Читать книгу El viaje de Tomás y Mateo - Lisandro N. C. Urquiza - Страница 9
CAPÍTULO 4
DOMESTICANDO A MATEO
TRES CAJAS
OLEGARIO
Оглавление—¡No te puedo creer lo que me contás! —gritaba la voz de un joven al otro lado del auricular del teléfono.
Tomás había iniciado una llamada de video con uno de sus hermanos, Juan Segundo, quien era el menor de los tres y con quien más afinidad sentía.
—¡Cuando vi las noticias en la televisión ni me imaginé que podías estar ahí!
—Sí, por suerte no nos pasó nada, pero fue un momento de mierda —respondió Tomás.
Juan Segundo hacía muecas con su boca, se agarraba el pelo —que era un poco más rubio que el de su hermano Tomás y algo más largo también—, y hacía una dramatización de todo lo que habían vivido los chicos argentinos durante la visita a Notre Dame. Pero una de las cosas que más sorprendían era la forma en que hablaba con su hermano sin ninguna clase de filtro.
—Me imagino… ¡y qué loco lo del argentino que conociste, man! ¿Qué onda el chabón? —preguntó haciendo un gesto de burla.
Tomás se quedó un momento en silencio y luego miró la pantalla de su teléfono que se empeñaba en mostrarle cómo su hermano menor contenía una risotada.
—¿Cómo qué onda?
—Sí, ¿qué onda el flaco? ¿Es un amigo, un amor de vacaciones o un futuro novio? ¿Te invitó a salir o lo invitaste vos?
—¡Pará, pará un poco, loco! ¿De qué estás hablando, Juanse? Nos conocimos en una circunstancia bastante rara. Vamos a salir a conocer la noche parisina, pero nada que ver con el flaco. Después de todo, ¡que yo sea gay no significa que todo el mundo lo sea!
El menor de los Prado sostenía una risa burlona y desconfiada; con esa expresión continuó interrogando a su hermano.
—¿Y qué tiene que ver? ¿Te dijo si salía con alguien? ¿Le preguntaste si había besado alguna vez a un chico?
Tomás ladeó la cabeza, levantó las cejas y miró hacia arriba, como buscando un punto en el horizonte donde perderse. Con ese gesto solía demostrar incomodidad o que algo lo ponía nervioso. Retomó la charla y, bajando un poco el tono del diálogo, siguió relatando lo sucedido horas antes.
—La verdad es que hablamos poco, después de salir del despelote que se armó en la catedral, nos fuimos a un pequeño restó y allí algunas cosas me contó. —Tomás recordó fácilmente—. Por ejemplo, que se separó de la mujer hace un tiempo y estaba tratando de reencaminar su vida.
—¿Ah, sí?
—Sí…, pero te digo algo: la sensación que me dio cuando lo conocí fue que el flaco estaba un poco deprimido. —Reflexionó dos segundos—. Ahora que estuvimos hablando, me dio la impresión de que estaba equivocado.
—¿En qué sentido estabas equivocado? —Juanse moría de curiosidad.
—En que, cuando estábamos encerrados, me dio la sensación de que estaba esperando a que algo pasara, como si deseara que algo malo le ocurriera…
Juanse dejó de hacer morisquetas con la cara y su expresión se tornó seria.
—¿Hizo algo o viste algo que te hiciera sospechar de la actitud del chabón?
—No, pero mi instinto me decía eso. De todas formas, cuando salimos de ahí y fuimos a tomar algo, ya no tenía la misma impresión —confesó Tomás. Bajó la cabeza, gesto que a su hermano no se le escapó.
Tras una pausa, Juanse volvió a la carga con su indagatoria.
—Eso es porque lo conociste un poco más y no te quedaste solamente con la “cáscara”.
—Puede ser —asintió Tomás—. De todas formas, me quedó una buena impresión de Mateo.
Y ya sin poder aguantar la tentación, Juan Segundo soltó una risotada burlona al grito de:
—¡Ay, Mateíto! ¡Me muero muertooooo!
Tomás se contagió la risa e imitó a su hermano menor por un momento, luego del cual la charla continuó.
—No te burles, che… Además, el flaco tuvo historias con mujeres y, si bien no te voy a negar que es lindo, no creo que tenga otras intenciones más que no estar solo y pasarla bien con algún compatriota. Y la verdad es que yo en este momento no creo estar en condiciones de tener nada con nadie.
—Lástima… —se lamentó Juanse—, te puse en el bolsillo de la valija tres cajas de preservativos por las dudas…
—¿Qué cosa?
—Preservativos, condones, profilácticos, forros, ¡llamalos como quieras!, me aseguré de que estuvieras cubierto por si algo surgía… y es evidente que los vas a usar… —sonrió maléficamente Juanse—. Ah, y en el necesaire también te puse un pomo con lubricante acuoso, por las dudas…
Tomás se había puesto de color bordó. Estaba acostumbrado a estas charlas con su hermano, pero generalmente era él quien lo aconsejaba para cuidarse, y nunca había sido al revés.
