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—¿Piensas ir? —le preguntó Hammar.

—No lo sé todavía. Ni siquiera conozco el idioma.

—En el cuerpo no hay nadie que lo hable. Ya lo hemos comprobado, puedes estar seguro. Pero dicen que uno se las puede arreglar en alemán e inglés.

—Extraña historia.

—Estúpida historia —le corrigió Hammar—; pero yo sé algo que los de Asuntos Exteriores no saben. Tenemos un expediente sobre él.

—¿Sobre Alf Matsson?

—Sí. Lo tiene la antigua Tercera Sección. En el archivo secreto.

—¿Contraespionaje?

—Exacto. El Departamento de Seguridad de la Dirección General de Policía. Hace cosa de tres meses se abrió una investigación sobre ese tipo.

Se oyó un ruido ensordecedor en la puerta y Kollberg asomó la cabeza. Se quedó mirando asombrado a Martin Beck.

—¿Qué haces tú aquí?

—Pasando mis vacaciones.

—¿Qué estáis cuchicheando vosotros dos? ¿Queréis que me vaya? ¿Tan silenciosamente como entré, sin que nadie se dé cuenta?

—Sí —contestó Hammar—. No, no te vayas. Estoy harto de secretos. Entra y cierra la puerta.

Sacó un fichero de un cajón del escritorio.

—Fue una investigación de rutina —explicó—, que no dio origen a ninguna acción. Pero hay partes de la misma que podrían interesar a cualquiera que esté pensando intervenir en el caso.

—¿En qué demonios andas metido? —preguntó Kollberg—. ¿Has abierto una agencia secreta o algo así?

—Si no vas a estar callado, mejor que te vayas —le espetó Martin Beck—. ¿Por qué se interesó por Matsson el contraespionaje?

—Los funcionarios de pasaportes tienen sus pequeñas excentricidades. En el aeropuerto de Arlanda, por ejemplo, apuntan los nombres de quienes van a países europeos que exigen visado. A algún tipo listo, mirando sus libros, se le debió de ocurrir que el tal Matsson viaja demasiado a menudo: Varsovia, Praga, Budapest, Sofía, Bucarest, Constanza, Belgrado. Gran aficionado al pasaporte. Así que el Departamento de Seguridad abrió una pequeña investigación secreta. Fueron, por ejemplo, a la revista donde trabaja e hicieron preguntas.

—¿Y qué les contestaron?

—Que todo era correcto. Alf Matsson es un gran aficionado al pasaporte, dijeron. ¿Por qué no iba a serlo? Es nuestro experto en Europa del Este. No consiguieron mucho más que eso. Pero hay alguna que otra cosa. Toma esta basura y léela. Puedes sentarte aquí. Porque ahora yo me largo a casa. Y esta noche me voy a ver una película de James Bond. ¡Hasta luego!

Martin Beck cogió el informe y empezó a leer. Acabada la primera página, se la alargó a Kollberg, que la sujetó con las puntas de los dedos y la colocó a la altura de los ojos. Martin Beck le lanzó una mirada escrutadora.

—Sudo mucho —dijo Kollberg—. No quiero manchar estos documentos secretos.

Martin Beck asintió. Él nunca sudaba, excepto cuando estaba resfriado.

No se dijeron nada durante la siguiente media hora.

El expediente no ofrecía gran cosa de interés inmediato, pero estaba hecho a conciencia. Alf Matsson no había nacido en Gotemburgo en 1934, sino en Mölndal en 1933. Empezó como periodista en provincias en 1952 y luego fue reportero de varios diarios antes de establecerse en Estocolmo como redactor de deportes, en 1955. Como periodista deportivo realizó varios viajes al extranjero, entre ellos a la Olimpíada de Melbourne en 1956 y a la de Roma en 1960. Toda una serie de jefes anteriores daba fe de que era un periodista diestro: «... hábil, de pluma rápida». Dejó la prensa diaria en 1961, cuando lo contrató el semanario para el que aún trabajaba. Durante los últimos cuatro años había ido dedicando cada vez más tiempo a los reportajes internacionales sobre una amplia gama de temas, desde la política y la economía hasta el deporte y los artistas de música pop. Tenía el título de bachillerato y hablaba con fluidez inglés y alemán, un español pasable, y algo de francés y ruso. Ganaba más de cuarenta mil coronas al año y había estado casado dos veces. Su primer matrimonio se celebró en 1954, y se disolvió al año siguiente. Volvió a casarse en 1961. Tenía dos hijos, una niña de su primer matrimonio y un niño del segundo.

Con una diligencia encomiable, el investigador pasaba luego a los aspectos menos admirables de aquel hombre. En algunas ocasiones había dejado de pagar la manutención de su hija mayor. Su primera esposa lo calificaba de «borracho y bestia brutal». Entre paréntesis se indicaba que esa testigo no parecía ser del todo fiable. Sin embargo, también recogía algunas vagas insinuaciones sobre su afición a la bebida, entre ellas una declaración de un excompañero de trabajo, que decía que era «buena persona, pero se convertía en un cabrón cuando se emborrachaba». Solo uno de esos testimonios se apoyaba en pruebas. En la víspera de Reyes de 1966, un coche patrulla de Malmö lo llevó al servicio de urgencias del Hospital General tras resultar apuñalado en la mano durante una reyerta en casa de un tal Bengt Jönsson, donde casualmente se hallaba de visita. El caso fue investigado por la policía criminal pero no se llevó ante los tribunales, ya que Matsson no quiso presentar denuncia. Sin embargo, dos policías llamados Kristiansson y Kvant afirmaron que tanto Matsson como Jönsson estaban bajo la influencia del alcohol, por lo cual el asunto quedó registrado en la Comisión de Lucha contra el Alcoholismo.

La declaración de su jefe actual, un tal Eriksson, traslucía un tono desafiante. Matsson era el «experto en Europa del este» (fuera cual fuese el uso que de tal persona pudiera hacer una publicación de este cariz) y la dirección de la revista no halló motivos para dar a la policía más informaciones sobre sus actividades periodísticas. Matsson, decían, estaba muy interesado y bien informado en asuntos de Europa del Este. A menudo presentaba proyectos propios y en varias ocasiones había dado muestras de una dedicación fuera de lo común, renunciando a vacaciones y días libres para, sin percibir paga adicional alguna, llevar a cabo ciertos reportajes que le interesaban especialmente.

Algún lector previo también había demostrado un gran celo, subrayando en rojo esta frase. Difícilmente podía haber sido Hammar, que nunca garabateaba en los informes de otros.

Un relato detallado de los artículos publicados por Matsson mostraba que consistían casi exclusivamente en entrevistas con atletas famosos y reportajes sobre deportes, estrellas de cine y otros temas de ocio.

El expediente contenía varias cosas por el estilo. Tras acabar de leer, Kollberg dijo:

—Una persona excepcionalmente aburrida.

—Hay un detalle peculiar.

—¿Te refieres a que ha desaparecido?

—Exacto —contestó Martin Beck.

Un minuto más tarde, marcó el número del Ministerio de Asuntos Exteriores, y Kollberg, para su sorpresa, le oyó decir:

—¿Martin? Sí, ¡hola, Martin! Soy Martin.

Martin Beck escuchaba, y por un momento en su rostro se dibujó algo parecido a una mueca de dolor. Al fin dijo:

—Sí, iré.

El hombre que se esfumó

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