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Los gemelos, años 1-30

Celesto y Escarlato son hijos de un poderoso comerciante capitalino. Un aristócrata criollo descendiente de un traficante invasor que, junto con sus socios locales y extranjeros, financió la dilatada campaña de liberación de Zipazgo. El patriarca tuvo éxito en la empresa independentista, no tanto por su valentía, sino por las componendas con los oportunistas prestamistas de Tamasia, por aquellas calendas rivales abiertamente declaradas de los colonizadores. A los opulentos capitalinos, explotadores de las riquezas en nombre del rey invasor, les urgía zafarse del desventajoso yugo colonialista para potenciar sus arcas. Otros, con menos linaje, arriesgaron sus vidas en el frente de batalla, en las húmedas selvas y agrestes montes que devoraron amigos, familiares y sueños. Héroes que sobrevivieron para caer asesinados por mano de los implacables traidores que un día fingieron ser sus aliados incondicionales.

Los gemelos nacieron misteriosamente contemporizados. No se llevaron ni una milésima de segundo. Una siniestra casualidad que casi le cuesta la vida a su madre, desgarrada por las aviesas cabezas de sus empedernidos críos. Ambos asomaron sus molleras a la par, como résped bifurcada de víbora. Un tartáreo fenómeno que ha pagado muy caro la gente de Zipazgo. Al parecer, este macabro prodigio de la naturaleza, ese parto simultáneo, ha hecho que se sientan como semidioses. Lo peor es que una buena parte del populacho los adora como a tales, alimentando el maléfico mito por migajas o corruptela. Mudan su piel como serpientes y se aclimatan a cada tiempo y ambiente. Son como camaleones inmortales y perversamente versátiles. Muchos creen que, más que una ilusión o mito, ellos tienen la fabulosa capacidad de metamorfosearse y regenerase con los años. En buena parte de las regiones se cree que encarnan a los dioses, y en otras que a los demonios. Todo gracias a que son como células; tienen la enigmática capacidad de refundirse en uno solo según las circunstancias de gobierno, y mediante una especie de mitosis escindirse de nuevo en dos, o si lo requieren en tres o más seres con apariencia diferente o igual, según convenga.

Junto con su privilegiada descendencia y parásitos asociados, se arrogaron el derecho a imperar sobre la vastedad del reino, sus recursos y el pueblo. Son perversos y solapados por naturaleza. El hecho de que sus cabezas jugosas y viscosas lubricadas con los loquios sanguinolentos del parto surgieran al mismo tiempo, y que reptaran frotándose uno contra otro hasta ser expulsados aparejados, más que un prodigio, es una espeluznante metáfora de sus vidas. Planean y ejecutan sus acciones juntos, y están en permanente competencia, al menos en apariencia. Atendiendo la eufemística jerga introducida al mundo por el Club para tratar la disfuncionalidad social y familiar, ese elegante léxico que adorna los fracasos premeditados o no de la democracia, los de su estirpe son sin duda los mejores intérpretes del falaz lenguaje democrático en Zipazgo. Ellos siempre están representando el papel de antagonistas que se odian a muerte y mueren por el pueblo. El propósito de esta elaborada comedia es mantener el control sobre el populacho vendiendo la farsa de los opuestos, de abanderados de la parte que se cree vulnerada por los engaños de la otra. Con el tiempo, y la proliferación de gorrones adheridos a uno y otro, se inventaron la moda de la tercería para engrupir el sector de la gleba que no se filaba con Celesto o Escarlato.

La centenaria historia que documenta la aparente y lucrativa enemistad entre los gemelos se manifestó desde la niñez. Muy temprano descubrieron los beneficios de ser como dos gotas de agua, una condición útil como ninguna para engañar a su padre y a cualquiera que se atravesara en su avasallante camino. El cacareado gen de la “malicia indígena” lo bautizaron ellos. Juraban ante propios y extraños que era un merecido reconocimiento a sus ancestros, pero en la intimidad de su palacete se burlaban de cualquier vestigio del pasado, del cual se sentían avergonzados. Preferían celebrar el desembarco de los invasores que arrasaron la historia ancestral y asaltaron las riquezas de Zipazgo.

