Читать книгу A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster - Страница 10

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Le arrancó de los brazos el gato gigante y lo abrazó ansiosamente. Liger siguió ronroneando tranquilamente. Priss pareció al mismo tiempo alarmada, furiosa y hostil.

–Escúchame –dijo Trace.

–Escúchame tú a mí –contestó con frialdad–, si le pones un dedo encima a mi gato, te… –no pudo acabar la frase. No se le ocurrió nada lo bastante amenazador.

Trace se levantó y observó el apartamento. Estaba limpio, pero tenía un aspecto desangelado.

–Intento proteger al gato. Cualquier cosa, persona o animal que puedan utilizar contra ti corre peligro. Por eso te he preguntado si tenía alguna relación.

–Ah.

Fijó en ella su mirada.

–¿Qué creías? ¿Que quería ligar contigo?

Ella levantó el hombro derecho.

–Acababas de verme prácticamente desnuda.

Santo Dios, no necesitaba que se lo recordara. Aquella imagen se había quedado grabada para siempre en su cerebro.

–Te has exhibido prácticamente desnuda delante de mí, Priss, pero para que lo sepas no eres la primera mujer a la que veo desnuda.

–Ni tampoco la más atractiva, ya lo sé –se levantó con el gato en brazos, se acercó al raído sofá y se dejó caer en él. Miró a Trace con aire soñoliento y una pizca de curiosidad–. Pero parecía estar gustándote el espectáculo.

¿Qué demonios quería? ¿Que le confesara que se había quedado boquiabierto al verla? Pues no pensaba hacerlo.

–Estoy vivo, claro que disfruté.

El apartamento se componía en realidad de dos espacios: la zona de cuarto de estar, comedor y dormitorio, y un minúsculo cuarto de baño con un lavabo manchado, un inodoro y un plato de ducha con los azulejos resquebrajados.

No había ruta alternativa de salida, aparte de la ventana del cuarto de baño y de la de detrás del sofá. Y esas no servirían.

Poniendo los brazos en jarras, se volvió hacia Priss y vio una mirada de tristeza en sus grandes ojos verdes. Como era tan susceptible a las lágrimas como cualquier hombre, suavizó el tono:

–Priss, tienes que trasladar a Liger a un lugar más seguro.

Ella negó con la cabeza y abrazó al gato con más fuerza.

–No hay ningún sitio donde pueda llevarlo. Solo me tiene a mí.

¿Y ella a él? Eso parecía.

Trace arrugó el ceño mientras sopesaba la situación. Luego sacó otra vez su teléfono de prepago y llamó a Dare.

Su amigo contestó al segundo tono.

–¿Qué pasa?

–Necesito un favor.

–Tú dirás –respondió Dare tranquilamente.

–¿El problemilla del que te hablé? Bueno, pues tiene un gato.

–¿Es un eufemismo o te refieres a una mascota?

Trace sonrió.

–A una mascota. De gran tamaño –bajó el teléfono para preguntarle a Priss–: ¿Cuánto pesa ese monstruo?

–No es un monstruo, pero pesa diez kilos –lo miró con desconfianza–. ¿Qué vas a hacer?

Trace añadió al teléfono:

–Es un gato de diez kilos, aunque cueste creerlo. La verdad es que es un encanto, así que por ese lado no hay problema. Y sé que sería un arma muy poderosa para utilizarla contra ella.

–Sí –Dare se quedó pensativo, pero solo un momento–. ¿Quieres que lo ponga a salvo? A mis chicas les encantaría. Les encanta todo lo que tenga mucho pelo. Y como ahora no estoy de servicio, estaré por allí para asegurarme de que se llevan bien.

Trace dejó escapar un suspiro de alivio.

–Si estás seguro, puedo llevar a Priss con el gato mañana. De todos modos necesita un repaso completo. Órdenes de Murray.

–Maldita sea. Eso tiene mala pinta.

–Sí. Quizá puedas pedir que una esteticista se pase por allí o algo así, para usarlo de tapadera. Si Priss vuelve con otro peinado y con la manicura hecha, nadie sospechará nada. Y Jackson puede asegurarse de que no nos siguen.

–Sí, creo que podrá hacerlo. Y me parece que Chris tiene un amigo que es peluquero.

