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1. Las fuentes y los sismos: notas sobre el uso de fuentes para la reconstrucción de la sismicidad histórica

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Aun cuando los mencionados trabajos de Porras y Vargas Ugarte permiten entrever la potencialidad, en relación con la información sobre sismicidad histórica, de las fuentes editadas, consideramos necesario partir de aquellas en las que hubiese un ordenamiento preliminar de los sismos ocurridos en el Perú en la época virreinal. En tal sentido, lo primero era acceder a los “catálogos” sísmicos disponibles. En ocasión anterior presentamos una primera evaluación de estas fuentes, y destacamos las contribuciones de Cosme Bueno (1763), José Toribio Polo (1898-1899) y Enrique Silgado (1978); los tres constituían un primer tipo de autor, que denominábamos “ordenador” (Seiner, 2002: 19). Con los resultados de la actual investigación hemos podido ampliar la oferta de fuentes, pues tuvimos acceso a nuevos listados sísmicos de distintas épocas.

Es importante recalcar que emplearemos la expresión listado sísmico para referirnos al conjunto de obras que se circunscriben a presentar una lista de variada extensión, ordenando los sismos que, en su entender y dada su relevancia, debían formar parte de aquella. Ya las crónicas coloniales consignan abundantes eventos sísmicos que luego se aprecian en las grandes crónicas conventuales del siglo XVII, aunque, evidentemente, vinculados a hechos de significado religioso. Por eso creemos que la expresión catálogo debe reservarse a las obras en las que se sintetiza información sísmica abundante, tratando de acopiar el mayor número de fuentes posible para sustentar la ocurrencia de un sismo. A ello se debe que consideremos la Síntesis de temblores y terremotos, de José Toribio Polo, publicada en 1898-1899, que, a pesar de no llevar el título de catálogo, es, para efectos prácticos, el primero de su género aparecido en el Perú, como lo explicaremos más adelante.

Los listados sísmicos publicados en el país se remontan a inicios del siglo XVIII: Juan de Barrenechea fue el primer autor que compone uno entre nosotros. Su obra, Reloj astronómico de temblores, publicada en Lima en 1725, seguida de una segunda edición en 1734 —reeditada por Manuel Odriozola en 1863, edición a la que tuvimos acceso—, estuvo dirigida a presentar sus hallazgos en torno a la posibilidad de pronosticar sismos haciendo uso de un ingenioso —aunque no sabemos en qué medida útil— reloj astronómico que indicaba las fases de la Luna, toda vez que reconocía la directa causalidad de este evento astronómico sobre la ocurrencia sísmica. Barrenechea incluye en esa obra una “Recopilación de los terremotos más notables que ha habido en esta América austral y en Europa”, referidos, en el caso de América, solo a los sucedidos en el Perú a partir del siglo XVII. Quince grandes sismos registrados hasta agosto de 1725 —año para el cual ofrece una pormenorizada y única lista de doce temblores ligeros sentidos en la ciudad— representan el más temprano intento de ordenamiento de información sísmica en el Perú. No obstante, se aprecian vacíos como las omisiones a los grandes terremotos de 1600, 1604 y 1650, que afectaron la costa sur y el Cusco, respectivamente.

Contemporáneo de este catálogo es la brevísima lista de sismos ofrecida por el famoso polígrafo limeño, cosmógrafo y rector de San Marcos, Pedro de Peralta y Barnuevo, quien dedica algunas notas de su Lima fundada (Lima, 1732) al tema. Su aporte radica en indicar que en Lima:

Se han padecido hasta el presente terribles terremotos con horribles ruinas en los años de 1582, 1586, 1609, 1630, 1655, 1673 [sic], 1687, 1699, fuera de otros que aunque grandes, no han sido en ella tan ruinosos (como los de los años 1690, 1716 y 1725)… (Peralta [1732], 1863: 161)

