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ОглавлениеSOBRE LOS BIENES DE ARISTÓFANES. CONTRA EL TESORO
Grande es la perplejidad que me produce este proceso, [1] jueces, cuando pienso que, si yo no hablo bien ahora, parecerá que no sólo soy injusto yo, sino también mi padre, y me veré privado de todas mis posesiones. Por consiguiente, aunque no soy hábil por naturaleza para estas cosas, tengo que acudir en ayuda de mi padre y de mí mismo en la medida de mi capacidad1.
Pues bien, las intrigas y la diligencia de mis enemigos [2] ya las estáis viendo y no es preciso hablar sobre ello; en cuanto a mi inexperiencia, la conocen cuantos me conocen a mí. Os pediré, pues, un favor justo y fácil: que también a mí me escuchéis sin ira como a mis acusadores. Y es que el que [3] se defiende está necesariamente en inferioridad, aunque lo escuchéis por igual: éstos han preparado su acusación desde hace tiempo intrigando sin peligro para sus personas; nosotros, en cambio, litigamos en medio del temor, la calumnia y el máximo riesgo. Es justo, por ende, que tengáis más benevolencia [4] para con los que se están defendiendo. Porque creo que todos vosotros sabéis que son ya muchos los que, después de presentar numerosas y terribles acusaciones, inmediatamente se probó que mentían de una manera tan clara, que se retiraron odiados por todo el mundo debido a sus acciones. Otros, a su vez, han sido condenados por prestar falsos testimonios y perder injustamente a hombres cuando ya no había remedio para quienes lo habían sufrido2.
[5] Por tanto, dado que semejantes cosas han sucedido con frecuencia tal como yo oigo, es razonable, jueces, que vosotros no consideréis dignas de crédito las palabras de los acusadores hasta que también nosotros hayamos hablado. Yo, desde luego, he oído decir, y supongo que la mayoría de vosotros lo sabe, que lo más terrible de todo es la calumnia. [6] Y ello podría verse sobre todo cuando son muchos los que están incursos en un proceso por la misma causa: por lo general son los últimos en ser juzgados quienes se salvan, puesto que vosotros les escucháis cuando ya habéis puesto fin a la cólera y aceptáis de buen grado sus pruebas.
[7] Pues bien, considerad que Nicofemo y Aristófanes murieron sin juicio3, antes de que alguien les asistiera cuando se trataba de probar que eran culpables. Nadie, en efecto, los vio después del arresto, pues ni siquiera se nos concedió enterrar sus cuerpos4, sino que tan terrible fue su infortunio que, además de las otras cosas, incluso de esto se vieron privados. Mas voy a dejar esto, pues no iba a conseguir nada. [8] En cambio, más desdichados me parecen los hijos de Aristófanes, pues sin haber agraviado a nadie ni privada ni públicamente, no sólo han perdido su patrimonio en contra de vuestras leyes5, sino que incluso lo que constituía su única esperanza, el ser criados por su abuelo, se encuentra en tan terrible situación. Y encima nosotros, privados de la [9] familia política, privados de la dote y obligados a criar a tres muchachos, encima somos objeto de delación y estamos en peligro de perder lo que nos dejaron nuestros antepasados después de adquirirlo por medios justos.
Y sin embargo, jueces, durante toda su vida mi padre gastó más en la ciudad que en sí mismo y los suyos —el doble de lo que ahora tenemos nosotros, según él calculaba a menudo en mi presencia—6. No condenéis, pues, precipitadamente [10] como delincuente a quien gastaba poco en sí mismo y mucho en vosotros cada año, sino a cuantos acostumbran a gastar en los más vergonzosos placeres tanto su patrimonio como lo que puedan coger de otras partes7.
[11] Es difícil desde luego, oh jueces, defenderse frente a la opinión que tienen algunos sobre la hacienda de Nicofemo —y frente a la escasez de dinero que tiene ahora el Estado— cuando el proceso es precisamente contra el Tesoro8. Sin embargo, aun estando así las cosas, reconoceréis fácilmente que las acusaciones no son verdaderas. Os ruego por todos los medios que, después de escucharnos con benevolencia hasta el final, votéis aquello que consideréis mejor para vosotros y más acorde con vuestro juramento.