Trace sacudió la cabeza, divertido. Molly, la mujer de Dare, no era muy aficionada a los salones de belleza, a pesar de ser muy atractiva. En cambio Chris, su buen amigo y empleado, tenía un montón de conocidos, desde jugadores de fútbol a maquilladores, todos ellos hombres.

–Si no surge nada, podemos estar allí a última hora de la mañana.

–Entonces podéis comer aquí.

–Gracias –al oír hablar de comida, Trace se preguntó cuándo había comido Priss por última vez. Tumbada en el sofá, parecía agotada. Trace frunció el ceño–. Llamaré cuando vayamos para allá.

Después de colgar, Trace se acercó a las persianas y miró fuera. El aparcamiento lindaba con el bar por un lado y con una bocacalle por el otro. No le gustó la situación del edificio, ni el nivel de ruido, ni la falta de seguridad.

–¿Has encontrado un sitio para Liger?

Él asintió.

–Solo será hasta que estés fuera de peligro, Priss. Nada más.

–Pero no sabemos cuánto tiempo será eso.

–No –Trace se frotó la cara–. ¿Has comido?

–Desde el desayuno, no.

Y hacía rato que había pasado la hora de cenar.

–Está bien. Vamos a recoger tus cosas.

–¿Qué tengo que llevarme?

–Todo lo que puedas necesitar. Si puedo evitarlo, no vas a pasar ni una noche más aquí.

–¡Qué lástima! –miró a su alrededor melancólicamente–. Ya me había instalado.

Trace no quiso ponerse a discutir con ella. Iba a mudarse y punto.

–Vas a registrarte en un hotel, pero no en el que has dicho. No quiero que Murray sepa dónde encontrarte –la llevaría al mismo hotel donde se alojaba él para tenerla lo más cerca posible.

–¿Y no sospechará?

–Ya se me ocurrirá algo –la vio levantarse del sofá–. Pero primero comeremos algo.

Ella titubeó.

–¿Y Liger?

–Se quedará contigo esta noche. Mañana lo llevaremos a casa de un amigo –notó que estaba a punto de protestar–. No pongas esa cara. El gato estará perfectamente con Dare, te doy mi palabra. Tiene dos perras a las que les encantan los demás animales. Entre todos harán que se sienta como en casa.

Al ver que ella se resistía a aceptar su plan añadió:

–¿Prefieres que lo encuentre uno de los matones de Murray? Te aseguro que son muy capaces de utilizar al gato para hacerte daño. Y sería muy… feo.

Ella pareció comprender a qué se refería. Se estremeció, dejó escapar un suspiro y le tembló la barbilla. Trace se asustó. «No llores, por favor», pensó. Priss tenía un cuerpo de escándalo y el carácter de un puercoespín, pero ver cuánto quería a aquel gato gordinflón tocó alguna fibra sensible dentro de él.

–¿Estás bien? –preguntó con suavidad.

Ella se rehizo, apretó los labios y asintió con la cabeza.

–Gracias por pensar en ello –luego, en tono menos intenso, añadió–: Me moriría si le pasara algo.

Lo que significaba que Trace haría cualquier cosa que estuviera en su mano para proteger al animal.

–Así estará a salvo –ojalá fuera tan fácil protegerla a ella–. Vámonos. Mañana nos espera un día muy largo.

–Está bien –dejó al gato sobre el sofá y entró en el cuarto de baño. Lo tenía ya todo metido en una pequeña bolsa de viaje. De detrás del sofá sacó un petate de buen tamaño, lleno hasta arriba–. Aparte de esto, solo tengo que llevarme la caja de arena de Liger y su comida –recogió la correa y el arnés del gato, que colgaban del pomo de la puerta.

Trace miró sus bolsas con sorpresa.

–¿Aún no habías deshecho la maleta?

–No pensaba quedarme aquí mucho tiempo. Y no quería dejar nada aquí si me trincaban por este asunto.

–¿Por… matar a Murray?

–Sí –su sonrisa le pareció alarmante–. Quizá creas que soy tonta y que actúo impulsivamente, pero tenía un plan, Trace. Un buen plan. Y si no hubieras aparecido tú, estaría a punto de librar al mundo de ese canalla. Pero, en fin, ahora que sé que para volver a ver a mi gato tengo que salirme con la mía… Digamos que me siento doblemente motivada para acabar de una vez con este asunto.

