Читать книгу A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster - Страница 12
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ОглавлениеHabía hecho un montón de cosas atroces a lo largo de su vida. Había herido de gravedad a muchos hombres y matado a más aún, todo ello sin sentir aquel horrible remordimiento. Las cosas que hacía formaban parte de su trabajo, de su deber para con la sociedad. Se dedicaba a eliminar la escoria, dejaba fuera de combate a los criminales sin pestañear siquiera.
A veces, para lograrlo, tenía que manipular a personas inocentes, pero sin hacerles ningún daño.
Esta vez, en cambio, con Priss… La mala conciencia le retorcía las entrañas, lo mantenía tenso y furioso. ¿Qué tenía Priscilla Patterson que lo había cambiado tan bruscamente? Él sabía mejor que nadie lo importante que era mantener la cabeza despejada, dedicarse por entero a su misión.
Murray y su ralea, sus cómplices y admiradores, eran una lacra para la sociedad y una amenaza para personas inocentes. Después de lo que le había ocurrido a su hermana, no iba a dejar que se le escaparan. Ni pensarlo. Antes de abandonar, los vería a todos en el infierno.
Pero con Priss en sus brazos, mientras el dichoso gato lo observaba sin parpadear, deseó rebelarse contra el destino.
¿Por qué había aparecido ella en su vida precisamente en aquel momento?
Drogarla había sido necesario. No podía poner en peligro a Dare, ni a su esposa. ¿Lo entendería ella? ¿Lo perdonaría?
–Mierda –se pasó la mano por la cara y acarició el pelo sedoso de Priss.
Llevaba otra vez aquella maldita coleta, y era una pena. Le gustaba su pelo suelto. Era tan sexy…
La apartó de sí y la apoyó en su asiento. Drogada, parecía engañosamente dulce y recatada.
«Sí, ya».
Aquella mujer era una maestra del engaño. Así que, ¿por qué demonios le importaba que lo perdonara o no? No tenían absolutamente nada que ver. No iban a tener ninguna relación, más allá de unir sus fuerzas para acabar con Murray Coburn.
Estaba convencido de que eso era lo que se proponía ella, pero le faltaba averiguar el porqué. En cuanto lo supiera, podría calcular hasta dónde estaba dispuesta a llegar y cuánto era capaz de sacrificar, y a quién, para alcanzar su meta.
Acarició con un nudillo su sien, su mejilla y su garganta, deteniéndose para sentir el latido de su pulso.
Sacudió la cabeza y reconoció que era tan patético como un adolescente en su primera cita.
El zumbido de su móvil lo sacó de su ensoñación. Liger siguió mirándolo con cara de reproche.
–Tú no sabes nada –le dijo mientras sacaba el teléfono y lo abría–. Miller –respondió.
–¿Dónde estás?
Murray.
–¿En este preciso instante o en general? –preguntó, sofocando su ira.
–Da igual. La verdad es que me importa una mierda, lo que quiero saber es si puedes estar aquí esta noche a las siete.
–¿En la oficina? –preguntó maquinalmente mientras pensaba a toda prisa.
–Sí. ¿Hay algún problema?
–Si quieres que esté allí, allí estaré –miró su reloj. Sí, tenía tiempo suficiente para llegar, dejar a Priss y volver–. ¿Qué ocurre?
–Esta noche tengo que ocuparme de un asunto y quiero que me acompañes.
¿Un intercambio? ¿El muy cerdo quería que tomara parte en una venta de mujeres?
Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Era la primera vez que lo invitaba a presenciar un intercambio. Podía ser la oportunidad que había estado esperando. Al mirar a Priss, comprendió que ella podía ser la siguiente víctima de Murray y contestó casi con un gruñido:
–Entiendo.
Hubo un silencio y Murray dijo con voz sedosa:
–¿Noto cierta reticencia por tu parte?
–No –contestó secamente, aunque en realidad estaba pensando «Va a ser un placer hacerte pedazos»–. A las siete en la oficina, entendido.
