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1.6 La oferta de fuentes

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A diferencia de quienes lo precedieron en la tarea de confeccionar un listado de sismos, fue José Toribio Polo quien mostró, por vez primera, en 1898, el amplísimo y variado abanico de fuentes disponibles para identificar eventos sísmicos y así emprender la reconstrucción de la sismicidad histórica del país. Y es que, en realidad, solo un reconocido erudito como él pudo organizar, apenas en un mes, la dispersa información existente. La Sociedad Geográfica de Lima, acogiendo un pedido del gobierno argentino —asunto que aún no hemos dilucidado suficientemente—, encargó a uno de sus socios la tarea de elaborar un catálogo sísmico, la que asumió Polo, quien, en un periodo relativamente corto, pudo identificar cerca de 2.500 ocurrencias sísmicas sentidas en territorio peruano en cuatro siglos. En tal sentido, la primera interrogante que creemos válida es: ¿por qué eligió determinadas obras y dejó de lado otras? En otras palabras: ¿cuál fue el criterio empleado para su selección de fuentes?

¿Cuál era el panorama de fuentes disponibles en el Perú a fines del siglo XIX, a efectos de elaborar un catálogo sísmico? De lo conocido en esa época, Polo pudo identificar, de primera intención, algunas fuentes capaces de albergar información sísmico-histórica. Suponemos que las crónicas conventuales eran de lo primero que había por revisar; los textos de Calancha, Torres, Meléndez, etc., se hallaban disponibles en varias colecciones limeñas, empezando por la Biblioteca Nacional, aparte de las propias bibliotecas conventuales y particulares. Por otro lado, los cronistas —soldados o religiosos— tampoco estuvieron ajenos a su búsqueda; así aparecen los jesuitas Acosta, Cobo y Oliva, además de los Comentarios reales de Garcilaso y las Decadas de Antonio de Herrera, cronista mayor de Indias. Si todas estas obras pudieron significar materia de elección obvia por parte de Polo, menos lógicas aparecerían a nuestros ojos las productivas búsquedas que desarrolló en textos aparentemente desvinculados de asuntos peruanos virreinales, como son los casos de Pedro de Oña, Martín del Barco Centenera o el franciscano Torquemada. Además, tampoco es inútil suponer que Polo pudo haber consultado las grandes colecciones impresas de documentos que aparecen a lo largo del siglo XIX (Porras, 1954: 208), luego completadas con los grandes aportes del erudito español Marcos Jiménez de la Espada, especialmente las Relaciones Geográficas de Indias (1879, 1881-1897) (Porras, 1954: 211), el chileno José Toribio Medina (ibíd.: 211) y los peruanos González de la Rosa y Torres Saldamando. Para la investigación en materia de sismicidad histórica, la obra de Polo es la gran summa de fines del siglo XIX, y representa el paso esencial en la evolución de los antiguos listados a los catálogos sísmicos.

Ya en el siglo XX y, por consiguiente, posterior a la publicación del catálogo de Polo, dichas colecciones documentales se amplían gracias a una sistemática búsqueda de nuevas fuentes y la reedición de las conocidas. Una contribución monumental como Cartas y papeles de los gobernantes del Perú, del argentino Roberto Levillier (ibíd.: 213), y entendida por Porras como “el complemento íntimo y pormenorizado de las memorias de los virreyes” (Porras, 1954: 213), fue utilizada por nuevos autores, deseosos de utilizar y ampliar las observaciones de Polo. La obra de Levillier, por ejemplo, sirvió a Silgado para documentar mejor el terremoto de Lima ocurrido en julio de 1586, aunque pasó por alto otro sismo tan fuerte como el anterior, ocurrido en diciembre del mismo año.

Ochenta años después de publicada la obra de Polo, Enrique Silgado —ingeniero de profesión, y que devino luego en geofísico— recoge y amplía la oferta de fuentes de aquel; creemos muy difícil que hubiese podido adelantar en sus pesquisas sin contar con la sólida base bibliográfica que ofrecía la obra de Polo. Uno de los méritos que vale destacarse en el trabajo de Silgado radica en la incorporación de nuevas fuentes que venían publicándose en el Perú. No perdamos de vista que entre la publicación de la Sinopsis de Polo y la aparición de la obra de Silgado median varias décadas, y es evidente que en tan largo tiempo la oferta de fuentes no podía ser la misma.

