Читать книгу El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza - Страница 8

CAPÍTULO 3
COMPATRIOTAS
AMIGOS
UN LIBRO

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Sentados frente a unas mesitas muy sofisticadas en la vereda de un bistró parisino, los argentinos se ubicaron con la intención de tomar algo, refrescarse y bajar las revoluciones. Mateo se mantenía callado, como si sintiera vergüenza de decir algo. El garçon les había dejado una pintoresca carta de menú que el compañero de Tomás ni siquiera registró. Como una forma de cambiar de tema y romper el hielo, el rubio se quitó su borsalino, lo dejó colgado en el respaldo de su asiento y, acomodándose su lacia cabellera, tomó la carta. La empezó a hojear y, por momentos, miraba por encima de ella para observar a Mateo, quien continuaba en estado poco menos que catatónico.

—A ver… Qué tenemos acá… Voy a pedir un jugo de naranja y un croissant de jamón y queso, tengo poca hambre, pero quiero reponer las energías perdidas en el evento —declaró Tomás con una sonrisa.

Del otro lado, Mateo no reaccionaba; lo que dio lugar a que Tomás cambiara su discurso.

—Che, loco, ya pasó… ponele onda, como cuando me sacaste la foto, ¿dale?

Con un extraño tono entre festivo y relajado, Tomás le dedicó una mirada de súplica y, como si no hubiera sucedido nada quince minutos antes en la Catedral, Mateo respondió:

—¡Típico de argentino! —reaccionó a la vez que señalaba el menú elegido por su rubio amigo—. ¡Cómo no venden sándwiches, pedís eso!

Tomás sonrió y fue la señal con la que los chicos iniciaron un debate que ya no tenía nada que ver con lo vivido:

—Voy a lo seguro, y en particular con la comida, que es cara y si encima pedís algo que no sabés qué es y no te gusta, perdés doblemente: plata y te quedás con hambre.

—Tenés razón —aceptó Mateo—. Voy a pedir lo mismo, solo que, en lugar de jugo, me voy a pedir una cerveza. ¿Habrá cerveza en este lugar? Lo veo muy “natural”.

—Sí, debe haber —dijo Tomás en tono de broma—. Llamemos al garçon.

Mientras esperaban a que el camarero los atendiera, por las empedradas calles pasaron varios autos de la policía con su particular sonido de sirena que evidentemente se dirigían hacia la zona de guerra donde los chicos habían estado momentos antes.

—Qué locura cómo estamos viviendo —dijo Tomás—. Por lo visto, ya no hay ningún lugar seguro. Hace unos meses, lo que pasó en Manchester; ahora, esto. No se puede creer.

—Es verdad —la expresión de Mateo comenzaba a ensombrecerse.

Se quedaron en silencio un momento, hasta que los interrumpió el camarero que traía lo que habían ordenado: el jugo con el croissant y una crêpe salada, acompañada por una gaseosa de limón, puesto que cerveza no dispensaban, tal como se lo hizo saber de una manera algo desdeñosa, el mozo a Mateo. Esa forma de explicar las cosas, bastante seria y seca, se repetía en algunos lugares de comidas que trabajaban con turistas.

Antes de tomar su jugo, Tomás observó con rareza el vaso en el que le habían servido la bebida y no pudo menos que decir:

—¿Qué es esto?

—Parece un frasco con un asa…

—¿Y qué es esto de ponerle un ramito de menta? ¿Estamos todos crazies? —preguntó Tomás con una risa irónica.

—Pensé que esto solamente se daba en algunos bares de Palermo —expresó indignado Mateo—. ¿Viste que ahora la moda en Buenos Aires es que te sirvan una empanada en un frasco?

—Sí, este mundo se está yendo al carajo… En fin, ¿a ver cómo está esto? —dijo mientras le daba un sorbo a su jugo—. Está muy bueno. No sé qué tiene, pero está buenísimo.

Mateo observaba su bebida, ahora callado y con la sensación de que estaba en otro mundo, pensativo, contemplativo, como cuando alguien se queda tildado mirando un punto fijo. Evidentemente, algo le pasaba y Tomás, con su franqueza provinciana, notó ese silencio y no dudó en preguntarle:

—¿Qué te pasó ahí adentro que te quedaste encerrado?