Trace vio una mirada triunfal en sus ojos y una sonrisa altiva y expectante en su boca carnosa. Para tener una cara tan inocente, parecía sedienta de sangre.

Contradicciones, contradicciones constantes y nada más.

¿Por qué demonios empezaba a parecerle tan excitante?

Priss se estiró, despierta, en la cama de la habitación de hotel, mucho más limpia y bienoliente que el apartamento. Las sábanas eran suaves, las almohadas blandas y tenía espacio suficiente para moverse sin tropezar con nada.

La luz del sol entraba por las cortinas. Aquel sería otro hermoso día de junio. Era hora de levantarse… pero no podía mover las piernas: tenía a Liger tendido en todo su esplendor sobre ella.

El aire acondicionado mantenía fresca la habitación. Con un bostezo, Priss salió de debajo de Liger y se sentó en un lado de la cama. El pelo largo le caía sobre la cara y la camiseta arrugada solo le cubría la parte de arriba de los muslos, pero de momento al menos, por aquella mañana, estaba a salvo.

Habían cambiado tantas cosas en tan poco tiempo…

La muerte de su madre había sido al mismo tiempo un golpe demoledor y un regalo del cielo. No pasaba ni un solo día sin que la echara de menos, pero al menos ya no sufría. Eso había sido lo peor: verla sufrir y consumirse poco a poco, dolorosamente.

Dejar su casa podría haber sido muy duro, pero con su motivación, había hecho la mudanza, se había trasladado y se había instalado en aquella nueva ciudad casi maquinalmente. Alcanzar su objetivo se había vuelto absolutamente prioritario.

Después de instalarse, había averiguado dónde podía encontrar a Murray. Y luego había conocido a Trace… A Trace como se llamara, porque no se había tragado ni por un momento que aquel fuera su verdadero nombre.

Trace tenía tantos secretos como ella, quizá más. Le encantaba discutir con él, físicamente lo encontraba atractivo y su actitud segura y capaz no dejaba de intrigarla. Era, de lejos, el hombre más tentador que había conocido nunca.

En realidad, no sabía lo suficiente de él para sentirse cautivada. Lo que sentía por él era un poco… preocupante. Su instinto le decía que Trace tenía madera de héroe, y su instinto rara vez le fallaba. A pesar de que le faltaban datos, ya había llegado a la conclusión de que era de los buenos, un macho alfa capaz de ponerse en peligro para proteger a otros, como la había protegido a ella.

A ella, y a su gato.

Era lo opuesto a Murray Coburn. Así que ¿por qué trabajaba para aquel malnacido?

Liger se desperezó y bostezó enseñando los dientes afilados como cuchillas. Abrió sus grandes ojos amarillos, miró a Priss parpadeando y dejó escapar un maullido que sonó débil e infantil comparado con su corpachón. Priss sonrió.

–Sí, ya lo sé. Ha sido una noche muy larga. Y no estamos acostumbrados, ¿verdad? Ahora quieres desayunar –le rascó la cabeza y el largo lomo–. Yo también, amiguito. Pero lo primero es lo primero.

Camino del cuarto de baño, que era el doble de grande que el del apartamento, echó un vistazo a la puerta que comunicaba con la habitación contigua.

Trace dormía al otro lado.

Se le aceleró el corazón, algo que no le había pasado nunca. A todos los efectos, veía a los hombres simplemente como clientes de su tienda a los que era fácil persuadir para que compraran el porno más novedoso y caro. A diferencia de su madre, se sentía a gusto en compañía de hombres.

Pero que se le acelerara el corazón… Eso, no. Nunca había conocido a un hombre que surtiera ese efecto sobre ella.

Antes de salir del cuarto de baño, se lavó la cara y se cepilló los dientes. Al mirarse al espejo, vio que no tenía muy buena cara.

Aunque la verdad era que le importaba un comino.

Se apartó el pelo de la cara y se miró atentamente. Antes de conocer a Trace, siempre se había considerado una mujer asexual, apática casi siempre, carente del interés que las chicas solían mostrar por los hombres y metódica a la hora de afrontar la vida.

