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¿Es una danza?

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El reencuentro con Martha, su segunda madre, lo hace sentir que tiene familia: al ver a Julián, Martha no puede contener la emoción. Lo abraza con los ojos acuosos, le comenta cómo era su padre a su edad, el chico comprende y corresponde con emoción genuina, a pesar de que es una total desconocida. David la recibe con respeto y ante las expresiones de admiración por el buen gusto y el ambiente familiar que se respira en la casa, siente orgullo por darle tan buena impresión.

Después de la merienda ligera, David y Julián comprenden que hay que dejarlos solos y se retiran. Así que Martha y Guillermo se quedan en el comedor mezclando recuerdos con sus vidas presentes, y aunque comparten grandes confidencias, Guillermo no es capaz de contar con detalle cómo fue su encuentro con Celia esa única vez. Nadie podría haber pensado en un embarazo. Esa noche, después de llevar a Martha a su hotel, en el trayecto a casa, revive cada escena:

Al terminar de ver cada rincón de su galería, Celia lo invita a ir a la parte superior de la casa, que es donde ella vive, lo toma de la mano. Al entrar a su habitación, Guillermo aspira el perfume de su amiga que flota en el aire. Abre las puertas de cristal para salir a la terraza y observar el mar azul, que se pierde en el horizonte para confundirse con el cielo.

Me costó trabajo conseguir esta casa pero lo logré. Desde aquí veo las mejores puestas de sol.

Lo invita a ponerse cómodo en uno de los camastros, camina hacia el bar, saca champaña rosada, la hunde en la hielera de plata y prende el jacuzzi; el ruido se confunde con el sonido del mar, el cielo empieza a ofrecer una gama de colores azules con rayos amarillos y naranjas. Extrae la botella, él se incorpora, le ofrece abrirla, sirve la bebida, chocan las copas en un brindis.

La chica se recuesta sin perder de vista los cambios de colores mientras el sol se pone, la brisa y el frío de la bebida los envuelve en un ambiente místico que les hace recordar y platicarse todo lo que hicieron juntos, con alegrías y tristezas.

La luna se refleja en el agua, el rumor del mar los relaja, las burbujas de la bebida de una segunda botella los exaltan hasta la euforia; ríen, ella se sienta en el camastro de Guillermo, lo besa en el oído, le desabrocha camisa y pantalón con suavidad, sus manos acarician, provocan: ya no hay más pensamiento que la urgencia. Se toman de las manos, lo invita a levantarse, se dirigen al jacuzzi, ella entra primero, siente las caricias de los chorros calientes que los estimulan, desde abajo lo ve sumergir las piernas poco a poco, lo detiene para besar el miembro erecto, la respuesta es inmediata, no puede esperar, él se sienta en el escalón, la toma de la cintura, la eleva para que se monte hasta penetrarla; se funden en un acto imperioso que surge de una necesidad reprimida.

La mirada perdida en el horizonte oscuro, el rumor del mar con su cadencia calma los sentidos. No necesitan hablar, el goce de su encuentro llegó sin planearlo. Celia se levanta, de momento siente vergüenza al verse desnuda, cruza los brazos para cubrir su pecho, sube el escalón y sale del jacuzzi; se envuelve en la toalla, apaga la tina, Guillermo se vuelve a verla.

Está ardiendo, ¿no te parece?

Le sonríe, niega con la cabeza y la echa para atrás, el agua le llega hasta la cintura, permanece sentado con los brazos abiertos que descansan en la orilla.

¿Te quieres bañar?

Al recordar el tono de voz de Celia, Guillermo se ubica en el presente, aminora la velocidad del automóvil, piensa que debió haber notado que cambió de actitud. Encoge los hombros, “me sentía tan bien que no lo percibí, ¡la provoqué a que se quedara! ¿Qué me pasó?”

Todavía no, no te vayas, mira las luces del crucero que está entrando a la bahía.

Se siente incómoda, no sabe cómo reaccionar, quisiera hablar, piensa qué puede decir, dirige la mirada al barco, escucha la pregunta que parece una ocurrencia, se sienta en el camastro para oír.

¿Alguna vez has visto cómo se aparean los caballitos de mar?

Frunce el ceño. Mueve la cabeza negando.

¿Recuerdas cómo son?

Vuelve a negar en silencio.

La hembra es más pequeña que el macho: cada mañana los hipocampos se reúnen repetidas veces, parece que bailan, cambian de color mientras se mueven con las colas enlazadas. Es una danza fascinante.

Celia hace un gesto de extrañeza, se pregunta a qué viene el tema. Él continúa.

Si siguiéramos su rutina matutina lograríamos las mejores relaciones humanas. Se aparean como en actos acrobáticos, bien erectos, uno frente al otro, parece que se besan y se van desplazando impulsados por una aleta en el dorso, como abanico que se mueve a gran velocidad.

Su voz profunda, reflexiva, hace parecer que está sumergido en el fondo del mar para dar testimonio de la vida de esos peces.

Después de la rutina del baile, con la cola entrelazada, la hembra le transfiere los huevos al macho para que se desarrollen en su abdomen.

Celia escucha el relato con desagrado. Lo siente fuera de lugar.

Ya en el estacionamiento de su casa, antes de bajar del auto, Guillermo se recrimina:

—¡Estaba ebrio! En un estado que no me explico. ¡Y seguí como un necio! ¿Cómo es posible que hasta ahora me dé cuenta? Debí de haber parado, pero seguí y seguí.

Sí, el abdomen del macho crece como si fuera de hembra, lo más hermoso es ver cuando ella trasplanta sus huevos en el saco del macho a través de un apéndice equivalente al pene.

La joven comenta en voz baja, sin interés.

Entonces podemos pensar que es la única especie que puede asegurar quién es el padre.

Así es, su embarazo puede durar hasta seis semanas, depende de la especie; cuando llega el momento, el macho se empieza a contorsionar para expulsar a cientos de pequeños caballitos; el parto dura varias horas.

Se hace un silencio entre los dos.

Guillermo permanece en el coche con el corazón acelerado. Suelta el volante, se cubre la cara con las manos

—¡Qué vergüenza! Era ridículo, tenía que aclarar lo que habíamos hecho.

Sale del agua desnudo, sin pudor Celia voltea para no verlo, le acerca la toalla, él la enreda en la cintura; se sienta en el mismo camastro, la toma de la barbilla para encontrar su mirada.

—No puedo ofrecerte nada, esto que nos ha pasado es inexplicable. Me transportaste al mundo de la danza sensual de los hipocampos.

No espero nada. Somos adultos, va a ser un recuerdo inolvidable, sigamos la vida como hasta ahora. Será mejor que te vayas ya.

¿No quieres cenar?

No, quiero quedarme sola.

En ese momento no había futuro. Quedaría solo como un recuerdo.

Baja del carro, camina despacio, le parece increíble que el encuentro con Martha, su segunda madre, lo haya hecho reflexionar sobre el suceso, igual que cuando doña Anita, su mamá, lo hacía pensar y analizar sus actos para que fuera fuerte y valiente. Le parece escuchar su voz: “te tocó ir contra corriente, así que a trabajar”. Sonríe satisfecho.

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