–Bien. Bueno, cuéntame, ¿qué tal va todo con Priscilla?
Trace se rascó la nuca y dijo:
–Es una chica de pueblo, Murray.
–¿Podrías ser más concreto?
Maldiciendo para sus adentros, Trace apartó la mirada de Priss. No soportaba mirarla mientras traicionaba de aquel modo su intimidad. Confiaba en poder preservar su pudor hablándole a Murray de su… agreste belleza.
Priss era muy distinta a las mujeres de la alta sociedad de las que solía rodearse Murray. Como clientas habituales de los mejores salones de belleza, aquellas mujeres consideraban la depilación brasileña una necesidad imprescindible. Comparada con ellas, la belleza intacta de Priss podía considerarse toda una novedad.
–No lleva tatuajes, ni piercings –se pellizcó el puente de la nariz y añadió–: Y nunca se ha… arreglado.
–¿Cómo dices?
No le parecía bien hablar sin rodeos, tratándose de Priss. Buscó palabras menos crudas e insultantes.
–No se depila.
–¿Quieres decir…? –preguntó Murray alegremente, en voz baja.
¿Iba a tener que decirlo?
–El pubis –dobló la mano libre, intentando relajar su tensión.
Le repugnaba hablar de Priss con Murray tan íntimamente.
–Por lo demás, se cuida tanto como cualquier otra mujer.
–Así que nuestra pequeña Priscilla es tan pudorosa que no se desnuda para que le hagan el trabajo completo, ¿eh? –se rio.
–Con su estilo de vida no necesita más.
–¿Te refieres a que es de clase media baja? –preguntó Murray con desdén.
Trace clavó la mirada en la pared del fondo del garaje.
–Tengo la impresión de que no nada precisamente en la abundancia.
La voz de Murray se volvió gélida.
–Estoy pensando que esto tiene que significar que la has visto desnuda.
–No –«todavía». Pero si Murray se salía con la suya…
–¿No? –pareció sorprendido–. Entonces, ¿cómo lo sabes?
Trace se acordó de Priss en ropa interior, una imagen que nunca se alejaba mucho de su pensamiento.
–Habría sido difícil no verlo, con las braguitas que eligió Twyla.
–Ah, no me digas.
Trace continuó hablando como si la situación no le importara, más allá de la tarea que le habían asignado:
–Parecía muy incómoda enseñándome la ropa.
–¿Es tímida?
–Más bien pudorosa, creo. Yo diría que no está fingiendo. Que es una ingenua, quiero decir. Una chica de campo, como te decía.
Murray no dijo nada, a pesar de que Trace le oyó respirar.
Por fin preguntó:
–Su falta de sofisticación tiene cierto encanto, ¿no crees?
Sí. Un montón. Trace se obligó a concentrarse.
–Eso fue lo que le dije a Twyla.
–¿Qué, exactamente?
–Que eras tú quien tenía que decidir, no yo –le costó trabajo mostrarse tan sumiso, pero lo consiguió–. Sé que dijiste que tenía que hacerse un repaso completo, de la cabeza a los pies, pero pensé que quizá la prefieras al natural. De todos modos, siempre puede depilarse.
Murray se echó a reír.
–Ah, tú siempre anticipándote a todo, ¿eh, Trace? Siempre anteponiendo mis intereses.
«Siempre pensando en cómo matarte». Trace dejó escapar un suspiro de ira.
–No me pagas para que tome decisiones por ti, Murray.
–No, pero tengo la sensación de que, si lo hiciera, también serías un as en eso. Tienes un don especial para leerme el pensamiento. Y en mi organización hay sitio de sobra para que un hombre como tú prospere.
Trace apretó los dientes y dijo:
–Gracias.
Murray volvió al tema que le interesaba:
–Estoy deseando comer con Priscilla. Naturalmente, quiero que tú también estés presente.
«Menos mal». Mientras estuviera cerca, podría garantizar su seguridad.
–Está bien –contestó sucintamente.
–Puede que esta noche tenga algún otro encargo que hacerte.
