Читать книгу El choque - Linwood Barclay - Страница 10

Оглавление

Capítulo 5

Estaba sentado tomándome una cerveza, mirando la fotografía enmarcada que tenía en mi escritorio: Sheila y Kelly, hacía dos inviernos, acurrucadas para protegerse del frío, con nieve en las botas y unos mitones de color rosa, las dos a juego. Estaban de pie delante de una exposición de árboles de Navidad, el de la izquierda fue el que finalmente elegimos para llevárnoslo a casa y colocarlo en el salón.

—La llaman «Borracha» —dije—. Me ha parecido que debías saberlo. —Levanté una mano hacia la foto, rechazando cualquier posible protesta imaginaria—. No quiero oírlo. No quiero oír nada de lo que tengas que decirme, maldita sea.

Di un trago de la botella. Solo era la primera. Iba a necesitar unas cuantas más para llegar hasta donde yo quería.

La casa estaba muy solitaria sin Kelly. Me pregunté si sería capaz de dormir cuando llegara la hora de recogerse. Normalmente acababa levantándome a eso de las dos de la madrugada, bajaba al salón y encendía la tele. Detestaba el momento de subir arriba y acostarme solo en esa cama tan grande.

Sonó el teléfono. Arranqué el auricular de la base.

—Diga.

—Hola, Glen, ¿qué tal va todo? —Doug Pinder, mi segundo de a bordo en Garber Contracting.

—Hola.

—¿Qué estabas haciendo?

—Pues tomarme una cerveza —dije—. He dejado a Kelly hace un rato en casa de una amiga. Es la primera noche que estoy sin ella desde..., ya sabes.

—Mierda, ¿estás solo? —preguntó Doug con entusiasmo—. Deberías hacer algo. Es viernes por la noche. Sal, vive la vida. —Doug era la clase de persona que le habría dicho a la señora Custer, una semana después de la última batalla de su marido, que bajara un rato al saloon, se tomara unas cuantas copas y se relajara un rato.

Miré al reloj de la pared. Poco más de las nueve.

—No me apetece. Estoy hecho polvo.

—Venga. Tampoco tenemos por qué salir a ninguna parte. Yo también estoy aquí sentado sin hacer nada. Betsy ha quedado, tengo toda la casa para mí solo, así que súbete a la furgoneta y date una vuelta hasta aquí. A lo mejor podrías alquilar una peli o algo así por el camino. Y trae cerveza.

—¿Adónde ha ido Betsy?

—Quién sabe. Nunca pregunto cuando suceden cosas buenas.

—Es que no me apetece, Doug, pero gracias por el ofrecimiento. Creo que voy a terminarme esta cerveza, me tomaré otra, veré un poco la tele y a lo mejor después me iré a la cama.

La verdad era que casi todas las noches retrasaba todo lo que podía el momento de irme a dormir. La cama, más que cualquier otro lugar, era lo que más me recordaba lo mucho que había cambiado mi vida.

—No puedes pasarte la vida lloriqueando, amigo mío.

—No han pasado ni tres semanas.

—Sí, bueno, vaya, supongo que eso no es mucho. Mira, no te lo tomes a mal, Glenny. Ya sé que a veces doy la impresión de ser insensible, pero no es mi intención.

—No pasa nada. Oye, me ha gustado hablar contigo, ya nos veremos el lunes por la maña...

—Espera, solo un segundo. Quería habértelo dicho hoy en el trabajo, pero no hemos tenido ni un momento, ¿sabes?

—¿Qué sucede?

—Vale, ahí voy. Me da mucho reparo preguntarte esto, te lo aseguro, pero ¿te acuerdas, hace un mes o así, cuando te pedí que me adelantaras algo?

Suspiré para mis adentros.

—Me acuerdo.

—Y te lo agradecí muchísimo. Me ayudó a pasar un bache. Me salvaste el culo, tío, Glenny, de verdad.

Esperé.

—Bueno, pues si pudieras adelantarme algo otra vez, estaría más que en deuda contigo, tío. Es que estoy pasando una mala racha en estos momentos. No es que te esté pidiendo un préstamo ni una limosna ni nada por el estilo, solo un adelanto.

—¿De cuánto?

—Pues no sé, ¿un mes? La paga de las próximas cuatro semanas, y te juro que no volveré a pedirte nada más.

—Y ¿qué vas a hacer para vivir el resto del mes cuando hayas pagado lo que sea que tienes que pagar?

—Ah, no te preocupes, eso ya lo tengo controlado.

—Me estás poniendo en una situación muy incómoda, Doug. —Sentí cómo se me erizaba el vello de la nuca. Quería a ese tipo, pero en esos momentos no estaba de humor para ninguna de sus chorradas.

—Venga, tío. ¿Quién te sacó de ese sótano en llamas?

—Ya lo sé, Doug. —Esa era la carta que más le gustaba jugar últimamente.

—Y, de verdad, será la última vez que te lo pida. Después de esto, todo irá como la seda.

—Eso fue lo que dijiste la última vez.

Una carcajada de desprecio dirigida a sí mismo.

—En eso das en el clavo. Pero, de verdad, es que estoy intentando solucionar unos asuntos, espero que mi suerte cambie pronto y creo que por fin va a suceder.

—Doug, esto no es cuestión de suerte. Tienes que enfrentarte a unas cuantas realidades.

—Oye, perdona, pero no soy el único, ¿eh? Todo el país está en la ruina. Vamos, que, si le puede pasar a Wall Street, puede pasarle a cualquiera, ya sabes lo que...

—Espera un momento —dije, interrumpiéndolo—. Tengo otra llamada. —Apreté el botón—. ¿Sí?

—Quiero volver a casa —dijo Kelly con urgencia, con una voz que apenas era un susurro—. Ven a buscarme ya, papá. Por favor, date prisa.

El choque

Подняться наверх