Читать книгу Hombre muerto en una zanja (versión latinoamericana) - Luke Arnold - Страница 21
ОглавлениеCapítulo Catorce
El viaje de regreso a Sunder fue incluso más doloroso y tedioso que el de ida. Me había venido bien que la lluvia cubriera mi rastro, pero también convirtió la nieve en aguanieve e hizo que todo el sendero fuera un desastre de lo más frustrante. Las lluvias iban y venían, pero nunca se iban el tiempo suficiente para permitir que algo se secara. No había comida ni refugio, y yo estaba terriblemente dolorido. La mano que había recibido el impacto se me estaba acalambrando y la parte superior de mi cabeza era una gran costra cubierta de cabello mojado.
Además, estaba Tippity.
Era un infeliz de lo más quejoso e indignado que se la pasaba tropezándose en su extremo de la correa. El hecho de que fuera lógico que él no quisiera seguirme no hacía que todo el asunto fuera menos frustrante. No moriría a causa de sus heridas. La explosión no había llegado muy profundo, y la piel se le había quemado y enfriado al mismo tiempo, por lo que seguramente era incómodo y doloroso, pero caminar no le haría daño. Le decía eso cuando se ponía a protestar, pero no me escuchaba. Intentar razonar con él no servía para nada. Negociar tampoco. Así que recurrí a golpearlo en las pelotas. A veces mezclaba un poco; lo golpeaba en las tripas o le abofeteaba la mejilla para mantenerlo alerta, pero era la patada en los huevos lo que hacía que se moviera.
Ambos estábamos más que exhaustos, pero el líquido de la botella blanca (la del ojo abierto) resultó ser todo un estimulante. Inhalé un poco, lo hice inhalar al brujo, y nos hizo caminar enérgicamente por al menos media hora. Por desgracia, también hizo que él comenzara a quejarse como un predicador callejero después de diez tazas de café.
—Esto te agrada, ¿no? El lodo y el forcejeo. Me doy cuenta. Finges estar molesto sobre lo que pasó antes, pero estás en tu mejor momento. Porque este de ahora es tu mundo. Es igual de simple que tú. E igual de miserable. ¿Tienes idea del camino que estaba tomando? Décadas de estudio. De progreso. Estaba en camino a cambiar el mundo. Pero los tuyos no pudieron tolerarlo, ¿verdad? Habían quedado atrás y no tenían forma de recuperarse, así que interrumpieron el juego. Pero volverá a suceder. Te lo prometo. Encontraremos otra manera de alzarnos. Yo ya la encontré. Solo viste el principio. En poco tiempo, volverás a estar en el fondo de...
Jalé la correa. Tippity se tropezó y cayó de cara en el lodo. Fue más satisfactorio que lo que me había imaginado.
Hacia el anochecer llegamos a la cabaña de caza y me dio pena descubrir que la zarigüeya se había mudado después de limpiar el lugar de arañas.
—Échate —dije empujando a Tippity en dirección a la hamaca.
—¿Me darás la cama buena?
—Será más fácil que amarrarte al suelo.
Lo até en la hamaca, envolviendo las enredaderas alrededor de su cuerpo todas las veces que pude. Cuando ya estaba todo arropado, recogí de la habitación algunos trozos de tela, los agité para quitarles los insectos y me hice una triste camita de trapos.
—¿Por qué te importa lo que les hago a las hadas? —preguntó el brujo, envuelto como un rollo de salchicha homicida—. Ya están muertas, y tu bando tuvo mucho más que ver con eso que yo.
—No me voy a pasar la noche explicando por qué está mal profanar cadáveres. Si tú no ves por qué es un problema, tienes más tornillos flojos de los que yo pensaba. Y no nos olvidemos del amiguito que tienes en casa. ¿Te hizo cabrear tanto que tuviste que lanzarle una ráfaga de hielo?
Suspiró con melancolía, como si yo le hubiera recordado algún hermoso verano del pasado.
—Jerome quería transitar por el mismo camino. Era un innovador, como yo. Solo que él... cometió algunos errores.
El rostro contorsionado del hombre del hielo se me metió en la mente y yo traté de extraerlo por la fuerza. Mi cerebro ya estaba demasiado lleno de pesadillas.
—Duérmete. Mañana debemos seguir caminando.
Extraje la gema roja del morral. Sentí su calor, incluso a través del envoltorio.