—Qué boludo que sos…
—¿Acaso vos no me decís siempre que me cuide? Bueno, ahora te devuelvo el favor.
Tomás puso sus ojos en blanco y sus mejillas volvieron a descomprimirse. Sin embargo, el muchachito desde Argentina seguía divagando:
—Ya me imagino a vos y Mateo de garche… ¿Es muy grandote?
—¡Juanse, cortala!
—Aunque Mateo es bastante alto, no sé cómo vas a hacer para treparte hasta él, bueno, igual dicen que la cama lo nivela todo… y hay otra cosa, si el flaco es tan grande como me lo imagino, si te agarra… ¡no vas a poder caminar por varios días! —El joven explotó en una risotada.
Tomás sintió que la presión sanguínea le aumentaba, nuevamente se sonrojó; pero por otro lado algo de lo que decía su hermano lo tocó, aunque no lo quiso reconocer.
—¡Sos bravo, pendejo! Bueno, dejá de decir tantas pelotudeces juntas… aunque de todas formas, gracias por preocuparte… ¡y tenerme tanta fe como para poner semejante cantidad de forros! ¿Tres cajas? ¿En serio?
—Tres cajas de seis forros cada una, ¡y de los ultra resistentes, eh! —exclamó con orgullo Juanse, haciendo un gesto de triunfo.
—Qué chabón bravo que sos… gracias. —Fueron las palabras de Tomás bajando el tono de la conversación.
Del otro lado de la pantalla del celular, Juan Segundo cambió nuevamente su expresión y ahora su rostro mostraba empatía, ternura y, sobre todo, sinceridad. Con ese sentimiento que lo unía a su hermano del medio en una suerte de cofradía, abrió su corazón y sin dar rodeos declaró:
—Acordate de lo que te dijimos con Ana el día que te despedimos: disfrutá y no te cierres a nada… ¡Quién te dice que terminan juntos ustedes dos!
—¡Callate, loco! —exclamó Tomás.
—¿No me dijiste que el policía pensaba que eran novios? ¿Cómo reaccionó a eso?
—No sé. —Lo pensó por un segundo—. No reaccionó, y creo que ni escuchó lo que dijo el poli.
—Sos muy ingenuo, no parece que fueras mi hermano mayor.
—¡Y vos sos un pendejo peleador! En realidad, soy el hermano del medio y, ya que lo mencionás, ¿qué noticias hay de nuestra hermana mayor?
—¿De Ana?
—¿Acaso tenemos otra hermana mayor? —preguntó Tomás con sarcasmo.
—No que yo sepa…
—¡Sí, de Ana, boludo! ¿De quién más te voy a estar hablando?
—¡Bueno che, calmateeeee! —exclamó Juan Segundo—. Estaba un poco engripada por la época del año acá en Buenos Aires, pero nada grave, se tomó unos días en el estudio hasta que se cure la gripe.
—¿Y los sobris, cómo están?
—Los gemelos están muy bien, siguen recuperándose lo más bien de la operación y, por suerte, no se contagiaron la gripe.
—Mejor así —se alegró Tommy—. Mandales un beso a todos los enfermos de parte mía.
—Perfectirijillo —bromeó Juanse.
Los hermanos se quedaron un momento en silencio, ambos sonreían a cada lado de sus pantallas, tal como solían hacerlo cuando sentían que todo estaba bien.
—Bueno, nene, te voy a dejar que me tengo que bañar antes de salir…
—¡Con tu novio! —completó Juanse en plena risotada.
—¡Callate! —bufó Tomás como si fuera un toro.
—¡No te calentés que te estoy jodiendo! Bueno, te mando un abrazo y teneme al tanto de las novedades —se despidió el hermano menor de Tommy haciendo el gesto de la paz con sus dedos.
—Está bien, te mantengo al tanto…
—¡Ah! ¡Esperá, no me cortes!
—¿Qué pasa?
—Cuando puedas, escribile o llamalo a Oleg, que estaba preguntando a ver cómo estabas.
—¿Estuviste con él?
—Sí, hoy cuando volvía de regar las plantas de “tu casa”. —Juanse hizo hincapié en esta frase dado que era una tarea que mucho no le gustaba hacer—. Pasé a la vuelta por su restaurante y me quedé un rato conversando con él, ya que pocas veces está en Argentina. Me dijo que se habían estado escribiendo por celu…
—Sí, nos estuvimos whatsappeando y le fui contando un poco cómo iba el viaje, en especial porque él acá siempre juega de local cuando viene.
—¡Sí, Oleg es un capo! Si no fueran tan buenos amigos, sería el novio ideal para vos, Tommy.