—Ufff, directo al pecho —soltó Mateo.

—¿Mi pregunta?

—¡No, esta crêpe! Me mandé un bocado de una y es muy empalagoso. Bancame que lo bajo con un trago de gaseosa.

—Qué boludo —se le escuchó decir entre risas al rubio—. ¿Lo dije o lo pensé?

Una vez que Mateo digirió su bocado, empezó a relatar:

—¿Viste que estaba sentado un poco más adelante de vos?

—Sí, claro. De hecho, fuiste el que me dijo lo que estaba pasando.

—Cierto, el hecho es que con la gente que estaba a mi lado escuchamos algo como un estallido en el exterior.

—Yo no escuché nada.

—Es que estabas bastante más atrás —dijo Mateo—. Fue un poco antes de la una de la tarde, así que imaginate: todo ese tiempo que pasamos encerrados lo pasé para el culo. Estaba bastante nervioso y me había puesto mal; sentí que la presión me bajaba y necesitaba mojarme un poco la cara. Así que, no bien dijeron que podíamos salir, me escabullí entre la gente hasta los baños.

—Lo que no entiendo es cómo te quedaste atrapado adentro. Perdoname que te pregunte, pero me sorprende… —dijo Tomás sin darse cuenta de lo equivocado que estaba su juicio.

Mateo se sonrojó y bajó la cabeza; algo lo avergonzaba o eso parecía.

—Me quedé un rato mojándome la cara y las muñecas en un lavabo, y ni siquiera noté que la puerta se había cerrado de lo mal que estaba. Y por otro lado, si alguien avisó o dijo algo, seguramente por mi estado no llegué a escucharlo.

—Lamento no haber advertido la situación para ayudarte —se disculpó Tomás.

El diálogo se silenció. Mateo sintió que sus ojos se humedecían. Al cabo de un momento, solo pudo responder:

—No digas eso, bastante hiciste hoy por mí.

Tomás se sonrojó casi de la misma forma que Mateo momentos antes.

Cuando se percató de ello, sonriendo, retomó el diálogo.

—Bueno, ¿y entonces? Seguí contándome qué pasó.

—Y luego, por lo que me explicó el policía que me encontró, los guardias habían revisado los lugares de servicios y los habían cerrado, dando por sentado que todos estaban en el salón principal de la catedral.

—¿Y no se te dio por gritar o pegarle a la puerta? —gruñó Tomás.

—No, me sentía muy mal…, pero era por otras cosas que no vienen ahora al caso… Espero que sepas entenderme, no es algo de lo que pueda hablar ahora.

Como notaba que el tono de la voz de Mateo no era muy convincente con las respuestas y que comenzaba a entrecortarse, Tomás se disculpó.

—Soy bastante metido por naturaleza y no debí preguntarte de esa forma. Disculpame por ser tan forro.

Mateo soltó una sonrisa que, por primera vez, sonó a libertad.

Se puso de pie y le besó la dorada cabellera; luego volvió a su asiento y lo que salió de sus labios fue una expresión de agradecimiento.

—Todo bien, gracias a tu insistencia estoy ahora acá compartiendo todo.

Tomás notó que las palabras de Mateo sonaban a una disculpa acompañada de vergüenza y desasosiego. No quiso ahondar más en el tema, puesto que… ¿Quién era él para meterse en su vida, después de todo? Optó por levantar su intento de copa y hacer un brindis. Se puso de pie y exclamó:

—¡Por las experiencias de viaje!

—¡Por habernos conocido! —agregó Mateo.

Chocaron las copas y continuaron charlando, mientras caía la tarde; con pájaros que aún cantaban. Una luna creciente y la noche recién preñada empezaba a encender sus primeras luces, cobijándolos con una brisa que los envolvía como el tul de una novia entrando a la iglesia.

Ya se hacía la hora de despedirse y, antes de ello, decidieron pasarse los números de celular y agregarse mutuamente en sus redes sociales para seguir en contacto luego de que cada uno tomara su camino. Se miraron y, casi al unísono, dijeron:

—Bueno… Hora de irse.

