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LA PREGUNTA MÁS IMPORTANTE

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Según iban pasando las semanas cada vez me costaba más ponerme en pie, no encontraba alicientes. Aun así, veía vídeos motivacionales para intentar arrancar las jornadas con fuerza. De poco servían. El vacío me visitaba cada mañana para llenarme de preguntas sin respuesta. Y como hacía nada más despertar al mirarme al espejo, me cuestionaba si lo que iba a hacer ese día era realmente lo que quería hacer.

Había leído que si la respuesta a esta cuestión durante cinco días seguidos era no, tenía que sentarme y cambiar lo que estaba haciendo lo antes posible. Pero ¿cómo iba a cambiar una vida en la que supuestamente estaba en el camino correcto, haciendo todo lo que desde pequeño me habían dicho que había que hacer para ser feliz?

Lo había hecho, lo había conseguido y lo había perdido, y ¿ahora qué? Nadie me habló de que esto pudiera pasar ni de cómo salir adelante. Nos preparan para el éxito, no para el fracaso. Parece ser, según mis enseñanzas, que la felicidad solo es posible cuando las cosas suceden como uno quiere. Un error que tardé en entender.

Llevaba años estudiando y sacrificándome duramente para alcanzar lo que todo el mundo desea: un trabajo estable, un salario mensual más que digno, una casa, estabilidad, cultura, vivir en un país del primer mundo, vacaciones, gente alrededor que me quería. Llegué muy alto y suponía que era feliz.

Es verdad que a pesar de haber conseguido llegar tan arriba, siempre sentí que en realidad había logrado lo que todos esperaban de mí, pensaba que eso era lo correcto y sacrifiqué mi vida para conseguirlo.

Queremos que todos estén orgullosos de nosotros. Como suele ser normal, damos más importancia a lo que opinan los demás que a lo que pensamos de nosotros mismos. No nos importa dejar de ser quienes somos o quienes nos gustaría ser para convertirnos en lo que los otros esperan que seamos. Vamos construyendo sin darnos cuenta el personaje que la gente que nos rodea quiere ver. Es como si ellos fueran moldeando la forma de la escultura de nuestra vida.

Cuando lo pierdes todo y surgen las preguntas, una de ellas es: ¿es esto lo que yo hubiese hecho de haber sabido que de igual manera iba a triunfar haciendo lo que me diese la real gana? La respuesta empezaba a ser NO.

Y es curioso, porque con solo treinta años había realizado muchísimos proyectos, muchos y muy exitosos. Otros lo parecieron, aunque no lo fuesen, porque si en algo era un experto era en saber que si fracasas en algo solo tú debes saberlo. Al resto del mundo no hace falta que les cuentes nada.

Hasta ese momento había disfrutado una vida muy por encima de la media. Había conseguido mucho más de lo que jamás había soñado de pequeño, pero después del cierre del teatro sentía que nada de eso importaba, algo que podía desaparecer tan rápido no podía ser, como he dicho, la famosa «felicidad».

Nadie te enseña que la felicidad se encuentra en otro sitio mucho más profundo, en un balance entre lo interno y lo externo. Sin ese equilibrio, vivir se convierte en una desequilibrada aventura. Así me encontraba yo, perdido, y lo único que quería era huir. ¡¡Huir!!

Una madrugada, sin saber muy bien por qué, sentí que me levantaba con una fuerza diferente. Me hice la misma pregunta de siempre delante del espejo: ¿Lo que vas a hacer hoy es lo que realmente quieres hacer? Y de nuevo volví a responder que NO, como venía haciendo, aunque, al contestarme que lo que iba a hacer ese día no era lo que me gustaría, decidí empezar a pensar cómo podría cambiar mi vida.

Me duché, tomé mi Chai tea latte y salí decidido a comenzar una transformación. ¿Cómo? Todavía no lo sabía, pero tenía claro que no quería vivir la vida que otros habían elegido para mí, ni tener una felicidad que no estaba en mis manos.

En El éxito y Cómo hacer posible lo imposible recomendaba que lo mejor para cambiar tu mundo es viajar. Uno de los motivos de esta recomendación es debido a que mi toque de varita tuvo lugar en un viaje inesperado.

Cada noche rezaba pidiendo respuestas, alguna señal que me indicase qué camino tomar. Y cada mañana la misma rutina, pero aquella madrugada algo había cambiado.

Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI

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