—¡Otro más con ese tema…! —exclamó Tomás al borde del hartazgo.
—¡Bueno, che, yo decía! Qué carácter del orto que tenés. —Juan Segundo lanzó una carcajada, en tanto su hermano simulaba colgarse de una soga invisible y ahorcarse.
Los hermanos bromearon y conversaron unos minutos más.
—Bueno, péndex, ahora te dejo, y portate bien. Mandale un beso a tu novia de mi parte… ¡y vos también cuídate!
— ¡Sí, papá! —graznó Juan Segundo.
No bien terminó de hablar con su hermano, Tomás buscó en la agenda de su celular y marcó el número que decía: “Oleg, mejor amigo”. A los pocos segundos, del otro lado de la pantalla se hizo visible la estampa de un elegante hombre que tendría la edad de Tomás y que, con un raro acento francés en la voz, respondió la videollamada:
—¡Tommy! ¿Cómo andás, amiguito? ¡Me tenés abandonado y sin noticias de tu viaje!
—¡Que hacés, Oleg querido! Nada que ver, recién volví de la calle y tengo un poco de tiempo para hablar con la familia y los amigos, aunque vos sos ambas cosas.
Olegario de pronto hizo una mueca de sarcasmo.
—¿Qué pasa que estás tan comunicativo y a la vez tan risueño, vos?
—¿Qué decís, Oleg? —Tomás se sonrojó como un tomate bien maduro.
—Que no estabas con demasiado ánimo la última vez que hablamos, evidentemente, el viaje te está sentando bien… ¿O acaso hay algo más que no me estás contando?
—Nada que ver, ando como siempre.
—Está bien, ponele que te creo —dijo Olegario con un cambio de expresión—. ¿Estás bien? Cuando escuché lo sucedido en la Notre no lo podía creer…
—Sí y, en realidad, si estoy como estoy ahora, es por algo que pasó ahí…
—¿Qué pasó? —La portentosa voz con acento francés daba la impresión de que Oleg estaba en el mismísimo París y no en Aldea del Norte.
Y así, con un oído que amigablemente lo escuchó desde un pequeño poblado de Buenos Aires, Tomás le contó todo lo sucedido a Olegario, quien solo con escuchar el relato de su querido amigo, dedujo al instante lo que estaba empezando a pasar por el corazón de Tomás, algo que él todavía no había descubierto.
El teléfono de la habitación de Tomás sonó un par de veces. El muchacho peleaba con su pelo lacio frente al espejo del baño, y era claro que estaba perdiendo la batalla. A la segunda vez que comenzó a sonar lanzó un bufido y, blandiendo un cepillo de cerdas negras en actitud amenazante, acudió a atender la llamada.
—Allô? —dijo en un francés muy malo.
—Bonjour, monsieur Prado. —Se escuchó la voz de una mujer del otro lado que hablaba español con un marcadísimo acento francés.
—Bonjour, mademoiselle.
—Monsieur, lo llamo de la recepción, hay un señor llamado Mateo que lo busca.
—Muchas gracias por el aviso, ya bajo.
Al cabo de unos cinco minutos y, luego de pelear cuerpo a cuerpo con el cepillo y un peine, Tomás bajó presto para disfrutar la noche parisina.
En el lobby del hotel lo esperaba su nuevo amigo.
—¿Listo para cenar en París? —preguntó solemnemente.
Tomás miró de arriba abajo a su amigo y creyó estar en presencia de algún súpermodelo de fama internacional.
—Sí, Mateo, más que listo. Aunque creo que me vestí demasiado informal para la ocasión, en comparación con vos que parecés salido de una revista de modas… Ni Oleg te llegaría a los talones…
—¿Oleg? ¿Quién es Oleg? —preguntó Mateo con una sonrisa que dejó ver un rostro que ahora tenía vida, a diferencia de unas horas antes.
—Olegario De Almeida.
—¿El modelo?
—Ese mismo…
—¿Lo conocés?
—Sí, claro…
Mateo se cruzó de brazos por un momento. Ladeó levemente su rostro y miró con aire de pensador. Luego de una breve meditación dijo:
—¡Ya sé, fue tu novio!
—Nada que ver, es mi amigo… —respondió Tomás con una sonrisa.
—¿Sí?
—Sí. De hecho, trabajó y vivió muchos años en esta ciudad, y ahora se instaló definitivamente en Aldea del Norte.
—Qué casualidad… —Mateo sonrió con ironía.
—Así es, su papá es nativo de aquella zona, y Oleg quiso volver a las raíces. Por lo que se mudó hace unos pocos años al pueblo donde vivo y allí instaló un restaurante…
Mateo continuaba de brazos cruzados observando y escuchando.
