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Los sismos históricos y las fuentes

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1. Ocho décadas de noticias locales: la Gaceta de Lima (1743-1826)

En enero de 1744 aparecía en Lima la Gaceta de Lima, que se convertiría en una de las principales publicaciones periódicas de la época virreinal. Aun cuando ciertos autores plantean la idea de que la Gaceta surgió años antes (Temple 1965), no se conoce de manera directa ningún ejemplar que así lo pruebe, y los esfuerzos desplegados para hallarlo han sido infructuosos. Se trata de una publicación oficial que se extendió hasta la década de 1790 y que luego apareció con el nombre de Gaceta del Gobierno de Lima, entre 1810 y 1813, a la cual siguió la Gaceta del Gobierno del Perú (1967), publicada en la época bolivariana, entre 1823 y 1826. De nuestra revisión de los ejemplares originales y de las ediciones facsimilares de esta última, apenas hemos hallado una sola referencia a eventos sísmicos, casi escondida en la información y planteada de manera indirecta, tal como se puede apreciar en la referencia correspondiente al año 1823. Antes bien, es voluminosa la cantidad de referencias que se desprenden de la consulta de las reproducciones facsimilares de la Gaceta de Lima correspondientes al periodo 1756-1765, debidas a la iniciativa de José Durand.

2. Periódicos

En las últimas décadas, los historiadores han ido entreviendo cada vez más la importancia del uso de los periódicos para reconstruir la época republicana, y algunos trabajos (Glave 2004) dejan testimonio de lo extendido y productivo de aquel uso. La primera mirada de conjunto sobre el periodismo peruano la ofrece Raúl Porras Barrenechea (28 de julio de 1924), cuando, con apenas 24 años, publica un extenso artículo en las páginas de Mundial. Para Porras, los periódicos peruanos de inicios del siglo XIX son portadores de consignas políticas. En la misma línea están las reflexiones que provienen del historiador mayor de la República, Jorge Basadre: son numerosos los comentarios sobre ideologías adoptadas por periódicos, que inserta en su Historia de la República del Perú, su obra magna.

Dado el sesgo abiertamente político que encarnaban dichas publicaciones, no es extraño que otro grupo de historiadores haya dedicado trabajos a la identificación de la línea política que un diario enarbolaba: en ese rumbo se encuentran los de Ella Dunbar Temple, sobre El Investigador; José Agustín de la Puente, sobre la Abeja Republicana (1971); Raúl Zamalloa (1964a y 1964b), acerca de los periódicos de la Confederación Perú-Boliviana, y —los más recientes— Ascención Martínez (1985), sobre el periodismo de la Independencia, y Luis Miguel Glave, acerca de las características del periodismo regional cusqueño. Cada trabajo logró su objetivo, ofreciendo una imagen extensa y clara de las tendencias y preferencias que cada diario adoptaba.

Muchas de las investigaciones citadas testimonian la deuda contraída con los catálogos de periódicos que se fueron publicando en el país desde fines del siglo XIX. El primero de ellos fue el que publicó Mariano Felipe Paz Soldán en las páginas de la Revista Peruana, la cual fundó en 1879 y que era administraba por su hermano Carlos. A pesar de su extensión, el catálogo distaba de ser completo. Un trabajo posterior (San Cristóbal 1927) entrevió varios títulos ausentes, los que formaron un breve listado que fue publicado en 1927.

Otras contribuciones fueron enormemente importantes, pues presentaron colecciones de periódicos depositadas en bibliotecas o archivos. En ese grupo se encuentran los trabajos de Manuel de Odriozola relativos a la colección que se hallaba depositada en 1879 en la Biblioteca Nacional del Perú —utilísima, pues brinda un panorama previo al incendio de la biblioteca en 1943—, y el de Pedro Mañaricua (1944), bibliotecario del Convento de San Francisco de Ayacucho, que ofrece una síntesis del primer siglo de periodismo cultivado en esta ciudad. Muy completo es el que dio a luz Alejandro Tumba Ortega (1945) sobre la colección que custodiaba la Universidad de San Marcos hacia 1940. Un trabajo más reciente (Glave 1999a) es el útil ordenamiento de las colecciones de la Biblioteca de la Universidad San Antonio Abad y del Archivo Departamental del Cusco.

Otro tipo de catálogo es el que se aboca a identificar un tipo específico de publicación; es el caso de la lista de periódicos oficiales dada a luz por Enrique Dammert en 1928. El mismo carácter temático tienen publicaciones que se circunscriben a reseñar el desarrollo del periodismo en una sola localidad: valiosa es la de Félix Denegri Luna (1962), sobre el temprano periodismo cusqueño, o una más reciente, de Glave (1999b), sobre el mismo tema. Una cronología de mayor amplitud es la que se ofrece en el trabajo de Fructuoso Cahuata (1970), para el mismo departamento. El texto de Carrasco Apaico (1988) es pertinente para Ayacucho (véase también Carrasco Apaico 1991).

