Читать книгу El choque - Linwood Barclay - Страница 12

Оглавление

Capítulo 7

Tardé cinco minutos en volver a casa de los Slocum.

Pensaba que Kelly me estaría esperando en la puerta principal, mirando a ver si veía llegar la furgoneta, pero tuve que llamar al timbre. Como nadie me abría, pasados diez segundos volví a intentarlo.

Al aparecer en la puerta, Darren Slocum pareció sorprendido de verme.

—Hola, Glen —dijo, y sus cejas descendieron en un gesto socarrón.

—Qué hay —contesté.

—¿Sucede algo?

Yo había supuesto que ellos ya sabrían por qué estaba allí.

—He venido a recoger a Kelly.

—¿Ah, sí?

—Sí. Me ha llamado. ¿Puedes ir a buscarla?

Dudó un momento.

—Sí, claro, Glen. Espera un segundo y voy a ver qué es lo que pasa.

Cuando desapareció en el comedor que había a la izquierda, yo entré en el recibidor sin que nadie me hubiera invitado. Me quedé allí de pie, mirando a mí alrededor. A la derecha, una salita con un televisor de pantalla grande, un par de sillones de cuero. Media docena de mandos a distancia alineados sobre la mesita del café, como soldados tendidos cuerpo a tierra.

Oí que venía alguien; pero no era Kelly, sino Ann.

—¿Hola? —dijo, extrañada. Por lo visto estaba tan sorprendida de verme como Slocum. No sabía si interpretaba bien sus gestos, pero también me pareció preocupada. Tenía un teléfono inalámbrico negro en la mano—. ¿Va todo bien?

—Darren ha ido a buscar a Kelly —dije.

¿Era alarma lo que vi asomar un instante a su rostro, solo una fracción de segundo?

—¿Pasa algo?

—Kelly me ha llamado —expliqué—. Me ha pedido que venga a buscarla.

—No lo sabía —dijo Ann—. Pero ¿qué ha pasado? ¿Te ha dicho si ha sucedido algo?

—Solo me ha dicho que viniera a buscarla. —Se me ocurrían una buena cantidad de razones por las que Kelly podía haber decidido cancelar su noche en casa de su amiga. A lo mejor todavía no estaba preparada para estar lejos de casa cuando había pasado tan poco tiempo tras la muerte de su madre. O a lo mejor Emily y ella se habían peleado. A lo mejor había comido demasiada pizza y le dolía la tripa.

—No nos ha pedido permiso para llamar por teléfono —dijo Ann.

—Ella tiene el suyo. —Ann estaba empezando a molestarme. Yo solo quería recoger a Kelly y marcharme de allí.

—Sí, bueno —dijo, y por un momento pareció distraída—. ¡Niñas de ocho años que ya tienen su propio teléfono! Las cosas no eran así cuando nosotros éramos pequeños, ¿verdad?

—No —coincidí con ella.

—Espero que las niñas no se hayan peleado ni nada por el estilo. Ya sabes cómo pueden ser esas cosas. Son las mejores amigas del mundo y un segundo después se odian a muert...

—¡Kelly! —grité hacia el interior de la casa—. ¡Papá está aquí!

Ann levantó las manos como para hacerme callar.

—Seguro que ya vienen. Me parece que han estado un rato viendo una película en la habitación de Emily, en el ordenador. Le dijimos que no podía tener televisión en su cuarto, pero, cuando se tiene ordenador, quién necesita tele, ¿verdad? Ahora ya se pueden ver todos los programas online. Y me parece que estaban escribiendo una historia, inventándose no sé qué clase de aventura o algo como que...

—¿Dónde está la habitación de Emily? —pregunté, y eché a andar hacia el comedor, suponiendo que tardaría menos en buscarla yo mismo que en conseguir que los Slocum la trajeran hasta la puerta.

Pero entonces, de repente, salió de la sala de estar con Darren detrás de ella. Kelly parecía hacer todo lo posible por mantenerse un paso por delante del hombre.

—Ya la he encontrado —dijo Slocum.

—Hola, papá —dijo mi hija, algo intimidada.

Llevaba la chaqueta puesta y la mochila en la mano, se detuvo a mi lado y se apretó contra mí. La cremallera de la mochila no estaba cerrada del todo, y de dentro sobresalía una de las orejas de Hoppy.

—¿Estás bien, cielo? —pregunté.

Asintió con la cabeza.

—¿Te encuentras mal?

Dudó un segundo y luego asintió otra vez.

—Quiero irme a casa —rogó.

—No sé qué problema ha podido tener —dijo Darren, como si Kelly no estuviera allí—. Se lo he preguntado, pero no quiere decirme nada.

Kelly no quería ni mirarlo. Mascullé un «Gracias» y me la llevé hacia la salida. Ann y Darren susurraron algo en respuesta antes de cerrar la puerta detrás de nosotros. Detuve a Kelly y me incliné para subirle la cremallera de la chaqueta hasta arriba, y entonces oí que dentro de la casa levantaban la voz.