—¿Un modelo que tiene un restaurante? Eso suena muy raro…
—Si conocieras a Oleg, verías que no es así…, él es muy emprendedor y está cumpliendo ahora su sueño de…
Mateo no lo dejó terminar. Sin ser irrespetuoso le dijo:
—Bueno, si te parece vamos saliendo, y me contás toda la historia de Olegario.
—Me parece genial.
Tomás llevaba puestos un pantalón jean azul con algunas zonas desgastadas o directamente rotas y en la parte de arriba una remera negra con un dibujo un tanto psicodélico que resaltaba los rasgos de su cara blanca como un mármol. La excepción la daban unas casi imperceptibles manchas de rosácea en los pómulos. En los pies, vestía zapatillas del mismo color de la remera; y atado al cuello llevaba una camperita negra con capucha de algodón. No le gustaba usar reloj pulsera ni era amante de llevar demasiadas cosas, así que su outfit se limitaba a lo descripto más un único accesorio. Se trataba de una pequeña pulserita de tiento con unas cuentas de color negro brillante en su muñeca izquierda.
Sin embargo, Mateo era una versión opuesta. Estaba vestido de forma moderna pero a la vez relajada: llevaba una remera blanca que hacía resaltar unos brazos musculados y bronceados, al igual que lo estaba su rostro. Un pantalón gris de gabardina, a juzgar por la tela fina y de calce achupinado, unas zapatillas bien blancas que parecían pintadas con el mismo blanco de sus dientes y una camperita negra que traía en la mano. Mateo tenía buen gusto para vestirse, era sobrio pero con carácter.
—A propósito, Tommy, ¿adónde estamos yendo?
—Es una sorpresa, solo te diré que es un restaurante que está a unas calles de acá y que tiene la mejor cocina francesa.
Habían caminado un par de cuadras desde que salieron del hotel, hasta que Tomás se detuvo frente a un restaurante, cuya fachada tenía reminiscencias de la Belle Époque; pero que sin embargo evidenciaba haber sido acondicionado con un toque ultramoderno.
Un cartel en color negro mate con letras góticas blancas, iluminado por haces de luz incandescentes anunciaba el nombre del prestigioso restaurante: “La place des modèles”.
—¿El lugar de los modelos? —preguntó con inocencia Mateo.
—Así es… —respondió misteriosamente Tomás.
Los chicos ingresaron a una suerte de vestíbulo donde fueron recibidos cortésmente por una mujer alta como una palmera y portadora de una belleza tan exótica como refinada. Una sonrisa amable que se perdía en un rostro aceitunado, iluminado por dos enormes ojos verdes y coronado por un peinado de negros cabellos recogidos los saludó con un: “Bonsoir, Tommy”.
—Bonsoir, ma chérie —respondió el muchacho dándole un beso a la maître del lugar—. Giselle, él es mi amigo Mateo.
—Enchantée —pronunció la joven hundiendo sus mejillas como si se le hubiera tapado la bombilla del mate.
—Également. —Fue la respuesta de Mateo en un excelente francés.
A continuación, la anfitriona les pidió que la siguieran. Los llevó hasta sus lugares, donde se detuvo frente a una mesa redonda cubierta por un mantel de seda blanca que estaba rodeada por dos sillas estilo Luis XV, tapizadas con un brocato aceitunado. Coronaban la mesa un candelabro de plata, copas de agua y vino; y una serie de accesorios típicos del lugar. Las melodías del piano de Beethoven, llenaban mágicamente el ambiente con “Para Elisa”.
—Guau —dijo Mateo mientras tomaban asiento—, en verdad te has lucido, no me imaginé que terminaría la noche en un lugar así. ¿En qué momento conseguiste la mejor ubicación en el restaurante si está lleno?
—Me los reservó hoy Oleg.
—¿Oleg? ¿Tu Oleg? —dijo en tono burlón.
—Sí, y es mi amigo, ya te dije. Le comenté hoy que te había conocido y quiso agasajarnos en su restó.
—¿Este boliche es de él? —preguntó en tono de broma Mateo.
—¡Sí! Es uno de los restaurantes más importantes de París y es propiedad de Oleg y unos amigos modelos. ¿Por qué te creés que se llama así el lugar?
—Creo que entiendo —Mateo sonrió sorprendido.
—Estimados, por favor, tomen sus lugares —los interrumpió Giselle.
Luego de sentarse, los chicos tomaron unas servilletas de seda blanca y las apoyaron sobre sus regazos mientras recibían las cartas con el menú. La muchacha presentó al mozo que atendería su mesa y regresó a la recepción. Mateo comenzó a hojear unas comidas cuyos nombres eran un tanto difíciles de traducir, y se encargó de explicarle en detalle en qué consistía cada plato, haciendo que por momentos Tomás se quedara observándolo. Estaba sorprendido de cómo Mateo se manejaba en lugares que no eran habituales y la facilidad con que hacía ver hasta las cosas más difíciles, como en su caso, que era saber el significado de las palabras en otro idioma. Sentía que el hombre con el que estaba por compartir una cena no era el mismo joven triste y temeroso que había conocido horas antes; y eso también lo alegraba.