—Tú no sabes —dijo Tippity con la voz cansada y débil—. No tienes idea de lo que era hacer magia. Yo nací para eso. Es por eso que recibí estos dedos y esta... sensación adentro. Fui hecho para algo grandioso, pero los tuyos me lo quitaron antes de que yo pudiera alcanzar mi potencial. —Me volví y traté de autoconvencerme de que no me arrepentía de haberle dado la hamaca—. Solo estoy desbloqueando el poder que me merezco. Es por eso que estás tan furioso. Por un momento, pensaste que éramos pares. Pero ahora sabes que no eres nada, de nuevo. Como nunca lo fuiste. Ese siempre fue tu destino.
No dije nada más. Al rato, Tippity estaba roncando y yo dejé que el cansancio me venciera.
La mañana siguiente, cuando me desperté, Tippity estaba de cara al suelo, colgando de las enredaderas y de la hamaca retorcida.
—¿Cómodo? —pregunté.
Se había volteado durante la noche, pero su orgullo no le había permitido pedir ayuda. Mientras colgaba allí, nos di a ambos un toque del polvo energizante, y luego seguimos en camino.
Todo se sentía peor. El dolor del día anterior se me había instalado en los huesos. Cada parte de mi cuerpo crujía y chasqueaba como los engranajes de una máquina abandonada bajo la lluvia. Me sentía pesado y cansado, y Tippity estaba furioso. Se puso problemático desde el momento en que le amarré el collar alrededor del cuello.
—Yo puedo ir a cualquier lado —dijo mascullando como un demente—. Pero tú, tú estás atascado en Sunder. Eres goma de mascar en la calle. Una salpicadura en la acera. Una mancha. Cuando esta ciudad muera, tú te hundirás con el barco. Los míos y yo siempre seremos importantes.
Yo tenía el estómago vacío y la garganta seca y lo único que teníamos para seguir avanzando era agua de lluvia. Tenía ampollas en las manos de sostener las enredaderas. Me dolía la parte trasera de la cabeza, pero eso era mejor que cuando se me adormecía y me mareaba. Si me desmayaba, dudaba que Rick fuera a ser tan amable de utilizar sus conocimientos profesionales para atenderme.
El mundo estaba en mi contra y yo tenía el cuerpo destruido, pero al menos me quedaba una última cosa que me impulsaba hacia adelante. Odio. No hay un mejor combustible. Un hombre puede cruzar un océano por amor, pero con suficiente odio, intentará beberlo. Las ampollas y la sangre me ayudaron. Yo no me detendría. No con un asesino en el extremo de mi cuerda. Un asesino que abría milagros y les tomaba el corazón. Que utilizaba el alma de criaturas sagradas para volar gente en pedazos y congelar a sus amigos. Mantuve el rostro de esas hadas justo frente a mí. Las veía por el sendero y en los árboles, resecas y desnudas y mutiladas para que Rick Tippity pudiera robarles el alma y metérsela en el bolsillo.
Si en algún momento se me llegaba a apaciguar el odio por Tippity, aún me tenía a mí mismo: el soldado terco que traicionó a su mentor para impresionar a sus nuevos amigos. Hendricks confió lo suficiente en mí para compartir sus secretos y yo se los entregué al ejército que puso fin al mundo.
Yo fui un estúpido y un orgulloso y no había hecho nada para compensarlo. Pero este tipo era peor. ¿Verdad? Tenía que serlo. Yo había arruinado el mundo a fuerza de ignorancia y accidentes, pero él estaba abriendo cuerpos para volar gente a propósito.
Eso tenía que ser peor. ¿No?
Avanzábamos demasiado lento, y la noche volvió a caer. Las nubes taparon la luna por completo y, para cuando llegamos a la autopista Arce, la única referencia que teníamos era la sensación del camino debajo de los pies. Iba arrastrando a Tippity en la oscuridad. Cada vez que me volvía para latiguearlo, él intentaba arañarme los ojos o meterme los dedos en la herida del cuero cabelludo. Pero él no era un luchador y yo tenía más odio del que aferrarme; lo único que ganó por sus esfuerzos fueron unos magullones y nada más.
Seguimos el camino por sobre una colina pequeña y bajábamos por la pendiente cuando el brujo hizo su intento más desesperado por huir.