La búsqueda de noticias sísmicas en los periódicos que circularon en el Perú en la primera mitad del siglo XIX es ingrata. A lo largo de la investigación, los diarios que hemos revisado son:


Los resultados de nuestra búsqueda nos dejan en la misma situación que se presentó en México en la década de 1980, cuando un equipo de historiadores expresó su inconformidad por el escaso hallazgo de dichas noticias (García Acosta 1996).

Sabemos que no hemos agotado la revisión de periódicos peruanos de esa época. De la consulta de varios catálogos de estos periódicos del siglo XIX, fácilmente accesibles (Paz Soldán 1879; Odriozola 1929), puede advertirse la ausencia de varios diarios en las bibliotecas que hemos consultado en Lima.

Las posibilidades para profundizar en un solo caso pueden darse si existe un registro exhaustivo de los diarios publicados en cada ciudad. En realidad, se trata de una empresa de gran envergadura, que puede acometerse si se cuenta con un equipo de trabajo. En el siguiente ejemplo se observa que 16 diarios hacen una información voluminosa para una sola ciudad, Ayacucho, los que, por añadidura, se publican en la primera mitad del siglo XIX. Ellos son, según su orden de aparición:

1823 La Aurora Austral
1833 La Oliva de Ayacucho*
1834 El Alambique
1835 El Nueve de Diciembre
1835 La Voz del Morochuco*
1835 El Ayacuchano
1835 El Victorioso*
1835 El Cadete en Jefe
1842 El Desmentidor
1842 La Estrella de Huamanga
1843 Ayacucho Libre
1844 El Restaurador de Ayacucho
1845 El Franco
1847 El Grito de la Libertad*
1848 El Prisma*
1848 La Alforja

Esta lista es resultado de la información consignada en catálogos de publicaciones periódicas del siglo XIX, actualmente disponibles (Paz Soldán, etc.). El primer problema al que nos enfrentamos es la ubicación de los diarios acompañados de un asterisco: cinco de dieciséis representa casi la tercera parte de la oferta conocida, pero es el total de la oferta disponible. Un segundo problema es, ya ubicado el diario, averiguar si existe de él una colección completa, en la que, sabiendo la frecuencia de aparición, pueda conocerse si se cuenta con todos y cada uno de los números que aparecieron. Tal información se complica cuando, a pesar de saber de cuándo data el primer número, se ignora la fecha en que apareció el último. No obstante, debe considerarse el hecho de que existieron publicaciones que tuvieron cortísima vida, lo cual obra a favor de una consulta menos tediosa (en relación con este punto, cabe indicar que en ninguno de los cinco casos anteriores tuvimos al frente una colección completa).

Por último, nos topamos con el problema más agudo: la escasísima o casi nula presencia de referencias sísmicas en los periódicos. Para el caso de Ayacucho, conocemos de las preferencias políticas que La Voz del Morochuco (31 de enero de 1835) manifestó por el general Salaverry, o de las de El Victorioso (2 de diciembre de 1836) a favor de su rival, el general Santa Cruz. La única referencia que tenemos sobre temas sísmicos en Ayacucho es la información sobre el terremoto ocurrido en Tacna en 1833, cuando La Oliva de Ayacucho (25 de octubre de 1834) hace saber a los lectores que “Por comunicaciones particulares recibidas el próximo pasado correo se sabe de un fuerte terremoto que ha asolado muchos pueblos de la costa el 18 del anterior setiembre…”. Evidentemente, consideramos que se halla dentro de la esfera de lo posible el hallazgo de información sobre sismos en aquellos números de diarios que no hemos consultado debido a su no disponibilidad.

Cabe hacer una atingencia complementaria. Aunque pudiera parecer algo secundario, se requiere conocer cuándo se inicia la publicación de un diario en una localidad, pues de esa manera se puede planificar mejor la estrategia para su búsqueda y hallazgo. Es lo que hicimos para el caso de la ciudad de Puno. Se sabe que no solo la ciudad, sino el departamento entero, carecía de un periódico a fines de la década de 1820, según la información proporcionada por El Peruano del Sud, el cual indicaba, en su prospecto publicado a inicios de 1829, que “el departamento carecía de un periódico”, y anunciaba que se publicaría los jueves de cada semana. Sus temas girarían alrededor de asuntos gubernativos y económicos, incidiendo en la potencialidad de la explotación minera y pecuaria de la zona. El primer número apareció el 23 de abril de 1829, exponiendo un proyecto sobre desarrollo de la minería. La publicación excedió largamente lo anunciado, pues hemos hallado referencias variadas, como la elección de congresistas en Puno, el desarrollo de la enseñanza de las ciencias por el Colegio Nacional de Artes y Ciencias o la difusión de la vacuna contra la viruela.

