Читать книгу La vuelta a España del Corto Maltés - Álvaro González de Aledo Linos - Страница 11
Capítulo 3
ОглавлениеPor fin la salida y las primeras millas, hasta Galicia
Después de varios meses de preparativos fijamos la salida para el 18 de mayo. Estuvimos atentos al pronóstico meteorológico que inicialmente daba vientos suaves del Este, pero en el último momento aparecieron unas borrascas seguidas que barrieron la cornisa cantábrica con vientos fuertes de Oeste (de hasta 25-28 nudos) y olas de 2-3 metros que nos obligaron a posponerla, primero al domingo 20 y luego al martes 22 de mayo, que fue la fecha definitiva. Este cambio forzado de planes en el momento de la salida, con tantas ganas acumuladas para salir y tanta gente pendiente de nosotros, fue una auténtica prueba de prudencia. Parecía cómico haber anunciado una fecha para largar amarras nada menos que para una vuelta a España y atrasarla por un viento contrario. Pero sabíamos por experiencia que el Corto Maltés navega mal de ceñida con estos vientos tan fuertes y que no para de dar pantocazos, y que la lluvia que acompañaba a estas borrascas habría convertido los primeros días de navegación en un calvario de humedad (la ropa no se seca y la cabina rezuma vapor de agua) y avance lento. Ya vendrían durante la larga travesía muchos otros vientos contrarios que no podríamos esquivar por estar en alta mar o en puertos de paso, como para empezar el viaje por gusto en estas condiciones.
Así pues, la noche del 21 al 22 la pasamos a bordo en el atraque de Puerto Chico, dispuestos a salir de madrugada para una etapa larga, hasta Llanes, en Asturias (47 millas). Largamos amarras a las 6:30 navegando a motor, con viento del Noroeste flojo y mar de fondo de la misma dirección de 2-3 metros que nos hacía dar pantocazos. Además llovía. ¡Vaya comienzo! Teníamos empapados hasta los sentimientos. La jornada transcurrió navegando la mayor parte del tiempo a la francesa, es decir, a motor y con la mayor izada (entera o en el primer rizo) para estabilizar el movimiento del barco, y buscando un rumbo en que portase al menos parcialmente para que empujase y ayudase al motor. Fue un día de pantocazos incesantes, en el que, entre otras cosas, descubrimos la inutilidad de la hamaca de la fruta que habíamos instalado con tanta ilusión, que no paraba de golpear con el mamparo de proa en cada ola, estropear la fruta y esparcir sus trocitos sobre la cama. Este primer día decidimos que no servía y habría que destinarla a otra función.
Al salir contactamos con Salvamento Marítimo de Santander para informar de nuestro destino y posteriormente confirmarles la llegada a Llanes. Es una costumbre de algunos navegantes que otorga una seguridad adicional, pues si el barco no da señales de vida a la hora prevista de llegada Salvamento Marítimo se preocupa por localizarle y eventualmente rescatarle. Nosotros no lo habíamos hecho nunca por no considerarlo necesario en nuestros desplazamientos habituales, pero en la vuelta a España nos apetecía hacerlo, para más tranquilidad de nuestras familias, en las etapas difíciles de la Costa da Morte y Portugal, y empezando en Santander tendrían nuestra localización durante todo el recorrido. Nos atendieron amablemente y quedamos en notificar nuestra llegada a Llanes, a Salvamento Marítimo de Gijón, quedándose ellos con nuestro móvil, por si acaso. Poco antes de llegar a Llanes, y previendo que tal vez dentro de puerto la comunicación con Salvamento Marítimo de Gijón sería peor, intentamos contactar con la citada estación pero no nos recibía. En su lugar salió Santander Tráfico que sí nos oía, y tomó nota de nuestra posición señalando que ellos lo notificarían a Salvamento Marítimo de Gijón. No dimos más importancia al tema hasta que al anochecer, y estando ya en puerto, nos llamaron al móvil desde Salvamento Marítimo de Santander preguntando por nuestra situación y preocupados porque no les hubiésemos llamado. Al parecer no se habían comunicado internamente y desconocían nuestra conversación con Santander Tráfico. Aclarado el tema llegamos a la conclusión de que este sistema podía generar más problemas que soluciones, y en el resto del viaje no volvimos a utilizarlo aunque en algunos tramos peligrosos, como la Costa da Morte, Portugal y el estrecho de Gibraltar, no nos faltaron ganas de hacerlo.
