Читать книгу La vuelta a España del Corto Maltés - Álvaro González de Aledo Linos - Страница 12
Capítulo 4
ОглавлениеLos primeros puertos gallegos,
las Rías Altas
Esta parte del viaje estaba siendo fría, húmeda y un tanto apresurada. Estábamos a finales de mayo pero teníamos que navegar con ropa de invierno (forros polares, ropa interior larga, bluf, gorro de lana, etc.) y muchos días con trajes de aguas. Muchas noches dormíamos con 14 ºC dentro de la cabina, utilizando dos sacos de dormir e incluso los calientamanos de gasolina para calentar el saco. Habíamos quedado con nuestras chicas (Ana y Maribel) en la ría de Vigo para una semana de vacaciones en la primera semana de junio. Desconocíamos qué media de millas seríamos capaces de mantener cada día y si la meteorología nos obligaría a permanecer en algún puerto. Por eso queríamos acelerar, y si luego nos sobraba tiempo ya nos entretendríamos en las islas gallegas. Pero, por otra parte, la rotura del espí parecía recordarnos la fragilidad de un barco pequeño y tan antiguo (28 años). Esta vez se había resuelto bien y rápido y esperábamos que la reparación durase, pero otra avería podría resultar peor y hacernos fallar esa cita. Nos rondaba en la cabeza la idea, bien asimilada, de que el éxito de una larga travesía a vela depende, principalmente, de no forzar y terminar rompiendo el material. Sin ir más lejos, carecer de espí nos restaba 1-2 nudos, y eso en travesías largas es vital.
La siguiente etapa nos llevaría al puerto de Burela, en Galicia. La salida de Navia fue con una niebla tan espesa que ni haciendo los ojos pequeños llegábamos a ver la orilla de la ría, además, todo el día estuvo nublado, con alguna tormenta con aparato eléctrico y viento flojo predominante del Oeste, que nos obligó a navegar de nuevo a la francesa en un mar invernal, salvo al final de la tarde que roló al Sur y pudimos navegar solo a vela. Con el tiempo tan nublado el panel solar no cargaba suficiente, y comprobamos que al conectar el piloto automático se apagaba el plotter por bajo voltaje. Ello nos obligó a gobernar a mano pues dábamos prioridad en el consumo eléctrico al plotter, sobre todo, con un tiempo brumoso como el que teníamos, que nos dejó la inquietud de si sería suficiente el panel que llevábamos para la escasa electrónica de a bordo. Desde ese momento, ante la menor señal de descarga de la batería (voltímetro por debajo de 12 V más o menos) gobernábamos a mano, lo que hizo un poco más duras estas primeras etapas.
A Burela llegamos a media tarde y preguntamos al pesquero “Angel Manuel Primero” dónde podíamos quedarnos a dormir. Después de algunas bromitas por un malentendido (creían que les preguntábamos por un hotel) nos sugirieron utilizar el atraque vecino al suyo, cuyo propietario había llevado el barco a Foz en los dos meses de parada biológica. Burela es un puerto únicamente pesquero pero organizado en pantalanes como una marina deportiva, algo poco habitual. El agua del puerto estaba muy sucia, los pantalanes tenían agua pero no electricidad, y el surtidor de gasolina estaba en el pueblo, a 2 kilómetros del puerto. En esos días se celebraban las fiestas patronales y la calle estaba llena de grupos folclóricos. También llamaba la atención la cantidad de niños y adolescentes que ocupaban la calle, muchísimos de raza negra o mestizos, que allí llamaban “morenos”, por la gran cantidad de trabajadores inmigrantes en la pesca. En resumen, un pueblo bien animado.
Con ese tiempo invernal llevábamos todo el día pensando en el guiso de lentejas que nos haríamos de cena en la olla. Por desgracia por la noche comprobamos que el fuego del camping-gas no calentaba lo suficiente para que la olla alcanzase presión, y que solo podríamos usarla como cazuela. Un poco más tarde de lo esperado tuvimos la cena servida, pero maldiciendo nuestra mala suerte, pues para todo el viaje la cocina iba a ser más lenta de lo que habíamos calculado. Finalmente, ya después de cenar, se nos presentó el guardamuelles con el que al aclarar que habíamos hablado con el vecino de pantalán, no hubo problema alguno para quedarnos a dormir allí. ¡Qué diferencia con los de Andalucía, como veremos más adelante!
