mojito.

Axel me pasa un brazo por debajo del cuello y nos quedamos los dos abrazados en la tumbona.

Y pienso que, no es nada difícil acostumbrarme a esto, a él, a sus cuidados… y a todos esos besos que nos debemos.

La tentación de Becca

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