Tres fueron las principales fuentes que utilizó ventajosamente Silgado en su catálogo: diarios locales de noticias, libros de cabildo y nuevas ediciones de crónicas generales sobre América. Respecto a los primeros, ya se conocía la edición de los Anales del Cusco, publicada por Palma en 1901, y una anterior, la de Pío Benigno Mesa, publicada en el Cusco en 1866. Por otro lado, en la década de 1930, Rubén Vargas Ugarte dio a la imprenta los diarios de Suardo y Mugaburu, que cubren siete décadas de historia limeña del siglo XVII. En el caso de Suardo, el diarista limeño compuso su relato como respuesta a las reales cédulas que mandaban a hacer informaciones diarias sobre los acontecimientos del virreinato. En la misma década, la iniciativa de Bertram Lee y Juan Bromley logró la acogida entusiasta del Concejo Provincial de Lima para la publicación de los bien conservados libros de cabildo de la ciudad, continuando la obra iniciada casi cuatro décadas antes por Torres Saldamando. Como ya se vio líneas adelante, el resultado fue alentador: entre 1935 y 1963, el objetivo se materializó en 23 gruesos volúmenes que contenían la gran mayoría de las actas del cabildo limeño desde la fundación, en 1535, hasta 1630.

Una preocupación constante que hemos tenido presente a lo largo de la investigación ha sido identificar la edición de todas y cada una de las obras utilizadas en la composición de las contribuciones de Polo y Silgado. Esto puede graficarse mejor si ofrecemos un ejemplo relacionado con el primero. Para hacer referencia a los sismos ocurridos en el Perú antes de la llegada de los conquistadores, Polo utiliza unos Anales de la ciudad del Cuzco, escritos por el canónigo Diego Esquivel y Navia a mediados del siglo XVIII. Una de las ediciones más conocidas de esa obra es la que publicó Ricardo Palma en 1901, bajo el título Anales del Cuzco; 1600 a 1750.16 Si resulta evidente que de la comparación de fechas de publicación de la obra de Polo y la edición de Palma no pudo aquél consultar ésta, restaba aún establecer la identidad de la obra que sirvió de fuente al erudito limeño. A fines de la década de 1860, Pío Benigno Mesa dio a la imprenta, en el Cusco, Los Anales de la Ciudad del Cuzco, en donde, afanado por reconstruir la historia de la imperial ciudad, utiliza varios autores, entre ellos a Esquivel y Navia,17 obra cuyo título anota Polo al final de la sección correspondiente, si bien omite dicha referencia en la útil bibliografía que inserta al final de su obra. Para la misma referencia sísmica prehispánica, Silgado utiliza los Apuntes históricos del Perú y Noticias cronológicas del Cuzco (Anales), a los que identifica como publicados en el Cusco, en 1740, por Diego Esquivel y Navia. Dato inexacto: la obra que Silgado usó no fue otra que los Apuntes históricos del Perú y Noticias cronológicas del Cuzco, también publicada por el tradicionalista Palma en 1902.18 En consecuencia, Polo y Silgado consultaron obras distintas, publicadas con varias décadas de diferencia, aunque mantuvieron textos similares entre sí, y estos, a su vez, con la edición crítica de las Noticias cronológicas de 1980, la mejor disponible.

Por otra parte, llama la atención lo ocurrido con las fuentes vinculadas al evento de 1606 en Saña. Dice el testimonio de Echave y Assu que un sismo se había producido cuando expiraba en dicha ciudad el segundo arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo. Su obra, La estrella de Lima convertida en sol, se aboca a narrar las celebraciones que se dieron en Lima a raíz de la beatificación de Toribio de Mogrovejo por Inocencio XI en 1679. La feliz noticia llegó a la ciudad a mediados de abril de 1680, y las celebraciones se extendieron por varios días. Redactada la obra por Echave —aunque su autoría fue severamente cuestionada a comienzos del siglo XX—,19 y enviada para su publicación en la Península, recibió las aprobaciones respectivas en Madrid en octubre y noviembre de 1687, y se publicó al año siguiente en Amberes. Del cotejo de las fechas resulta claro por qué Echave no incluyó información alguna sobre el dantesco sismo que destruyó la ciudad en octubre de 1687.

Sorprende el hecho de que ninguna obra relativa al santo haga referencia al sismo de 1606 en Saña. Incluso, existe una relación escrita por el escribano de la ciudad, dando cuenta del fallecimiento de Toribio, publicada entre los documentos incluidos en la más completa biografía dedicada al segundo arzobispo de Lima.20 Una encomiástica biografía, escrita por aquellos años, también refería los últimos días del santo sin aludir a sismo alguno.21 En consecuencia, la posible ocurrencia de un sismo ocurrido en Saña el 23 de marzo de 1606 solo está referida únicamente en una obra, la que sirvió de base para que Polo la incluyera en su catálogo.

Historia de los sismos en el Perú

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