Hemos consultado una colección incompleta —disponible en la Colección Denegri, la más completa de periódicos peruanos del siglo XIX— y tenido a la vista hasta el número 49, publicado el 14 de octubre de 1829. La colección incluye números hasta julio de 1831, tercer año de publicación (que fue el último), cuando el periódico ya aparecía los sábados y no los jueves, como originalmente se había ofrecido.

Afirmamos lo anterior porque en el prospecto de La Voz de Puno, aparecido el 10 de setiembre de 1831, se indica: “Hemos tenido por conveniente mudar el nombre del periódico de esta ciudad…”, y se justificaba dicha decisión en un deseo de afirmar la identidad regional: “El título de Peruano del Sud es extensivo a cualquier papel escrito por un peruano que haya nacido en cualesquiera departamento del sur y queremos que el que damos a luz sea más departamental…”. El primer número de La Voz de Puno apareció el sábado 17 de setiembre de 1831, publicado por la imprenta del Gobierno, administrada por José Apolinar Infanzon, el mismo que aparece como encargado de la publicación anterior. El último número que consultamos —en una colección también incompleta— fue el 42, de enero de 1833. El diario, al parecer, se mantuvo vigente por espacio de tres años y medio, pues en abril de 1835 se publicaba, por la misma imprenta del Gobierno, El Puneño Libre.

Como manifestamos líneas atrás, aun cuando pudiéramos tener un panorama completo de la dinámica local del periodismo, ese panorama se torna aún más difícil cuando nos hallamos frente a una zona con escasa actividad sísmica. Y ese es el caso de Puno: ya a mediados del siglo XIX, Mateo Paz Soldán (1863), ilustre sabio arequipeño, indicaba que la zona era escasa en sismos.

Los sismos han dejado una “memoria sensible” en las sociedades. Uno de ellos fue el gran terremoto y tsunami que asoló el sur del Perú y el norte de Chile en agosto de 1868. En agosto de 1887, en Tacna y en plena ocupación chilena, un vecino evocaba con profunda emoción lo ocurrido en la ciudad casi veinte años atrás, el 13 de agosto de 1868, cuando en calidad de testigo experimentó el temor causado por los minutos durante los cuales la tierra tembló violentamente en el sur peruano (El Tacora, 13 de agosto de 1887). Sin ninguna duda, el testimonio que evocamos es valioso, pues revela cómo, al cabo de tantos años, un evento natural extraordinario puede legar tan imborrable huella en aquellos que lo enfrentaron. Y aunque el testimonio no sea contemporáneo, creemos que es particularmente revelador de la enorme potencialidad que se esconde en los periódicos de Lima y provincias sobre la temática sísmica. Evidentemente, sería interesante hurgar en ellos, año a año, en la misma fecha, para analizar el periodo posterior a un sismo o terremoto, lo cual podría deparar hallazgos testimoniales inéditos, capaces de ofrecer, incluso, información nueva sobre el evento.

En ocasiones, la prensa regional no solo informa aportando noticias inéditas sobre sismos no registrados con anterioridad, sino que también corrobora información sísmica proveniente de otros lugares; es lo que encontramos en un periódico ancashino, que daba cuenta de un sismo ocurrido en el siglo XIX.

Por consiguiente, la consulta ideal de un periódico radica en el establecimiento del momento en el que se inicia la publicación de uno en una localidad; la disponibilidad de cada uno de los diarios publicados en ella dentro de un lapso de tiempo limitado, y la posibilidad de que pueda consultarse la colección completa de los números que vieron la luz. Solo así, en condiciones ideales, se podría ponderar el verdadero valor de los periódicos locales para informar sobre fenómenos sísmicos. No obstante, a pesar de que el panorama documental de publicaciones periódicas pareciera representar un terreno yermo, aún queda la consulta de las memorias de prefectos y subprefectos, funcionarios que ejercieron el poder en el ámbito local. Listados elaborados por bibliotecólogos expertos muestran que, con la excepción de una publicada para el Callao en 1863, todas las memorias prefecturales aparecen sistemáticamente desde la década de 1870 (Ballón y Esparza 1953). No nos cabe ninguna duda de que las memorias prefecturales anteriores a 1870 existen, aunque inéditas, constituyendo, en ese caso, información de archivo, no incluida dentro de los límites que planteamos para la presente investigación.

