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DOS NUEVAS CASTAS SOCIALES: TECNÓLOGOS Y MARKETINIANOS

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Cuentan que Arquímedes, quizás arrastrado por el entusiasmo ante su descubrimiento de la ley de la palanca, exclamó: «Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo». Creo que la palanca principal que ha movido al mundo son las ideas nacidas de la mente humana, aplicadas a la ciencia, la cultura, la estética. En las disciplinas científicas como la física teórica, las matemáticas o la neurociencia se estudia el objeto «puro» en sí mismo, llevados por la curiosidad y con el único fin de descubrir. El resultado exitoso suele llevar a la admiración y la contemplación de la belleza. En cambio, el conocimiento tecnológico es de naturaleza distinta. Los tecnólogos suelen ser optimistas de raíz (un optimismo pragmático y presentista): creen que están colaborando en el presente y en un futuro mejor, tipo Star Trek, y que los efectos negativos de la tecnología serán mínimos. Pero a esta visión le falta el horizonte de la meta. Más allá de la tecnología, en el centro de la aventura en los libros y películas de ficción optimista con resultados exitosos siempre suele haber un ser humano, que es el que marca los objetivos y el sentido de la dirección.

La sociedad está en peligro de infarto, sus venas están saturadas de colesterol malo propiciado en gran parte por las tecnologías y el exceso de consumo (V. Fuster)

H. G. Wells, padre de la literatura fantástica, publicó en 1895 La máquina del tiempo. En ella prevé un futuro de la humanidad dividido en dos especies: los Eloi, descendientes de los pobres, débiles, dóciles y sin inteligencia; y los Marlock, descendientes de los ricos, decadentes, habituados a vivir en las tinieblas, que se alimentan de los Eloi. En nuestro tiempo los primeros serían los pobres consumistas que no piensan y los segundos, los propietarios de conocimiento, de tecnología, pero igualmente débiles e indignos. No siempre la ciencia ficción acaba bien como en el libro citado. Esto sucede porque la tecnología ha ocupado un lugar que no le corresponde. De ser medio se ha convertido en un fin, robando el sentido a las ideas, a la vida y al comportamiento humano.

Leer una novela, un poema, un diario conecta no solo con el pensamiento del autor, sino también con las emociones, con la empatía y con el mundo. Nos permite viajar y dialogar con los otros. Cuando leemos activamos las neuronas y creamos nuevos circuitos cerebrales. Pero para que haya aprendizaje hay que poner atención, leer despacio. Esto hoy no es fácil debido al bombardeo informativo al que estamos sometidos y a la presión del tiempo. Ojeamos el texto, pero no lo analizamos. Los medios de comunicación, apoyados en las tecnologías de la información, están restando valor a la lectura profunda, a los contenidos, en pro de la forma, del icono o de la imagen más aparente. De este modo, un lenguaje superficial obliga a una lectura rápida y superficial, destierra la capacidad crítica y crea realidades superficiales o falsas. Nunca más que hoy han estado de actualidad las fake news: «calumnia, que algo queda». Este es un gran problema. El lenguaje digital está transformando y manipulando la realidad y creando ficciones (Wolf, 2020).

La realidad descrita la conocen muy bien los políticos y los marketinianos. Los efectos los sufren especialmente los jóvenes. Estos no se comportan tanto por las ideas como por lo que ven y más les llama la atención. Ya lo anticipó McLuhan: «El medio es el mensaje». Las tecnologías, apoyadas por el marketing puro y duro, están transformando y están creando un nuevo orden del mundo1, cuando en verdad el marketing no tiene naturaleza propia. Es una disciplina que vive de otras, igual que la tecnología. «Las ideas no técnicas de los científicos influyen en las tendencias generales, pero las ideas de los tecnólogos se plasman en hechos tangibles» (Lanier, 2014: 179).

Las tecnologías nos han cambiado nuestro modo de pensar y vivir para bien y para mal. Hay una anécdota de Nietzsche cuando este introdujo la máquina de escribir en su trabajo. «Tenéis razón», respondió a su amigo. «Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos».

Pienso, luego molesto. Siento, luego existo

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