El día siguiente amaneció despejado y con viento del Sur de fuerza 4-5 y salimos dispuestos a doblar el Cabo Estaca de Bares, el más septentrional de España. El primer escollo a salvar era la Piedra Burela, una roca que vela a flor de agua media milla al norte de la salida del puerto, pero actualmente bien señalizada con una marca cardinal Este y, por tanto, sin peligro alguno, y un bajo donde el mar rompe con cualquier clase de oleaje que está situado entre esta piedra y la punta del rompeolas. Salvados estos escollos, establecimos las velas para navegar de empopada hasta dejar por el través el Puerto Alúmina Española. Es un puerto industrial construido para dar servicio a una empresa de producción de aluminio, de una milla de ancho y otra de largo, pero cuyo interior no está completamente urbanizado con muelles, tinglados portuarios, etc., sino que en su mayor parte se ha dejado la costa virgen y solo se han habilitado los extremos Norte como muelle pesquero y Sur para las operaciones de carga. Por lo que ha quedado como una bahía artificial, bien protegida por dos espigones, con una playa en su centro y con la entrada al puerto protegida del oleaje por dos islotes, La Baixa y La Sombriza. Con cierta melancolía decidimos no detenernos en este lugar, que despertaba nuestra curiosidad, para hacer ruta hacia el cabo que nos esperaba con un viento tan favorable.
Por la mañana estuvieron en la VHF dando noticias de dos tripulantes que se habían caído al agua desde un yate frente a Foz, y que finalmente fueron recogidos por un pesquero. Nos recordó la peligrosidad de esta costa, y vino acompañado de un role del viento al Suroeste justo al pasar Estaca de Bares, así como la irrupción de nuevo de un chubasco tras otro. Ello nos obligó a navegar ciñendo con la vela mayor en el 2º rizo y el génova enrollado al 50%, y finalmente con la mayor rizada y el motor, hasta alcanzar el puerto de Cariño. No duró mucho la empopada y el sol.
Cariño es un pequeño puerto pesquero a la entrada de la ría de Santa Marta de Ortigueira. Tiene también un muelle comercial para exportar madera de eucalipto. En todas las rías gallegas decidimos quedarnos en los puertos situados más cerca de la entrada, pues el desplazamiento a los puertos del interior, sin duda más protegidos, suponía algunas horas más de navegación tanto a la entrada como a la salida, y en esta parte del viaje nos interesaba acelerar. Elegimos Cariño en parte por la curiosidad de su nombre, que no explicaban las guías. Tiene un único pantalán para barcos deportivos, largo y recurvado, sin sitio para barcos de paso. Por tanto nos quedamos abarloados al pesquero “Apóstol San Andrés” en el muelle de la lonja. El viento del Sur entraba al puerto por la amplia bocana, abierta precisamente al Sur, y formaba una olita pequeña pero ruidosa que no ponía en peligro el amarre sin embargo sí resultaba incómoda. El pueblo nos pareció solitario, pequeño, triste y con poco encanto. A diferencia de Burela, que estaba lleno de juventud e hijos de inmigrantes que trabajan en la pesca, aquí solo había gente mayor y las calles vacías. Buscando un local con wifi para actualizar el blog recalamos en el local social de la casa del concellu (ayuntamiento en gallego). Tenía dos salas para jugar a las cartas: una para mujeres y otra para hombres. Luis y yo nos establecimos en la de mujeres porque era la única que tenía enchufe para el ordenador. Únicamente estábamos nosotros dos y cinco mujeres que estaban en otra mesa jugando una partida. Nos acercamos para preguntarles el origen del peculiar nombre de su pueblo. Les sorprendió la pregunta. Nosotros somos curiosos por naturaleza y no seríamos capaces de haber vivido toda una vida en un pueblo sin conocer el origen de su nombre. Solo una de las mujeres tenía una ligera idea por haber oído la historia de pequeña. Según ella se llama así no porque la gente fuera muy cariñosa, que lo es, sino porque una pareja de extranjeros llegó al pueblo con dos hijas. Una se murió y la dejaron enterrada aquí. Cuando se marcharon dijeron: nosotros nos vamos, pero aquí se queda nuestro cariño.
