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4. Los usos de la sismicidad histórica 4.1 El estudio de la dimensión religiosa

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Manuel de Mendiburu —militar de carrera y famoso polígrafo peruano—, antes de entrar de lleno a narrar lo ocurrido en Lima a raíz del terremoto que la asoló el 28 de octubre de 1746, presenta una breve y compendiosa evolución del culto religioso limeño relacionado con los sismos:

A los 52 años de su fundación [terremoto], el 9 de julio de 1586, día de la Visitación a Santa Isabel que fue jurada patrona contra temblores. A los 44 años sucedió la segunda ruina de 27 de noviembre de 1630 y dio origen al protectorado de la Virgen que se tituló del Milagro, 57 años después aconteció el terremoto de 20 de octubre de 1687 y se juró por segunda abogada a la Virgen conocida con la advocación de las lágrimas. Pasados 59 años se destruyeron Lima y el Callao el 28 de octubre de 1746 día de los santos Simón y Judas que fueron declarados patrones en tercer lugar… (Mendiburu, [1885], 1933, VII: 182-183).

El listado no deja de ser interesante, pero revela una omisión flagrante: no haber incorporado en la lista al Señor de los Milagros, en quien ya había recaído el encargo de erigirse como protector de la ciudad desde 1715 (Vargas Ugarte, 1966: 77-80).

Otras ciudades también establecieron advocaciones para otros guardianes celestiales. A mediados del siglo XVI, Arequipa se hallaba en un serio conflicto; a juicio de la Iglesia, la ciudad se hallaba sobreprotegida, pues, aparte de haberse consagrado a Nuestra Señora de la Asunción y jurar solemnemente defender el misterio de la Concepción, contaba además con tres santos padrinos: santa Marta, contra los terremotos; san Sebastián, contra las epidemias, además de defensor contra las erupciones volcánicas; y san Genaro, también conocido con el nombre de san Januario. Se trataba de una situación anómala, toda vez que contar con varios intercesores entraba en entredicho con lo que Urbano VIII tenía mandado desde hacía medio siglo: que ninguna ciudad se amparase en más de un santo. Puesto a debatir, el cabildo no se vio en otra alternativa que elegir uno solo, elección que recayó en santa Marta, la que quedaría como patrona tutelar (Ricketts [1990], apud Rivera Martínez, 1996: 100). El hecho revelaba el temor reverencial que los arequipeños dispensaban a los sismos, eventos que solían presentarse con mayor frecuencia que los otros dos.

Los ejemplos anteriores muestran la íntima relación que existe entre sismicidad y religiosidad. Es claro que un aspecto interesante y central para apreciar la dimensión social de los eventos sísmicos del pasado es la dimensión religiosa. En el sentir de los contemporáneos, un sismo no es sino la manifestación explícita de la ira divina como castigo a una extendida práctica pecaminosa en la sociedad; es, por consiguiente, un poderoso activador de la fe.

No obstante, este efecto sobre la fe no asegura el mantenimiento de prácticas piadosas: no son pocas las ocasiones en las cuales, tras un sismo y habiéndose dado una serie de pietísimas manifestaciones religiosas —expresadas en sermones y procesiones—, al cabo de un tiempo vuelven a denunciarse los pecados cometidos, generalmente los mismos aludidos antes del evento sísmico. María Emma Mannarelli ha estudiado una dimensión importante de la religiosidad limeña del siglo XVII.18 En suma, la vida religiosa permeabiliza todas las manifestaciones sociales, y los autores coinciden en ello: ya el padre Vargas Ugarte indicaba que el púlpito era la caja de resonancia de la vida cotidiana de la ciudad (Vargas Ugarte, 1942). Años después, Guillermo Lohmann también coincidía en lo mismo (Lohmann, 1996). Muchas ciudades peruanas de época virreinal son testigos de tales manifestaciones.