3. Limitaciones de los catálogos disponibles

La consulta directa de las fuentes originales permite encontrar patentes diferencias con los registros incluidos en los catálogos históricos disponibles (Polo 1899; Silgado 1978). Véase el siguiente ejemplo. En 1806, Hipólito Unanue publicó El Clima de Lima, primera obra dedicada a analizar la múltiple influencia del clima sobre diversos órdenes de vida en esta ciudad, donde el famoso médico incluye dos tablas meteorológicas en las que anota las fluctuaciones diarias de la temperatura registrada en Lima en el bienio 1799-1800, y en las que también inserta un listado de sismos sentidos a lo largo de ambos años. Para 1800 anota un total de doce sismos, indicando solo la fecha en que fueron sentidos en Lima, a seis de los cuales los califica de recios — que entendemos como fuertes—, omitiendo cualquier otra especificación, como duración o dirección del movimiento (Unanue [1806] 1940). Cuando pasamos a cotejar la lista de sismos proporcionada por Unanue con los registros consignados por Polo, observamos que el polígrafo sólo anotó seis sismos —por añadidura, los recios—y dejó de lado los seis restantes. Si Polo compuso una lista tan prolija, cabe preguntarse sobre las razones que lo llevaron a omitir la mitad de registros consignados en la fuente original (Unanue), que, entendemos, fue la que presumiblemente consultó.

Sin embargo, no se trataría solo de una omisión, pues pareciera que Polo habría querido “interpretar” la magnitud de cada sismo: mientras que en la fuente original, como se dijo, seis de ellos son calificados por Unanue como recios, Polo los adjetiva de otra manera, transformando un sismo —según el caso— en recio, mediano, ligero, regular o débil. Si en la fuente original seis sismos son calificados con el mismo adjetivo, toda fuente secundaria debería haber aplicado, o bien el mismo adjetivo, o bien un término equivalente, para los seis casos; pero Polo no solo no respetó la denominación original, sino que eligió cinco adjetivos sustitutivos de recio, muy diferentes entre sí. Por nuestra parte, consideramos que si bien algunos términos —recio o mediano— respetan la calificación original, otros —ligero o débil— desinforman totalmente sobre las características de la ocurrencia sísmica.

Por cierto, la “buena voluntad” de Polo, de matizar un “aburrido” listado sísmico, ha generado una abierta distorsión, que se volvería preocupante si los modernos geofísicos aceptasen ad pedem litterae el testimonio de Polo sin consultar la fuente original. El asunto se tornaría aún más grave si los mismos científicos se lanzasen a establecer posibles magnitudes a partir de los adjetivos de aquel. ¿Acaso asignarían la misma magnitud a dos sismos, uno calificado de recio y otro de débil? ¿Sabrían que, en la fuente original, ambos son entendidos de manera exactamente igual y calificados como recios? Creemos que a partir de un ejemplo como éste puede entenderse la importancia de cotejar en forma debida los registros consignados en los catálogos sísmicos actualmente vigentes, con la valiosa y, muchas veces, olvidada información proporcionada por las fuentes originales y que se compusieron contemporáneamente a los eventos que narran.

Si en el caso anterior se ha demostrado una situación palpable de omisión y distorsión, lo que observamos para 1812 revela un traslado incompleto de la información de origen. Francisco Romero, religioso que ocupara interinamente el cargo de cosmógrafo, indicaba que, ese año:

… [abril] El 14 a las tres y un cuarto hubo un temblor con dos remesones bien fuertes, el movimiento fue del centro a la superficie, duró más de un minuto y volvió a repetir aunque más remisamente a las cuatro y tres cuartos… (Romero [1813]: s/p).1

Fuentes posteriores, como Córdova y Urrutia (1844) y Polo (1899), siguen al cosmógrafo Romero:

… En 14 de abril a las 3 hubo un temblor con dos remezones bien fuertes que repitió a las 4 ¾… (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 141).

El 14, fuerte movimiento de tierra en Lima, a las 3 de la tarde, y otro a las 4 y ½. También se sintieron éstos en Arequipa… (Polo 1899).

En las tres citas se advierte coincidencia en cuanto a fecha (14 de abril) y magnitud (“remezones bien fuertes”/ “fuerte movimiento”), pero no en cuanto a hora, pues en la fuente original se indica 3.45 de la tarde y en las posteriores 3.00 de la tarde, diferencia nada desdeñable de tres cuartos de hora. La primera es, además, rica en información sobre el sismo, pues da indicaciones sobre su duración (más de un minuto), su comportamiento (“fue del centro a la superficie”) y, en relación con el sismo inmediatamente posterior, señala que este se comportó “más remisamente”, es decir, fue más leve. Tales detalles no son, lamentablemente, recogidos en las fuentes secundarias.

Por otro lado, una de estas últimas introduce una información innovadora, no consignada en la fuente original: se trata del dato incluido por Polo, de que los dos movimientos sentidos en Lima el 14 de abril de 1812, también fueron percibidos en zonas muy alejadas, como Arequipa, caso para el que deberíamos suponer ocurrieron a la misma hora. Hecho el respectivo cotejo con una valiosa fuente original —el catálogo sísmico del viajero Castelnau para Arequipa—, comprobamos que esta no menciona ningún sismo ocurrido en dicha ciudad ese día de abril de 1812. Por ello, estaríamos en condiciones de afirmar que el supuesto efecto del sismo de Lima en Arequipa —lo que serviría para asignarle, de manera equivocada, una magnitud mayor que la que se le reconoce— podría, simplemente, tratarse de un “inserto” de Polo.

