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El pastel de cumpleaños

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Valeria decide romper el silencio, la incomodidad en el ambiente le disgusta, entiende que Julián, David y Guillermo pusieron a prueba sus emociones y que la deben superar. Le da un trago al vino, su voz contagia alegría.

—¡David, el salmón esta exquisito! Eres el mejor chef del mundo. ¿Puedo servirme más?

Los tres quitan la vista de sus platos, la dirigen hacia la muchacha, sonríen. Ella continúa.

—Tienes que darme la receta. Aunque mis mamás son las que tendrían que aprender. La cocina no es su fuerte, creo que por eso a mí me gusta guisar.

A partir de que se ha roto el hielo la convivencia se hace alegre, sin embargo, aunque Guillermo hace un esfuerzo por escucharlos, su mente se va a la figura siempre inevitable del buen Juan, el jardinero. Ya trabajaba ahí cuando Guillermo nació y desde que era pequeño le hizo sentir que no estaba solo. Al escuchar el gusto de Valeria por cocinar, se visualizó parado en el banco de la cocina, frente a la mesa alta de trabajo, con la sensación de tener un nudo en la garganta; entre las voces que conversan como un rumor, escucha su voz de pequeño contar hasta seis huevos, se ve poner en fila la mantequilla, la harina, el royal y preguntar.

¿Y leche?

Sí, Guillermo.

Mamá va a sorprenderse cuando vea el pastel que le hice, bueno, que hicimos tú y yo.

Juan no alcanza a decir más, enmudece al ver entrar al padre del chico quien a jalones lo saca de la cocina, con brusquedad le arranca el delantal de su madre, tan grande para él que le envuelve el cuerpo. El hombre grita:

¡La cocina es para las viejas! ¡Aquí nada de mandiles! ¡Enrique! ¡Ven al patio de inmediato!

Aumenta el volumen.

¿Por qué tardas tanto? ¡No te escondas!

Su hermano mayor llega lloroso, tiembla, igual que Guillermo.

Ahora van a pelear como hombres, ¡pónganse en guardia y dejen de llorar!

El ruido al caérsele el tenedor sobre el plato lo sorprende. Julián, Valeria y David se vuelven a verlo con preocupación. Guillermo se levanta de la mesa, no quiere que lo vean llorar.

—¡Perdón! Regreso en un minuto.

Ya en el baño deja que el pensamiento fluya y se cobije: “Juan intervino, ¿cómo olvidarlo? Era el mejor jardinero y el mejor hombre que he conocido, tan alto que a veces no usaba escaleras para podar algunas ramas de los árboles y tenía que hincarse para deshierbar las plantas; yo envidiaba el color de su piel, tan curtida por el sol, cuando era joven lo vi siempre con sombrero de paja, después nunca se quitó la gorra de los Yankees que le regalé. Extraño su sonrisa franca y su cariño”.

Abre la llave del lavabo, se echa agua en la cara, las gotas escurren, se confunden con las lágrimas, ve su reflejo, continúa con el recuerdo de esa voz inolvidable.

¡Patrón! ¡Mejor usted peléese conmigo! ¡No los ponga a ellos! ¡Son hermanos!

—¡Tú no te metas, esto es asunto mío!

No se lo imagina, lo ve crecer en estatura y envalentonado cubre con su cuerpo a los dos niños. Lo enfrenta:

¡Pégueme a mí y déjelos a ellos!

El hombre se detiene, algo en la mirada de Juan lo obliga, aprieta los puños y se mete furioso a la casa.

Guillermo cierra los ojos frente a su reflejo, baja la cabeza, balbucea:

—Juanito. Lloramos mucho los tres, hasta que dejamos de temblar.

Levanta la cara, vuelve a mojarla, al secarse se lamenta de que ya no viva para conocer a su hijo. “Le hubiera encantado”.

Regresa al comedor, Julián lo cuestiona con la mirada, Valeria no se atreve a verlo y David, sin opinar, sigue sin comprender su comportamiento. Guillermo se excusa.

—Me descompuse un poco, espero que no haya sido el salmón.

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