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Resultado del análisis del movimiento: la síntesis de la conciencia

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El movimiento, fenómeno de desplazamiento de un móvil en el espacio, que Bergson llama “símbolo viviente de una duración en apariencia homogénea” (E, p. 121), despierta interés por cuanto aparece dotado de un componente espacial y otro temporal. Problema sugestivo: se tiende a identificar el movimiento mismo con el espacio recorrido. Por ello, el análisis de las paradojas de Zenón será una constante en la obra posterior de Bergson.

En este fenómeno se puede efectuar una disociación parecida a la del ejemplo de la péndola que marca el movimiento regular y la medida del tiempo del reloj. La disociación en el presente caso será más concreta. Se observan distintas posiciones sucesivas del móvil en su desplazamiento por el espacio, sin embargo, habría que dar cuenta, además, de la transición de una posición a otra. Al identificar el movimiento con el espacio recorrido, esta “operación” no se tiene en cuenta, a pesar de sustraerse al espacio y tener realidad “para un espectador consciente”. Como se trata de un “progreso” y no de una “cosa”, es claro que la transición no es espacial, así el desplazamiento se dé en el espacio. Es en la duración donde deberíamos considerar ese progreso dinámico propio del movimiento. De inmediato, Bergson expone su tesis sobre el movimiento: este, “en cuanto que pasaje de un punto a otro, es una síntesis mental, un proceso psíquico y por tanto inextenso” (E, p. 121). Afirmación sorprendente que nos deja en un lugar inusitado, pero que, vista de cerca, ya preparaba el curso de esta reflexión.

El movimiento, lejos de ser ejemplo de la realidad exterior e irreductible de las cosas, como suele pensarse, está inevitablemente ligado a la actividad de una conciencia capaz de dar cuenta de la realidad de la transición. Así, además de esa pasividad de la conciencia, caracterizada más arriba como un dejarse vivir, aquí se nos revela un papel activo: la conciencia hace síntesis al mantener en el recuerdo los instantes que pasan. Es síntesis, en cierto modo, redoblada que, en primer lugar, despliega las diversas posiciones en un medio homogéneo, pero que, en segundo lugar, supone en su base una síntesis, llamada por Bergson, “cualitativa” y que opera con una organización similar –regreso de la imagen– a la de “una frase melódica”. Sin este tipo de síntesis no se comprende el movimiento ni se va al centro mismo de la movilidad.

Las más de las veces, para explicar el movimiento se opera una endósmosis, nos dice Bergson, entre la sensación intensa e inextensa que experimentamos de la movilidad y la representación extensa del espacio que recorre el móvil. Gracias a la influencia de esta última, se tiende a dividir lo no descomponible, el acto de la conciencia que realiza la síntesis, y a medirlo con el rasero del espacio, proyectándolo en este. A continuación viene un problema no del todo explícito, aunque sorpresivo, podría decirse, incluso para el autor, y escrito entre signos de exclamación: “¡como si esta localización de un progreso en el espacio no viniera de nuevo [ne revenait pas] a afirmar que, incluso fuera de la conciencia, el pasado coexiste con el presente!” (E, p. 122). Así reencontramos la endósmosis en el problema del movimiento, pero si viéramos las cosas de adentro hacia afuera, tendría otro significado. No se nos olvide que la transición se da en los intervalos entre posiciones sucesivas, algo que la ciencia no mide.

Precisamente, de la confusión o, mejor diríamos, de la reducción del movimiento al espacio recorrido nacen las paradojas de Zenón de Elea. Al respecto, Bergson señala dos críticas importantes. Por un lado, no se cuenta con que cada uno de los pasos de Aquiles constituye un acto simple e indivisible y, por ende, una unidad. Esta crítica es decisiva porque, al descomponer cada paso de Aquiles y la Tortuga, se reduce su movimiento, que es un acto no descomponible, al espacio, además de haber medido ya dos movimientos distintos en un espacio homogéneo y divisible al infinito. Si cada paso se puede subdividir al infinito, nuestro héroe no alcanzará nunca a la Tortuga, pero tampoco se moverá, sustrayendo de ese modo del movimiento la movilidad misma. De inmediato viene la segunda crítica: además se mide el movimiento de Aquiles por el de la Tortuga, desconociendo el hecho de que cada uno de los pasos de los dos competidores es un acto total e indivisible. Al final, terminarían corriendo dos tortugas, con un solo género de pasos, sin alcanzarse jamás. Por cierto, si observamos detenidamente la competencia, es evidente que Aquiles no solo alcanza a la tortuga, sino que la sobrepasa, con lo que se abre entre los dos un intervalo de tiempo y una distancia que esta última no alcanza a remontar. Llega un momento en el cual la sumatoria de uno de los dos géneros de pasos, el de Aquiles, logrará una longitud mayor “a la suma del espacio recorrido por la Tortuga y al adelanto que ella tenía sobre él” (E, p. 123). Esta última observación nos dice de la imposibilidad de separar el movimiento de su factor cualitativo, es decir, de su duración.