Otro caso que merece destacarse es la incertidumbre sobre el origen de la información debido al desconocimiento de una fuente original. Respecto al comportamiento del mar durante el sismo de diciembre de 1806, Córdova y Urrutia afirma: “A las 8 de la noche salió el mar de límites, desamarró los buques y arrastró cuanto había en la playa, levantando un ancla de 30 quintales por encima de la casa del capitán del puerto para echarla a una laguna…” (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 138), signo inequívoco de un incremento notable del nivel del mar, efecto, probablemente, de un tsunami. En la referencia de Polo se notan apenas algunos datos incluidos por Córdova y Urrutia, que mostramos a continuación:

… El 1.o de diciembre, de 6 a 6 y 1/2 de la tarde, fuerte temblor en Lima, que duró de 1 y 1/2 a 2 minutos. Vino del N. y su movimiento ondulatorio hizo oscilar las torres de los templos de la ciudad por mucho tiempo, estropeó algunos edificios. A las 8 de la noche salió el mar de sus límites en el Callao; a las 9 y 1/2 se repitió el fenómeno con más violencia, subiendo la marea diez y ocho pies, y a las diez quedó el mar tranquilo. Con la braveza, el mar desamarró los buques y arrastró cuanto había en la playa, levantando un ancla de treinta quintales por encima de la casa del capitán del puerto, para echarla a una laguna. Causó averías a algunos buques, y pérdidas en la playa a los comerciantes que tenían en ella mercaderías… (Polo 1899: 26).

Una diferencia saltante entre ambas fuentes es la hora de ocurrencia del tsunami del Callao: si seguimos a Córdova, se habría presentado a las 8 de la noche; si nos basamos en Polo, se produjo recién hora y media después: 9 y media de la noche. Además, lo consignado por el segundo resulta más completo, pues indica la evolución del fenómeno con la mención de la hora de inicio, la hora de mayor efecto y el momento en que finalizó: en su efecto telúrico y marítimo, el fenómeno sumó dos horas de duración.

No obstante, pareciera que Polo tuvo a la vista una fuente original desconocida; es lo que podemos afirmar a la luz de la información de la única fuente original que hemos consultado: el Almanaque Peruano y Guía de Forasteros correspondiente a 1807, publicación oficial encargada al cosmógrafo mayor, a la sazón, Gabriel Moreno, renombrado científico peruano establecido en Lima. Y aquí notamos un error de Polo en la referencia a su fuente de consulta. En una nota a pie de página, en la que cita la fuente en que se basó para referir el evento de Lima y Callao en diciembre de 1806, indica que aquella ha sido “Paredes, Guía del Perú para 1808”, lo cual es erróneo por dos motivos. En primera instancia, se trata de un dato incompleto, dado que el verdadero nombre de la publicación oficial que por entonces el gobierno encargaba al cosmógrafo mayor era Almanaque Peruano y Guía de Forasteros, y no solo Guía de Forasteros, como dice Polo. En segundo lugar, el apellido Paredes, que aparece como autor de la Guía, hace referencia, creemos, a José Gregorio Paredes, médico y científico limeño que tuvo a su cargo la redacción de dicha obra en tres periodos: 1809-1810, 1814-1824 y 1828-1839, en su condición de cosmógrafo titular. Al asumir la responsabilidad de dar a luz la publicación, Paredes reemplazaba a Gabriel Moreno, quien se había hecho cargo de ella por espacio de una década (1799-1809), lo que significa que si Polo consultó la Guía de 1808, esta debió ser la que publicó Moreno. Por consiguiente, atribuir a Paredes la redacción de la Guía de 1808 no es exacto, pues quien debería aparecer como autor es Moreno.

La fuente original desconocida que Polo consultó no fue el Almanaque Peruano y Guía de Forasteros de 1807, si se toma en cuenta el texto que reproducimos a continuación:

… Concluida la impresión del Almanaque, al rematar la Guía, el día 1 de diciembre a las seis de la tarde, se sintió un temblor [en Lima], el más fuerte de los que han acaecido después del terrible de 1746. Comparable con los de 1584, 1630, 1687 si se atiende al movimiento de la tierra y vaivén de los edificios; pues en minuto y medio de duración, dejó maltratadas muchas casas y algunas Iglesias. Se cree vino del Norte por los estragos que causó en varios parajes y haciendas de esta costa. No será mucho que hayan padecido Truxillo y las ciudades ulteriores porque estos suelen conmover hasta mucha distancia el continente como lo hizo en toda Europa el temblor que arruinó Lisboa en 1755. Los periodos con que se han sucedido los grandes temblores en Lima fueron como se ve 50, 57, 59 años: desde el último de 46 a este han corrido 60. Quiera Dios haya cerrado el intervalo correspondiente… (Moreno [1806]).

