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La sismicidad histórica y las fuentes peruanas del siglo XIX

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A partir de la agrupación de los sismos sobre la base de un doble criterio, espacial y cronológico, hemos hallado 689 ocurrencias sísmicas para el periodo 1868-1899, de las cuales 275 son registros inéditos, no considerados anteriormente en los catálogos publicados. A título de ejemplo, tenemos entre ellos los registros del observatorio instalado por la Universidad de Harvard en Arequipa a fines del siglo XIX, los que Polo conocía, pero que no llegó a ver publicados.

Polo presenta los movimientos sísmicos de varias maneras. Junto al tradicional término sismo aparecen, también, estremecimiento, movimiento, remezón, sacudida y sacudimiento, usados, sin duda, como sinónimos del primero. Es bueno considerar que conforme a los estándares establecidos por los geofísicos, el término idóneo para referirse a un movimiento de tierra es sismo, toda vez que si se trata de un movimiento de pequeña magnitud se le califica de temblor, y si alcanza determinada magnitud, de terremoto. Un hecho que nos ha llamado la atención es el hallazgo del término concusión, empleado como sinónimo de sismo. Lo sorprendente es que, en la actualidad, dicha expresión se refiere a un hecho legal, más que a uno físico.

Por lo general, Polo ofrece dos parámetros para identificar cada evento sísmico: lugar y hora de ocurrencia. En cuanto al primero, siempre se refiere a una localidad específica; en cuanto a la hora, no siempre la especificó con exactitud. Otro parámetro ofrecido por Polo es la duración, aunque con menos frecuencia con que aparecen los dos primeros. Sus datos ofrecen la duración en segundos, o en minutos, si se trata de eventos de mayor magnitud. Llaman la atención los sismos que exceden el minuto. Y cuando se carece de observaciones instrumentales para la determinación de la duración, Polo indica que se trata de un evento corto, prolongado o pasajero.

Los calificativos para indicar la intensidad del sismo son muy variados y cubren una amplia escala, que incluye desde ligero, débil, tenue y leve, hasta, en grado ascendente, regular, brusco, fuerte, bastante fuerte, recio, rudo, terrible y violento. En ocasiones, Polo combina rasgos y resultan expresiones como recio e instantáneo o recio e impetuoso, que abren interrogantes. Menos aclaradoras son expresiones como casi imperceptible, poco considerable, de poca consideración, de gran intensidad o extraordinario y alarmante, calificativo con el que las fuentes se refirieron al sismo del 26 de noviembre de 1870.

Menos frecuente es la mención de otros fenómenos asociados, como la dirección del movimiento; en estos casos, la fuente indica la dirección supuesta, usando puntos cardinales. Cuando se carece de tal indicación, se opta por expresiones como sacudimiento oscilatorio u oscilación débil, y, si se considera la dirección del vaivén, se utiliza vertical recio.

Otro elemento asociado al sismo es el ruido, sobre el cual también hallamos variados calificativos, como insignificante, escaso o excesivo. Aunque pudiera parecernos redundante calificar el ruido de un sismo como subterráneo, la fuente original podría estar refiriéndose a otras consideraciones. Alguna alusión poética se desliza cuando nos encontramos con la expresión bramido pasajero. Polo también combina términos, y el resultado se expresa en calificaciones como ronco y prolongado, bastante intenso, el contradictorio ligero y sordo [sic], o aquel que entendía el ruido del sismo del 16 de agosto de 1891 como de golpes. Infrecuente es la calificación de extraordinario, como la utilizada para el sismo del 18 de noviembre de 1872.

Las descripciones del evento sísmico pueden ser muy ricas en detalles. Destacan, por ejemplo, aquellos terremotos que no permitían a los individuos mantenerse en pie, o aquellos en los cuales las campanas empezaban a tocar solas, como efecto de la fuerza del vaivén producido por el sismo. De igual modo, el hallazgo de alguna manifestación religiosa puede resultar indicativo. Es difícil que un temblor ligero origine de inmediato una procesión, lo cual será, más bien, consecuencia de un terremoto, como sucedió luego del sismo del 23 abril de 1884.