–¿Algo que deba saber por anticipado? –si Murray iba a pedirle que acorralara a mujeres como si fueran ganado, tendría que adelantar sus planes. Lo mataría y al diablo con las consecuencias.
–Puede que el comprador necesite alguna… lección sobre el modo más adecuado de hacer negocios –dijo Murray, divertido–. Ya habíamos llegado a un acuerdo y ahora ese ignorante está intentando regatear con el precio de la mercancía.
Trace guardó silencio. Le revolvía el estómago que Murray pensara en seres humanos como en una mercancía de la que extraer beneficios, pero al mismo tiempo se sintió aliviado al saber que podría cumplir sus órdenes sin remordimientos. Machacaría con mucho gusto a cualquier socio de Murray.
–Podrás ocuparte de eso, ¿verdad, Trace?
–Sí, claro –pero primero tenía que dejar a Priss en lugar seguro.
–¿Y si tengo que pegarle un tiro para escarmentar a los demás compradores? –preguntó Murray con voz sedosa.
Trace se encogió de hombros.
–Se lo pegaré yo –luego añadió–: Pero puedo impresionar a los otros sin malgastar una bala, si lo prefieres.
–Bien dicho –Murray pareció de nuevo de buen humor–. Nos vemos a las siete, entonces –cortó la llamada.
En medio del silencio que siguió, Trace oyó la profunda respiración de Priss. No quería mirarla, reconocer lo que le había hecho, pero no pudo refrenarse. Mientras él hablaba con Murray se había movido un poco y ahora estaba recostada hacia él, con la cabeza en una posición incómoda.
Procurando ignorar la mirada de reproche de Liger, Trace le desabrochó el cinturón de seguridad y la tumbó para que su cabeza reposara sobre su muslo. Alisó su coleta. En la penumbra del garaje no veía los reflejos rojizos de su precioso pelo, solo su profundo color castaño.
Al mirarla atentamente notó que su piel tersa parecía muy pálida. Tenía los labios entreabiertos y sus largas pestañas dibujaban sombras en sus mejillas.
Estuvo largo rato mirándola. Por una vez, en vez de estar en guardia, su expresión parecía serena y apacible.
Pero estaba dormida, y drogada.
Trace no pudo apartar las manos de ella, de la cálida piel de sus brazos, de la seda de su pelo. La coleta le parecía una tortura, le tiraba del cuero cabelludo. Sintiéndose un canalla, sacó su navaja, levantó el pelo y con la punta de la hoja cortó la goma.
Priss no se movió.
Tras masajear su cuero cabelludo desplegó su larga melena sobre su regazo y sintió su frescura y su peso.
¿Por qué se atormentaba de aquel modo? No iba a aprovecharse de ella. Haría bien en volver a abrocharle el cinturón y ponerse en marcha de una vez.
El gato saltó al asiento para mirarlo más de cerca. Trace acarició su oreja y Liger le respondió con un suave maullido.
–No voy a hacerle daño –pero sabía que ya se lo había hecho.
El gato se acurrucó junto a Priss y comenzó a ronronear. Se salía del asiento, pero no pareció importarle.
Solo quería estar junto a Priss.
Al menos el gato confiaba en él, pensó Trace. Era un comienzo.
Colocó bien a Priss en su asiento, le abrochó el cinturón y dejó que Liger se acomodara a su lado. Luego puso en marcha la camioneta y salió del garaje.
Teniendo a su lado el cuerpo cálido y sensual de Priss, iba a ser un viaje muy largo.
Priss notó, aturdida, que la radio había dejado de sonar y ya no se movían.
El silencio se cerró a su alrededor.
Confusa, abrió un ojo y vio a Trace tras el volante de lo que parecía ser el salpicadero de una vieja camioneta. La ventanilla estaba bajada y él estaba hablando hacia fuera, dirigiéndose a un interfono.
–No nos han seguido, pero voy a necesitar un par de minutos para despertarla.
Otra voz, profunda y dulce, se oyó por el interfono, pero Priss no entendió lo que decía.