Sí, había querido mucho a su madre. Muchísimo. Pero, aparte de ella, nunca había sentido verdadero afecto por otra persona. Se había dedicado a enmendar errores, sin ninguna otra emoción evidente.

Cuando estaba con Trace, sin embargo, sus emociones eran tan intensas que le daba vueltas la cabeza. Se había quedado dormida pensando en él y se había despertado con él en la cabeza.

¡Qué patético!

Acababa de dar su comida a Liger cuando llamaron a la puerta de comunicación. El corazón se le subió a la garganta.

De emoción.

No de miedo, ni de fastidio, ni de indiferencia, sino de pura excitación. De pronto se sintió plenamente despierta.

Sofocando una sonrisa, se inclinó hacia la puerta:

–¿Sí?

–Abre.

Priss intentó fingirse tan despreocupada como él:

–¿Para qué?

Algo golpeó la puerta (su cabeza, quizá).

–Te he oído moverte por la habitación, Priss. He preparado café, pero si no quieres…

Ella abrió la puerta de golpe.

–¡Ah, bendito seas! –le quitó la taza de la mano, bebió un largo trago y suspiró mientras el calor del café penetraba en la densa neblina de sus emociones–. ¡Ahhhh! ¡Qué maravilla! Gracias.

Solo entonces advirtió que Trace solo llevaba puestos los vaqueros y no se los había abrochado. Abrió los ojos de par en par y se quedó boquiabierta. Madre mía.

–Esa era mi taza –le dijo él, divertido.

Pero Priss solo pudo mirarlo fijamente. A pesar del delicioso café que acababa de tomar, se le había quedado la boca seca.

Al ver que seguía mirando embobada su pecho y su abdomen, y que bajaba la mirada por la sedosa línea de vello castaño que se perdía bajo sus pantalones, Trace cruzó los brazos. Priss lo miró bruscamente a la cara y vio que él la estaba contemplando con idéntica fascinación.

Un poco confusa, Priss preguntó con cierta hostilidad:

–¿Qué pasa?

Trace esbozó una sonrisa enigmática y sacudió la cabeza.

–Nada. Quédate con esa, yo voy a servirme otra.

¡Ay, Dios, le había quitado su taza!

–Perdona.

Él levantó una mano para quitarle importancia al asunto y se acercó a la cafetera que había encima de la cómoda de su habitación. Los vaqueros le quedaban bajos, sobre las caderas. Su piel oscurecida por el sol contrastaba vivamente con su cabello rubio.

Priss bebió otro sorbo de café, suspiró y, mientras intentaba reponerse de la impresión, dijo:

–No hay nada en el mundo que sepa mejor que ese primer sorbo de café.

Trace volvió la cabeza y fijó la mirada en su boca, luego en su pecho y finalmente en sus piernas desnudas.

–Bueno, no sé.

Priss entró en la habitación, sintiéndose acariciada por aquella mirada y por el timbre seductor de su voz. Liger la siguió. Pasó a su lado, se subió de un salto a la cama de Trace y revolvió las sábanas que él ya había estirado. Eligió para tumbarse las almohadas que había junto al cabecero. Palpó con las patas un momento su suave algodón, sacó las uñas, bostezó y se relajó.

Trace señaló la pequeña mesa redonda y las dos sillas.

–Siéntate, Priss.

La noche anterior, tras instalarse en el hotel, habían cenado en aquella mesa. Había sido… agradable.

Una revelación, incluso.

Habían charlado tranquilamente, hablando de esto y aquello sin que ninguno de los dos revelara nada demasiado personal o importante. Una charla, nada más. Un modo de pasar el tiempo.

Para Priss, sin embargo, había sido toda una novedad sentarse delante de un hombre y disfrutar sinceramente de su compañía: de su sentido del humor, de su ingenio, de su inteligencia y su atención.

Mientras se comía una enorme hamburguesa, Trace se había mantenido atento a los ruidos del pasillo y el aparcamiento y a cada gesto de Priss, por pequeño que fuera. Sentir su interés, sentirse protegida por él, había sido realmente agradable.

–No me importa sentarme –pero primero… Se acabó su café y miró la cafetera llena–. ¿Te importa que tome otro?

–Sírvete.