En algunas fuentes, la información se ve sumamente enriquecida por el afán del testigo de asociar el evento sísmico con otro tipo de fenómenos, como los meteorológicos o astronómicos.

A partir de todo lo planteado se nos abren difíciles problemas, que solo dejamos enunciados. En aras de la unificación terminológica, ¿qué término resulta idóneo para calificar un sismo entendido como poco considerable o de gran intensidad? ¿Es apropiado calificarlo de ligero o fuerte, respectivamente? ¿Cómo diferenciar un sismo calificado de fuerte de otro entendido como recio? Y, por último, el asunto medular: ¿cómo transformar la adjetivación en un grado específico de una escala sísmica? En definitiva, se trata de la empresa más delicada de un catálogo sísmico, pues supone el esfuerzo de entender la riqueza expresiva del lenguaje y sintetizarla, para a partir de allí producir un parámetro estandarizado, luego de asignarle a un sismo un grado específico en una de las escalas sísmicas disponibles.

En el mismo sentido, debemos plantear otro orden de problemas. Lo primero está asociado al asunto de las réplicas, y creemos que en algunos casos se puede hallar ese comportamiento; si presumimos la existencia de ellas, es evidente que no podemos considerarlas como eventos en el catálogo histórico-sísmico. El caso que, entendemos, presenta ese carácter es el de Abancay, el 5 de diciembre de 1875, y otro caso podría ser el del 23 de enero de 1871.

Finalmente, la determinación de los epicentros se puede establecer a partir de cierto tipo de información; por ejemplo, cuando de dos sismos percibidos en dos localidades, se identifica en cuál de las dos se sintió primero: 5 de octubre de 1871, primero en Tarapacá y luego en Arequipa; 10 de junio de 1872, primero en Arequipa y luego en Tacna; 5 de abril de 1875, primero en Trujillo y luego en Lima y Callao.

1. Los sismólogos y la historia: la identificación de los eventos

A mediados de la década de 1940, la geofísica dio entre nosotros un gran paso con el establecimiento del Instituto Geológico del Perú. Desde junio de 1944, la flamante entidad expresaba —en palabras de su director, Jorge Broggi— “la necesidad de conocer mejor el pasado sísmico del país”.

Como forma eficaz de difusión, el instituto decidió, tempranamente, durante su primer año de vida, sacar a luz un boletín. Entre 1945 y 1950 se publicaron trece números dedicados a asuntos varios, como glaciología, climatología y, ciertamente, sismología. El primero de los boletines fue de una utilidad extraordinaria: presentó una exhaustiva bibliografía sobre el desarrollo de la sismología en el Perú, de Alfredo Rosenzweig (1945). Luego apareció una serie en la que se daba cuenta de la ocurrencia sísmica anual registrada en todo el país, gracias a las numerosas estaciones sismológicas establecidas por el instituto a lo largo del territorio.4 La responsabilidad de su publicación recaía en la sección de geofísica del instituto, a cuya cabeza se encontraba un joven egresado de la Escuela de Ingenieros y que había cursado estudios de especialización en el Instituto Tecnológico de California: Enrique Silgado Ferro, uno de los más importantes científicos dedicados al estudio de la geofísica en el Perú durante el siglo XX.

Desde su puesto, Silgado jugó un rol importante en la sistematización del registro sísmico, pues era el encargado de procesar y publicar la información que llegaba de las estaciones que el instituto monitoreaba en todo el país. Del mismo modo, cada vez que se registraba un evento sísmico de gran magnitud, encabezaba comisiones técnicas que, constituyéndose en el lugar del desastre, levantaban información valiosa. Tras los devastadores sismos de Satipo en 1947 y Cusco en 1950, las misiones dirigidas por Silgado evacuaron interesantes informes sobre el área afectada, los efectos sobre la población y la infraestructura, etc.