—Supongo que sí —se le escuchó decir a Tomás casi como un lamento.

—Quizás nos crucemos en algún otro destino.

—¿Cuándo te vas de acá?

—Pasado mañana salgo para Italia; me voy en avión al mediodía y calculo estar unos días. Voy con pasaje abierto porque todo dependerá de cómo salgan los negocios allá. ¿Y vos?

—Yo voy a estar hasta el viernes en París, luego sigo a Roma. Estaré allí unos días y después ya vuelvo a Argentina. Es mi primer, y seguramente único, viaje a Europa. Verás, gasté los pocos ahorros que tenía y aproveché la promoción de la agencia de viajes de una amiga: pocos días, pero dos países, y no pudo llegar en mejor momento este viaje.

—Entiendo, o sea que… ¿armaste viaje escapándote de algo o de alguien?

—Alguien una vez dijo que los viajes no eran para escapar de la vida, sino para que la vida no se te escape —expresó Tomás—. Sucede que este año ha sido un punto de inflexión en mi vida y eso me trajo hasta acá.

—A ver, contame un poco más cómo es eso —dijo Mateo con evidente interés.

—Bueno, en realidad creo que algo de razón tenés, no en cuanto a escaparme, sino a buscar otra perspectiva de mi vida.

—Algo voy captando…

—Digamos que, hace casi un año, terminé con una pareja con la que tenía muchos años saliendo —soltó sin pudor Tomás.

—¿Vivían juntos?

—No, y ahí estaba el otro problema. Por el trabajo que tenía, estaba obligado a estar durante la semana viajando. Los lunes me iba para el interior y volvía los viernes a mi casa.

—¿Y dónde vivías esos días?

—En hoteles, posadas, donde fuera que cayera. Lo cual ya de por sí, sumado al viaje, era un desgaste.

—Supongo que por el hecho de tener que dejar tu casa —dijo Mateo.

—Algo así, cuando compré esa casa, que es donde vivo ahora, trabajé mucho para convertirla en un hogar, hice muchos sacrificios para después no poder disfrutarla.

—¿Qué actividad tenías?

—Trabajaba en las sucursales de una compañía de finanzas.

—Y la experiencia no fue la mejor…

—Así es —Tomás suspiró—. Te aclaro antes que no fue algo de un día para el otro, me llevó mucho tiempo madurar la decisión y el proceso que me llevó hasta ese lugar. Siempre he trabajado, digamos, en empresas que eran importantes…

—Pero… —interrumpió Mateo.

—Pero no me sentía a gusto. No me malentiendas, eran de las que llaman “empresas seguras”. Te pagan a fin de mes, te llenan de discursos sobre los valores, el buen clima y las buenas condiciones de trabajo y, por tener una dosis de poder debido a todo eso, se creen dueños de manejarte la vida.

—¿Tan jodidos eran?

—Para que te des una idea, tenía como pasatiempo escribir, me encanta la literatura. Esto, además, hacía que participara en eventos literarios, ferias, etc; lo cual fue motivo de disgusto para alguien de más arriba que yo.

Mateo ladeó la cabeza.

—Pero ¿qué tenía que ver si era parte de tu vida privada?

Tomás se quedó en silencio un momento, al cabo del cual sacó de su mochila un libro de tapas negras que se veía bastante voluminoso, y se lo entregó. El libro tenía algunas banderitas de colores pegadas que llegaban casi hasta la mitad, y por cómo se veían las hojas a simple vista, daban la impresión de que Tommy venía disfrutando de esa aventura.

—¿De qué se trata? —Mateo miraba la portada.

—Es una novela de fantasía que cuenta la historia de un flaco que se enamora de otro.

Mateo leyó la sinopsis en la contratapa y se quedó en silencio. Tomás lo observó.

—Es una novela romántica, de temática LGBT.

—¿LGBT?

—Es la sigla con la que se identifica a la comunidad gay, lesbiana, bisexual, trans, etcétera.

—¿Y qué tiene que ver con lo que me estás contando?

—Que las historias que escribo tienen esta temática, lo que les empezó a molestar a algunas personas.

