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4.2 La evolución de la arquitectura
Оглавление… De los alcaldes, de los terremotos y de los urbanizadores, líbranos Señor…
Raúl Porras Barrenechea
PEQUEÑA ANTOLOGÍA DE LIMA (1935)
A lo largo de su historia, toda ciudad se ve enfrentada cada cierto tiempo a una serie de vicisitudes de origen diverso; los ejemplos son múltiples. Evidentemente, en el Perú los sismos han sido uno de los más serios causantes de dichas vicisitudes, pues no solo provocaron situaciones de riesgo para los pobladores por la destrucción de infraestructura, sino que la dimensión de esa destrucción planteaba otra suerte de problemas cuya solución podía demandar acciones más radicales. No fueron pocas las ocasiones en las cuales, luego de ocurrido un sismo y comprobarse el extendido panorama de destrucción material, las autoridades planteaban la reubicación inmediata de la urbe.21
Ya desde el siglo XVI, Lima estaba acostumbrada a la ocurrencia eventual de sismos. Se ha planteado, para los tiempos posteriores a la conquista, que “los temblores dieron continuo sobresalto, mas no fueron de gran intensidad hasta 1586” (Bernales Ballesteros, 1972: 21). Algunos ejemplos confirman lo dicho. La construcción de la segunda catedral de Lima se retrasó por causas diversas, que Vargas Ugarte identifica con la falta de piedra de calidad, los sismos y, especialmente, la desidia de las autoridades para reunir fondos (Vargas Ugarte, 1968: 35). Inaugurada en 1625, los sismos de 1630, 1655 y 1687 causaron notable daño al que las fuentes calificaban de “hermoso edificio” (ibíd.: 41). Algo distinto fue el caso de la catedral del Cusco, construida en un lapso de noventa años y que en plena edificación resistió los efectos del terremoto de 165022 y pudo estrenarse poco tiempo después, en 1654 (ibíd.: 44). En Trujillo, elevado a sede episcopal en 1616, año en que se inició la construcción de su catedral, esta se vino abajo con el terremoto de 1619. Tan grave fue la situación padecida por esta ciudad, que el virrey llegó a dictar una provisión que ordenaba su reubicación:
… en consideración a la comodidad del edificio antiguo de dicha ciudad de Trujillo por ser arena y falta de agua acordé de dar y di la presente por la qual mando se passe y traslade dicha ciudad a otro sitio superior en parte y lugar fixo que no sea de arena y tenga agua suficiente (Larco Herrera, 1917: 37).
A los pocos días de recibida la provisión, se presentaron el prior de Santo Domingo, el P. guardián de San Francisco, el comendador de La Merced y la abadesa de Santa Clara, oponiéndose al traslado (ibíd.: 40). Finalmente, la decisión del virrey no se materializó y la ciudad permaneció en su emplazamiento original, donde Francisco Pizarro la había fundado en 1535.
En otros casos, el sismo interrumpe las obras de construcción de una iglesia, como en el del templo de los franciscanos en Arequipa, detenido un tiempo a causa del sismo de 1582 (ibíd.: 80). Para Huánuco, una de las ciudades más antiguas del país —fundada como Ciudad de los Caballeros del León de Huánuco, y para la cual no existe sino la única referencia al sismo que la afectó en 1613—, no deja de ser interesante lo que se afirma sobre la iglesia de los agustinos, la mejor y más sólida de la ciudad: su construcción se inició en 1596 y se terminó en 1634, a pesar de haber “sufrido seriamente por los temblores” (ibíd.: 139).