Con sus referencias a los sismos del XVI, Peralta ampliaba el registro cronológico de Barrenechea. Al cabo de poco más de cuarenta años, Cosme Bueno, importante personalidad científica virreinal —originario de España, aunque formado como médico en la Universidad de San Marcos—, encargado de la cátedra de Matemática en San Marcos, cosmógrafo y responsable de la publicación de El Conocimiento de los Tiempos, consignó eventos sísmicos asociados con los periodos gubernamentales de cada virrey (Bueno, 1779). El ejemplo fue seguido por José Gregorio Paredes en el Almanaque Peruano y Guía de Forasteros, publicación que reemplazó al Conocimiento (Paredes, 1817). Entre ambos, en 1806, Hipólito Unanue aprovechaba las páginas de su Observaciones sobre el clima de Lima para ofrecer un listado de sismos ocurridos exclusivamente en la capital (Unanue [1806], 1940). Poco después, otro autor, el limeño José María Córdova y Urrutia, extendía el registro hasta la década de 1840, componiendo lo que vendría a representar el primer listado sísmico republicano (Córdova y Urrutia [1844], 1875, VII). Útil como los anteriores y presentando la información de modo muy sintético, la obra de Córdova resultó poco conocida en su tiempo. Este autor tampoco escapó de los vacíos en los que cayeron las obras anteriores; en su caso, omitió los terremotos de 1630, 1650, 1655 y 1678.

Aún durante el siglo XIX, dos obras aparecieron antes de la publicación del gran catálogo de Polo. Entre 1876 y 1890 se publicaron en Lima los ocho tomos que conformaban el Diccionario histórico biográfico del Perú, obra del general Manuel de Mendiburu, que a pesar de los comentarios y críticas que recibió —algunas acerbas— es utilísimo en materia sísmica, pues anota, para cada virrey y al modo de Bueno y Paredes, los sucesos principales ocurridos durante su mandato, incluyendo otros percances naturales, aparte de los sismos. Aun cuando en ocasiones menciona sus fuentes, encontramos difícil seguirlas, pues no se citan de manera explícita: solo al final del artículo dedicado a cada virrey incluye Mendiburu la totalidad de fuentes utilizadas, aunque sin precisar cuáles sirvieron para proveer información sísmica. La síntesis de cada una de las referencias se encuentra en el “Prontuario para recordar los terremotos y los más notables temblores experimentados en Lima y otros puntos en la época del gobierno español”, que incluye como apéndice del último tomo (Mendiburu, [1890], 1934, XI: 414-416. Apéndice 9). Mendiburu reconoce que en su elaboración aprovechó “las noticias que suministran las antiguas crónicas y los apuntes y datos que se han podido encontrar acerca de los terremotos y temblores fuertes experimentados en el Perú” (ibíd.: 416). Es bueno anotar, en aras de perfilar una filiación de fuentes, que la información sísmica de Mendiburu fue utilizada extensamente por Polo, en ocasiones citándolo, y en otras omitiéndolo totalmente.

Aunque sin el respaldo de la abundantísima documentación que Mendiburu tuvo al frente para componer su monumental diccionario, Ernst Middendorf —alemán de origen y médico de los presidentes Balta y Prado— usaba su tiempo libre para consultar la rica Biblioteca Nacional de Lima, antes de que la ciudad padeciera la ocupación chilena en 1881. A lo largo de varias estadías en el país —la más extensa de las cuales lo afincó en Lima doce años, entre 1876 y 1888, cuando retorna a Alemania— Middendorf viajó intensamente por nuestro territorio, lo que lo convierte en el principal viajero alemán llegado al Perú en la segunda mitad del siglo XIX. Su obra, publicada en Berlín en 1893 —aunque traducida al castellano recién al cabo de ochenta años—, dedica el primer tomo a una presentación exhaustiva de Lima, en la que no podían estar ausentes los sismos (Middendorf [1893], 1973, I: 138).

Esta vendría a ser la larga lista de autores que precedieron a Polo y Silgado en la trabajosa tarea de identificar y ordenar nuestro pasado sísmico. Los trabajos de los dos últimos tuvieron grandes virtudes. Sin desconocer el mérito de quienes los precedieron, la base documental que organizaron es el primer punto de partida sólido para emprender la reconstrucción de la sismicidad histórica en el Perú. Polo no solo recogió información para nuestro país, sino que incorporó también la proveniente de sus zonas limítrofes con Ecuador y Chile, en las que podrían haberse extendido los efectos de un sismo: es el caso del terremoto que azotó Latacunga en 1698 y que se sintió en actual territorio peruano. En tal sentido, es bueno advertir que la mención al sismo que afectó Tarapacá en 1543, incluida entre las noticias ofrecidas por Polo, solo puede ser entendida porque se trató de un territorio peruano, perdido de manera indefectible a raíz de la suscripción con Chile del Tratado de Ancón, en 1883, tras la Guerra del Pacífico.