En esencia, lo que Moreno ofrece es un conjunto de informaciones que giran alrededor de la mención de la duración del sismo, su relevancia, los efectos en las edificaciones civiles y religiosas de Lima, el área afectada, algunas reflexiones generales, y hasta una invocación a la misericordia divina, pero no hay especificaciones respecto a la violenta salida del mar en el Callao, la cual, en efecto, podría servir de base para sugerir la acción de un tsunami. En otras palabras, la sola consulta de la fuente oficial original no le sirvió a Polo para insertar la información de tsunamis que acompañaron al terremoto. De las otras referencias que anotamos en nuestro Catálogo, puede decirse que la de Bachmann copia íntegramente a Polo —sin reconocerlo— y que la de Silgado es una apretadísima, pero exacta, síntesis de lo consignado por Polo.

En resumen, lo que sabemos sobre el sismo de Lima y el tsunami del Callao, de 1806 —el mayor después de sesenta años—, se basa en una fuente original desconocida, consultada tanto por Córdova como por Polo, aunque citada, al parecer, de manera más completa por el segundo.

Otra consideración respecto al cotejo de las fuentes se vincula al hecho de que algunas veces los autores no son fieles a la información original. Una inexactitud flagrante se revela al comparar las afirmaciones de Silgado con fuentes originales, cuando describe el sismo acaecido en Arequipa, en 1812, en los siguientes términos: “Enero 3, a 11 horas. Fuerte temblor en Arequipa. Castelnau dice que duró 50 segundos…” (Silgado 1978: 37). En cambio, lo afirmado por Polo, quien reproduce directamente la relación de viaje del conde de Castelnau, es distinto: “… 3 de enero, a las 11h y 45m de la noche, fuerte temblor en Arequipa, que duró 40 segundos…” (Polo 1899: 28). Aun cuando ambos se refieren al sismo en términos de fuerte temblor, de la comparación se revela que Silgado está equivocando tanto la hora de ocurrencia como la duración. Aunque la diferencia sea nimia, los geofísicos sí que podrían apreciarla.

En ocasiones, cuando se comparan con las fuentes originales, los catálogos históricos revelan errores. La fecha de ocurrencia del inusual sismo de 1813, en Ica, ha sido consignada erróneamente con una diferencia de dos meses respecto a la verdadera. El cosmógrafo José Gregorio Paredes, contemporáneo al hecho, afirmó que el “… 30 de mayo de 1813 sucedió un temblor en Ica que causó en sus edificios una ruina lamentable…”. Córdova y Urrutia pareciera haber consultado directamente la Guía de aquel, y mantuvo dicha fecha: “… En 30 de mayo de 813 acaeció en Ica un fuerte temblor que causó en sus edificios una ruina lamentable” (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 142).

El error aparece, primero, en el catálogo de Polo, quien señala como fecha de ocurrencia “30 de marzo”, además de la hora, aunque inserta información más abundante, proveniente de El Investigador, diario limeño en el que apareció la noticia:2

… El 30 de marzo, día del santo del Rey Fernando VII, hubo un terremoto en Ica, a las 4 y 1/2 de la mañana, que duró un minuto. Se destruyeron las casas y templos; murieron 32 personas con el Presbítero D. Pedro José Guerrero, aparte de una mujer a quien el día siguiente mató una pared al caer. Del Desaguadero de Chanchajailla hasta Garganto se abrieron grietas desmedidas en el cauce del río y vertieron copiosísimos raudales de agua hedionda y cenicienta. Se rompieron como 4000 botijas de aguardiente en las haciendas, y fueron grandes los destrozos. Quedaron en tierra la iglesia del Señor de Luren, que respetó el terremoto del 13 de mayo de 1644, y la del Convento de San Agustín…

Como sucede con frecuencia, Silgado (1978: 37) resume la información de Polo: “… Marzo 30 a 04:30. Terremoto en Ica, se destruyó las casas y templos, muriendo 32 personas. Grandes grietas se formaron en el cauce del río, del cual surgió gran cantidad de lodo…”. En consecuencia, a efectos de su inclusión en el catálogo, consideraremos una referencia original (la de Paredes, indicando la fecha) y una secundaria (los datos de Polo, presumiblemente extraídos de un periódico contemporáneo a los hechos) como válidas.