Mateo dejó ver una pequeña sonrisa.

—Creo que voy entendiendo…, algún machirulo homófobico que se sentía molesto.

—Supongo —respondió Tomás con la voz quebrada—. Eso hizo que me persiguieran con toda clase de estupideces, a tal punto que un determinado día, mis superiores me informaron que debía tomar una decisión; debido a que no estaba bien visto lo que hacía y que me encontraba “mediáticamente expuesto” por el solo hecho de publicar historias que no tenían nada que ver con mi trabajo el cual, dicho sea de paso, hacía bien.

La mirada de Tomás se ensombreció. Su voz se había quebrado. Tomó un sorbo de su bebida y continuó diciendo:

—Fue en ese momento cuando di cuenta de que esa carrera que estaba corriendo en realidad era una lucha de nunca terminar, una batalla continua contra seres incapaces que, por tener un cargo y sentarse en una oficina sin tener idea de la realidad de las personas, pretendían manejarlas como si fueran títeres en un improvisado y mediocre teatro.

Tomás soltó un sonido ligeramente estrangulado.

—¡La puta que sos jodido, rubio! —Mateo le devolvió una risotada.

Tomás esbozó una sonrisa cómplice y le dio un nuevo sorbo a su bebida; dejó la copa sobre la mesa y continuó contando sus experiencias laborales.

—Cuando me saqué la venda de los ojos y corté los hilos de esos seres que me manejaban, pude darme cuenta de que yo no necesitaba de su abulia, su inutilidad, su incoherencia y su irracionalidad. No soporté seguir laburando en condiciones infrahumanas. Sentí que ya no tenía por qué obedecerlas: ese fue mi rechazo, a no poner mi mente al servicio de una fuerza bruta, intolerante, hipócrita —Tomás gruñó—. Espero que no me malentiendas; nunca me sentí culpable de mis cualidades, ni de mi mente, ni de ser humano, ni mucho menos, de que me hicieran sentir que era diferente. —Su voz se entrecortaba y disolvía las palabras en un llanto que pugnaba por atacarlo sin defensa. Se detuvo un momento, tomó aire y terminó su idea—: Desde chico supe cómo me llamaban a mis espaldas y lo sufrí cuando me decían las mismas cosas a la cara. Siendo adulto, tampoco fue la excepción.

Él dijo, “El límite fue mi vida”.

Él dijo: “Mis afectos, los sueños que quería cumplir”.

Él dijo, “Fui libre para comprender mi propio valor y me rebelé para no ser la comida de los caníbales, y además tener que cocinarla. Aún no soy ni un cuarto de la persona que quiero ser, por eso estoy trabajando en mí. Soy mi proyecto más importante”.

El estandarte que Tomás levantó en cuestión de segundos dejó sorprendido a Mateo. Nunca había conocido a alguien con tanta personalidad y eso se lo dejó de manifiesto.

—Hay que tener coraje para hacer algo así.

—¿Vos decís?

—¡Obvio!

Tomás se había quedado en silencio, mirando hacia un lugar como si se hubiera desvanecido. Era evidente que el muchacho había expresado una situación que le pesaba y Mateo se dio cuenta. Volvió a leer lo que le faltaba de la sinopsis del libro y, antes de devolvérselo, le dedicó una leve sonrisa, quiso desdramatizar el momento con otra pregunta.

—Che, Tommy, y respecto a tu pareja, ¿qué pasó?

El rubio volvió de repente al mundo y, emulando la sonrisa de Mateo, respondió:

—-Supongo que algo parecido, aunque duró mucho más de lo que hubiera imaginado. Los primeros años fueron muy buenos…

—Como la mayoría de las relaciones que empiezan —dijo Mateo sarcásticamente.

—Así es. Al principio nos fuimos adaptando porque cada uno tenía su casa y vivíamos en zonas diferentes. Esto también hacía que solamente nos viésemos los fines de semana.

—¿Y eso fue lo que desgastó la relación?

—En parte sí. Verás, cada uno tenía una forma distinta de ver la relación de pareja: teníamos muy poca diferencia de edad —él era dos años más grande que yo— y tenía una visión más light de cómo debía ser una pareja.