La historia de Lima, durante el Virreinato, está plagada de historias vinculadas con sucesos considerados extraordinarios en la época. Una imagen de la Virgen, muy antigua y traída de España, ubicada en la capilla asignada a la cofradía de la Purísima Concepción en el templo de San Francisco, fue la que obró el prodigio asociado al terremoto de 1630 (Bernales Ballesteros, 1972: 96). La ocurrencia del suceso, extraordinario en la percepción de los individuos de aquel entonces, fue motivo para materializar el agradecimiento por la intercesión mariana. La capilla del Milagro, colindante con el convento grande de San Francisco, inició su edificación a partir de dicho evento (Portal, 1924: 309).

También la historia de la mayor expresión de devoción católica de América hispana, la procesión del Señor de los Milagros, está asociada a sucesos de este tipo. Hace varios años, Vargas Ugarte ya dio puntual cuenta de la evolución del culto del pueblo limeño hacia la imagen, cuyos orígenes remonta hasta el sismo que afectó seriamente la ciudad en 1655 (Vargas Ugarte, 1966: 9).

Los sucesos extraordinarios no eran protagonizados solo por acciones como las mencionadas; en muchas ocasiones, los actores son individuos que se ven bajo el amparo del manto protector de la gracia divina. Las crónicas conventuales son un venero abundante de historias de esta clase: Antonio de la Calancha, por ejemplo, narra episodios milagrosos acaecidos con ocasión del sismo de Trujillo de 1619. Sin embargo, la información sobre los milagros debe entenderse con suma precaución: ya Riva Agüero, Porras y Vargas Ugarte alertaban sobre el carácter de estas fuentes.

Ante el peligro originado por un sismo o cualquier otra manifestación dantesca de la naturaleza, o el que suscitaba la presencia de corsarios holandeses o ingleses, una ciudad implementaba una estrategia de respuesta.19 Y si la respuesta técnica a la inminencia de un ataque corsario radicaba en construir defensas —murallas, en el caso de Lima y Trujillo—, la respuesta desde la religión implicaba una acentuación de la piedad. En tal sentido, los sermones, la consagración de santos y las procesiones fueron los vehículos a través de los cuales se canalizaron las angustias de los pobladores. Aún falta identificar los santos y advocaciones marianas y cristianas en los que cada población peruana depositó su confianza para que intercedieran ante la cólera divina. Los dos casos de mayor significación están representados en la actualidad por las sagradas imágenes del Señor de los Milagros y el Señor de los Temblores. Conocemos otros fuera del Perú, como el de san Saturnino, quien recibía culto en Santiago de Chile, en tiempo del terremoto de 1647 (Villarroel, 1650: 575); y un ejemplo de la Lima virreinal: el caso de los “votivos protectores contra esta plaga los santos Crispín y Crispiniano” (Peralta [1732], 1863, I: 157). La lista podría incrementarse, preliminarmente, con el culto a la Virgen del Rosario, en Lima, para el siglo XVI, o el de santa Marta para Arequipa.

Varios autores ya han destacado la importancia de la denominada oratoria sagrada en el Virreinato. Han trascendido los impactantes sermones que en ocasión de Viernes Santo pronunciaba el P. Alonso Messía, en Lima, y se ha afirmado que la vida social del Virreinato tenía correlato directo en los púlpitos. No obstante, existen sermones que están directamente asociados a la ocurrencia sísmica, y hemos tenido ocasión de revisar parte de ellos en la Biblioteca Nacional.20 Algunos sacerdotes ejercieron su celo predicador con ocasión de las desgracias. Sabemos el caso del P. Del Río, jesuita, predicador en el Callao en 1746 (Portal, 1924: 78).

Las actitudes y respuestas de la población y autoridades se han modificado en el tiempo. En un primer momento, la Iglesia arraigó el eficaz binomio sismos = castigo divino, luego remontado —con ciertas limitaciones— a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando surge una novedosa corriente de pensamiento —por ejemplo, en México— que buscaba explicar racionalmente los fenómenos naturales. Como veremos más adelante, la explicación que se daba a los temblores tenía un origen aristotélico: eran entendidos a partir de la existencia de gases en el interior de la tierra y que, en su afán por liberarse, causaban vibraciones. En términos generales, las actitudes sociales, religiosas y científicas permean los relatos y dan color a las descripciones (Suárez Reynoso, 1996: 12).

Historia de los sismos en el Perú

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