No pudo dejar de recordar la conversación con su hermano y, sin darse cuenta, lo miró de manera diferente. Como si fuera el vigía de un faro lo recorrió con su mirada, deteniéndose por momentos a sonreírle y a festejarle cualquier nombre o cosa que Mateo dijera. De pronto recordó la premonición de Juan Segundo y, como un acto de supervivencia, al instante reprimió el pensamiento que empezaba a alborotarle las hormonas.
—¿Qué te parece este plato? —Mateo señaló en el menú algo que tenía como ingredientes boeuf, pommes de terre et salade des haricots.
Tomás, con su muy básico nivel de francés, no entendió nada, sin embargo, al ver los dibujos del menú entendió que era algún tipo de carne con papas y ensaladas, por lo que asintió y pidió la sugerencia de Mateo. Siguió el pedido de las bebidas, que fue algo más simple y sin tanta vuelta.
—¿Qué vas a tomar, Tommy?
—Un agua sin gas, por favor.
—¡Aburrido! —sentenció Mateo—. Yo voy a tomar una copa de vino de la casa.
Una vez que eligieron su cena, el mozo que los atendía les trajo unas transpiradas copas de champán, hasta tanto llegara la comida. Hicieron un brindis, muy parecido al que habían hecho por la tarde, y comenzaron a soltarse un poco más.
—Bueno, acá estamos…
—Sí, acá estamos —agregó Mateo.
—Che, no seamos tan formales, después de lo que pasamos hoy ya somos como hermanos —dijo Tomás riéndose.
—Tenés razón, y bueno, ya que tocaste el tema, ¿tenés hermanos? ¿Cómo es tu familia?
—Tengo dos hermanos más, una hermana mayor llamada Ana, que es abogada, está casada con Pablo, y tiene dos hijos: Ástrid y Alex. Después, tengo un hermano más chico que se llama Juan Segundo, pero le decimos Juanse. Él es ingeniero, y está de novio hace unos meses con una chica llamada Paula.
—Así que sos el hermano del medio, el conciliador de la familia.
—No creas, no siempre soy conciliador… ¡generalmente soy al que no le dan ni cinco de bola y se termina cagando a golpes con los otros dos!
Mateo soltó una carcajada.
—¿Y qué diferencias de edades tenés con ellos?
—Veamos: Ana tiene 38, yo 33 y Juanse 26.
—Ah, son grandes.
—Sí, ya somos grandecitos todos. ¿Y vos?
—Yo tengo solamente una hermana, melliza —dijo Mateo con una sonrisa que le iluminó el rostro—. Se llama Elisa y tenemos 35… y ¿querés saber algo loco? Cuando nació, el tema que sonaba recién era el favorito de mi viejo, y en honor a él la llamaron así.
Tomás sintió en ese momento que Mateo poco a poco se abría y le mostraba una faceta desconocida hasta entonces. Pudo ver que quería mucho a su hermana y se asombró de la forma que tomó el lenguaje del joven al referirse a ella.
—Es reloco lo que me decís, no imagino lo que debe ser tener una hermana melliza.
—Sí, de chicos era muy loco y nos peleábamos mucho, pero ahora de grandes somos muy compañeros.
—Qué lindo, ¿y tus viejos?
—Tengo a mi mamá solamente, mi viejo murió cuando éramos chicos y mi vieja heredó el negocio de la familia. Ella se encargó de continuarlo y de criarnos a nosotros. Tiempo después se volvió a casar y rearmó su vida.
—Entiendo —dijo Tomás en tono condescendiente—. Nosotros perdimos a nuestros viejos hace unos años en un accidente de tránsito, para esa época mi hermana estaba casada y tenía su vida armada.
—¿Y qué pasó con vos y con tu hermano? —se interesó Mateo.
—Yo vivía solo en Aldea del Norte, así que Juanse se vino a vivir conmigo y así fuimos “criándonos”, hasta que él se recibió en la facultad y al poco tiempo se independizó también. Actualmente, vive en un departamento en la ciudad, a unos pocos kilómetros de la Aldea.
Mateo esbozó una sentida sonrisa y tomó una actitud compasiva. Algo en el relato de Tomás le estaba generando una sensación que hacía mucho no tenía y trataba de descubrirla. Así y todo, siguió escuchando con atención.
—Interesante, deben ser una familia muy unida. —Fue todo lo que salió de sus labios.
—Sí, sobre todo con mis hermanos soy muy pegado.