–Sí –contestó Trace–. Lleva mucho tiempo fuera de combate.
¿Fuera de combate? Intentó pensar, pero le dolió la cabeza. La camioneta avanzó lentamente y se detuvo debajo de una sombra.
Poco a poco, a medida que fue despejándose la niebla, los recuerdos se agolparon en su cabeza.
Habían ido a un garaje. Habían desayunado. Había hablado con Trace, él la había besado…
Había bebido agua.
Ay, Dios.
¡Trace la había drogado!
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Qué le había hecho él? Intentó hacer un repaso de su cuerpo, pero aparte del aturdimiento, todo parecía en orden.
Tuvo que hacer un esfuerzo para ocultar que estaba despierta, para no abalanzarse furiosa sobre Trace.
¿Dónde estaban y qué pensaba hacer con ella? Sintió que se acercaba a ella. Aspiró su olor, le oyó decir:
–No pasa nada, pequeño. Seguro que necesitas un descanso. ¿Verdad? Aunque te has pasado casi todo el viaje durmiendo.
Estaba hablando con Liger. Priss sintió pasar junto a ella la cola peluda del gato y empezó a asustarse. No permitiría que Trace ni cualquier otra persona hiciera daño a Liger. En realidad era absurdo pensarlo porque Trace había querido proteger al gato, pero ¿cómo iba a fiarse de él después de haberla engañado para que bebiera el agua cargada con somníferos?
–Madre mía –dijo otra voz fuera de la carretera–. ¿Seguro que eso es un gato doméstico?
–Sí, y además muy cariñoso –la puerta del conductor se abrió–. No seas miedica, Chris. Es dócil como un corderito.
Un hombre se rio.
–Dámelo. Voy a ver qué les parece a las chicas de Dare.
El asiento se movió bajo ella.
–Pero ten cuidado. No quiero que se asuste de ellas.
–Vaya, sí que eres grande, ¿eh, muchacho?
Liger respondió con un dulce maullido y el hombre se rio otra vez.
–Descuida, Trace, cuidaré bien de él.
Priss reconoció el nombre de Dare. Había oído a Trace hablar por teléfono con alguien llamado así. Pero ¿quién era Chris? ¿Y sus chicas? ¿Dónde la había llevado Trace y por qué? Al menos sabía que no pensaban hacer daño al gato. Oyó a Chris hablando con Liger y haciéndole carantoñas para que se calmara. Y le había parecido bastante sincero cuando le había dicho a Trace que cuidaría de él.
Así pues, su gato estaba a salvo… pero ¿y ella?
Aunque tenía aún los miembros abotargados y la cabeza rellena de algodón, movió despacio la mano y se desabrochó el cinturón de seguridad. Consciente de que Trace estaba mirándola, mantuvo los ojos cerrados. Él tocó su mejilla, le movió la mandíbula y el mentón.
–¿Priss? –sus dedos eran tan cálidos, tan suaves…–. Vamos, cariño, ya has dormido bastante.
¿Cariño? ¿Cómo se atrevía?
Priss reaccionó sin previo aviso. Levantó el puño velozmente, directo hacia la nariz de Trace, pero en el último instante él se volvió y ella le golpeó en el ojo izquierdo. Trace se echó hacia atrás, maldiciendo. Priss levantó los pies, pegó las rodillas al pecho y le propinó una patada en el esternón.
Él cayó hacia atrás por la puerta abierta de la camioneta. Veloz como un rayo, Priss abrió la puerta de su lado, pero tenía las piernas tan débiles que cayó de bruces al suelo. Con el corazón acelerado, se levantó y, tras echar una última ojeada a Trace, dio un salto adelante… y chocó con algo sólido como una roca. Retrocedió tambaleándose. Unos brazos de acero la rodearon y la apretaron con fuerza.
Priss comenzó a forcejear como una loca, intentando soltarse. Utilizó todos los métodos de escapada que había aprendido, pero no consiguió desasirse lo más mínimo. Enseguida llegó Trace.