Una de las ciudades que ha gestado una visible identidad arquitectónica es Arequipa, donde se generó un estilo mestizo que algunos han calificado de “barroco andino”, desarrollado a lo largo del siglo transcurrido entre 1680 y 1780, y que se caracterizó por una despreocupación por las plantas de iglesias del tipo cruz latina y se interesó más bien por la presencia de elementos decorativos (Gisbert, 1985, apud Rivera Martínez, 1996: 172 y ss.). No obstante, se trata de un estilo que fue surgiendo en relación directa con la naturaleza sísmica del suelo de la ciudad. La opinión de Héctor Velarde —renombrado arquitecto peruano— es muy clara cuando afirma que “la ciudad fue arruinada varias veces por los terremotos” (Velarde [1978], apud Rivera Martínez, 1996: 175). Anteriormente, otro ilustre arquitecto —norteamericano de origen— observó que, en Arequipa, “más que en Lima, la tragedia ha acechado en la forma de terremoto tras terremoto, que han reducido la ciudad a cenizas en numerosas ocasiones. Los peores fueron los de 1582, 1600, 1687, 1715, 1784 y 1868” (Wethey [1946], apud Rivera Martínez, 1996: 182). No sin razón, Wethey reflexionaba sobre el hecho de que “la historia de la arquitectura arequipeña es más la historia de lo que alguna vez existió que de los monumentos que aún subsisten en nuestros días” (loc. cit.).
Nuevas edificaciones renacían de los escombros, y desde 1687 adoptaron el nuevo estilo mestizo: es el caso de la portada de la iglesia de la Compañía, que data de 1690. Wethey llamaba la atención sobre las portadas esculpidas en estilo mestizo, pues, en su opinión, constituían la contribución más característica de Arequipa al arte colonial (Wethey [1946], apud Rivera Martínez, 1996: 187). Sin embargo, algunas pocas edificaciones sobrevivientes hablaban de los estilos pasados: es el caso de la sala capitular del Convento de la Compañía, única supervivencia, en Arequipa, del gótico del siglo XVII (ibíd.: 186). Más resistente aun fue el mismo templo jesuita, edificación que, tras caer abatida por el sismo de 1582, se constituyó en la única iglesia que ha sobrevivido intacta los repetidos desastres a los que estuvo expuesta la ciudad desde el siglo XVII (ibíd.: 184), excepción hecha del visible maltrato de su única torre a raíz del terremoto de agosto de 1868. Los sismos, por consiguiente, obligaron a adoptar nuevas formas arquitectónicas. Aunque se reconoce que el espesor de los muros de las edificaciones arequipeñas se explica como atenuante del frío y base para el arranque de las bóvedas, resulta también claro que operaba como garantía contra los temblores. Los balcones, por su parte, se encuentran sostenidos por una serie de apretadas y salientes ménsulas, como “seguridad contra los temblores” (Velarde [1978], apud Rivera Martínez, 1996: 176, 178). Los ejemplos abundan.
Contemporánea a la de Arequipa fue la fundación de la ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga, el 25 de abril de 1540 (González Carré, 1995: 140). Aunque alejada de las principales zonas de ocurrencia sísmica en el Perú —en las que, por ejemplo, se halla situada Arequipa—, Huamanga no estuvo al margen de sus efectos, pues se edificó en una zona caracterizada por la presencia de volcanes inactivos. Aunque los sismos de 1708 y 1719 se reconocen como los que provocaron mayor destrucción urbana (en particular el segundo), hubo ocasiones anteriores, como en 1604 y 1687 —efecto indudable de los terremotos ocurridos en esos años en Arica y Lima, respectivamente—, en las que se afectó la ciudad. En términos generales, los “temblores y terremotos producidos en el área donde se encuentra la ciudad de Huamanga han dado lugar a graves alteraciones en la vida de la ciudad y en sus principales monumentos de arquitectura civil y religiosa”.23 Puede concluirse, entonces, a la luz de los ejemplos exhibidos, que la recurrencia sísmica ha influido profundamente en los patrones arquitectónicos de las principales ciudades del país, tanto en costa como en sierra. La historia urbana peruana no podría soslayar la relación directa de la actividad sísmica con el establecimiento de dichos patrones.