Cuando ella se acercó a la cafetera, Trace se recostó en el borde de la cómoda y se quedó mirándola. Priss notó el olor cálido de su piel, su atractivo sexual casi palpable y delicioso. ¿Olería igual de bien desde más cerca, si acercaba la nariz a su cuello o a su pecho fornido? ¿O… más abajo, quizá? Miró su cuerpo atlético y levantó una ceja.

–Hoy te tocaba exhibirte un poco a ti, ¿eh?

–Por respeto a tu delicada sensibilidad, me he puesto unos vaqueros. ¿No basta con eso?

¿Bastar para qué? ¿Para su tranquilidad de espíritu? ¡Ja! Estar junto a él, sobre todo así, medio desnudo, hacía que su corazón se acelerara como el de un corredor de maratón.

–Quizá lo fuera –reconoció–, si no estuvieras tan bueno.

Trace levantó una ceja.

–Vamos, Trace. Tú sabes cómo estás.

Ella volvió a devorarlo con la mirada, con más descaro esa vez, y notó un abultamiento tras la cremallera de sus pantalones. ¿Sería por ella?

Vaya, vaya, vaya. ¡Qué halagador!

–Estoy segura de que muchas mujeres han caído rendidas a tus pies.

Él le lanzó una mirada burlona.

–Tengo treinta años, Priss. Como puedes imaginar, algunas han caído rendidas a mis pies y otras me han dado calabazas.

–¿Te han dado calabazas? ¿En serio? –le costaba creerlo–. O eran muy tontas, o hay una faceta tuya que todavía no he visto.

–Está claro que solo has visto la cara que he querido mostrarte.

–Mmm –le costaba concentrarse en lo que decía Trace, fascinada como estaba por el vello corporal que bajaba por su vientre. Hasta el vello de sus antebrazos le parecía sexy. Era un poco más oscuro que el de su cabeza, pero sus pestañas y sus cejas también lo eran. Y aquella barba que empezaba a asomar en sus mejillas…

Sin poder refrenarse, Priss alargó el brazo y acarició su mandíbula.

–Me gusta tu cara de recién levantado. Estás… no sé. Muy viril.

Trace entornó los ojos, pero por lo demás se quedó completamente inmóvil.

Ella bajó la mano y se acercó a la mesa.

–Supongo que no podemos pedir que nos suban el desayuno.

Él siguió mirándola un rato.

–Prefiero que nos vistamos y salgamos. Debemos evitar cualquier cosa que pueda quedar registrada, como un desayuno para dos.

–¿Para mantener nuestras respectivas tapaderas? –no esperaba que Trace reconociera que lo suyo también era una tapadera. Bastaba con que Trace la hubiera puesto en una habitación contigua a la suya, cerca de la planta baja, con acceso a la escalera y a salidas traseras que daban a calles muy transitadas.

–Para mantenerte a salvo –Trace se reunió con ella junto a la mesa–. Si Murray sospecha que no eres lo que dices ser…

–Lo sé, lo sé, puedo darme por muerta –hizo una mueca–. Tenemos que hablar de otra cosa, al menos hasta que esté lo bastante despierta para demostrar cuánto desprecio a Murray.

–¿Qué te parece si me cuentas por qué quieres matarlo?

Priss se había preguntado cuándo volvería a sacar el tema.

–¿Con el estómago vacío? Ni pensarlo.

–¿Me lo contarás luego?

–Claro –mintió–, si cambias de tema y hablamos de algo más agradable.

–Está bien –Trace bebió un sorbo de café–. ¿Qué tal has dormido?

–Como un muerto, gracias.

Él hizo una mueca teatral.

–Una comparación desafortunada, teniendo en cuenta las circunstancias.

Porque tal vez Murray ordenara su asesinato. Priss también torció el gesto.

–Perdona –miró hacia la ventana y vio entrar la luz del sol por los resquicios de las cortinas echadas–. Parece que va a hacer un día precioso.

–Debemos mantener las cortinas corridas y cerrar con llave la puerta entre las dos habitaciones cada vez que salgamos.

–¿Crees que pueden estar espiándonos?

–Todo es posible. Creo que Murray todavía no se fía del todo de mí, por eso nos estaban siguiendo. Es lógico pensar que, ahora que has aparecido tú, redoble la vigilancia.