El mozo comenzó a traer las bebidas y minutos más tarde hizo su aparición con una elegante bandeja de plata en la que traía los platos que degustarían los argentinos. Una vez que tuvieron servida su comida, Tomás y Mateo brindaron y se dedicaron a saborear la exquisita cena. Permanecieron unos minutos en silencio, el que era interrumpido por el ruido de los cubiertos contra la porcelana. Como música ambiental, en un volumen muy bajo, se escuchaba un tema pop en francés, que Mateo identificó como “Ella”.
Con este ritmo, el lugar tenía una sincronización perfecta de camareros que iban y venían en medio de ese caos de clientes que entraban y salían del elegante y popular restaurante. Cuando cada uno de los argentinos comenzó a probar sus bocados, fue inevitable comenzar un nuevo diálogo, solo que esta vez sería más profundo.
—¿Mateo, y que me contás de vos? Me dijiste que viajabas solo…
—Sí —respondió el morocho limpiándose la boca con la servilleta, luego bebió un sorbo de vino—. Yo soy divorciado, estuve casado por seis años, con quien fuera mi novia de la universidad.
—¿En serio? ¿La conociste en la universidad y después se casaron? Pensé que eso pasaba solo en las películas —dijo Tommy riéndose, hasta que de pronto se dio cuenta de que el semblante de su interlocutor había cambiado al hablar de este tema, por lo que el muchacho de pelo azafrán se disculpó.
—No te hagas problema, está todo bien. Te cuento un poco: los dos estudiamos Ciencias Económicas y nos graduamos con un año de diferencia. Yo seguí luego haciendo posgrados al mismo tiempo en que me metía en la empresa de la familia. Ella, por su parte, prefirió ir por otra rama, trabajando en una multinacional con la que viajaba mucho. Cuando me acuerdo de lo que vivimos, a veces, me agarra un poco el bajón, pero lo que pasó, pasó; como dice la canción.
—¿Tenés hijos?
—No, lamentablemente, no.
El rostro de Mateo de pronto se ensombreció. Una palidez en pocos segundos se apoderó de la expresión del hombre de pelo oscuro al punto que Tomás pensó que se desmayaría en cualquier momento. Se quedó en silencio unos minutos y seguidamente tomó aire, se recuperó y siguió diciendo:
—Ambos le habíamos dado mucha prioridad a nuestra carrera; algo que no me parecía mal, puesto que los dos estábamos creciendo. Con el paso del tiempo, quise armar una familia, pero Laura creía que todavía no era el momento adecuado, y eso llevó a nuestro divorcio.
—¿Quién es Laura?
—Mi exesposa.
—Ah, ok. ¿Y después de eso? ¿Cómo seguiste con tu vida?
—Después de eso, debo confesarte que estuve mal, las cosas no terminaron muy bien; si bien por un lado estaba un poco más aliviado de mantener una relación que no iba ni para atrás ni para adelante…
—¿Y por el otro?
—Por el otro lado, empezaba a sentir la soledad. Imaginate, volver a vivir a mi departamento de soltero, dejar una casa a la que llamaba ‘hogar’, empezar de vuelta, me sentía otra persona; sentía que no era yo al que le sucedía todo eso.
—Te entiendo, creo que a nuestra edad a muchos nos ha tocado pasar por eso.
Mateo sonrió levemente y dijo casi como en tono de broma:
—Nada viene con garantía hoy.
—Es verdad —respondió Tomás con la misma sonrisa.
Entre charlas y confesiones transcurrió la cena. Al terminar y, después de agradecer al garçon y a Giselle la buena atención, los muchachos emprendieron la retirada. Estando en la vereda y dado que se encontraban a pocas cuadras del hotel donde se hospedaba Tomás, Mateo se ofreció a acompañarlo hasta allí y luego seguiría en taxi hasta su apartamento.
Cuando llegaron a la puerta del hotel, notaron que presentaba una inusual actividad. Eso se debía a que el ecléctico lugar tenía un bar cuya carta de tragos atraía a mucha gente de la zona; mayormente turistas y algún que otro paisano. Los argentinos se quedaron observando el movimiento de gente y Tomás hizo una propuesta.
—Mateo, el lobby tiene un bar muy copado, ¿qué decís de tomar algo y seguir con la charla? Yo invito.
—Mmmm, no sé, Tommy, mañana quiero empezar temprano mi recorrido, ya que quiero aprovechar mi último día en París.
—¡Qué mala onda la tuya! —exclamó con una sonrisa Tomás.
—Te estaba jodiendo…, me hablaron muy bien del bar de este hotel. ¿Sigue en pie la invitación?
—¡Obvio, entremos antes de que me arrepienta!
Se sentaron en la barra, pidieron lo que iban a tomar a un joven bartender y retomaron la conversación que habían empezado en el restaurante:
—¿Y qué hacés ahora en Buenos Aires, Tommy, qué actividad emprendiste? —preguntó Mateo mientras tomaba un sorbo de un trago color rojo.