Llanes es uno de los ejemplos de puertos que se han remodelado en los últimos años, y la cartografía que llevábamos a bordo no estaba actualizada. Inicialmente nos quedamos abarloados al pesquero “Bustio” (al que ya habíamos estado abarloados otros veranos en Tina Mayor, la ría que separa Cantabria de Asturias) en la dársena pesquera, nada más pasar el espigón Norte o Dique de la Osa a estribor. Este dique es famoso por la obra plástica que ha desarrollado en los bloques de hormigón Agustín Ibarrola, pintándolos de colores llamativos, y que se conocen como “los cubos de la memoria”. Allí nos informaron que la gasolinera para barcos, a pocos metros, solo servía unos días a la semana y justo hoy no tocaba, así que fuimos a la gasolinera de carretera, a unos 5 minutos en bici. Posteriormente nos informaron de que los nuevos pantalanes recién inaugurados tras las compuertas que cierran la entrada al puerto deportivo cuando hay mal tiempo, disponían de unos atraques para visitantes, que de momento eran gratuitos. Solo en caso de querer bajar al pueblo y tener que usar la puerta de acceso a los pantalanes pedían 100 € de fianza por la llave, que devolvían al día siguiente. Optamos por quedarnos en el muelle pesquero hasta finalizar las compras y el recorrido por Llanes, y a última hora, cuando ya solo nos quedase dormir, trasladarnos al pantalán de visitantes, como así hicimos. Es un pantalán muy moderno y limpio, con agua y luz, en el que descansamos perfectamente en nuestra primera noche de travesía. Aunque el pantalán de visitantes es el primero tras la compuerta y, por tanto el que recibirá toda la ola cuando haya mar de fondo del Este, en aquella jornada la ola venía del Oeste, sector del que el puerto de Llanes está perfectamente protegido. Llanes es un pueblo pequeño y acogedor, con una playa y un paseo marítimo sobre los acantilados que dan al Norte, recientemente acondicionado, que nos encantó.
Por la mañana no madrugamos porque el pantalán estaba muy pacífico y teníamos cansancio acumulado del día anterior. La mañana empezó con una navegación “de señoritas”, con viento del Nordeste de fuerza 2-3. Poco a poco fue arreciando y al final de la tarde era de fuerza 5 con rachas de 6, y marejada. Como todo venía de popa, el timón automático trabajaba mucho para corregir las guiñadas y nos tuvimos que turnar al timón cada hora. Improvisamos una distribución de velas no muy ortodoxa pero muy eficaz: unas orejas de burro con el génova y el espí asimétrico, sin tangones, y con la orza subida, con la que hicimos puntas de 8,8 nudos al coger en surf las olas de popa. Al tener toda la vela en proa y, especialmente, el espinaker, la proa tiende a levantarse, justo lo contrario que cuando se coge el viento de popa con la mayor, que tiende a clavar la proa. Es una sensación impresionante la que se tiene al coger una ola en surf con un velero. El timón está suave y reacciona enseguida a un pequeño movimiento, podría llevarse con dos dedos. Pero a la vez comprendes que si haces algo mal y el barco se atraviesa estás perdido, y también temes que el exceso de velocidad te clave la proa en la ola que te precede, alcanzándola por detrás. En este caso el barco frena de golpe, levanta la popa y, en el peor de los casos, vuelca hacia delante. Si bien esto solo ocurre en las olas impresionantes de los mares australes, en nuestro medio, por lo menos, la ola que has alcanzado barre la cubierta y, junto al frenazo, puede arrastrar a un tripulante por la borda. Cuando empiezas a surfear es otro de los motivos por los que hay que ponerse el arnés. Naturalmente tanto bueno no podía durar. A media tarde oímos un ruido fuerte y seco, como de un disparo, y el espí desapareció de repente. Se había roto en el puño de driza y la vela cayó al agua, y no la veíamos porque estaba debajo del barco donde se había trabado, como suele suceder, en la orza. Con esfuerzo conseguimos recuperarlo a bordo finalizando la navegación hasta Candás solo con el génova, y únicamente con esa vela íbamos a 5-6 nudos. Candás lo elegimos porque nos gustan más los puertos pequeños, así que pasamos por delante de Gijón sin detenernos.