–Suéltala, Dare.
Sin una palabra, el hombre que la sujetaba abrió los brazos y Priss acabó aplastada contra el pecho de Trace.
–No pasa nada, cariño –dijo su voz baja y melodiosa en tono de disculpa–. Tranquila, nadie va a hacerte daño.
El latido frenético de su corazón se aquietó. Por razones que no pudo entender, se sintió… segura. Era de Trace de quien había intentado escapar, de Trace, que le había puesto algo en el agua. Y sin embargo, mientras la sujetaba y la mecía en sus brazos, le había hablado con cariño, en tono casi de remordimiento.
Priss lo empujó, intentando contener las lágrimas de nerviosismo. No se desasió del todo porque aún necesitaba que la sujetase, pero se apartó lo suficiente para poder mirarlo a la cara. Su ojo izquierdo había empezado a hincharse y a ponerse morado. Priss se alegró de ello.
–Me has drogado.
–Sí –acarició su pelo–, y lo siento, pero no tenía elección.
Priss notó de pronto que tenía el pelo suelto y enmarañado alrededor de los hombros. ¿Qué había sido de su goma?
–¿Que no tenías elección? –lo miró con indignación y, sintiéndose más estable, le apartó las manos a golpes–. Claro que la tenías.
–No, no la tenía –dijo alguien tras ella.
Priss se giró y estuvo a punto de caerse otra vez. A menos de un metro de ella había un hombre muy corpulento. Pero no fue su tamaño lo que le asustó. A fin de cuentas, estaba acostumbrada a Trace. Aquel era un poco más alto, pero no más imponente. Fue su forma de cernerse sobre ella lo que la alarmó. Tenía poco más de treinta años, el cabello castaño muy corto y ojos de un azul eléctrico.
Parecía peligroso. Igual que Trace.
Sintió un nudo en la garganta y retrocedió hasta chocar con Trace. Él la rodeó con sus brazos tranquilamente y juntó las manos sobre su vientre.
–Priss, este es mi buen amigo Dare.
Dare inclinó la cabeza.
–Trace no desvelaría nunca mi posición, como yo no desvelaría la suya. Usted es una desconocida, señorita, y por aquí no nos gusta correr riesgos.
¿Por aquí? ¿A qué se refería, a su situación exacta o a su oficio?
Dare no parecía hostil, pero sí un poco enfadado. Aun así, Priss no se asustó: Trace la estaba rodeando con sus brazos.
–Trace me conoce bastante bien. Me ha visto prácticamente desnuda.
Dare miró a Trace. Ella le oyó suspirar y sintió que se encogía de hombros.
–Órdenes de Murray.
Su amigo asintió, comprensivo.
¡Comprensivo! ¿Cómo demonios podía entender eso, el muy capullo?
–Y también me hizo una fotografía medio desnuda –Priss frunció el ceño, furiosa–. Con su estúpido móvil. ¡Y todavía la tiene!
Dare levantó la ceja derecha, pero no dijo nada. Trace se puso tenso tras ella.
–Maldita sea, Priss…
Ella, cada vez más envalentonada, se desasió para volver a encararse con Dare.
–Tan bien me conoce tu amiguito que me ha registrado de arriba abajo dos veces.
Dare levantó también la otra ceja.
–Si eso es cierto…
–¡Lo es!
–Estoy seguro de que Trace tenía sus motivos –miró a Trace buscando confirmación.
–Sí, bueno, tenía algunos –gruñó él, claramente irritado.
Al ver que Dare esbozaba una sonrisa, Priss cerró los puños y tensó el cuello.
–¿Por qué no…?
–¿Se puede saber qué está pasando aquí? –preguntó de pronto una voz de mujer.
–Mierda –masculló Trace en voz baja.
–Molly –dijo al mismo tiempo Dare en tono de advertencia.
Al levantar la vista, Priss vio a una mujer de aspecto corriente y grandes pechos, de estatura media y cabello castaño. Miraba a los hombres con enfado y vestía camiseta rosa, vaqueros y chanclas.