Si procedemos a analizar la obra de Silgado, se nos plantea un conjunto de interrogantes. Las primeras se vinculan a su aparente arbitrariedad cuando elige incluir en su catálogo un evento sísmico. Por ejemplo: ¿por qué, de los 39 sismos ocurridos en Arequipa a lo largo de 1812, apenas elige uno: el del 3 de enero? Al calificarlo de fuerte temblor, se podría entender que fue el único que presentó tal característica. Sin embargo, en la fuente original —el relato del viajero francés Castelnau—, cada uno de los 39 sismos aparece con la misma denominación: fuerte temblor. Es evidente que los geofísicos se llevarían una imagen distorsionada de la actividad sísmica arequipeña si siguieran acríticamente el testimonio de Silgado.

Cabe hacer, por último, una suerte de síntesis de la sismicidad regional del siglo XIX. Lima es la ciudad de la que se tiene la mayor cantidad de registros, seguida de Arequipa, con base en una consulta más amplia de fuentes; por el contrario, las demás ciudades cuentan con una ínfima cantidad de referencias: con tres están Cusco (1804, 1823 y 1832), Ica (1813, 1839 y 1845) y Piura (1814, 1845 y 1857), y con dos, Arica (1810 y 1815) y Moquegua (1833 y 1868). Apenas una referencia tuvieron Ayacucho (1861), Tacna (1861), Trujillo (1863), Jauja (1807) y Chanchamayo (1839). Gran sorpresa revela otro tipo de movimiento sísmico, ya no telúrico, sino sentido en el mar: fenómenos que suscitaron tanta extrañeza se sintieron frente al mar del Callao en 1828 y 1847.

En realidad, la suma de registros para Arequipa viene de la riqueza del catálogo publicado por Castelnau. Y es de tal índole valioso, pues existen años para los que la única referencia, no solo para Arequipa, sino para todo el Perú, proviene de tal fuente: es el caso de los años 1819-1822, 1824-1826, 1828-1830 y 1832.

4. Los relatos de viajeros

También es amplia la lista de viajeros que llegan al Perú a lo largo del siglo XIX: sobre todo europeos —entre ellos, franceses, ingleses y alemanes—, arriban al país por múltiples razones. Científicos, o simplemente aventureros, opinan sobre el Perú. En la primera mitad de ese siglo llegan expediciones científicas, principalmente francesas. Así, en la década de 1820, arriban las expediciones de los barcos La Vénus o La Bonite. La última en hacerlo estuvo al mando del conde Francis de Castelnau, quien reunió un equipo de científicos para observar los diferentes aspectos de la naturaleza sudamericana. Después de recorrer Brasil y Bolivia, la expedición ingresó al Perú por el sur, por el río Desaguadero, iniciando un periplo que, al cabo de unas semanas, la condujo hasta Lima.

Debemos a Castelnau la publicación de la más exhaustiva recopilación de sismos peruanos en el siglo XIX. Estando en Arequipa, tuvo acceso a los apuntes de Miguel Pereira, quien había emprendido la ardua tarea de registrar los sismos ocurridos en dicha ciudad en treinta y cinco años; en efecto, entre 1810 y 1845 se habían registrado 931 sismos, la mayoría de ellos sentidos en Arequipa. Sin ese carácter exhaustivo, pero dejando testimonio de la sensibilidad que se suscita a raíz de una experiencia sísmica, encontramos el bello relato de Flora Tristán sobre el terremoto de 1833, que lo vivió apenas llegada a Arequipa.

Otros viajeros también fueron fuente de información. El relato de Stevenson sobre los sismos sentidos en Lima en 1805 y 1810 es valioso y, al parecer, único entre las fuentes contemporáneas. En otras ocasiones, el relato del viajero informa sobre sismos percibidos en regiones inhóspitas, en las que no había ninguna presencia del Estado; es el caso de Tschudi, cuyo testimonio, único y valioso, insertamos para el sismo en Chanchamayo en 1839.

5. Observaciones finales

En definitiva, el estudio de la sismicidad histórica del siglo XIX es interesante, no solo por la posibilidad de ir desentrañando el complejo modo en que se ha ido configurando la información disponible en la actualidad, sino por las vías abiertas a investigaciones posteriores; en tal sentido, la consulta de las Guías de Forasteros abre insospechadas posibilidades de búsqueda. En ocasiones, la información sísmica que aportan las Guías no es lo suficientemente exacta como para identificar las características esenciales de un sismo, a saber: fecha y hora. Apréciese, por ejemplo, las posibilidades de búsqueda que se abren con la información que proporciona el Calendario y Guía de Forasteros de la República Peruana para el año de 1842, publicado a fines de 1841 y que contiene el registro sísmico del año que terminaba:

… Los temblores del año pasado [1841] en el intervalo de 11 meses y 14 días contados desde el 16 de noviembre de 1840 en que terminó el catálogo de los de éste, publicado en la Guía del año anterior [1840], hasta el 31 de octubre de 1841, fueron 26, todos pequeños de más ruido que remezón… (Carrasco 1841: 9).