Candás es un pequeño puerto al Este del Cabo Peñas, pero curiosamente bien protegido de los vientos del Nordeste por su espigón. Con el viento y las olas que había fuera, nada más entrar caímos en un plano de agua nada agitado donde los niños se estaban bañando como en una piscina. Siempre nos ha sorprendido la tranquilidad y serenidad que se respira en un puerto nada más pasar el espigón. Es como si la vorágine que se ha montado fuera no existiera, como si entrases en otro mundo. Al llegar nos abarloamos como siempre a un pesquero, en este caso el “O Mar” (“El Mar”) que estaba preparando las redes. Su patrón, al vernos, amablemente nos ofreció utilizar un pantalán de su propiedad que ese día estaba vacío, pues él iba a salir a faenar por la noche. Se trataba de un cómodo pantalán, con luz y agua, aunque al lado de la rampa mal engrasada que no paraba de chirriar con las olitas, así que nos temíamos una noche muy ruidosa. Aprovechamos para aclarar con agua dulce el espí que se había ido al agua. Después de cenar, siendo casi de noche, recibimos la visita del guardamuelles que nos dijo que no podíamos permanecer en ese pantalán, reservado a pesqueros, ni aunque nos lo permitiera su dueño. Teníamos que movernos al de visitantes, en la cabeza de uno de los pantalanes de la náutica deportiva. Igual que en Llanes, este pantalán era gratuito y solo había que depositar una fianza por la llave. Así que, ya de noche, nos cambiamos de amarre y al final salimos ganando porque allí no llegaba el sonoro chirriar de la rampa de los pesqueros.
A la mañana siguiente lo primero que hicimos, tras el desayuno, fue subir al palo para recuperar la driza del espí y llevarla a cubierta para poder utilizarla, pues el viento se pronosticaba un día más del Nordeste y pensábamos hacer una reparación de fortuna del espí para aprovecharlo. La primera parte de la navegación fue con una niebla compacta como si fuera piedra pómez, que no dejaba distinguir a más de una milla. Pasamos cerca de la superboya amarilla del Cabo de Peñas sin verla (en Asturias advertimos muchas superboyas amarillas, con luces de mucho alcance, unas 4 millas, a la entrada de las rías o marcando los cabos). A media mañana se despejó y empezó a lucir el sol, a la vez que aumentaba el viento del Nordeste, llegando a fuerza 5-6 como la jornada anterior. Hicimos una reparación provisional del espí, envolviendo una bola de madera con el extremo de la tela del puño de driza y asegurando todo con una ligada, que no solo duró perfectamente sino que nos permitió surfear algunas olas a 10,8 nudos. Algunos pusieron en duda estos picos de velocidad, pero lógicamente en esos momentos no se está preparado para tomar fotos sino para llevar el barco bien encarrilado y que no se clave en la ola anterior ni se atraviese. Aunque nuestra intención inicial era llegar a Ribadeo, por el camino se hizo evidente que estaba muy lejos a pesar de la buena marcha y habríamos llegado a las 21 horas, sin tiempo para llevar el espí a la velería. En efecto, hablamos con Jorge Aguirre, un navegante de Navia al que conocimos a través del foro náutico “La Taberna del Puerto”, que había contactado con una velería local para repararnos el espí en cuanto llegásemos a puerto, pero teníamos que estar allí antes de que cerrase. Por esos motivos cambiamos nuestro destino a Navia, donde llegamos a las 17 h.
Navia es un puerto situado al fondo de una ría estrecha, a la que se entra entre dos espigones con un banco de arena peligroso, que estaban dragando. El espigón de babor tiene un paseo peatonal elevado sobre pilotes separando una zona de marisma preciosa. Es como un lago interior al que llaman “La Poza”, rodeado de bosques de eucaliptos, y con una senda que permite rodearlo en su totalidad y que, más adelante, recorrimos en bici. Tiene también un pantalán de visitantes gratuito en la orilla de babor de la ría, sin agua ni luz en el propio pantalán pero con un grifo a pocos metros en el muelle. Allí nos esperaba Jorge. Además de encargarse personalmente de llevar a reparar y recoger el espí, compartió con nosotros una tarde por Navia contándonos anécdotas de su vida en Asturias, de la que está enamorado, así como detalles de utilidad práctica para las etapas que nos esperaban. El espinaker quedó aceptablemente bien aunque finalmente la reparación la hizo una empresa de toldos, que no pudo poner el ollao de acero inoxidable del puño de driza por carecer del material y lo resolvió con un parche de cuero. Aunque a partir de entonces, y hasta Vigo, utilizamos el espí sin ese ollao, el parche de cuero que le sustituía aguantó perfectamente.