Una mujer como ella.
Presintiendo que en ella tenía a una aliada, Priss dio dos pasos adelante, pero Trace la agarró del brazo.
–No, nada de eso –le dijo, y Priss no pudo soltarse por más que tiró–. Cálmate, ¿quieres? –le dijo Trace casi al oído–. Estás complicando las cosas.
La mujer torció más aún el gesto. Dare echó a andar hacia ella.
–Vuelve adentro, Molly –dijo–. Luego te lo explico.
¡Y un cuerno! Priss no quiso perder aquella oportunidad y gritó:
–¡Ayúdame, Molly! Trace me drogó para traerme aquí y Dare me ha sujetado cuando he intentado escapar –y antes de que Trace pudiera amordazarla, añadió–: ¡Y otro tipo me ha robado a mi gato!
La mujer se quedó boquiabierta. Luego cerró la boca con firmeza y levantó la mano para hacer detenerse a Dare. Él bajó la cabeza y empezó a refunfuñar. Molly miró a su alrededor y luego señaló a su derecha:
–Chris tiene a tu gato. Es un buen chico, no te preocupes por eso.
Priss miró y, efectivamente, vio a un hombre sentado en la hierba, a la sombra de un gran árbol, no muy lejos de la camioneta de Trace. Tenía a Liger en su regazo. A su lado, tumbados sobre la hierba, había dos hermosos labradores meneando la cola. Liger se dejaba agasajar por el hombre y los perros como un rey ante su corte.
–Esas son mis chicas –dijo Dare–. Tai y Sargie. Son muy cariñosas, así que no te preocupes por el gato, si es que a ese monstruo se le puede llamar gato.
–No es un monstruo –repuso ella con vehemencia–. Liger es un gato muy tierno.
–¿Tiene uñas?
–Desde luego que sí, pero solo araña cuando es necesario.
Trace seguía sujetándola. Chris parecía un vagabundo que acabara de despertarse. Llevaba una camiseta andrajosa, iba descalzo y sus pantalones cortos dejaban ver sus piernas peludas.
Priss comprendió que debía dominarse.
–Supongo que Chris es quien va a ocuparse de Liger.
–Chris se ocupa de casi todo por aquí –contestó Dare.
–Se le dan bien los animales, Priss –Trace acarició con los pulgares sus brazos y Priss estuvo a punto de estremecerse–. No hay por qué ponerse histérica.
Priss volvió a enfurecerse al oírle. Le lanzó una mirada fulminante.
–¿Histérica?
Antes de que pudiera decir nada más, Molly apareció a su lado.
–Hola, soy Molly. Creo que he oído a Trace llamarte Priss.
Priss la miró.
–Sí.
Molly se limitó a sonreír.
–¿Por qué no entras conmigo y bebes algo?
–¿Eres amiga de Trace?
–Sí.
¿Y quería que aceptara algo de beber?
–¿Qué pasa, es que tengo cara de tonta?
Molly sacudió la cabeza, desconcertada:
–No te…
–Ya os lo he dicho: me drogó.
Molly miró a Trace.
–Molly –dijo de nuevo Dare.
Ella lo hizo callar con un ademán.
–Sí, ya lo sé. Esto es alto secreto y Trace es un hombre de honor, así que sea lo que sea lo que ha pasado, tiene que haber un motivo. Ya lo sé.
Priss los miró con enfado a los tres.
–Pues yo no.
–Vamos a charlar un rato, cosas de chicas, nada más –le prometió Molly a Dare–. No voy a sonsacarla ni a contarle nada.
–¿Nada de qué? –preguntó Priss.
Molly siguió sonriendo. Estaba muy guapa cuando sonreía.
–Nada que ellos… –señaló a Dare y a Trace con la cabeza–, consideren peligroso para nuestra seguridad.
–¿Como qué, por ejemplo? –insistió Priss.
–Nombres completos, eso siempre está prohibido.
–Entonces, ¿no se llama Trace Miller?