Existen sismos para los cuales la documentación resulta abundantísima; es el caso del terremoto de Arequipa, de 1868. En cuanto a los relatos disponibles sobre este sismo, contamos con los valiosos testimonios de los testigos directos del evento, como los marinos norteamericanos Billings y Gillis, los viajeros ingleses Stevenson5 y Hutchinson, y el comerciante G. Nugent, agente en Arica de la Compañía Inglesa de Vapores. Pese a no haber podido acceder de manera directa a algunas de las obras originales, el panorama documental es alentador, pues se dispone de traducciones, al parecer completas, de los relatos de Stevenson y Billings (Silgado 1992: 53-58; 60-67), y de otras, más bien parciales, como la de Nugent.6 También hay versiones parciales del texto de Billings en la web.7

¿Qué credibilidad nos ofrecen estas fuentes? Una breve aproximación biográfica a los autores puede contribuir a delinear la calidad documental de los testimonios. Veamos un caso. Luther Guiteau Billings, marino norteamericano, nació en Nueva York en 1842 e ingresó al servicio de la armada norteamericana en 1862. Luchó al lado de los confederados en la Guerra de Secesión y luego estuvo asignado a la dotación del USS Wateree, en el Escuadrón Naval del Pacífico, y, en su condición de oficial, fue testigo del tsunami que arrasó Arica, donde dicha nave se hallaba al ancla. Condecorado por los servicios que prestó en tan álgida circunstancia, desempeñó posteriormente otros cargos administrativos, hasta retirarse del servicio activo en 1898. Murió en 1920, pero antes, en 1915, publicó en National Geographic el relato que devino casi en el relato “clásico” que testimonia la dimensión del maremoto de 1868. No obstante, debe considerarse el hecho de que dicho relato, al haberse compuesto pocos años antes de su publicación, representa un recuerdo lejano de lo vivido, lo cual, ciertamente, plantea cuestiones esenciales sobre el grado de confiabilidad que debería asignársele.

Por el contrario, los relatos de Hutchinson y Gillis son poco conocidos. Thomas Hutchinson (1820-1885) publicó en 1873, en Londres, Two years in Peru with exploration of its antiquities, obra dedicada al presidente Manuel Prado, donde relata el viaje que hizo por el Perú desde 1871. En ella afirma que el primer puerto peruano al que arribó, en abril de 1871, fue Arica, ciudad que se hallaba aún completamente devastada a raíz del terremoto de 1868 (Hutchinson 1873, I: 61). A diferencia de Stevenson, testigo directo del suceso, Hutchinson no estuvo presente en él. El valor de su relato radica, más bien, en lo iconográfico: tres grabados alusivos al evento de 1868 enriquecen su relato; el primero lleva por título: “Arica antes del maremoto”, y el segundo: “Arica después del terremoto”. El tercero es un grabado relativo a Arequipa (Hutchinson 1873, I: 64, 66 y 90).

El relato del comandante James H. Gillis, a cargo del USS Wateree, es de primera importancia, dado que Gillis fue sobreviviente de la tragedia. Tanto la carta que envía a T. Turner, comandante del Escuadrón del Pacífico Sur, como la comunicación que este envía, a su vez, al secretario de Marina, ambas de 1868, eran inéditas y las reproducimos —aunque, lamentablemente, no traducidas— en la sección correspondiente.

El USS Wateree fue una cañonera a vapor, de casco de hierro, de 1.173 toneladas, construida en Chester, Pennsylvania, en 1864. Ese mismo año, y luego de una larga travesía que la llevó hasta el Cabo de Hornos, llegó en noviembre a San Francisco. Desde 1865 hasta mediados de 1868 formó parte del Escuadrón del Pacífico de la Marina norteamericana, dedicándose a labores de patrullaje en las costas occidentales de Centro y Sudamérica.

En conclusión, para el evento de 1868 hemos emprendido un ordenamiento de la documentación identificando cinco relatos de diferente valor. Por una parte, testimonios proporcionados por testigos que se hallaban en la ciudad de Arica en el momento del maremoto, como Billings, Stevenson, Gillis y Nugent, se complementan con el que ofreció tiempo después el viajero Hutchinson, quien además ofrece grabados. Los documentos respectivos los incluimos en la parte correspondiente del presente catálogo.

Para 1877 no hemos hallado tanta variedad de relatos. Por el contrario, nos ha parecido de suma utilidad el texto publicado bajo la autoría de F.V.G., siglas que —en opinión de Montessus— corresponden a Francisco Vidal Gormaz.

Historia de los sismos en el Perú

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