—¿Light? —Mateo lucía azorado.

—Sí, en el sentido de que teníamos distintas necesidades.

—¿Cómo, cómo? No entendí eso…

—Digamos que yo buscaba algún tipo de relación más estable, en la que pudiéramos estar juntos más tiempo que solo los fines de semana y compartir las cosas de la vida diaria, y eso él no lo quería.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que él quería? —Mateo se acomodó en su silla y se mantuvo expectante.

Tomás perdió su mirada en un punto. Por primera vez, sintió que estaba metiéndose en un terreno de su vida que no estaba muy seguro de querer mostrar. Sin embargo, la mirada, la personalidad y la forma en que lo miraba a los ojos, le respondió:

—Él estaba habituado a vivir con sus padres, y conmigo tenía un noviazgo de fin de semana. Como te dije antes, al principio no lo cuestionaba, pero cuando pasaron varios años me empezó a molestar. Sentía que no me tomaba en serio o que era siempre la segunda opción.

—Es feo que te pase eso…. —Mateo sonó condescendiente.

—Sí, qué sé yo, siempre quise poder estar bien con alguien; y ni siquiera te hablo de formar una familia en un futuro, que sería mi más anhelado deseo. Siempre quise tener a mi lado a alguien que tirara a la par, que me quisiera y me lo demostrara.

—Pero no todo el mundo es demostrativo, Tommy…

—Sí, ya sé, y no pretendo que alguien me esté besando continuamente o que sea pegajoso. Me refiero a estar con una persona que al menos se acuerde de que existo, que cuando me vea al final del día me pregunte, “¿Cómo fue tu día?” y no “¿Qué hiciste de comer?”

Mateo estalló en una carcajada.

—Me hacés reír con la forma en que lo decís, pero te entiendo. ¿Y por qué estuviste tantos años esperando eso y no lo cortaste antes?

—Porque tenía esperanzas de que esa situación cambiara y, como te dije antes, porque amaba mucho a esa persona.

—¿Y en medio de todo eso fue que ocurrió lo que me decís, digo, en tu empleo?

—No precisamente, esta relación se terminó un poco antes de que yo dejara mi trabajo.

—Así que deduzco que fue uno de los detonantes para que tomaras una decisión tan tajante.

—Supongo, aunque también algunas cosas que fueron pasando en el medio, como la enfermedad de mis sobrinas, en que no pude estar con ellas como hubiese querido; también me mostraron que estaba lejos de “mi manada”. —Palabras alusivas al libro que Mateo sostenía en su regazo.

—Sonás como un personaje del libro… —reflexionó Mateo.

—Sí, supongo que me siento identificado con él, y con el concepto de proteger a quienes amo y lo que amo. Así que volví a mi hogar, permanecí cerca de mi familia, y superamos momentos muy duros. Actualmente, las cosas mejoraron, pero bueno, no te puedo negar los efectos colaterales y que las heridas de las batallas perdidas me siguen doliendo…

Algunas lágrimas se mezclaron con un sollozo que entrecortó su voz.

Mateo lo miró con una sonrisa que mezclaba compasión y ternura, le acercó su vaso para que se repusiera. Luego de darle un sorbo que le supo a oxígeno, el rubio continuó su relato.

—Y así, sin más, luego de unos meses de haber tomado la decisión de cambiar el rumbo de mi vida y mientras estoy comenzando una actividad por mi cuenta, me llegó la posibilidad de hacer este viaje por Francia e Italia. Y la verdad es que no lo pensé mucho: tenía el pasaporte vigente y unos euros ahorrados, así que, cuando me quise acordar, estaba subiéndome al avión en el aeropuerto de Ezeiza.

—Sos muy decidido, por lo visto, y creo que hiciste bien en venir.

—Sí, eso supongo…

Mateo se quedó nuevamente en silencio. Algo en la conversación con Tomás lo había movilizado; no sabía bien qué le pasaba, pero ya no era el mismo que conoció en las escalinatas de la Catedral. Su mirada se había clavado en él, sin embargo, no estaba en ese momento ahí.