Molly titubeó y luego dijo:
–Claro que sí.
Claro que no, o Trace y Dare no habrían soltado un suspiro a coro al oír su respuesta.
–¿Algo más?
–Nuestra localización, claro, que hay que mantener en secreto al menos hasta que sepan que pueden fiarse de ti. Y, por lo que sé, para eso primero tienes que casarte con alguno de ellos.
Priss se puso colorada sin saber por qué.
–¿Eso fue lo que hiciste tú?
Molly sonrió de oreja a oreja.
–Sí. Dare es mi marido.
–Molly –dijo otra vez Dare, exasperado.
–Vamos, Dare –dijo Molly con un ademán–, ¿qué crees que puede hacer con esa información?
–Eso depende de lo bien relacionada que esté, de a quién conozca y de qué esté tramando.
Mientras marido y mujer discutían, Priss miró a su alrededor y vio una enorme finca rodeada por una altísima valla y protegida por rejas y medidas de seguridad ultramodernas.
–Caray, este sitio es una fortaleza.
–Claro –Molly volvió a mirarla–. Los chicos tampoco quieren que hable de qué se traen entre manos. No es que lo sepa, de todos modos, así que aunque tengas muchos contactos no pierdas el tiempo conmigo. Normalmente sé tan poco como tú ahora mismo.
–No sé tan poco –contestó Priss–. Sé que Trace se ha infiltrado en la organización de Murray.
Dare se quedó quieto y Trace se frotó la cara.
–Murray, por cierto, se dedica al tráfico de mujeres. Es un auténtico cerdo, por si no lo sabías.
Dare se acercó de pronto a Molly y la rodeó con el brazo. Priss vio un extraño destello en la mirada de Molly, aunque ella intentó ocultarlo. ¿Un mal recuerdo?
¡Qué interesante!
Así que Molly estaba metida en aquello de algún modo. ¿Era ese motivo suficiente para que Trace fuera tras Murray? Tal vez, aunque Priss no creía que se tratara únicamente de eso.
–También sé que Trace trabaja con Dare.
Nadie confirmó ni negó su afirmación.
–Y sé que, teniendo en cuenta lo que cuesta mantener todo esto, deben de tener una empresa que dé muchos beneficios. Y es lógico pensar que, si ganan tanto dinero, es porque son muy buenos en lo suyo y que su oficio requiere todas estas ridículas medidas de seguridad. Porque lo de drogarme… ¿no es un poco raro?
–Puede que hayan exagerado un poco –Molly arrugó el ceño al ver que Trace seguía sujetando los brazos de Priss.
Él separó los dedos, retrocedió y la soltó.
–Gracias –le dijo Molly, y dio unas palmaditas en la mano de Dare para indicarle que estaba bien.
Él asintió con la cabeza y se apartó de ella. Molly rodeó los hombros de Priss con el brazo y se volvió hacia… En fin, hacia una casa increíble.
Priss se quedó parada.
¿Cómo demonios no había visto una casa tan grande? Nunca había visto nada igual. Era el tipo de casa que siempre había creído que tendría Murray: grande, lujosa, impresionante y rodeada de medidas de seguridad.
–Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas –susurró.
Molly se rio por su referencia a El mago de Oz.
–En realidad, no tiene mucha importancia dónde estés en este momento. Vamos. Tienes que ponerte cómoda mientras los chicos se ocupan del resto, ¿de acuerdo?
De pronto Priss no estuvo segura de querer acompañarla. Molly le parecía demasiado complaciente.
Pero cuando miró hacia atrás vio a Trace y a Dare con los brazos cruzados, mirándola con exasperación.
¿Les había hecho enfadar con su capacidad deductiva? Levantó la barbilla.
–Me parece muy bien, Molly, gracias –y aunque estaba un poco nerviosa, aturdida y enfadada por que la hubieran manipulado, dejó que Molly la condujera al interior de la casa.
Pero, por el camino, tomó nota de todo, incluidas las cámaras de seguridad y las posibles rutas de escape.