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1.2 Limitaciones

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Pueden establecerse algunas consideraciones sobre la información que los catálogos históricos disponibles manejan, o el modo en que la presentan. En el caso de Polo, la presentación de la información oscila entre extremos: desde la ausencia de referencias en algunos casos, hasta la exhaustividad en otros. Varios son los años de ocurrencia sísmica para los que no ofrece ninguna referencia; en los casos donde estas aparecen podemos establecer, luego de verificarlas en su mayoría con las fuentes originales, que, en términos generales, la trascripción literal no fue virtud cultivada por el erudito. No hay duda sobre la ocurrencia de la mayor parte de los eventos identificados en su catálogo; sin embargo, la gran limitación que se advierte radica en la estimación de aquellos, ya que por lo general Polo utiliza adjetivos distintos a los usados en las fuentes originales, en su afán, creemos, de no ser repetitivo y literal, con lo que deja su impronta personal en la estimación de la intensidad de los sismos. Tal hecho, evidentemente, crea un problema, pues puede inducir a error en la estimación moderna practicada por un sismólogo o entendida por un geofísico. Por otro lado, existen omisiones flagrantes en su obra. Tratándose de una información heterogénea en lo que a presentación de datos se refiere, creemos que Polo cometió una grave omisión con el meritorio registro de datos proporcionado por Mendiburu, al que citó escasamente, simplemente omitió e incluso siguió en los errores. Varias son las referencias donde hemos observado gran similitud entre ambas obras; por ejemplo: ambos se equivocan al afirmar la existencia de un sismo en Lima en 1567, asociado a la llegada de los jesuitas a la ciudad. Grueso error, pues se conoce que este arribo se produjo recién en 1568. El yerro es grande porque ha sido consignado en el catálogo sísmico vigente, identificándolo con las coordenadas que corresponden a la ubicación de Lima, con lo que dicho sismo se asume como efectivamente ocurrido (Huaco, 1986).

De manera paralela, entre las observaciones que podríamos plantear al trabajo de Silgado habría que lamentar, primero, su débil ponderación de las fuentes, si bien se trata más bien de una herramienta esencial del utillaje teórico del historiador y no de un geofísico. Por ejemplo, para presentar el sismo ocurrido en el Cusco en 1590, utiliza el listado de sismos de Middendorf, cuando pudo haber considerado fuentes más útiles, como el mismo Mendiburu o el relato de Esquivel y Navia, ambas conocidas por él y referidas tanto en notas como en bibliografía (Silgado, 1978: 19). En otros casos el error surgió por omisión; prueba de ello es que una búsqueda limitada de fuentes le impidió a Silgado tener acceso a los documentos del terremoto del Cusco, de 1650, publicados anteriormente por Cuadros (1957) y Villanueva (1962, 1970) y, por consiguiente, perfectamente disponibles cuando publicó su catálogo. No indicar sus fuentes podría achacársele como otro desliz; la mención al sismo de 1606, en Saña, carece de toda referencia y es probable que haya seguido a Polo o al mismo Echave y Assu, fuente editada en el siglo XVII, aunque no la cita entre las obras que componen su bibliografía. También nos llamó fuertemente la atención la referencia en la que Silgado consigna el trabajo del P. Juan de Buendía S.J. sobre Francisco del Castillo (Madrid, 1693). Se trata de una obra de difícil acceso en la actualidad, y un solo ejemplar —custodiado en la Biblioteca Nacional del Perú—, incompleto y en copia de microfilm, para más señales, es el que hemos tenido a la vista. El ejemplar sólo cuenta con 338 folios de los más de 600 que, sabemos, tiene la obra original. Además, de los cinco libros en los que el jesuita Buendía divide su obra, solo en dos aparecen referencias sísmicas: en el segundo se mencionan los sismos de Lima, de 1665, y de Ica, de 1664 (Buendía, 1693: 160, 169), mientras que en el quinto se refieren los sucesos vinculados al sismo de 1687 (Mendiburu, 1932, III: 145). Silgado anota correctamente la primera referencia. Es probable que Polo haya tenido acceso a la obra completa, mientras suponemos que Silgado no, pues es claro que de haberla tenido habría consignado en sus notas los datos que Buendía ofrece sobre el sismo de 1687.

En otros casos también se advierte la falta de meticulosidad de Silgado. En relación con el sismo que afectó Arica en 1615 (Silgado, 1992: 6), atribuye la autoría de una carta dirigida desde ese puerto al virrey Marqués de Montesclaros por un tal “Torres Reinoso”, con lo cual deja abierta la posibilidad de que se trata de un único remitente, error detectado cuando se averigua que en realidad se trataba de dos personas, Agustín de Torres y Cristóbal de Reinoso, ambos oficiales reales —contador y tesorero, respectivamente— y que en su calidad de altas autoridades, representantes del Estado en las Cajas Reales de Arica, informaban sobre lo ocurrido.2 Resulta claro que de haber solo mediado un punto y consignar “Torres. Reinoso”, Silgado hubiese ofrecido una referencia exacta e indubitable.

No ha sido nuestra motivación desconocer el valor de la obra de Silgado; en realidad, sabiendo que su consulta es indispensable para cualquier científico que busque iniciarse en el campo de la sismicidad histórica, creemos que, depurándola de los errores, su valía queda más nítidamente destacada, sin dejar de reconocérsele la que indiscutiblemente tiene como el primer catálogo sísmico, de autor peruano, publicado en la segunda mitad del siglo XX.

Historia de los sismos en el Perú

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