Sentí que la enredadera se aflojaba. Eso solía significar que él se había acercado, con la esperanza de golpearme mientras yo me encontraba semidormido. Jalé la enredadera y esta latigueó floja y suelta en mi dirección. Él la había cortado. Probablemente con los dientes, o quizás con alguna piedra que habría recogido durante alguno de los forcejeos anteriores.
Me volví. Me detuve. Escuché.
No oía sus pasos. Caminaba con mucho cuidado y despacio. Caminé hacia atrás con los oídos atentos.
¿Me atacaría? No. No ahora que era libre. Yo lo aventajaba en una pelea. Él estaba intentando escaparse y yo necesitaba encontrarlo. Rápido.
Extraje el orbe rojo y le quité lo que había usado para cubrirlo. Un leve resplandor rojo parpadeó en la oscuridad y el calor me acarició el frío de los dedos. Tomé una de las bolsas de Tippity y metí la gema dentro, junto a la bola de cristal con ácido. Levanté la bolsa por sobre mi cabeza y me preparé para arrojarla al suelo. Eso generaría luz más que suficiente para encontrar a mi brujo fugitivo.
Entonces recordé el rostro. El hada rota sobre el suelo de la iglesia. Yo sostenía lo último que quedaba de ella. Quizá no era nada. Pero quizá lo era todo.
No se lo haría a Amari. Por supuesto que no. Entonces decidí que no se lo haría a ella.
Bajé el brazo y me volví a meter la bolsa en la chaqueta.
Entonces hubo luces. Un carruaje. Por detrás de nosotros, sobre la colina. Lo suficiente para iluminar el camino que teníamos por delante.
¡Allí! Tippity avanzaba a los tropezones por el camino, en dirección a la ciudad. Me enfoqué en el odio y lo seguí.
Seguro lo había estado planeando hacía rato. Por eso había estado tan fastidioso durante la última parte del recorrido. Cuando se frenaba, conservaba su energía, y me obligaba a mí a gastar más de la mía para jalar de él. Me había hecho arrastrarlo medio camino, pero yo sabía mejor que él cómo castigarme. Yo me ganaba la vida recibiendo golpes, mientras él se la pasaba sentado en su cuartito, mezclando pociones y murmurando para sí.
Finalmente lo habría atrapado, incluso si no se hubiera tropezado con sus propios pies. Apenas dio contra el suelo, le planté una bota entre las piernas sin aminorar la marcha. Ahora la estaba esperando. Me tomó de la pantorrilla y se envolvió a mi alrededor, lo que me hizo caer con él.
Al parecer, yo no era el único que tenía el estómago lleno de odio. Rodamos por el sendero como amantes, intercambiando patadas, manotazos y rasguños en lugar de besos. No podía arriesgarme a dejarlo escapar. Cuando sus dedos se enterraron en mi rostro y me arañaron los ojos, resistí. Cuando me clavó los dientes en la piel blanda que hay entre el pulgar y los dedos, tan solo lo eché hacia atrás y lo estrangulé. Esa era mi profesión, no la de él. Cuando realmente lograba asestarme un golpe, no lograba convertirlos en una ventaja real.
De pronto oí un estruendo. El carruaje. Pero hacía demasiado ruido. De pronto me encontré echado de espaldas con un brazo alrededor de la garganta de Tippity, y me di cuenta de que las luces que veía no eran estrellas.
—¡Fuera del camino! —gritó una voz, y un coro de caballos relinchó como dándole la razón. Las luces se movieron hacia la izquierda, por lo que yo me eché hacia la derecha, con Tippity entre los brazos. Dimos contra el borde de la carretera y caímos entre los matorrales mientras el carruaje recuperaba el control y continuaba camino a la ciudad.
—¡Lunáticos! —gritó el conductor, sin desacelerar. Supongo que no podía. No con el otro carruaje que iba justo detrás de él. Y el siguiente. Y el remolque, jalado por mulas. Y la maravilla increíble que iba al final.
El último vehículo del convoy no tenía caballo. Ni mula, ni bisonte. Rugía como un animal, pero no había animales involucrados. Era un camión. Automático. Retumbando por la carretera, jalando de un carruaje metálico del doble de tamaño que mi oficina.
Ambos observamos boquiabiertos la caravana que pasaba. Yo nunca había visto algo así. Ni siquiera en los viejos tiempos.
Tippity les gritó pidiendo ayuda, pero tenía la voz ronca y el camión sonaba demasiado fuerte. Lo tomé de la garganta y lo sostuve con fuerza hasta que el desgraciado se desmayó.