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1.7 Perspectivas regionales

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Uno de los aspectos más debatidos entre los sismólogos peruanos es el relacionado con la ocurrencia de sismos en el pasado, en zonas de alta actividad sísmica contemporánea, y para los cuales no se cuenta con ninguna referencia. De igual modo, la identificación de zonas para las que desconocíamos los efectos de terremotos se ha agregado en la presente investigación. En ambos casos, una de las vías para aproximarnos a dicha falencia es el estudio de las manifestaciones arquitectónicas locales.

Un primer caso lo ofrece la ciudad de Moquegua. Sabemos que el sismo ocurrido el 27 de noviembre de 1630 —originalmente registrado por Polo para Lima y que Silgado refiere también para el mismo lugar—, igualmente fue sentido en Moquegua. A fines del siglo XVI, el primer teniente de corregidor de esta ciudad, Pedro León de Guevara y Sisa, erigió la primera capilla del pueblo, colocándola bajo la advocación de san Pedro, pero el templo se arruinó con el terremoto de 1604. La nueva edificación se colocó bajo la advocación de santa Catalina, patrona tutelar del pueblo, pero al cabo de unos años, en 1630, un sismo también la echó por tierra. Nuevamente erigida, otra vez fue tumbada por el fuerte sismo de 1655. Así, en un lapso de apenas medio siglo, una iglesia fue destruida tres veces sucesivas. Y aun cuando en Moquegua ya se habían desechado los métodos tradicionales de construcción basados en el uso del adobe —vinculados a los primeros tiempos de la ciudad— y ya se venían utilizando piedra y cal de las cercanías, los sismos trajeron abajo tanto esfuerzo material (Kuon, 1981: 191).

En la sierra norte, Cajamarca es un lugar con escasísima información sísmica. Sobre el área afectada por el terremoto de Trujillo, de 1619, Polo anota que se extendió “hasta Piura y Saña, alcanzando a propagarse más de 300 leguas de N. a S. y más de 60 de E. a O.” (Polo, 1898: 326). Si descartamos que la de Polo es una arbitraria atribución, no imaginamos otra forma de realizar dicho cálculo sino ubicando en el mapa los pueblos que refirieron haber sentido el sismo. Lamentablemente, subsiste un vacío de información porque Polo no indicó los nombres de los pueblos afectados; la única excepción es su mención del cercano valle de Chicama, en el que se destruyó el convento de la orden dominica. Si hacemos una sencilla conversión, estaríamos estableciendo un área que se prolongaba 1.500 km de norte a sur, y 300 de oeste a este. Por ello, la información obtenida para Cajamarca es valiosa, pues va develando el área específica de acción del sismo. Una de las imágenes religiosas más importantes de la ciudad es la de Nuestra Señora del Rosario, cuya devoción se inicia, justamente, a raíz del sismo sentido en la ciudad en 1619 (Montesinos, [1642], 1906: II, lib. II, 214).

En la sierra central, Huancavelica presenta un caso similar. La construcción de su catedral se remonta a 1572, a la fundación misma de la ciudad, aunque el edificio actual data de 1697; no sabemos el proceso de reconstrucción que este tuvo. En cuanto a las iglesias de órdenes religiosas, solo se observan las de los dominicos y franciscanos, ya que las de agustinos y jesuitas se destruyeron en fecha no precisada. La dominica se remonta a 1662 y la franciscana a la segunda mitad del XVIII, aunque es de suponer que existieron otras anteriores. De las llamadas iglesias menores, solo la de San Cristóbal corresponde al XVIII, mientras que sobre la de la Ascensión no se menciona datación alguna; las otras, más antiguas —siguiendo un orden cronológico—, son las de Santa Ana —considerada la primera de la ciudad—, Santa Bárbara —en las afueras— y San Juan de Dios, de la que se sabe que fue anterior a 1752.22 Las alusiones a destrucción en fechas tan cercanas a aquellas para las que conocemos ocurrencia sísmica, nos abren interesantes perspectivas de hallazgo documental.

Historia de los sismos en el Perú

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