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Ley 180

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En 1973 se constituye el movimiento «Psiquiatría Democrática», plataforma basagliana que pretende extender la reforma a todo el estado italiano. El Partido Radical propone un referéndum para la revocación de la legislación psiquiátrica vigente. Se constituye un Comisión, por iniciativa del Estado, para revisar la normativa de 1904. La Ley 180 (aprobada en mayo de 1978), asume normativamente lo que constituye la condición de posibilidad del proceso desinstitucionalizador: el cierre del manicomio y la creación de servicios alternativos en la comunidad. La ley establece que:

 No se podrán realizar ingresos nuevos en hospitales psiquiátricos a partir de mayo de 1978; y no podrá haber ingresos de ningún tipo a partir de diciembre de 1981.

 Se prohíbe la construcción de nuevos hospitales psiquiátricos.

 Los servicios psiquiátricos comunitarios, los servicios territoriales, deberán establecerse para áreas geográficas determinadas, y trabajar en estrecho contacto con las unidades de pacientes ingresados a fin de garantizar una atención continuada. Podrán disponer de unidades psiquiátricas, nunca con más de 15 camas, en Hospitales Generales, donde se realizarán todos los ingresos, tanto voluntarios como forzosos.

 Se suprime el estatuto de peligrosidad social del enfermo mental. En caso de tratamiento obligatorio, se establece que el juez debe tutelar la salvaguardia de los derechos civiles de los pacientes. El ingreso obligatorio, ante un rechazo al tratamiento, en casos de necesidad terapéutica urgente, puede ser autorizado por dos médicos, o por el alcalde o su representante. Tal internamiento está sujeto a revisión judicial a los dos y a los siete días, contando con una gran variedad de recursos para apelaciones.

Es evidente que la ley suministra instrumentos valiosísimos para la reforma, en cuanto que introduce medidas concretas y operativas, aunque sin duda suscita muchas dinámicas de conflicto y transformación. Pues como dijo su inspirador, Franco Basaglia (la ley se conoce también por su nombre),

[…] por su lógica interna, por las características en que opera esta ley, abre más contradicciones que resuelve. Pero esto, como vemos no significa que sea una ley mala, al contrario74.

Da Salvia recoge la disminución de camas manicomiales de 1978 hasta 1981: un 30 % con una reducción de cerca del 44 % de internamientos. Hace frente a dos de las mayores críticas hechas a la reforma italiana (en realidad, se hace en todas las reformas psiquiátricas, como veremos en un próximo capítulo): la presunta criminalización de los pacientes psiquiátricos y el aumento de los suicidios. Da Salvia señala que el número de estancias en los hospitales psiquiátricos judiciales, pasó de 1976 a 1981, de 623 540 a 645 507, crecimiento escasamente significativo y que no ha existido un incremento en el número de suicidios por enfermedad mental. En cuanto al paso a las clínicas privadas, este autor señala que han disminuido sus camas también en este sector desde 197875.

Tansella y Williams, en 1987, señalan que los rasgos distintivos del modelo italiano de psiquiatría comunitaria son76:

 La desaparición de los hospitales mentales se entiende como un proceso gradual (mediante la no realización de nuevos ingresos más que como la salida de las instituciones de pacientes crónicos).

 Los nuevos servicios se diseñan como alternativos más que como complementarios o adicionales a los hospitales mentales.

 Es la psiquiatría hospitalaria la que ha de ser complementaria al cuidado comunitario más que lo contrario.

 Ha de haber una integración total entre los diferentes servicios dentro de las diferentes áreas geográficas que sirven de marco al tratamiento psiquiátrico. El mismo equipo habrá de suministrar servicios domiciliarios, ambulatorios e ingresos. Este modelo de cuidado facilita la continuidad de la atención y un apoyo a largo plazo.

 Ha de haber un interés especial de apoyar la labor de equipos interdisciplinares, visitas domiciliarias e intervenciones en momentos de crisis, además de un fácil acceso a los centros de salud mental.

La reforma italiana, como en el resto de los países, ha tenido un desarrollo muy desigual, según regiones. Hay una crítica importante a la ausencia o insuficiencia de recursos alternativos. Tan solo en las regiones más ricas, en el norte, se cuenta con los dispositivos necesarios. El núcleo primigenio, basagliano, se mantiene en Trieste, en torno a Rotelli y Dell’Aqua, donde se ha desarrollado una amplia red de servicios, con atención especial a la población crónica, tanto en espacio de acogida como en la rehabilitación a través del trabajo.

