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Con nosotros o nada

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David se siente satisfecho y alegre. El encuentro de Celia con Julián alivia el temor que desde hoy no sentirá, sabe que su hijo hará su vida y le gustaría que fuera con Valeria, no solo por los halagos que le hizo en la cena, sino porque ella siempre le demuestra interés. Su naturalidad y alegría es contagiosa, ya la siente parte de la familia.

Cuando termina de guardar le vajilla, contar los cubiertos y revisar que todo quede en orden, se dispone a ir a dormir; al subir las escaleras el recuerdo le llega como llegan los perros, cuando menos los esperas.

La atracción hacia Guillermo lo fulminó. No sabe si fue la atmósfera de Puerto Vallarta, la brisa del mar o los dos tintos; la secuencia de cada copa borró el gesto adusto del principio hasta quitarle la seriedad y lograr la sonrisa franca. El amanecer los encontró sentados en la terraza del hotel, animados por la conversación interminable. Vieron el sol que se movía poco a poco. A medida que iba creciendo, el brillo provocaba la pesadez en los párpados hasta que se quedaron dormidos. “¡Qué desperdicio!”

Al poco tiempo de conocerse decidieron vivir juntos, ambos sabían de sus relaciones inestables y dolorosas y se dieron la oportunidad. David ayudó a Guillermo a no reprimir sus sentimientos, le hizo saber y sentir que necesitaba enterrar el fantasma de su padre. Él, desinhibido y alegre, contagiaba pujanza, elemento que lo hace exitoso como decorador, muy reconocido en el medio exigente de la sociedad; perfecto complemento para Guillermo y su seriedad. Esto lo vuelve incansables en el trabajo. Se acusan uno a otro: ¡Eres perfeccionista! ¡Entiende! ¡Hay errores! Cuando asisten a eventos públicos llaman la atención: guapos, siempre elegantes, propios para cada ocasión. Hombres y mujeres se sienten atraídos, ellos saben cuándo es encanto y cuándo es morbo y especulación.

David se pregunta cuál ha sido el éxito de su relación; se estremece al recordar cuando supo todo y cómo le dijo:

¡Perdóname! fue un momento irracional, ¡sin pensar!, me dejé llevar —gritó con rabia.

¡No me digas que no sabías lo que hacías! ¿Eres pendejo o qué? ¡Todo tiene consecuencias!

Incluso recuerda su respuesta y que no le creyó:

Lo sé, pero te juro que fui un animal.

¿Y ahora? ¿Nos vamos a convertir en las nanas de tu hijo?… ¡Tu hijo! Imbécil, ¡hijo de puta! ¿Por qué tengo que pagar yo las consecuencias?

Escúchame, David, ¡no te tapes los oídos!

Le toma las manos y las separa con fuerza. Lo avergüenza recordar su propia voz chillona:

¡Suéltame! ¡Me lastimas!

¡Necesito que me escuches! Es una realidad, el niño existe, no lo sabía, Celia no se hará cargo de él, y ¿sabes? Estoy feliz de saber que tengo un hijo.

Revive la torpeza de repetir con necedad que lo traicionó, que sí sabía que tenía un hijo y que no le había dicho. Las explicaciones de Guillermo. Nada lo convence, hasta que el enojo lo hace reaccionar a gritos:

—¡Decide ahora! Te quedas conmigo y con mi hijo o te vas para siempre —la sentencia llega como un golpe certero, no es una simple amenaza. Cierra los ojos, baja la cabeza, se va enconchando hasta caer de rodillas. Balbucea entre sollozos.

No puedo dejarte, no quiero irme.

El recuerdo de esa sensación le pone la carne de gallina; cierra los ojos, sacude la cabeza para desecharla; entra al dormitorio evitando hacer ruido, se dirige al baño a prepararse para dormir.

Al meterse en la cama observa al padre de Julián, quien duerme profundo. Le sonríe, piensa mañana le dirá que le perdona todo, menos decir que el salmón le hizo daño, y sin palabras le desea las buenas noches.

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