Читать книгу Todo lo que somos - M. E. Gómez - Страница 8
Mi segunda madre
ОглавлениеGuillermo está concentrado frente a la mesa de dibujo, contesta el celular sin comprobar quién llama, al escuchar la voz, la reconoce, suelta el lápiz sonríe y ante la pregunta afirma que es él.
—¡Martha querida! ¡Qué gusto me da escucharte!
Tratan de decirse todo lo posible, ella le comenta sobre el encuentro que tuvo con Celia y la sorpresa que le causó saber que tienen un hijo. Él lo confirma, lo hace con orgullo y la invita a que le haga el honor de venir a su casa para conocerlo.
—Paso por ti al hotel, no puedes irte sin que nos veamos.
Al terminar la llamada reflexiona, dirige la mirada a su diseño, mientras acomoda lápices y enrolla los pliegos de papel, piensa en lo que le habrá platicado Celia a Martha. Siente remordimiento por haberse distanciado de ella y el haber perdido el contacto, después de todo lo que hizo por él durante su niñez y juventud.
En el trayecto hacia el lugar del encuentro con Martha, Guillermo revive el viaje y la visita a Celia después de años de alejamiento, día que, por coincidencia, fue el mismo en que se conocieron David y él…
Al verlo entrar, Celia, abre los brazos, se estrechan efusivos. Al preguntar qué hace ahí, él responde que fue para gozar de la Caminata del Arte.
—Y quise darte la sorpresa y conocer tu galería.
—¿Y qué te parece?
—¡Perfecta! Tu presencia está en cada rincón y has logrado prestigio.
—Tuve al mejor maestro y no podía defraudarte. Qué bueno que te saliste de tu casa.
—¿Por qué dices eso?
—Porque contigo no habría hecho lo que hasta ahora he logrado. Me llevó tiempo quitarme la ilusión de que te fijaras en mí.
El comentario lo intimida: aspira profundo, con disimulo.
Celia lo invita a recorrer la casa de muros altos y blancos que hacen el ambiente fresco, con techos de teja roja. Ve obras de arte en cada pared, esculturas de artistas reconocidos mundialmente, piezas contemporáneas, algunas muestran el Vallarta de antaño, pueblerino y amable.
El señalamiento de la ubicación del hotel donde debe encontrarse con Martha, su segunda madre, como a veces la llamaba, interrumpe el recuerdo del día en que su vida dio el giro. Tiene una sensación de vergüenza porque supone que Celia le dio detalles íntimos que no debiera y que no le agradaría que supiera.
El reencuentro acorta la distancia entre el hoy y último día que se vieron, ahora que están uno frente al otro. Se abrazan con cariño.
—Guillermo querido, me he perdido de muchas cosas que te han sucedido.
—¿Qué te contó Celia?
—Mucho de nosotras y poco de ti, sé que tienen un hijo. Me impactó saber que te lo dejó y le he dado mil vueltas en la cabeza, no entiendo cómo una mujer se puede desprender de un hijo.
—Según sé, sus padres lo rechazaban por mis preferencias o mi condición o como quieran llamarle, y como ella ganó una beca fuera del país, decidió que yo me hiciera cargo de él.
—¿Y tú aceptaste así de fácil?
—La verdad, no. Me costó trabajo asimilarlo porque mi hijo tenía tres años cuando me enteré de que existía y eso fue lo que me pareció inaceptable al principio, pero una vez que lo tuve enfrente ya no hubo marcha atrás, es lo mejor que me ha sucedido.
Martha se toma la cabeza, la mueve de un lado a otro con enojo.
—La quise mucho y me equivoqué. La tenía en otro concepto, es sorprendente. ¿Por qué no te lo dijo? Después de tres años, ¡no lo puedo creer! Me fue tan desagradable el impacto que no pude resistir su compañía más tiempo.
—Piensa que tengo una razón para vivir, Martha y se la debo a ella, así de simple.
—Si así lo sientes, también yo, aunque tendré que asimilarlo —la razón se engarza en una disputa con las emociones, con la moral, con los afectos. Se siente vieja.