Cuando la matemática pretende medir el movimiento y, por ello, la velocidad, se las ve con simultaneidades que, además, introduce para llenar matemáticamente los intervalos entre simultaneidades. Este proceder se basa en la forma como la conciencia percibe, por ejemplo, el comienzo de un movimiento, cuando un móvil parte de un punto determinado y, luego, el final de ese movimiento, cuando el mismo móvil llega a su destino; en tal sentido, se toma nota de “la simultaneidad de un cambio exterior con uno de nuestros estados psíquicos” (E, p. 124, énfasis agregado). Con simultaneidades no se puede reconstruir la movilidad del movimiento, porque cada una de ellas no es sino un extremo, no la movilidad misma, que se produce entre los intervalos. Sin embargo, es así como operan la matemática y la física; de esa forma, las ecuaciones matemáticas no dan cuenta de los intervalos entre las distintas posiciones de un móvil, sino solo de hechos cumplidos. La sorpresa de Bergson frente a este proceder origina toda su filosofía: la mecánica retiene del tiempo la simultaneidad y del movimiento solo la inmovilidad (cf. E, p. 125-126). A partir de este momento, nos es posible mirar las cosas desde otro punto de vista. Por más que el movimiento sea el desplazamiento de un móvil en el espacio, lo que menos le pertenece es su componente espacial; este último nos entorpece el acceso a la movilidad, pues la medida espacial no llega a explicar el acto indivisible del cambio de lugar.

Al cambio de lugar de un móvil, cambio cualitativo por excelencia, le pertenece una heterogeneidad “indistinta”, constituida por las diferentes posiciones del móvil en desplazamiento. Heterogeneidad e indistinción son propias de la duración. Con otras palabras, esta última es una síntesis. Si es verdad que el móvil ocupa alternativamente lugares del espacio o, hablando en imágenes, los puntos de una línea, sin embargo, la movilidad no es identificable con la línea; si así sucediera, se dejaría por fuera la duración propia del movimiento. Si la conciencia pretende conservar sucesiva y simultáneamente las diferentes posiciones, lo hace porque introduce la cuarta dimensión del espacio, llamada por Bergson “tiempo homogéneo”. Si lo hace, es porque la conciencia retiene en el recuerdo las distintas simultaneidades. Hecho ambiguo este de la conciencia; no obstante, tiene su significado a partir de la comparación entre espacio y duración: “es que la duración y el movimiento son síntesis mentales, y no cosas” (E, p. 127). Se juega aquí la realidad física misma del movimiento. Este asunto se responderá a medida que se desarrolle la obra bergsoniana, pero en el Ensayo se plantea de una forma todavía oscura:

Si ella [la conciencia] los conserva [los estados sucesivos del mundo exterior], es porque esos diversos estados del mundo exterior dan lugar a hechos de conciencia que se penetran, se organizan insensiblemente juntos, y ligan el pasado al presente por efecto de esta solidaridad misma. (E, p. 127; énfasis agregado)

Dada la importancia de la síntesis y señalada esta solidaridad entre los hechos exteriores y los hechos de conciencia, estamos en condiciones de indicar el momento al que hemos llegado. Por estar involucrado en el movimiento un doble componente, el del espacio y el del tiempo, constituye un lugar privilegiado, más que otros fenómenos, para plantearse la actividad propia de la conciencia en el mundo. Volvamos a señalar que la síntesis de la conciencia denota un carácter activo y no pasivo que reñiría con la actitud, hasta cierto punto, pasiva del dejarse vivir, que describimos más arriba. ¿No se trataría mejor de dos aspectos complementarios de la misma conciencia que definirán su realidad en el mundo? Al respecto, lo primero que hay que decir es que el dejarse vivir –es decir, la misma duración interior– de la conciencia es un sentimiento de los estados de conciencia organizándose a la manera de una melodía, es el sentimiento de la heterogeneidad e interpenetración de elementos en su auto-organización. Aquí la duración, aunque sea la condición de posibilidad de la interpenetración de los estados internos, no se separa de estos, no es una condición trascendental; la duración está dada en ellos, los constituye. Por lo mismo, se la siente, se la experimenta.8 En segundo lugar, la síntesis no debe ser entendida como un acto vacío, lo que viene corroborado por la síntesis temporal en su forma, digamos, musical, por más que atestigüe una dualidad fundamental entre lo que aporta el espíritu y el contenido de nuestra experiencia. Es, de acuerdo con Worms:

Como el pasaje de una sensación a otra, como el pasaje de una duda a una decisión, cada movimiento es también una multiplicidad singular y cualitativa que se manifiesta a la ‘conciencia’ no por un acto puro, sino por un cambio global: tal será el nuevo ‘paso’ de Aquiles o el de la Tortuga. (2004, p. 73)

Entonces, el último pasaje de Bergson es bien preciso, y podemos sacar de allí tres conclusiones: primera, si el movimiento da cuenta de la dualidad arriba mencionada entre las distintas posiciones del móvil y la duración de la conciencia, hay una solidaridad entre ellas atestiguada por el acto de síntesis de la conciencia; segunda, el movimiento no es una cosa, pero tiene realidad para la conciencia que hace síntesis, es decir, esta es capaz de percibir en su formación los cambios en la totalidad que se dan cuando los actos simples y no descomponibles, como los pasos de la Tortuga o de Aquiles, se van produciendo –Aquiles pasa efectivamente a la Tortuga–; y tercera, los cambios cualitativos son reales para la conciencia y su síntesis, donde esta última no tiene el sentido de una intuición intelectual, como le reprocha Bergson a Kant, sino que los cambios cualitativos son del orden de la duración y no espaciales.

A la duración hemos llegado, en principio, por una vía negativa, al diferenciarla del espacio. Cuando observamos esto, estamos tentados a señalar en la obra de Bergson un tono dialéctico en su exposición de los problemas y, sin más, a indicar dos opuestos, el espacio y la duración, como polos dialécticos entre los que se jugaría nuestro conocimiento y nuestra vida, en últimas. El recurso a la endósmosis, para señalar la influencia determinante de lo exterior, va más allá de una mera dialéctica y nos plantea la cuestión sobre dónde se dan los intercambios con el mundo. El cuerpo parece ser el límite evidente entre nuestro mundo interno y el mundo externo, y a él llegan todas las influencias que hacen nacer nuestras sensaciones. El cuerpo es, en resumidas cuentas, el escenario de los intercambios entre lo que nos rodea y nosotros mismos, lo cual no constituye, sin embargo, una oposición dialéctica que deba ser superada; el fenómeno de la endósmosis es ilustrativo sobre lo que sucede en el nivel fisiológico: intercambios, influencias mutuas y, sobre todo, continuidad entre lo interno y lo externo. El propio fenómeno del movimiento muestra lo problemático del sentido de esos intercambios, manifiesta no solo la síntesis de la conciencia, también pone de presente que, siendo cuerpos, experimentamos cambios de cualidad en el todo, cuando, por ejemplo, acabamos de desplazarnos en el espacio. Este aspecto no se plantea en el Ensayo, pero, sin duda, allí se observa en el análisis del movimiento que requiere de dos tipos de interpretación, véase desde el espacio o desde la duración.

De ahí la posibilidad de desplegar en el espacio, bajo la forma de multiplicidad numérica, lo que hemos llamado una multiplicidad cualitativa, y de considerar a la una como el equivalente de la otra. Ahora bien, en ninguna parte este doble proceso se cumple tan fácilmente como en la percepción del fenómeno exterior, incognoscible en sí, que toma para nosotros la forma del movimiento. Aquí tenemos ciertamente una serie de términos idénticos entre sí, puesto que se trata siempre del mismo móvil; pero de otra parte la síntesis operada por nuestra conciencia entre la posición actual y lo que nuestra memoria llama las posiciones anteriores hace que estas imágenes se penetren, se completen y se continúen de algún modo las unas a las otras. Es entonces por intermedio del movimiento sobre todo que la duración toma la forma de un medio homogéneo, y que el tiempo se proyecta en el espacio. (E, pp. 91-92)

El cuerpo duradero

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