La propuesta sociosanitaria de los centros de salud mental triestinos, abiertos las 24 horas siete días a la semana, asumiendo prestaciones ambulatorias, de hospitalización breve, centro de día, hospital de noche, alimentación, prestaciones sociales, creó las posibilidades para el cierre del hospital psiquiátrico sin abandonos de la población internada. Por otra parte, la Empresa Social de Trieste con sus cooperativas de pacientes, da respuesta a uno de los grandes problemas de la reinserción, de la atención a la cronicidad psiquiátrica, convirtiéndose en uno de los grandes logros de la experiencia italiana. Es el salto radical de la beneficencia al mundo de trabajo normalizado, aunque protegido. Lo explican Franco Rotelli y Fabio Pitucco en un artículo77:

[…] lo que nos dolía era la destrucción de los recursos destinados a los usuarios de la beneficencia (minusválidos, ancianos, locos, desempleados, marginales, etc.), incluso a pesar de tratarse de recursos residuales. La tarea de la redistribución es inmensa, como lo es la modificación de la cultura de las agencias de beneficencia y de los miles de operadores que en ellas se reúnen. Las formas de usar enormes recursos distribuidos de un modo tal que su rendimiento resulta nulo y protege la invalidación en vez de dar valor, activar, animar, llevar o hacer, son asimismo inmensas. La distancia entre el mercado laboral y la beneficencia puede ser salvada por empresarios, pero, sobre todo, comenzando a modificar las culturas y prácticas en el mundo de los usuarios de la beneficencia, así como en el mundo, lleno de facetas, de quienes proveen dicha beneficencia.

Se trata de movilizar energías, incluso residuales o mínimas, por medio de alianzas que desplacen recursos inmovilizados del sector público, recursos derivados por el sector público, a una empresa social.

Empresa social que

[…] significa un saber complejo que debe permitir la construcción de un campo de solidaridad, de promoción de una productividad para quien estaba excluido78.

Es preciso, según Rotelli, crear campos de intercambio entre las partes más empobrecidas y aquellas más ricas de la sociedad (sea cultural, social o económicamente), construyendo un nuevo pacto social, una nueva ética en cuyo espacio sea posible reciclar todo lo que sería desechado en la lógica de un orden excluyente. Se trata de modificar sustancialmente la lógica asistencialista, la falta de autonomía, la dependencia que crean las prestaciones sociales habituales.

En Trieste, cuando Franco Basaglia empezó a trabajar, existían 1 200 pacientes. Entonces —nos recuerdan Pitucco y Rotelli, en el artículo citado—se puso en funcionamiento la Cooperativa Lavoratori Uniti para transformar los trabajos no remunerados de los pacientes dentro del hospital psiquiátrico en una relación contractual entre la sociedad cooperativa y la administración del hospital.

El hospital psiquiátrico fue posteriormente reemplazado por siete Centros de Salud Mental, una unidad de Urgencias en el Hospital General, y decenas de pisos en la ciudad. En septiembre de 1993, las sociedades cooperativas del Consorcio tenían 200 miembros/empleados, la mitad de ellos problemáticos a efectos de la cooperación social: pacientes mentales, drogadictos, expresidiarios. Además, 100 personas procedentes de áreas de marginación social, cuentan con becas de formación laboral en dichas empresas (las 300 personas representan el 0,3 % de todo el mercado laboral de Trieste).

Después de muchos años de iniciada la experiencia basagliana, entrar en el viejo manicomio de Trieste, el Ospedale S. Giovanni, y recorrer los amplios espacios donde antaño se recluía la locura, rotos los muros, recuperados los pabellones para usos sanitarios, laborales, educativos, cívicos, produce una agradable sensación de bienestar, de triunfo. Más aún si uno tiene la suerte de habitar esos días en un pequeño y bonito hotel, el Hotel Tritone, en las orillas de la bahía de Trieste, regentado por una de las cooperativas de pacientes, o almuerza en uno de sus restaurantes o pasea con una bicicleta alquilada de la empresa social de los servicios de salud mental. Entonces uno tiene el convencimiento de que, más allá de sus contradicciones, de la, en ocasiones, precariedad de su discurso teórico, Trieste cierra con éxito una página de la historia de la psiquiatría en Italia, de la historia universal del manicomio.

La Reforma Psiquiátrica

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