—Monté un estudio relacionado con mi profesión. Como hobby, escribir, aunque me gustaría en un futuro no muy lejano poder despegar como escritor profesional.
—Deduzco entonces que te gusta mucho leer…
—Sí, soy un lector empedernido y además trabajé de muy joven como profesor ayudante en Lengua y Literatura. Siempre estoy leyendo algo…
Mateo lo interrumpió.
—¡Sí, como el libro de los chicos enamorados! —bromeó lanzando un beso al aire.
—Qué boludo —Tomás lanzó una carcajada y siguió diciendo—: es que los libros siempre han sido importantes, siempre he sentido que me enriquecen la vida, siento que forman, fomentan la inventiva, la imaginación y el espíritu crítico.
Se hizo un silencio que Mateo se encargó de romper.
—¿Y no te preocupa que, con el avance de la tecnología, puedan desaparecer?
Tomás amplió sus ojos y alzó sus cejas, se quedó pensando la respuesta.
—No sé si eso pasará, es una realidad que no se puede descartar; ojalá que el avance de los medios audiovisuales no lo marginen, puesto que eso me hace pensar también que empobrecería mucho la existencia de las personas.
Mateo frunció la frente y torció a un lado la cabeza.
—¿Por qué creés eso?
El contrapunto que se daba era pintoresco, Mateo y Tomás parecían ajedrecistas, cuya dialéctica conformaban las piezas de su tablero. Ahora le tocaba mover al rubio.
—Te doy un ejemplo: en mi opinión, cuando un libro llega a una pantalla, se convierte en un entretenimiento para divertir o emocionar de forma pasajera, superficial —comenzó diciendo Tomás—. Ojo, hay muchas cosas muy buenas en las pantallas, pero el efecto es mucho más pasajero y mucho más superfluo que el de la literatura, la de grandes literatos, aclaro esto porque también hay mucha literatura superficial. Por eso también creo que el lenguaje se ha ido empobreciendo…
—A ver, me interesa ese concepto, me dejaste pensando —dijo Mateo acomodándose en la butaca, como disponiéndose a debatir más a fondo acerca del tema.
—Me refiero a que ninguna otra disciplina te hace conocer la mejor manera de utilizar las palabras, de enriquecer el idioma y de enriquecerte a vos mismo como lo hace la literatura. Eso solo se aprende leyendo, y entonces se produce lo que pasa hoy, que cada vez se usan menos palabras.
—¿Vos decís? —Mateo se tocó la barbilla.
—Sí, y de esta forma el vocabulario se va reduciendo, pues la gente va necesitando menos palabras porque se van educando para el lenguaje de una pantalla y, si no, fijate solamente con usar el celular —ni hablar de una computadora— cómo se va deformando la forma de escribir, pero claro, esto es una opinión muy mía.
—Quizás es solamente porque la moda es así y, con el tiempo, si se pone de moda de nuevo leer, esto seguramente cambiará —afirmó Mateo con un tono no muy convencido de lo que estaba diciendo, pero quiso aportar algo.
—Posiblemente, sin embargo, creo que las personas que escriben o se manifiestan así también deben pensar así, la expresión siempre viene acompañada de un pensamiento y, si vos te expresás de esa manera tan básica o elemental, tu pensamiento se vuelve básico y elemental. Y eso no lo reemplazan las computadoras, por más avanzadas que sean.
—¿No? —preguntó con inocencia Mateo.
—No —respondió firmemente Tomás—. Porque a la hora de expresarte lo vas a hacer de una manera muy pobre e incluso caricatural si no tenés una formación de buenas lecturas que, entre otras cosas, te permitan conocer tu idioma. Es curioso lo que pasa con este fenómeno.
—¿Qué significa eso?
—Que, por un lado, hay una revolución tecnológica que busca mejorar la vida de la gente y, por el otro, veo un empobrecimiento increíble del lenguaje.
—Viéndolo así, tenés mucha razón, tu pensamiento es muy profundo, me has sorprendido —concluyó Mateo, quien se quedó un lapso de tiempo pensando. Cuando salió de ese sopor agregó—: Fuera de lo laboral, ¿qué otras cosas hacés? ¿Practicás algún deporte, hacés alguna otra actividad?
—Me gustan los deportes, sobre todo los de equipo, en el secundario jugué en el equipo de volleyball del colegio, pero actualmente no practico ninguno, aunque sí me gusta ver algún que otro partido que pueda resultar interesante.
Mateo lo miró de arriba abajo como si fuera un médico examinando a un paciente y dijo:
—Pero te mantenés en forma, man.
—Eso es porque voy a un gimnasio donde hago un poco de todo: entreno regularmente, meto un poco de cinta o bici y de vez en cuando suelo engancharme con alguna actividad que hagan, tipo alguna maratón corta o algo así.