Al consultar el pronóstico para el día siguiente prácticamente habíamos decidido pasar un día refugiados en Cariño, pues se anunciaban vientos de 25 nudos del Suroeste (los peores en esta costa) y, además, nuestra derrota era precisamente Suroeste, o sea que los llevaríamos de proa. Por la mañana estábamos muy tranquilos en el barco, dejando pasar el rato, pero ambos nos extrañamos de lo calmado que estaba todo y de que el barómetro estaba demasiado estable. Aventurando que el pronóstico se había equivocado, y con lo poco que nos apetecía pasar el domingo en ese pueblo, cambiamos de planes y decidimos salir a hacer una etapa corta, hasta Cedeira, a 18 millas. Fue la primera imprudencia del viaje y la pagamos cara. Largamos amarras a las 10, con poco viento y dentro de una niebla tan espesa que si hubiéramos sido dibujos animados le habríamos hecho un agujerito con el dedo para mirar a través de la misma. Hasta doblar el Cabo Ortegal nos mantuvimos dignamente, con la mayor en el segundo rizo y ayudados por el motor, dando pantocazos contra un mar de fondo de 2 metros. Pero nada más doblar el cabo se demostró que Windfinder tenía su parte de razón, y fue entrando el Suroeste hasta alcanzar lo previsto. Lo que iba a ser una travesía de 18 millas en 4 horas se transformó en 27 millas en 7 horas, luchando con el motor y la mayor en el 2º rizo, o como pudimos en cada momento, contra ese viento categórico de cara, ese mar de fondo tremendo, y todo ello aderezado con chubascos. Teniendo ya a la vista la ría de Cedeira y viendo el pueblo a 3 millas, nos era imposible hacer rumbo debido al oleaje y al viento que nos hacían derivar hacia el Norte. Estuvimos dando bordos como locos; en los que nos amurábamos a estribor la escora sacaba la hélice del agua con un ruido escandaloso que nos hacía temer por la integridad del motor. En los peores momentos estuvimos considerando dar media vuelta y volver a Cariño de empopada. Al final, con paciencia y perseverancia conseguimos entrar, dando los bordos amurados a babor ayudados por el motor y parándolo en los amurados a estribor. En el último momento la entrada en la ría de Cedeira fue impresionante, pues habíamos derivado tanto que en realidad la abordamos con un ángulo muy distinto del previsto en nuestra derrota inicial. De repente aparecieron delante de la proa unas rocas sumergidas que ese día se veían al romper las olas, pero probablemente con el tiempo en calma pasarían desapercibidas. Son las que forman una restinga en la Punta Chirlateira, a estribor al arrumbar al interior de la ría, que están media milla apartadas de la costa. Pasado el susto, y ya en el interior de la ría, sucedió como ocurre tras los espigones de los puertos, aquello parecía otro mundo de tranquilidad y mar en calma. Doblamos las “Piedras de Media Mar”, unas rocas que velan cerca de la superficie pero ya perfectamente balizadas con una torre de hormigón de peligro aislado (roja y negra) y nos dirigimos directamente al muelle pesquero. Parecía mentira lo que dejábamos atrás.
Para pasar la noche abarloado a un pesquero hay unas normas mínimas de cortesía que se deben respetar. Además de adaptar bien las defensas, conviene hablar con la tripulación del pesquero o alguien en tierra que les conozca para pedirles permiso, aunque se da por hecho que este se concede. En la costa cantábrica se asume que pueden pasarse dos noches libremente en cualquier puerto, tema que, como veremos más adelante, está claro en todas las comunidades autónomas menos en Andalucía. Si no hay nadie a bordo y tampoco en el muelle y se va a abandonar el barco, hay que dejar en sitio visible nuestro teléfono móvil para que puedan localizarnos. Si el pesquero es más grande que el velero (lo más habitual) no es necesario echar amarras a tierra, basta con amarrarse al pesquero. Para nosotros es más cómodo pues no hay que calcular las fluctuaciones de la marea. Pero si los tamaños son similares, hay que amarrarse a tierra para que no aguanten sus amarras el tirón de los dos barcos. En este caso hay que tener cuidado de que con la fluctuación de la marea nuestras amarras no traben las partes delicadas del otro barco, como las antenas, pues podrían arrancarlas. Nunca hay que modificar las amarras del pesquero, y menos aún atarle en corto a una escalera para facilitarnos el desembarco; esto ha sido motivo de accidentes y averías al bajar la marea. Conocimos uno en Suances al que le habían arrancado el pasamanos en bajamar por dejarle amarrado a la escalera. Hay que preguntar a qué hora va a salir a faenar, para estar a bordo y ayudar en la maniobra de salida. Suele ser de madrugada, o sea que hay que estar dispuesto a levantarse muy temprano y, eventualmente, acabar la noche amarrados al muelle donde estaba el pesquero; por eso hay que haber examinado la pared del muelle y saber si es irregular o con columnas verticales, tener dispuesto el tablón por fuera de las defensas. Y, finalmente, al saltar a tierra pasar por el pesquero dejando todo como estaba. Como los pescadores no suelen quedarse a bordo, no es necesario tomar precauciones especiales para no molestarles, como se hace al abarloarse a otro velero (pasar por proa de su palo mayor, para respetar la intimidad de los que están en la bañera y en la cabina).
