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DESOLADO Y SIN GANAS DE NADA

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Salí de aquella reunión sin ninguna esperanza, pues las exigencias que pedían hacían inviable conseguirlo, y me fui a mi oficina completamente desolado. La tengo a pocos minutos, en la plaza de Canalejas 6, nada más atravesar la Puerta del Sol.

Al entrar por la puerta vi a mi hermana hablando con una monja. Me quedé algo contrariado, pero tal y como iba la mañana ya nada me sorprendía mucho.

—Te iba a llamar ahora porque ha venido la hermana Mari Carmen —me dijo Ana—. Es la amiga de Sara de la Escuela Bíblica que te comenté. El viaje de Israel es la semana que viene. ¿Por qué no vais Daniela y tú?

Estaba tan desolado que aquella coincidencia me pareció de nuevo demasiada casualidad.

Las casualidades son los milagros que la gente no creyente no quiere ver.

Milagros que van sucediendo por la vida a lo largo de nuestro camino.

Cuando me confirmó que quedaban aún dos plazas libres, sentí que era una señal. Esta vez le dije que me lo pensaría. Entré a mi despacho y llamé a mi hija Daniela para contárselo. Me contestó que si yo decidía ir, ella me acompañaría.

Buscando más apoyos para animarme, salí y pregunté a mi hermana Ana.

—¿Te vienes y vamos los tres?

—Solo quedan dos plazas y no hay posibilidad de conseguir más en este viaje —contestó la hermana Mari Carmen.

Me pareció una coincidencia demasiado grande que justo quedasen dos plazas y Ana me las ofreciese en el momento más bajo de mi vida. A mi familia no le había contado la gravedad de la situación en la que nos encontrábamos porque no quería que sufriese lo que yo estaba pasando.

Mi hermana salió de la oficina para traernos unos cafés y me quedé hablando con la monja. Su expresión de paz me dio tranquilidad y me sinceré con ella.

—Verá, hermana —empecé a contarle—, la verdad es que siempre he sostenido que no tengo fuerzas para rendirme como un alarde de demostrar que soy capaz de poder con todo. Pero ahora no sé si realmente las tengo para continuar. Es la primera vez en mi vida que creo que tengo que claudicar.

—Eso está muy bien —me contestó—. Nos pasa a todos los humanos y a todos los animales en el trascurso de nuestras vidas. Es como en el relato de la renovación del águila. Te lo voy a contar por si te sirve de ejemplo.

Lo que menos me apetecía en esos momentos era que nadie me contara una historia, pero no pude decirle la verdad.

—¡Sí, por favor! Me encantaría conocerlo —le mentí.

El águila es un ave que puede vivir hasta los setenta años, y cuenta la leyenda que es capaz de rejuvenecer cuando llega a la mitad de su vida. Pero para ello ha de tomar una valiente y atrevida decisión, pues si no lo hace y se rinde, morirá.

Al cumplir treinta y cinco o cuarenta años las uñas que utiliza para cazar sus presas se vuelven flexibles, y su pico se curva hasta casi alcanzar el pecho. Las plumas se engrosan y las alas se vuelven pesadas. Por eso le resulta tan complicado volar y alimentarse. Es entonces, ante la alternativa de perecer, cuando el proceso de renacimiento se produce.

Esta transformación consiste en volar hacia un nido situado en lo alto de una montaña y quedarse allí durante unos cinco meses aproximadamente. Durante este tiempo golpeará su pico hasta que se lo arranque y esperará a que vuelva a crecer otro. Con él se deshará de las uñas y, cuando nazcan las nuevas, las utilizará para retirar las plumas viejas.

Después de haber transcurrido el tiempo, el águila abandonará el nido y volverá a cazar y a volar. Y podrá vivir otros treinta años más.

La hermana continuó:

—Hay muchas situaciones similares que viviremos en la vida. Llegan épocas en las que creemos que ya hemos dado todo, que poco nos queda por dar. Que nuestra vida se ha marchitado. Y solo tenemos una opción, la misma que el águila: transformarnos. Pero para ello hemos de volar muy alto y guarecernos durante un tiempo. El ave se desprende de sus uñas, de sus alas, de su pico, y nosotros hemos de prescindir o renunciar a costumbres, hábitos y creencias que nos amarran al ayer, recuerdos que nos impiden avanzar. Solo si somos capaces de mirar al presente, podremos tener un nuevo propósito, un nuevo futuro.

Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.

FRIEDRICH NIETZSCHE

Reconozco que agradecí la historia y, antes de marcharse la hermana, cuando ya estaba a punto de salir por la puerta, me dejó un bonito pensamiento que siempre tengo presente: el sufrimiento es temporal, pero abandonar es para siempre.

Me quedé solo para meditar lo que me había dicho. Realmente esas palabras no podrían haber llegado en mejor momento. Aquella monja parecía un ángel enviado para hacerme ver el camino con más claridad.

Si antes dudaba del viaje, ahora estaba más convencido de que tenía que hacerlo.

La hermana Mari Carmen era la agente de viajes del mundo. ¡Qué gran vendedora! Me había convencido al instante. Total, aquí no tenía nada que hacer. Y quizás alejarme de todo con mi hija me ayudaría a ver las cosas con mejor perspectiva. Pensé que a lo mejor Israel era para mí ese nido en la montaña para retirarme unos días como hace el águila.

Viaje al centro de ti - Los 12 mandamientos del siglo XXI

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