Ya la sola identificación de las fuentes amerita el esfuerzo de Polo y Silgado. En ocasiones, los registros de este último superan en exhaustividad a los de Polo, dado que la disponibilidad de fuentes que pudo aprovechar fue mayor. No obstante, creemos que ambos ofrecen limitaciones y, en algunos casos, hasta equívocos. Por ejemplo, Polo identifica un sismo, a todas luces inexistente, como ocurrido en Lima en 1582, para el que indica que “con motivo de este temblor, y por consejo de San Pedro de Alcántara, confesor entonces de Carlos V, ordenó éste por una real cédula, que no excediesen los muros de los edificios de seis varas de altura, disposición que se observó en lo sucesivo en todas las construcciones” (cursiva nuestra) (Polo, 1898: 325). Carlos Bachmann ya había reparado en el equívoco (Bachmann, 1935: 83), pues entendía que era imposible que el emperador siguiera despachando en 1582, cuando había abdicado en favor de su hijo, Felipe II, en 1556, y más aún cuando, estando en su retiro en el monasterio de Yuste, había muerto en 1558. Su opinión la planteaba en los siguientes términos: “… algún autor señala como fecha de este terremoto el mismo 2 de julio pero del año 1582, lo que indudablemente es un error toda vez que Carlos V abdicó en 1555” (cursiva nuestra). La referencia a Polo es inequívoca. Si bien Bachmann advierte este yerro, incurre en otro cuando ubica aquel sismo en 1552, presunción tan válida como ubicarlo en 1542, pues también se trata de un año en que el poder de Carlos V se hallaba en pleno apogeo y podría haber dictado cualquier norma semejante a la mencionada. La duda puede aclararse solo a la luz de los libros de cédulas reales que custodia el Archivo de la Municipalidad de Lima, los que no hemos consultado por constituir fuente de archivo. De haberlo hecho, habríamos excedido los límites que impusimos a la investigación.

Hubo esfuerzos previos para hacer cronologías como la emprendida por Polo, en otras partes de América. En México, la primera recopilación data de 1887: se trata de Efemérides seísmicas mexicanas, donde sus autores, Orozco y Berria, reúnen descripciones sísmicas de distintas regiones y periodos. Desde ahí se prolongaron muchos esfuerzos, aunque todos padecen un defecto: se limitan a glosar aquellas descripciones, es decir, no las reproducen textualmente y, a veces, ni indican la referencia; la misma selección es subjetiva. Zanjando con un modo de acción a todas luces —como decimos— altamente subjetivo, los editores mexicanos del Catálogo Sísmico de 1985 han preferido evitar cualquier selección y han puesto a disposición de los interesados, historiadores o geofísicos, el texto íntegro para su libre consulta; de ese modo, han reunido prácticamente toda la información existente sobre sismicidad histórica, desde el primer registro —al que denominan “1 Pedernal”— hasta 1912, cuando ya se encuentra instalada la primera red de sismógrafos en México y se inicia el registro instrumental (Suárez Reynoso, 1996: 13). En esa línea planteada por los investigadores mexicanos quiere inscribirse el actual catálogo. Importa recalcar que el inicio del uso de instrumentos sismográficos suele marcar un hito en toda cronología sísmica; antes de ese momento podemos referirnos a la sismicidad histórica, a la que luego se suma la sismicidad instrumental. Ambas se sustentan en una denominada sismicidad “fósil”, la más antigua y cuyo conocimiento parte del estudio de la fisonomía del paisaje de un lugar (Gouin, 2001).

Dedicaremos las páginas que siguen a presentar diversos tópicos relacionados con la disponibilidad y uso de las fuentes, especialmente con el uso que Polo y Silgado hicieron de estas, a fin de evaluar el verdadero alcance de su aporte.

Historia de los sismos en el Perú

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