Luego de que una horda de sombras maléficas asesinara a su padre en misteriosas circunstancias, los precoces Celesto y Escarlato surgieron como los abanderados del pueblo con apenas veintitantos años. Las suspicacias que nacieron tras el crimen, según las garrulerías callejeras, contaban que los gemelos, tras asumir el liderazgo, desterraron o asesinaron a los socios y parentela de su padre, a los comandantes e ideólogos sobrevivientes de la rebelión, y que habían renegociado previamente con los acreedores foráneos. El arreglo, murmuraban en pasillos y callejuelas, consistía en entregar a perpetuidad una gran tajada de las riquezas del reino a cambio de garantizar el poder vitalicio en su favor. Un sector del populacho, adorador de los gemelos, también cree que por eso no mueren, porque recibieron el don de la inmortalidad por parte de los “dioses” del invasor con el propósito de castigar el pueblo por rebelarse contra los conquistadores. Por esa desobediencia, la gleba aceptó pagar perpetuamente la membresía a favor de los gemelos, asumiendo dócilmente las gravosas cargas impositivas y los recurrentes aumentos alcabaleros para cumplir con los compromisos financieros con el Club. Celesto y Escarlato compraron el encargo y vendieron el reino a perpetuidad.

La ópera prima de los gemelos fue presentada después de que ejecutaron y asesinaron a los comandantes libertadores. A los que pudieron acusar de traidores, con testimonios falsos, los llevaron al paredón. A los que no, los acribillaron en emboscadas o envenenaron en sus casas. Un año después de asumir como herederos del poder independentista, gracias a sus argucias y al renombre de su padre, sus principales rivales estaban muertos. El pueblo se sintió huérfano, y con reverencias casi idolátricas les agradecieron por asumir la difícil tarea de reconstruir el reino. Nacía el oráculo de los gemelos. No todos se tragaron los asesinatos sin protestar. Algunos letrados, artesanos, comerciantes y terratenientes poderosos empezaron a cuestionar a las autoridades cómo era posible que los ejecutados fueran traidores, y por qué no se estaba investigando el asesinato de aquellos que no habían sido acusados de traición. Para los gemelos no era conveniente enemistarse con las otras familias ricas, de manera que montaron su rutina de acusarse mutuamente. Surgieron las dos lucrativas facciones. Los que reclamaban la verdad se alinearon en un bando o en otro, según la mentira que convenía creer. Acusaciones y ofensas iban y venían, pero la verdad jamás salía a flote. Desde entonces permanece oculta tras el disfraz de las paradojas. La estrategia de dilatar y dividir era parte del ADN heredado de los ocupantes. Después de doscientos años, este modus operandi no ha dejado de dar frutos.

Los melgos se educaron en Tamasia. Al cumplir quince años su padre los envío a estudiar en las escuelas más prestigiosas y frecuentar las más altas esferas de la sociedad. Conocieron a distancia a reyes y reinas, y descubrieron las teorías, ideólogos y bondades de la cortesana democracia del Continente Uno. Se percataron de la conveniencia de este sistema, no como modelo justo para el pueblo, sino como el mejor camino para la alienación de la gleba bajo un servilismo voluntario. Se convencieron más que nunca de los beneficios de ser gemelos, pues el puntal fundamental de la democracia residía en la confrontación simulada a través del bipartidismo. Derecha e izquierda, azul y rojo. En Tamasia conocieron a quienes serían sus principales aliados y mentores para tomarse el poder perpetuamente, con la garantía de no ser tachados de sátrapas por el resto del mundo. Hasta ese momento, Celesto y Escarlato apenas eran los delfines de uno de los más reconocidos gestores de la campaña libertadora, y su padre seguramente tenía en mente un futuro de mando y poder para sus críos bajo sus condiciones y consejo. Los gemelos escondían una diabólica intención desde que se embarcaron. Si su padre hubiera sobrevivido al ataque que le costó la vida, en vez de protestar por la traición de sus astutos vástagos tendría que estar orgulloso. Al fin y al cabo, fue él quien les enseñó con su ejemplo a conspirar contra los héroes de la campaña libertadora, contra amigos y enemigos. Aunque jóvenes para asumir el poder, desde su enigmático nacimiento revelaron que eran precoces en cada etapa de sus vidas. Eran maestros en malicia indígena y en la Ley no Escrita. Dominaban a su antojo cada frase subyugante o ventajosa impuesta en el caletre de cada zipazguense. Una condición innata que, gracias a la propaganda democrática, les sirvió para establecer todo tipo de leyes civiles, comerciales y fiscales desde el principio, con la suficiente versatilidad para garantizar el mando imperecedero.

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