—Mateo, ¿estás acá? —dijo Tomás al advertir que no daba signos de vida inteligente.

—¿Eh? —balbuceó el morocho—. Sí, acá estoy.

—¿Puedo preguntar en qué pensás?

—Nada, Tommy, solo me fui por un momento, disculpame.

Mateo le devolvió la novela a Tomás y la guardó en su mochila. Ambos se quedaron un instante en silencio, el que se hizo más profundo en el hombre de pelo negro. Había pasado por un tornado de emociones y no estaba seguro de poder enfrentar una más, al menos por ese día.

—Está bien. —Una idea le atravesó el semblante—. Espero no estar aburriéndote.

—En lo absoluto, me gustaría saber muchas más cosas de vos, pero… ¿qué te parece si vamos marchando? Ya está cayendo la noche y podemos seguir la charla camino a nuestros alojamientos.

De esa forma, una vez que pagaron la cuenta —en realidad pagó todo Mateo, quien no dejó a su nuevo amigo pagar lo suyo—, los chicos salieron y cambiaron la conversación.

—¿Estás parando en un hotel o en un departamento? —preguntó Mateo.

—Estoy alojado en un hotel, ¿y vos, qué onda?

—Yo me alojo en unos departamentos que se alquilan por día a turistas.

—Buen dato, lo voy a tener en cuenta para un futuro viaje, ya que debe ser más cómodo que un hotel y seguramente más barato —expresó Tomás como para hacerse el viajado, pero sin tener idea de nada.

—Sale más o menos lo mismo, solo que tenés la ventaja de poder comprar cosas para cocinarte y prepararlas en tu departamento. De otra manera, la opción es salir a comer todos los días y muchas veces es más caro o por ahí no tenés ganas de salir. Y hablando de salir, ¿qué vas a hacer esta noche? ¿Ya armaste algún plan?

—No, por lo pronto quiero llegar, bañarme y tirarme un ratito así estoy descansado para salir después a cenar.


Los chicos se detuvieron un instante al llegar a una esquina. Mateo sacó un teléfono celular de última generación y abrió una aplicación que tenía unos mapas. Le preguntó a Tomás dónde estaba su hotel y, tocando con el dedo índice la pantalla, chequeó las distancias a las que se encontraban.

—¡Hey, estamos a pocas cuadras!

—¿Qué cosa?

—El Google Maps me dice que estamos a pocas cuadras de distancia.

—¡Ah! —exclamó Tomás.

Mateo lo miró e hizo un gesto bajando una de sus cejas y frunciendo el ceño.

—No tenés la más puta idea de lo que te estoy hablando, ¿verdad?

—La verdad es que no… —respondió Tomás con sus mejillas como dos tomates.

—Mirá, esta es una app donde ponés las coordenadas y te ayuda a ubicarte. Es un mapa-brújula.

Tomás se asomó por entre los brazos de Mateo y puso su nariz casi sobre la pantalla del dispositivo. Éste, lo observaba. Le causó gracia la actitud, pues estaba como un niño que ve el mar por primera vez.

Sonrió, y algo en su interior se estremeció. Sintió algo lindo, algo diferente, algo que nunca había sentido al estar al lado de una persona. Dejó que Tomás tocara la pantalla y, al cabo de un rato, guardó el teléfono y lanzó una invitación.

—Bueno, ¿qué te parece si vamos a cenar a un buen lugar y te muestro lo mejor de la noche de París? Conozco muchos lugares copados.

—Me gusta tu idea —respondió con seguridad Tomás.

—¡Buenísimo!

Dicho esto, los chicos se despidieron y cada uno marchó a su destino.

Tomás, caminando torpemente con las manos en los bolsillos, silbando bajito y repasando todo lo que había vivido en el día. Mateo, en cambio, se quedó parado viéndolo alejarse, procesando un solo pensamiento que le daba vueltas en la cabeza, el mismo que un momento antes lo había ensimismado cuando se quedó en silencio mirando a Tommy: «Me fascina una persona con profundidad intelectual y emocional, que se apasiona con lo que la moviliza y no teme decirlo».

El viaje de Tomás y Mateo

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