—Qué interesante, nunca lo hubiera adivinado.
—¿Qué?
—Para empezar, pensé que tenías alguna actividad relacionada con el arte; digo, por cómo hablás, cómo te movés; pero nunca imaginé que estaría frente a un profesional de los números y futuro escritor.
—¿Eso es bueno o malo? —Tomás ladeó la cabeza.
—Disculpame, no quise que sonara así. Solo te detallaba lo que no pude ver de tu perfil, como te dije antes, hubiera pensado que tu profesión era cualquier otra…
Y allí Tomás esbozó una sonrisa que era el preludio de alguna de sus típicas puestas en escena:
—Cuando era chico mi abuela me decía que iba a ser médico, comisario de a bordo de un avión o sacerdote…
—¿Sí? —preguntó inocentemente Mateo.
—¿Cafecito o una hostia para el señor? —bromeó Tomás.
—¡No podés ser tan hijo de puta! —exclamó Mateo en medio de una carcajada.
—Callate, ridículo.
Ambos sonrieron y Mateo cambió de tema:
—¿Y qué planes tenés para mañana?
—Bueno, tengo un pase para ir al Louvre y después pienso recorrer algunos lugares típicos como el barrio de los pintores, el Museo de Orsay, Les Champs-Élysées, el barrio Latino y terminar la noche haciendo el paseo en barco por el Sena, dicen que es lo más porque se ve París de noche.
—¡Apa!, eso es todo un plan, conozco esos lugares y, si me permitís, te voy a hacer un itinerario de dónde empezar tu recorrido, qué lugares son baratos y en cuáles tenés que tener cuidado, pues muchos se aprovechan de los turistas “tiernos” y les parten la cabeza con lo que les cobran.
—¿Tiernos? ¿Te parezco tierno? Ja, ja, ja.
—Me refiero a los turistas que son nuevos, acá los huelen enseguida…
—Ya sé, ya sé. Lástima que ya conozcas esos lugares, si no te invitaba a que me acompañaras. ¿Qué vas a hacer vos? —preguntó Tomás.
—Tengo pensado recorrer primero el Parc des Princes.
—¿Ese es el estadio del París Saint-Germain?
—Así es, me gustaron los deportes desde chico, jugué en el equipo de rugby de mi colegio en el secundario y después un tiempo en el club al que siempre fui. También me gusta mucho el fútbol y siempre que puedo me engancho con algún picadito con mis amigos, aunque ahora nos juntamos cada vez menos. Por eso también es que después de visitar el estadio de los príncipes voy a visitar el Camps des Loges que es el centro de formación del club. De ahí quiero ir a visitar el Estadio de rugby Jean Bouin; y, si me queda tiempo, hacer el Court Philippe-Chatrier.
—¿Ahí juegan al tenis?
—Sí, señor, allí juegan el torneo de Roland Garros —dijo Mateo orgullosamente—. Para la noche seguro voy a estar de vuelta; y podría acompañarte al viaje por el Sena y despedirme de París, ¿qué te parece?
—Me parece una idea magnifique —bromeó Tomás intentando imitar el acento francés.
—Bueno, ahora tomá nota que te voy a pasar un par de consejos de dónde empezar tu viaje.
De esta forma, luego de armarle un listado de consejos y recomendaciones para que el itinerario de Tomás fuera todo un éxito, Mateo se despidió con un fraternal abrazo. Salió acompañado hasta la vereda del hotel y mientras esperaba un taxi no pudo evitar decir:
—Gracias por la buena onda, Tommy. Estoy contento de haberte conocido.
Los chicos se encontraban a la luz de una vieja farola. Mateo, con sus manos en los bolsillos del pantalón y Tomás, con sus brazos cruzados, quizás como una forma de guarecerse del viento fresco que recorría las calles parisinas. Frente a esta declaración, lo miró directamente a los ojos, dejando que el brillo de las luces rebotara en sus pupilas.
—Yo también estoy contento de haberte conocido, creo que esta noche vos y yo nos convertimos en el Principito y el zorro, ¿no te parece?
Mateo esbozó una sonrisa torciendo levemente la boca hacia un lado. Una fila de dientes blancos como perlas fueron la feliz respuesta al interrogante de Tomás. En medio de la escena, el vehículo de color amarillo con la luz en el techo que anunciaba “libre” se detuvo en la acera.
—Que tengas buenas noches, Tommy… y andá rápido adentro que hace frío. —Fue el saludo en un tono que sonó nostálgico.
Lo tomó por los costados de manera protectora, le dio un beso en la coronilla y se subió al auto. Cerró la puerta de este y bajó la ventanilla, en tanto Tomás se arrimó hasta quedar muy cerca de su amigo, a quien le susurró:
—Que descanses.