Todo eso era muy cierto, pero a Priss seguía costándole concentrarse.

–Se me ha ocurrido un tema más interesante que el tiempo y el peligro que corremos.

Él la saludó con su taza.

–Adelante.

Priss se humedeció los labios.

–¿Con cuántas mujeres te has acostado?

Trace se quedó callado solo segundo. Luego contestó:

–Es una pregunta muy extraña para hacerla mientras tomamos un café, y además no es asunto tuyo.

Priss, que tenía costumbre de ser sincera consigo misma, tuvo que reconocer que quería que fuera asunto suyo. Además, ¿qué mal podía hacerles, mientras Murray no se enterara? Si sus planes salían como esperaba, no se quedaría el tiempo suficiente para inmiscuirse en la vida de Trace. ¿Por qué no disfrutar un poco mientras todavía podía? ¿Quién sabía cuándo conocería a otro hombre que la hiciera sentirse así? En sus veinticuatro años de vida, Trace era el primero. Y también podía ser el último.

¿Y si sus planes se torcían? Entonces seguramente acabaría muerta.

Y morir siendo virgen le parecía el colmo de la mala suerte.

Apoyando el brazo en la mesa, se inclinó un poco hacia él.

–Demasiadas para contarlas, ¿eh? Y… ¿alguna de ellas era virgen?

Trace se detuvo cuando se estaba llevando la taza a la boca. Su mirada se afiló y sus hombros se tensaron de pronto.

–¿Por qué lo preguntas?

Priss se puso un poco colorada. Su vida privada era suya y solo suya, al menos hasta que Trace aceptara tener algo con ella. Y si aceptaba… Bien, entonces ya tendría la respuesta que quería.

–Eso es trampa, no se puede contestar a una pregunta con otra.

Trace se echó hacia atrás.

–No –sacudió la cabeza, incrédulo y un poco molesto–. No intentarás decirme que…

Le interrumpió el zumbido de su teléfono móvil. Estaba que ardía de frustración.

Ah, sí, el teléfono móvil. Priss tenía que hacerse con él en cuanto se le presentara una oportunidad. Era muy probable que pudiera acceder a su e-mail y borrar la foto de su lista de mensajes y de la memoria del teléfono.

Bebió un sorbo de café con aparente indiferencia.

–¿Crees que es Murray?

El teléfono vibró dos veces más antes de que Trace recuperara su aplomo.

–Es más que probable, así que ni una palabra.

Ella se encogió de hombros y Trace fue a buscar el teléfono y contestó.

Sabiendo que era Murray, Trace dijo en el tono frío y distante que tanto impresionaba a su jefe:

–Miller.

–Buenos días –bramó jovialmente Murray–. Espero que ya estés levantado y listo para empezar el día.

Vaya, vaya. Así que Murray estaba de buen humor. Trace sabía ya por experiencia que eso solía traer complicaciones a quienes lo rodeaban. Murray nunca era tan feliz como cuando hacía la vida imposible a los demás.

–Sí, desde luego –lanzó una mirada de advertencia a Priss.

–He estado toda la noche pensando en mi querida hija –Murray soltó una risita–. No me fío de ella.

–Yo tampoco –Trace sabía perfectamente que Priss estaba empeñada en vengarse, y de algún modo tenía que mantenerla a salvo y evitar que hiciera alguna estupidez.

Como intentar matar a Murray.

Si lo intentaba, no solo acabaría muerta. Primero la maltratarían y abusarían de ella. Con solo pensarlo, se sintió morir.

Era imposible que fuera virgen.

–¿La llevaste de compras? –quiso saber Murray.

–Sí. Twyla hizo un gran trabajo. Te gustará lo que eligió.

–¿Y está buena?

–Bien vestida, sí, lo está –Trace echó un vistazo al reloj de la mesilla de noche–. Tengo que pasarme otra vez por allí para recoger algunas cosas que iba a prepararle Twyla. Tendrá suficiente para una semana, incluida una noche por ahí.

–Bien. Lleva a Priscilla contigo cuando vayas. De ahora en adelante, quiero que te pegues a ella, a ver qué se trae entre manos. No la pierdas de vista.

–De acuerdo –lo haría encantado, de hecho.