En cuanto tuve a Kelly con el cinturón abrochado y ya nos estábamos alejando de casa de los Slocum, le pregunté:

—Bueno, ¿qué ha ocurrido?

—No me encontraba bien.

—¿Qué ha sido? ¿La tripa?

—Me siento rara.

—¿Por la pizza? ¿Demasiados refrescos?

Kelly se encogió de hombros.

—¿Ha pasado algo? ¿Te ha pasado algo con Emily?

—No.

—¿No, no ha pasado nada? ¿O no, no te ha pasado nada con Emily?

—Solo quiero irme a casa.

—¿Te ha dicho algo Emily o alguna otra persona? ¿Sobre tu madre?

—No.

—Es que parecía que ni siquiera querías hablar con el señor Slocum. ¿Te ha pasado algo con él?

—No lo sé.

—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? —Otra vez volvía a tener todo el vello de la nuca erizado. Aquel tipo me daba muy malas vibraciones. No sabía lo que era, pero tenía algo que no me gustaba—. ¿Te ha..., te ha hecho sentir incómoda?

—Estoy bien, ¿vale? —dijo Kelly, pero se negaba a mirarme.

Mi mente me estaba llevando a lugares a los que yo no quería ir. Había preguntas que me parecía necesario plantear, pero no iba a resultar fácil hacerlo.

—Mira, tesoro, si ha sucedido algo, tienes que contármelo.

—No puedo.

La miré, pero ella seguía mirando al frente.

—¿No?

Kelly no dijo nada.

—Ha sucedido algo, pero no puedes hablar de ello, ¿es eso lo que estás diciendo?

Los labios de Kelly se tensaron. Sentí una punzada de angustia.

—¿Alguien te ha obligado a prometer que no dirías nada?

Al cabo de un momento, dijo:

—No quiero meterme en ningún lío.

Traté de mantener la calma.

—No vas a meterte en ningún lío. A veces, los adultos les hacen prometer a los niños que no cuenten algo, pero eso está mal. Si alguna vez un adulto hace eso, es para ocultar algo que han hecho ellos. No es por nada malo que hayas hecho tú. Y aunque te digan que te vas a meter en un lío si lo cuentas, no es verdad.

La cabeza de Kelly se movió arriba y abajo unos milímetros.

—Eso... que ha pasado... —dije, inseguro—. ¿Emily estaba allí? ¿Lo ha visto?

—No.

—¿Dónde estaba Emily?

—No lo sé. Todavía no me había encontrado.

—¿Cómo que no te había encontrado?

—Yo me estaba escondiendo, y luego iba a esconderse ella.

—¿De su padre?

—¡No! —contestó con impaciencia—. Nos escondíamos la una de la otra. En partes diferentes de la casa, pero luego íbamos a intentar encontrarnos para sorprendernos.

—Vale —dije, empezando a entender algo—. ¿Ha llegado Emily después? ¿Te ha encontrado?

Negó con la cabeza.

Ya estábamos a la altura del hospital, el lugar en el que normalmente habría torcido por Seaside Avenue para llegar a nuestra casa, que, a pesar de lo que prometía el nombre de la calle, no estaba ni junto al mar ni a una distancia desde la que pudiera verse el agua. Pero me dio la sensación de que, ahora que Kelly había empezado a hablar, si llegábamos a casa podía cerrarse de nuevo, así que pasé de largo y seguí recto por Bridgeport Avenue. Si Kelly se dio cuenta de que nos habíamos pasado el desvío, no dijo nada.

Bueno, ya no valían más maniobras dilatorias. Aquella era mi vida (nuestra vida) en esa nueva etapa. Padre e hija tenían que hablar de una serie de temas que al padre le hubiese encantado poder dejar para la madre.

—Cielo, me resulta muy difícil preguntarte esto, pero tengo que hacerlo, ¿vale?

Me miró a los ojos y luego apartó la cara.

—¿Te ha hecho algo el señor Slocum? ¿Te ha tocado? ¿Te ha hecho algo que tú no querías que hiciera? Porque, si es así, ha estado mal y tenemos que hablar de ello. —Parecía impensable. Aquel tipo era policía, por el amor de Dios. Aunque, por mí, como si era el puto jefe del FBI. No me importaba. Si había tocado a mi niña, pensaba darle una paliza de muerte.

—No me ha tocado —dijo Kelly.

—Vale. —Me puse a imaginar diferentes posibilidades—. ¿Te ha dicho algo? ¿Te ha enseñado algo?

—No, no ha hecho nada de todo eso.

Dejé escapar un largo suspiro.

—Entonces ¿qué ha sucedido, tesoro? ¿Qué te ha hecho?

—Él no me ha hecho nada, ¿vale? —Kelly se volvió y me miró directamente, como si se estuviera preparando para acusarme de algo—. No ha sido él. Ha sido ella.

—¿Ella? ¿Quién?

—Ha sido la madre de Emily.

El choque

Подняться наверх