Después de un día de navegación, apetece dormir bien, sobre todo, si ha sido duro como el que acabamos de contar, así que existe un truco para no tener que madrugar cuando al día siguiente van a salir a faenar. Hay que buscar abarloarse a un barco que tenga pinta de estar averiado, desahuciado, embargado o abandonado. Algunas pistas son comprobar que no lleva redes a bordo, que está especialmente sucio, con las amarras llenas de verdín, o directamente preguntar a alguno de los paseantes por el muelle, que suelen saberlo. En Cedeira elegimos uno cochambroso que, además, no tenía redes. Efectivamente estaba abandonado y por la mañana no nos despertó nadie.
Cedeira es un pueblo bonito y grande, a orillas de una ría, con unas playas preciosas y la desembocadura del río Loira. Lo malo es que no encontramos grifos de agua potable con que rellenar los depósitos, con lo que hay que andar unos 3 kilómetros para llegar al pueblo y, más aún, para encontrar la gasolinera, que se encuentra en las afueras, en la carretera de Ferrol. Con el agotamiento que teníamos no nos sentó muy bien tener que ir a comprar gasolina, y ese día no pudimos cargar agua, pero, a cambio, encontramos varias cafeterías con wifi y esa noche la actualización del blog no nos supuso mucho esfuerzo.
La mañana del día siguiente la dedicamos, antes de salir hacia La Coruña, a algunos bricolajes a bordo. Hubo que colocar todo el zafarrancho del día anterior (en una navegación agitada todo el barco queda patas arriba y mojado), recortamos la driza del génova que daba señales de desgaste cerca del puño de driza de la vela, y sustituimos los cabos de algunas de las defensas. Salimos de Cedeira antes de las 9, por la mañana había sol y poquísimo viento, que aprovechamos para poner a secar todo lo del día anterior. A mediodía salió viento del norte que nos permitió una marcha muy decente en orejas de burro hasta La Coruña, pues en este tramo de costa nuestra derrota era en dirección Suroeste. Por el camino estrenamos la cacea de bonitos que nos preparó Dimas. Estrenarla es un decir, porque no cogimos nada, ya que íbamos muy cerca de tierra. Poco después del Cabo Prior, al menos 8 millas antes de llegar a La Coruña, avistamos el faro de la Torre de Hércules. Es una construcción del siglo I o II, de la época de los romanos, y es el faro en servicio más antiguo del mundo. Su altura es de 68 metros (el segundo más alto de España) y fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Cuando llegamos a La Coruña estaba en labores de mantenimiento, con grúas y equipos de obras alrededor. Al puerto de La Coruña se puede entrar por el Sur o por el Este del Banco Yacentes, una zona de bajos donde rompen las olas con mar gruesa. La entrada Sur es la única recomendada con mal tiempo, pero como hacía un día espléndido y no había casi olas, nosotros entramos por el Este, lo que nos evitó un largo rodeo. No obstante comprobamos que los mercantes, seguramente por una elemental prudencia marinera y porque a ellos estos rodeos no les supone nada, utilizaban la entrada Sur.
Llegamos a las 16 h y tras recorrer el dique de abrigo que protege del Norte y pasar junto a la torre de control del puerto (un edificio de 80 metros con dos columnas blancas que sostienen entre ellas, en lo más alto, el bloque de oficinas) nos metimos por primera vez en este viaje en una marina, la de la dársena Deportiva, una de las tres que tiene La Coruña. Es una marina muy moderna, con gente muy amable, especialmente Pedro, el marinero que nos recibió. Como era temporada baja las tres marinas estaban casi vacías y nos resultó raro porque no estamos acostumbrados a ver pantalanes enteros vacíos (ya veréis más adelante). Pudimos elegir atraque a nuestro gusto en un pantalán entero vacío. Lo cogimos tras un catamarán enorme para que nos parase el viento por la noche y así dormir mejor, también cerca del edificio de las oficinas para estar más cerca de las duchas y poder tener wifi desde el barco. Menudo lujo: ducha caliente después de 7 días, atraque elegido a conciencia, una tarde entera y con buen tiempo para conocer la ciudad... Solo faltó haber podido añadir al arroz de la cena algún pescado fresco cogido durante la travesía, pero como no lo había, nos tuvimos que conformar con bonito de lata. Y tras la cena, sacamos de la maleta con la documentación la siguiente guía Imray, la de la Costa Atlántica de España y Portugal, porque la de la Costa Cantábrica terminaba en La Coruña. Todo un hito para el Corto Maltés, que nunca había hecho un viaje tan largo.