Читать книгу Más allá del dolor - Magdalena Ierino - Страница 12

Оглавление

CARTA 4

Job, el paciente

Querida Graciela:

No te acobardaste por la tarea que te propongo, puede parecer ardua al principio, pero se aligera, a medida que se avanza, ya verás. No voy a seguir un orden cronológico ni el que aparece en la Biblia. Al final te daré una lista ordenada.

Cuesta un poco leer la historia de Job del que mucha gente alaba su paciencia, pero también la pierde, no creas, se enoja con Dios y cuestiona. Me parece que podemos vernos reflejadas en él. A veces el lenguaje y las imágenes que utiliza el relato pueden causar estupor e incluso irritación, por eso te la cuento resumida y con mis agregados, “versión libre”. Después de cada carta puedes leer el original en tu Biblia.

Job es una especie de jeque oriental que tiene de todo: tierras, ganados, hijos e hijas. Lo pasa maravillosamente bien. Que tenga tantas cosas materiales puede desconcertar, pero es la forma que la Biblia tiene de hacernos saber que es un hombre honrado y estos bienes materiales son la expresión de los mejores bienes, los que realmente cuentan para nuestra vida, los espirituales. Job cree en Dios y cumple sus mandamientos y aquí comienza lo desconcertante, porque se supone que si uno “hace buena letra”, es decir, si se porta bien, debe irle bien, ¿no? ¡Yo me llevé tantos chascos por creer eso! Puede que al contrario las cosas se pongan muy difíciles, pero eso no es porque Dios nos quiere castigar o estemos errando el camino, todo lo contrario. Dios poda el árbol que da fruto para que dé más. A veces quisiéramos que no podara tanto, pero así es. Hay una santa muy simpática, Teresa de Jesús, que le decía a Dios: “¡Con razón tienes pocos amigos, si los tratas así!”.

Porque después de este prometedor comienzo, el libro cuenta que un día se encuentran Dios y Satán. Esto ya es insólito. ¿Dios y Satanás en reunión? Como si esto no fuera inusual se relata un diálogo entre ambos: Dios alaba ante el Satán a Job, lo bueno y recto que es, habla como si fuera así por obra suya. Y Satán le contesta que es porque Él, Dios, lo ha protegido y llenado de riquezas y de todo lo que un ser humano puede ambicionar para ser feliz, y concluye con un desafío:

—Seguro que, si le quitas sus cosas, te maldice en la cara.

O sea que acusa a Job de ser interesado. Si se porta bien es porque tiene muchas cosas materiales que, se supone, se las ha dado Dios como premio. Si pierde todo lo que tiene, el Tentador —que eso significa el nombre de Satán— sugiere que Job despreciará a Dios.

Entonces Dios “le da permiso” a este personaje para que hiera a Job sin quitarle la vida. Es decir que lo haga sufrir sin matarlo. Aquí ya te empiezas a rebelar, ¿no? Estarás pensando: “¿Cómo es esto? ¿No me dijiste que Dios es bueno? ¿Y hace sufrir? ¡Le da permiso al malo?”. ¡Paciencia! No hemos llegado al final del relato, como tampoco hemos llegado al final de nuestra vida que es cuando entenderemos muchas cosas, como les pasó a algunos de los personajes de los que te hablaré. El oro se prueba en el crisol.

Dios y Satán se separan y el cuentito sigue: comienzan a sucederle a Job una serie de calamidades. Sus campos son arrasados, sus animales robados, sus siervos capturados o matados y sus hijos mueren al desplomarse el techo de la casa en la que estaban reunidos. ¡No le falta una al pobre! Y, sin embargo, permanece impertérrito, es más, finalmente dice: Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor (Job 1, 21).

Creo que nadie, salvo Job, es capaz de decir algo así. Cuando el dolor sobreviene gritamos, como te pasó a ti, como me pasó a mí. Pero Job, hasta aquí, al menos, es un valiente. Cuando ya pensamos que nada más podía pasarle una especie de sarna hace presa de él, que se llaga todo el cuerpo rascándose con una teja. Entonces se le acerca la esposa y le dice: Maldice a Dios y muere de una vez (Job 2, 9). Él responde: Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo? (Job 2, 10).

Otra vez, este Job es un campeón. En mí no tiene emulación, te aseguro, y no creo que la tenga en muchos. Si Dios es bueno, pensamos, de Él solo podemos recibir lo bueno, no lo malo. No hay ninguna justificación para el mal, menos para agradecerlo, así de entrada, en caliente, diríamos. Después, a veces podemos llegar a decir como uno de los salmos: Me hizo bien sufrir (Sal 119, 71). Pero en el momento, cuando el dolor nos invade, ¿cómo vamos a agradecer? Ni pizca.

Pero además la intervención en este drama de la mujer de Job es también bastante original. Estamos en el mundo de la Biblia, una cultura eminentemente machista y esta mujer se atreve no solo a hablar sin que le pregunten, sino que desafía e insulta al esposo. ¡Totalmente insólito! Uno se pregunta si no forma parte del castigo que justamente a ella, a la mujer, no le haya pasado nada. Más le habría valido al pobre de Job quedarse viudo que con una mujer quejosa y agresiva. Pero como todos los otros ingredientes de este fascinante relato tiene una función didáctica. Nos muestra una realidad, nos alerta sobre los caminos equivocados que podemos tomar para salir del dolor.

Hace unos años me tocó estar cerca de un matrimonio amigo que había tenido una hijita con síndrome de Down. Estaba con ellos en la clínica cuando vinieron a ofrecerles, de la misma dirección del sanatorio, uno de los más prestigiosos de Buenos Aires, la ayuda de un psicólogo. Al parecer ellos tienen experiencia de que, muchas veces ante el dolor del nacimiento de un hijo con discapacidad, los matrimonios comienzan a tener problemas e incluso se separan. Caen en la terrible tentación de buscar “culpables” del drama entre los familiares mutuos. Hoy esto es cada vez más posible con los avances de la medicina y la decodificación del ADN. Gracias a Dios, mis amigos no cayeron en esta trampa y aprendieron a amar a su hijita diferente.

Muchos, yo incluida y seguramente también tú, hemos crecido con una imagen de Dios juez. “Dios castiga sin palo y sin rebenque, el que las hace las paga, se cosecha lo que se siembra”, etc. Nos hicieron ver a Dios como un policía que desde algún lugar oculto e invisible estaba atento a todas nuestras trasgresiones y travesuras para venir a castigarnos o llevarnos como el viejo de la bolsa. Aún recuerdo con horror la imagen del triángulo con un ojo en el centro. ¡Cuidadito con portarte mal, aunque nadie te vea, Dios te ve! Creo que es por eso que muchas personas dicen: “¿Qué hice para que me pasara esto? ¿Por qué a mí?”. Aunque, si somos sinceros sabemos que nos hemos equivocado y en grande algunas veces, tenemos también conciencia de que “no fue para tanto”. Si el dolor es un castigo, este es muy superior al daño. Dios es injusto y cruel, pensamos. Él es el más fuerte. No hay escapatoria.

Es lo que va a pensar también Job “con la ayuda de sus amigos”, pero lo dejo para la próxima. Si te ha picado la curiosidad, puedes leerlo por tu cuenta, está en la Biblia, es el libro de Job.

Te dejo una pregunta como Tarea:

¿Te parece que el dolor es un castigo por nuestros pecados?

Hasta la próxima.

Magdalena

Más allá del dolor

Подняться наверх