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LA REUNIÓN

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Los tres recorren las áreas; uno sube, otro baja, el joven abre y cierra las puertas de los cuartos para ocuparse en algo y calmar los nervios.

A Guillermo le satisface la decisión de Julián de que la entrevista con Celia sea en su casa: “Mira, papá, aquí es mejor; no me gustaría que mis amigos me vieran con ella”. Él aprobó comprensivo.

David inicia la batalla de revisar cada rincón de la casa, decorada con el buen gusto del bien vivir de la familia. Su pareja lo observa poner cuatro servicios en la mesa, pasa a su lado y le dice al oído “falta uno”. David voltea interrogante.

—Para Valeria, estoy seguro de que en algún momento vendrá.

Se apresura a poner los cubiertos con la precisión de relojero y el lugar extra. Guillermo vuelve a acercarse para indicar discreto.

—La recibimos y nos vamos.

—¿Se quedarán solos?

—Por supuesto.

Reflexiona con la mirada al techo.

—¿Y si no quiere cenar?

—Ya lo sabremos.

Julián aparenta estar tranquilo, vestido como todos los días, la diferencia es el olor a la loción de su padre.

En espera de que llegue la hora, se sienta en el sofá de piel de tres plazas color tabaco y se recarga sobre los cojines de Tonalá de hermosos bordados. La vista desde ese ángulo da hacia el comedor, se cambia al sillón individual comprado en un bazar de antigüedades. Desde ahí ve el librero de madera pulida y brillante. Decide que es donde se sentará.

Guillermo lo observa a distancia, deseoso de querer entrar a la mente de su hijo y saber qué piensa. Desde que están juntos, su vida tomó un mayor sentido. El timbre interrumpe el pensamiento, se dirige a la puerta.

—Yo abro.

Julián lo sigue, ve cómo su padre corresponde a la sonrisa que Celia le ofrece, la toma de los hombros, la besa en la mejilla y se hace a un lado para que vea al muchacho quien, erguido y serio, recibe el beso de su madre.

David, rígido como estatua, da la bienvenida. La imaginaba envejecida o quizá deseaba que estuviera acabada. Todo lo contrario, a medida que se acerca a saludarlo, percibe a una mujer segura que porta mundo en la ropa, en el corte de pelo y en los accesorios discretos de gran calidad. Al besarlo en ambas mejillas aspira el perfume exquisito. Siente un piquete de celos, observa la actitud de su pequeño Julián.

La invitan a pasar a la sala, una vez que el muchacho y ella se instalan, Guillermo comenta que David y él bajarán a tiempo para la hora de cenar; ella ya se había dado cuenta de que el comedor estaba dispuesto para ese fin.

Bajan cuando calculan que fue el tiempo adecuado y se extrañan el ver la casa oscura, sin nadie. Se preguntan qué habrá pasado. David se dirige a la cocina.

Rato después se abre la puerta de la calle y entran Julián y Valeria. La pregunta de los padres se escucha al unísono.

—¿Qué paso?

—¿Dónde andaban?, ¿y Celia? —Guillermo insiste.

—Se fue.

—¿Por qué?

—Pues la verdad yo estaba bien incómodo. Me hizo muchas preguntas, no sabía ni qué contestarle. Al rato se despidió y se fue. No les dejó ningún mensaje.

—Espero que hayas estado correcto.

—¡Claro, papá! No soy tan “mordor”.

—¿Mordor? Qué es eso.

—Gacho pues; la acompañé a la puerta. Es más, le ofrecí llevarla a su hotel. No quiso, había un chofer esperándola.

En cuanto Celia se despidió, Julián fue por Valeria a su casa, ella lo estaba esperando con ansiedad para que le platicara cómo había sido la entrevista con su mamá. El chico no sabía la respuesta.

—Fue raro, yo solo quería que ya se fuera. No podía ni hablar, es más, no supe qué se le puede decir a alguien que sabes quién es, pero que no conoces.

—¿No tienes curiosidad de saber qué siente, lo que piensa?

—Ya no.

El joven arruga el entrecejo, Valeria intuye que el impacto de la experiencia no le permite externar ningún sentimiento, le insiste:

—Me habías dicho que querías conocerla.

—Sí, tenía mucha curiosidad y quería preguntarle por qué me abandonó, porque por más que pienso, no lo entiendo.

—¿Te hace falta?

—No, amo a mis padres y no quiero que mi vida cambie porque ella aparece ahora, así nada más. No, la verdad no.

—¡Julián! ¡Yo quería conocerla! —Valeria reclama.

El muchacho levanta los hombros y le sonríe.

Antes de sentarse a la mesa, Guillermo va a hacer una llamada.

—¿Celia? ¿Qué pasó?

—Fue tenso todo, me costó trabajo y no logré que se abriera. Sentí su gran carácter y aunque insistí, no fue posible, así que decidí despedirme. Por cierto, es un joven cortés, has hecho un gran trabajo, no estaría mejor con nadie más que contigo.

—¿Y qué piensas hacer de aquí en adelante?

—Seguir como hasta ahora, con mi carrera y mi trabajo. Hago todo lo que tú me enseñaste y ese es mi amante, mi eterno compañero.

—Celia, tienes un hijo, si quieres recuperarlo habrás de hacer muchas cosas y quiero que sepas que cuentas conmigo.

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