Ello significa que en casi un año de observaciones (noviembre de 1840-octubre de 1841), el cosmógrafo registró en Lima un total de 26 movimientos sísmicos. Si sumamos a estos los 11 sismos referidos para 1842, los 8 para 1843 y los 5 para 1850, tendríamos un total de 50 nuevos puntos de partida para búsquedas de sismos en Lima. Podrían, por último, convertirse en nuevas referencias si se hallasen las precisiones respectivas en diarios, como El Comercio, que ya circulaban por entonces. Pero la búsqueda podría no ser satisfactoria. Hicimos un ejercicio parecido en el transcurso de la investigación, cotejando la información ofrecida por la Guía para 1846 con las referencias de El Comercio: si la Guía ofrece cinco referencias sísmicas, el diario apenas aporta dos. Por consiguiente, para una época en que los diarios se encuentran al vaivén de las agitaciones políticas, estas desplazarían o distraerían la actitud científica, basada en la permanente observación de la naturaleza.

Hay varias colecciones documentales valiosas, pero ninguna como la del P. Víctor Barriga. Su obra permite entrever las enormes posibilidades de acceso documental para conocer las variadísimas consecuencias provocadas por un sismo. Basada en fuentes oficiales constituidas por provisiones de virreyes, memoriales de autoridades, reales cédulas y demás, y aun dejando de lado el gran cúmulo de documentos eclesiásticos, la obra del mercedario es la más importante de su género. Para los sismos de tiempos republicanos aparecen, en sucesión, los documentos provenientes de toda la jerarquía burocrática del Estado, compuesta por gobernadores, subprefectos, prefectos y ministros. Su satisfacción de reproducir la documentación queda patente cuando indica que “… motivó alguna vez se tratara de ubicarla en otro lugar, cuya dispersa y abundante documentación es satisfactorio presentarla coleccionada…” (Barriga 1951: VIII).

No se nos escapa el hecho de no haber podido completar uno de los objetivos que perseguíamos al iniciar esta investigación. Razones de tiempo, derivadas de la enorme inversión que implica evaluar cada número de periódico consultado, hizo que prefiriéramos fortalecer la base fáctica —que ha sido la constante en las investigaciones anteriores—, soslayando las posibilidades de análisis que se abrían en el estudio del terremoto de marzo de 1828 en Lima. Si del terremoto y tsunami de 1806 se decía que era el mayor ocurrido desde el cataclismo de 1746, el de 1828 lo superó tanto en intensidad como en magnitud. Como el punto que queríamos destacar era la labor del Estado en el proceso de reconstrucción de la capital y, ciertamente, sin haber sino planteado las pistas documentales, muchas fuentes concurrirían para estudiar mejor dicho terremoto. No solamente se halla disponible la memoria del prefecto del departamento de Lima para ese año, sino que se puede encontrar una mejor precisión en los efectos locales del sismo consultando la documentación de subprefectos y gobernadores, quienes representan la escala del poder local del Estado. Estas pistas se fueron planteando a la luz de la amplísima información proporcionada por Víctor Barriga, mercedario arequipeño, en su documentado trabajo sobre el terremoto que en 1868 asoló el sur del Perú.

Finalmente, un estudio de la sismicidad decimonónica no podría soslayar la riqueza de una fuente valiosa, inexistente para los siglos anteriores: la fotografía, irreemplazable medio para apreciar las dimensiones dantescas de destrucción en las que un fenómeno sísmico dejaba a una población. En ese sentido, una fuente valiosa y única es el álbum de fotos del Topaze, barco de la marina inglesa que realizó un viaje por el Pacífico entre 1866 y 1869. En agosto de 1868 arribó a Arica, pocos días después de producido el terremoto y tsunami de ese año, el más fuerte de tiempos históricos. En el álbum, que forma parte de la Colección Cisneros Sánchez —bajo custodia de la Sala de Investigaciones de la Biblioteca Nacional—, se incluyen diez fotos de nitidez excepcional, que dan cuenta del valor de dicha fuente, en las que se pueden apreciar los destrozos ocurridos en Arica y Arequipa, así como varios barcos que quedaron varados en tierra tras el tsunami.

Las fuentes icónicas también aparecen en otros lugares. Gran sorpresa nos deparó el hallazgo de la Colección Kozak, disponible en la página web del Centro de Investigaciones de Ingeniería Sísmica de la Universidad de California (Berkeley).3 Durante años, Jan Kozak, científico checo, fue acopiando casi 900 imágenes sobre la destrucción producida por sismos en todo el mundo. Para el Perú, aporta un esquema del avance de la ola del tsunami que arrasó el Callao en 1746, así como varios grabados sobre los efectos producidos por el terremoto de 1868 en varias ciudades del sur, publicados en diarios europeos y norteamericanos de la época, como el London News Ilustrated. Más adelante extenderemos con profundidad nuestra apreciación respecto a la fotografía como fuente para la sismicidad histórica.

Historia de los sismos en el Perú

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