[12] En primer lugar os mostraré de qué manera vinieron a emparentar con nosotros. Cuando Conón, que se había hecho amigo de mi padre cuando tiempo atrás éste era trierarca, andaba de campaña por el Peloponeso como estratego9, le pidió que entregara a mi hermana en matrimonio al hijo [13] de Nicofemo, que se lo solicitaba. Mi padre, en vista de que éstos gozaban de la confianza de aquél y que habían sido honrados y que, al menos en aquel momento, eran bienquistos a la ciudad, se dejó convencer y la entregó sin conocer la calumnia que iba a originarse; mas lo hizo precisamente en un momento en que cualquiera de vosotros habría considerado honroso emparentar con aquéllos, porque es fácil conocer, por el conjunto de la vida y por los actos de mi padre, que al menos por dinero no era. Pues cuando él estaba en [14] edad, aunque pudo desposar a otra con muchos dineros, tomó por esposa a mi madre, que no aportó nada, porque era hija de Jenofonte, el hijo de Eurípides10, el cual tenía fama no sólo de ser bueno en su vida privada, sino que vosotros lo considerasteis digno de ser estratego, según tengo oído.
En cuanto a mis hermanas, pese a que algunos muy ricos [15] estaban dispuestos a tomarlas sin dote, no se las entregó porque pareciera que su origen era inferior, sino que dio una a Filomelo de Peania, a quien muchos consideran más honrado que rico, y la otra a uno que se había empobrecido —no por su villanía— pero que era sobrino de Fedro de Mirrinunte11 aportando cuarenta minas, y después a Aristófanes en los mismos términos12.
[16] Además de ésto, a mí, que podía haber recibido una gran dote, me aconsejó que tomara una inferior, a fin de asegurarme que iba a trabar parentesco con gente moderada y prudente. Y ahora tengo por mujer a la hija de Critodemo de Alopece, el cual murió a manos de los lacedemonios cuando se libró la batalla naval del Helesponto13.
[17] Pues bien, jueces, cuando uno mismo se ha casado sin dinero y ha añadido mucho dinero a la dote de sus dos hijas y para su hijo ha tomado una dote escasa, ¿cómo no va a ser razonable confiar en que no emparentó con éstos por dinero?
[18] Y, lo que es más, era fácil saber que, una vez casado, Aristófanes habría de tener trato con muchos antes que con mi padre. Pues su edad era muy diferente y su naturaleza más todavía: en efecto, era propio de mi padre ocuparse de sus asuntos particulares, mientras que Aristófanes deseaba cuidarse no sólo de sus cosas, sino de los asuntos públicos; y si algún dinero tenía, lo gastaba en sus ansias de alcanzar [19] honores. Sabréis que digo verdad por las actividades que él mismo llevaba a cabo. En primer lugar, cuando Conón deseaba enviar a alguien a Sicilia14, ofrecióse éste y marchó con Éunomo15, el cual tenía con Dionisio relaciones de amistad y hospitalidad y había prestado a vuestra democracia numerosos servicios, tal como yo oí a los que estaban presentes en el Pireo16.
Las esperanzas de esta navegación residían en convencer [20] a Dionisio de que emparentara con Evágoras17, enemigo de los lacedemonios y amigo y aliado de vuestra ciudad. Y consiguieron este propósito en medio de numerosos peligros frente al mar y a los enemigos; y persuadieron a Dionisio de que no enviara unas trirremes que ya entonces tenía equipadas para los lacedemonios18.
Después de estos hechos, cuando llegaron de Chipre los [21] embajadores para pedir ayuda19, en su celo nada quedó fuera de su diligencia. Vosotros les concedisteis diez trirremes y decretasteis lo demás20, pero andaban escasos de dinero para la expedición. Habían venido con pocos dineros y necesitaban muchos, pues no sólo habían contratado hombres para las naves, sino también peltastas; y habían comprado [22] armas. Pues bien, Aristófanes proporcionó personalmente la mayor parte del dinero; y, como no era suficiente, trataba de persuadir a sus amigos con ruegos y garantías y, ante la necesidad, recurrió a cuarenta minas de su hermano de padre que estaban en depósito en su casa. Y el día antes de hacerse a la mar, se vino a casa de mi padre y le pidió que le prestara el dinero que tuviera: dijo que lo necesitaba para la soldada de los peltastas. Teníamos en casa siete minas; también [23] éstas tomó él en préstamo. Porque ¿quién creéis, jueces, que siendo ambicioso, habiéndole llegado de su padre noticia de que nada le iba a faltar, elegido embajador y a punto de navegar hacia Evágoras, iba a perdonar alguna de sus posesiones y no iba a hacerle a aquél todos los favores de que fuera capaz, por lo que iba a recibir no menos favores?
En prueba de que esto es verdad, llámame a Éunomo.