Читать книгу Hombre muerto en una zanja (versión latinoamericana) - Luke Arnold - Страница 19
ОглавлениеCapítulo Doce
Más cuerpos. Cientos. Amontonados en la iglesia como pequeñas sardinas si alguien quitara la tapa y todas se secaran. La mayor parte era diminuta, como juguetes. Otros, por su tamaño, podrían haber sido humanos. Todos los rostros tenían la misma expresión de dolor y los cuerpos estaban agrietados y envueltos con enredaderas.
No quería estar allí. Los que no tenían rostro me llenaron de odio por el hombre que los había maltratado. En cambio, los que sí lo tenían me hicieron odiarme a mí mismo. Algunos estaban gritando. Algunos estaban hechos pedazos. Todos estaban muertos.
Parecía que Baxter tenía razón. Las hadas debían de haber presentido algo. De alguna manera, habían sabido acerca de la Coda antes de que sucediera y decidieron huir de la ciudad. Pero ¿por qué? ¿Por qué resultaba mejor morir allí afuera en el medio del bosque que en la ciudad, que se había convertido en su hogar?
Había una mesa en el medio de la habitación. Era alta, como un podio. Algunas de las hadas de mayor tamaño estaban inclinadas sobre ella. Otras se habían desplomado contra la base. Estaba llena de papeles amarillentos. Al tratarse de una iglesia, supuse que eran alguna clase de texto espiritual. No. Había cartas, órdenes y listas. Las hadas no se ocultaron allí. Se habían estado preparando para algo importante.
Había un pequeño mapa en el centro de todas sus miradas. Como me había explicado Baxter, el idioma de las no sería fácil de descifrar para un bruto sin formación como yo. Tienen sus propios conceptos sobre el espacio y las distancias, y sus oraciones parecen más copos de nieve que discurso. Hojeé el resto de las páginas, tratando de no rasgar el frágil papel.
Todo me resultó indescifrable hasta que volteé una carta que era diferente a las demás. Era el mismo mensaje escrito una y otra vez, traducido a todos los idiomas imaginables: élfico, enano, gnomo. Y lo más sorprendente; la letra me resultaba familiar. Soplé el pergamino para quitarle el polvo y lo sostuve hacia la luz.
A Cada Criatura de la Magia. A Cada Defensor de la luz. A Cada Aliado del mundo natural.
Los humanos atacaron Agotsu, eliminaron a los Ecos y reclamaron la montaña como propia. Solicitamos la asistencia de cada persona capaz de combatir. De cada criatura conectada a la fuente. Debemos recuperar la montaña, proteger el río y derrotar a los villanos que cometieron esta atrocidad.
Alisten sus fuerzas. Prepárense. Únanse a nosotros en la montaña.
Eliah Hendricks
Alto canciller
El Opus
La carta se agitó en mis manos temblorosas.
Yo fui quien guió a las fuerzas hasta la montaña. Pero cuando la lucha comenzó, yo había huido de la batalla y había sido capturado por el Opus, que me tuvo en prisión hasta que la magia del mundo desapareció.
Habíamos aprendido a pensar en la Coda como si fuera un momento único, pero, por supuesto, antes había habido una batalla. O al menos, los preparativos.
La comunidad de hadas de Sunder City había recibido noticias del ataque y había venido a la iglesia a preparar sus fuerzas antes de partir. Pero el fin llegó demasiado pronto. No sé qué hicieron los humanos en la montaña, pero no perdieron nada de tiempo.
Hay algunas preguntas que tratas de no hacerte. Pero, aunque pases cada segundo intentando alejarlas, nunca llegan a irse. Se sientan en las sombras con dientes afilados, esperando la oportunidad de morderte las partecitas más blandas del cerebro. Yo encontré un texto con la letra de Hendricks en un momento en que estaba con la guardia baja, y todas esas preguntas hambrientas se metieron a toda prisa.
Una parte de mí había tenido la esperanza secreta de que él nunca se hubiera enterado de lo que yo había hecho. De que la Coda lo hubiera eliminado antes de que él llegara a oír la noticia. Pero él era el alto canciller del Opus. Cuando el Ejército Humano invadió Agotsu, él habría sido notificado primero, y habría sabido de inmediato que era yo quien les había mostrado el camino.
¿Aún estaba planeando una respuesta cuando sucedió la Coda? ¿O ya había marchado hacia la montaña con la idea de recuperarla? Quizá la batalla ya había comenzado. Quizás él murió en alguna escaramuza antes de que la gran tristeza despojara al mundo de su belleza. Quizás habría sido mejor así.
Hendricks tenía trescientos años. Yo supe de elfos más jóvenes que no sobrevivieron a la primera semana. Con un poco de suerte, eso significaba que había sido rápido. Nadie podía seguirle el ritmo a la vida como Eliah Hendricks. La peor muerte que podía imaginarme para un hombre así era quedar tendido a un lado del camino y observar todas las cosas hermosas desvaneciéndose de la existencia sin decir adiós.
Al menos la carta explicaba algo que me había estado molestando. Baxter había dicho que todas las hadas habían salido de la ciudad, pero Amari seguía allí. Si las hadas habían presentido que algo andaba mal, ¿por qué ella había sido la única en quedarse? Resulta que era culpa mía, una vez más.
No era un secreto que “la mascota Humana de Hendricks” había desertado del Opus para unirse al Ejército Humano. Pero la suya no era la única reputación que había puesto en peligro. La población mágica de Sunder City me había visto muchísimas veces junto a Amari.
Entiendo los motivos por los que, como precaución, el resto de las hadas no habrían compartido sus planes con ella. Quizá pensaron que seguíamos en contacto. De haber sido así, llevarla a la iglesia me habría puesto al tanto del ataque inminente.
Entonces la dejaron sola en una mansión abandonada porque había cometido el delito de confiar en mí.
Al igual que todas las mierdas que habían sucedido durante los últimos seis años, aquellas criaturas estaban allí porque quisieron detener el desastre que yo había comenzado. Estaban muertas porque no lo habían hecho a tiempo. Y sus cuerpos eran despedazados porque... ¿Por qué? Esa era la parte que yo aún no comprendía. La única cosa terrible que aún podía detener.
Tic. Tic. Tic.
El sonido provenía de todos los rincones de la iglesia, como si cada criaturita estuviera chasqueando la lengua en señal de desaprobación. Entonces se tornó más fuerte. Más rápido.
La lluvia cayó sobre la nieve de afuera y sobre el techo. Esperé a que comenzara a filtrarse hacia el interior de la iglesia, pero las paredes estaban hechas con un millón de ramas entrelazadas intrincadamente, y las arquitectas las habían sellado herméticamente. La iglesia se mantuvo seca y casi cálida. Si intentaba regresar caminando a Sunder en ese momento, terminaría como el brujo congelado, atrapado en un bloque de hielo a un lado del sendero. Además, esperar quizá me fuera rentable.
Si Rick Tippity estaba usando cuerpos de Hadas para sus experimentos, los había abandonado todos al huir de la farmacia. Necesitaría reabastecerse. Necesitaría ir hasta allí.
Y yo lo estaría esperando.