Si estaba con Priss, podía protegerla. Y, cuando la perdiera de vista, le diría a Jackson que la siguiera. Si era necesario, prescindirían de sus tapaderas para salvarla, aunque le fastidiaría enormemente que Priss echara a perder sus planes poniéndose en peligro.

Quería a Murray, pero también quería a sus contactos. Quería el tinglado entero, a todos y cada uno de aquellos cerdos, desde el mandamás al esbirro más insignificante. Todo aquel que hubiera vendido, traficado, anunciado, transportado o manipulado a mujeres cautivas quedaba dentro de su radar.

Los atraparía a todos, de un modo u otro.

–Me alegro de que la encuentres atractiva, Trace –añadió Murray con voz sedosa–, porque creo que el mejor modo de sacarle la verdad es echarle un polvo.

Trace se quedó paralizado. Sintió al mismo tiempo rabia y deseo. Miró a Priss. Ella levantó la mirada y agrandó los ojos al ver su expresión.

–¿Qué? –preguntó Trace.

–Es la manera más fácil de saber si tiene experiencia o no la tiene, y cuánta. Y como a Helene no le apetece que lo haga yo…

Trace sintió que se le revolvía el estómago.

–Porque es tu hija –dijo. Rezaba por que esa fuera la razón, pero tenía sus dudas.

–No, no –Murray soltó una risotada–. Helene no se traga que sea mi hija, y aunque lo sea dudo que le importara. Una de sus cualidades más atrayentes es su total falta de respeto por los tabúes sociales.

Sí, Trace ya lo había notado. Intentó no apretar demasiado fuerte el teléfono. Temía romperlo.

–Entiendo.

–¿Sí? Entonces digamos que lo más sencillo sería que hicieras tú los honores –Murray hizo una pausa antes de añadir con un leve tono de amenaza–: No hay objeción por tu parte, ¿verdad?

–¿Estamos hablando de seducción, coerción o violación? –preguntó con fingida indiferencia

Priss dio un respingo. Sus ojos verdes se endurecieron, llenos de indignación, pero Trace también vio en ellos un destello de temor, el mismo que la hizo palidecer. Era la primera vez que la veía así.

¿Tanto le asustaba la idea de que la forzaran?

Se preguntó si ya le habría ocurrido antes.

Deseó abrazarla, reconfortarla… pero no lo haría. Un poco de miedo era justo lo que necesitaba Priss para comprender que estaba en peligro y olvidarse de su absurdo plan.

Murray se echó a reír.

–Te lo estoy encargando, así que ¿tienes alguna preferencia?

Trace cerró los ojos para no ver la cara de Priss y se encogió de hombros.

–No soy un violador nato, pero tú mandas.

Su deferencia encantó a Murray.

–Me gusta tu actitud, Trace, me gusta de veras. Te tomas muy a pecho tu deber. Me alegro de haberte contratado –su risa se disipó–. Empecemos por la seducción. A fin de cuentas, Helene dice que para ti será pan comido.

Trace soltó un bufido.

–¿Intenta Helene que me mates?

¿Por qué demonios hablaba de él con Murray sobre esos asuntos?

Murray volvió a reírse.

–Bueno, Trace, tú sabes que yo no soy celoso. No tengo motivos para serlo, ¿verdad?

–Ninguno, en absoluto.

–Me gusta complacer a Helene siempre que puedo.

¿Qué significaba aquello? ¿Que Helene tenía permiso para acostarse con él?

Trace se frotó el puente de la nariz, cansado de aquel juego.

–Eres muy generoso con ella.

–No me importa que admire a otros hombres. A menudo me sirve de ayuda. Pero recuerda que mi generosidad tiene un límite.

–Cómo no.

–Así que… puedo dar por sentado que este nuevo encargo no te dará ningún problema, aunque Priscilla no sea tan inocente como parece.

–No, ningún problema.

–Estupendo –las palabras de Murray rebosaban arrogancia–. Mantenme informado.

–Claro –mientras cerraba el teléfono oyó la risa desganada de Murray y sintió un hormigueo nervioso.

El muy cerdo estaba tramando algo, pero ¿qué? ¿Y qué supondría para Priss?

A merced de la ira - Un acuerdo perfecto

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