Читать книгу El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza - Страница 10

CAPÍTULO 5
PASEOS Y REVELACIONES
UNA CARTA

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Tomás dejó sus llaves en la recepción del hotel, se miró frente al espejo para repasar su outfit: zapatillas de tenis, remera holgada y bermuda cargo, una gorra tipo gap de color azul, y un par de anteojos de sol. Abrió su mochila e hizo lo mismo: un buzo para cuando refresca, protector solar, una botella de agua, la pequeña bolsa de tela que contenía la cámara, su teléfono celular y, por supuesto, un gran mapa de París que compró en el aeropuerto.

Bajó al lobby del hotel, tomó aire y, mirando hacia una ventana que prometía un día soleadísimo, exclamó: «París, ¡ahí vamos!».

—Se preparó como para recorrer todo el País, mi amigo —dijo una cálida voz, que venía de un señor apostado en la entrada del hotel con uniforme de botones.

Bonjour, monsieur Eugene! ¿Usted cree?

—Solo bromeaba —le dijo el portero del lugar—. Tenga cuidado con el sol que hoy va a picar un poco más que ayer, esta primavera viene brava, ¡no quiero imaginar lo que va a ser el verano!

Eugene oficiaba de botones y de portero del hotel, se trataba de un franco-español de unos sesenta y algo de años, con cara de abuelo canoso y bonachón que siempre estaba atento a dar recomendaciones a los turistas que llegaban por primera vez a la ciudad.


—¡Tiene mucha razón, hay que cuidarse! Por si no lo veo a mi regreso, que pase una buena jornada —dijo Tomás cortésmente.

—¡Igualmente usted, amigo Messi!

Eugene identificaba así a cada huésped: según su nacionalidad, le asignaba el nombre de un futbolista.

—También podría decirme Diego Armando… —dijo Tomás con una sonrisa pícara.

—Sí, pero Maradona es más italiano que argentino —respondió el botones con la misma sonrisa.

—Quedamos empatados, entonces. El próximo partido lo definimos por penales, ¿le parece?

—Me parece très bien —murmuró Eugene tratando de pronunciar el español que se le mezclaba con su francés natal.

Habiendo dicho esto, le dio la mano al botones futbolero en señal de despedida y tomó envión rumbo a su primer destino. La calle era una sinfonía de gente que pasaba en bicicletas que se mezclaban con autos, calles angostas, gente muy bien vestida que iba a sus actividades, cuando de repente, al llegar a la esquina, se encontró con un Fiat 500L que estaba estacionado con el motor en marcha, y cuyo conductor le era conocido:

—¿Mateo, qué hacés acá?

—¡Tommy!, ¿cómo estás? Te estaba esperando.

—¿A mí?

—¡No, al jorobado de Notre Dame! ¡Por supuesto que a vos, a quién más, hombre!

—¿Hace mucho?

—No, recién llegué.

—Pensé que ibas a hacer un… tour deportivo —dijo con sorpresa Tommy, pero con una sonrisa que delataba que estaba contento de encontrar a Mateo allí.

—Sí, voy a hacer esa caravana, pero a mi manera.

—¿Caravana? —repitió Tomás frunciendo el ceño como buscando entender de qué hablaba.

—Se me ocurrió que, ya que alguno de los lugares a los que iré están cerca de los que vos vas a visitar, pensé que… —dijo casi como con vergüenza Mateo.

—¿Qué?

—Que podríamos recorrer juntos París.

—¿Todavía me querés como compañía?

—Obvio, además… yo mañana me voy de Francia y vos todavía tenés más días en los que podrías recorrer tranquilo la ciudad.

Tomás se cruzó de brazos. Miró a Mateo con un gesto de asombro y a la vez de duda… De alegre duda. De feliz duda.

Sonrió, y fue el gesto de asentimiento que Mateo había estado esperando.

—Me gusta la idea, Mateo, lástima que…

—¿Qué?

—Que de haber sabido que viajábamos en auto, hubiera traído el termo y el mate.

—¿Trajiste un equipo de mate? No te creo.

—Sí, lo tengo en el hotel. Si me aguantás un poco, lo voy a buscar.

—¡Dale, te espero! —exclamó emocionado Mateo.

—A propósito, lindo auto… —se burló Tomás.

—¿Me estás jodiendo? —replicó Mateo apoyando su cabeza en el volante del vehículo.

—No —concedió Tomás, aunque enseguida agregó con una risa—: Pero debo decir que no te imaginé alquilando un auto de color amarillo y techo blanco.

—Es lo que había en la agencia, igual, si no te gusta, dejá que me voy en auto y vos arreglate en el bus de los turistas…

Mateo simuló poner primera y dejar el lugar, haciendo un gesto de indiferencia mientras soltaba una risotada.

—¡Bueno, no te pongas así, che! —Fue la alegre réplica de Tomás.

—Andá, andá a buscar el mate antes de que me arrepienta de la invitación —se quejó Mateo.

Cinco minutos después, Tomás apareció con el famoso equipo —que consistía en una exquisita pieza de cuero de vaca similar a una cesta que contenía el termo, un paquete de yerba, un poco de azúcar y edulcorante y el mate propiamente dicho con una bombilla plateada— y además, una bolsita de papel que traía unos croissants que le había obsequiado la cocinera del hotel, quien le había cargado el termo con agua caliente.

Mientras Mateo ponía en marcha el auto, Tomás cargó el recipiente con yerba mate y le volcó un poco de agua caliente. Esperando que el auto tomara envión, tomó el primero —como es la costumbre argentina— y seguidamente cebó otro y se lo ofreció al conductor del vehículo, no sin antes preguntar:

—¿Está bien el agua?

—Sí, un poco caliente pero bien.

—¿Mateo, cuál es nuestro primer destino?

—Versalles.

—¿Versalles? ¿No es mejor empezar por los estadios que están más cerca?

—En realidad, si no fuera por el tema de horarios, sí sería una buena idea, pero como los museos cierran temprano y los estadios no, lo ideal es arrancar por los lugares más lejanos. Desde donde estamos tenemos unos 43 kilómetros de viaje.

—Bien, vamos a poder matear y conversar bastante, entonces. —De hecho, tenía una pregunta en la punta de la lengua—. ¿Puedo preguntarte algo, Mateo?

—Decime.

—¿Cómo estás? Digo, después de lo que pasaste ayer.

—Bien, gracias por preguntar. La verdad es que a la noche terminé muerto y cuando apoyé la cabeza en la almohada hice un repaso de todo lo que ocurrió y, si bien me angustié, no te lo voy a negar, al recordar lo bien que la habíamos pasado luego… —Se produjo una pausa—. Bueno, eso hizo que olvidara todo lo malo que había pasado en la mañana. Y creo que en parte por eso quise salir de nuevo hoy con vos; me siento a gusto y acompañado con alguien de mi país, y más con un amigo, como en tu caso —agregó sin miedo ni vergüenza.

—Conozco la sensación —dijo Tomás mientras volvía a verter agua caliente del termo en el mate—. Este tipo de viajes sirven para conocer mucha gente copada, y yo también estoy contento de haberte conocido.

Y puesto que cuando se está en buena compañía el viaje se hace más rápido, cuando se quisieron acordar ya habían llegado al primer destino. Habían descendido del vehículo y caminaban hacia la entrada principal del Palacio de Versalles cuando el teléfono de Mateo comenzó a sonar. Se alejó unos metros, advirtió que algo pasaba.

—¿Hola? Sí, mamá… —dijo Mateo casi como en un susurro.

Tomás no pudo evitar escuchar la conversación a pesar de estar a unos cuantos metros; sin embargo, se quedó en donde Mateo lo había dejado y respetó la distancia.

—No, no, quedate tranquila, está todo bien, no pasó nada… Sí, ya sé que debí llamarte. ¿Carta? No le des bola, después hablamos bien y te explico. A la noche te llamo y hablamos bien, pero no quiero que te preocupes, ¿está claro?

Luego de la charla, cortó la comunicación y regresó hacia donde estaba Tomás que, al juzgar por el semblante de Mateo, algo lo preocupaba.

—¿Todo está bien, Mateo?

—Sí, era mi mamá, me hizo una llamada porque vio las noticias y se preocupó.

Tomás miró hacia el suelo. Con la franqueza provinciana que lo caracterizaba, no pudo evitar decir algo.

—Qué extraño…

—¿Qué es lo extraño?

—Que el incidente fue ayer y recién hoy te llamara.

Mateo bajó la cabeza. Se hizo una pausa.

—La puta que no se te escapa ningún detalle…

—Perdoname, no quiero pecar de metido —se disculpó Tomás.

—Está bien, está bien; es por un tema que quedó pendiente cuando me vine de viaje, pero ya está resuelto.

Tomás no quedó muy convencido, pero ¿quién era él después de todo para meterse en la vida de los demás? Sin embargo, Mateo ya no era alguien más en su vida a pesar de lo poco que lo conocía, y en el fondo sintió que algo no encajaba. Optó por no opinar.

—Bueno, mejor así, entonces.

—¿Qué te parece, Tommy, si seguimos con el paseo?

—Lo que vos digas.


Luego de conocer una parte del esplendoroso Versalles —dado que recorrerlo completo les demandaría mucho más tiempo del que tenían—, los chicos se trasladaron a su próximo destino: el estadio que Mateo tanto ansiaba visitar.

—Esto es asombroso, ¿no te parece? —dijo con una sonrisa de oreja a oreja— cuando llegaron al Parque de los Príncipes, hogar del equipo de fútbol París Saint- Germain.

—Sí, esto es impresionante. —Fue la respuesta de Tomás mirando a su alrededor como si estuviera frente al arco de entrada a un mundo fantástico.

Mateo estaba emocionado y le contagiaba esa fascinación a Tomás, quien solo sabía que una pelota es redonda y que el fútbol es un juego de dos equipos de once jugadores cada uno. Y, claro está, cuando se encontró en tamaño lugar no pudo evitar abrir la boca.

—¿Cómo es posible que, habiendo estado antes acá, no visitaras este estadio?

—Como te dije hace un ratito, en otros viajes que hice no me podía dar esos lujos.

La expresión de Mateo se entristeció.

—¿Lujos? ¿Qué te lo impedía? —inquirió Tomás.

—Es largo de contar…

—Entiendo.

Ambos permanecieron en silencio. Una sensación de incomodidad asaltó a los argentinos. Mateo se percató de ello y, quiso cambiar de charla.

—Antes de irnos, vení, Tommy, acercate que vamos a hacer una selfie.

Tomás entendió la intención de Mateo. Esbozó una leve sonrisa que acompañó con una mueca sacando la lengua y gritando ¡Whisky!

La foto terminó publicada en las redes sociales de los chicos. Era un viaje que poco a poco se iba cargando de momentos felices, se iba tornando cada vez más especial.

El viaje de Tomás y Mateo

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