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1. ROBÓTICA AVANZADA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL: LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL ESTÁ EN CIERNES, PERO SEGUIRÁ CONVIVIENDO CON MODELOS PRODUCTIVOS MÁS “TRADICIONALES”

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En primer lugar, deberíamos aclarar qué entendemos por “robot”. Se trata de un término anfibológico, pues puede venir referido a una máquina que desarrolla tareas programadas en procesos de producción industriales (e incluso equipada con sensores que le permiten desarrollar ciertos “automatismos”); o bien, como también se les conoce, programas o sistemas informáticos de procesamiento de información para la generación de conocimiento y toma de decisiones (lo que es más aproximado a la idea de inteligencia artificial); o incluso una combinación de ambas cosas a la vez.

La expresión “relación laboral”, aplicada a la interacción entre persona-robot, creo que no debería de utilizarse. Tradicionalmente utilizamos el concepto “relación laboral” para referirnos a las relaciones entre personas, cuando, entre ellas, hay un intercambio de trabajo a cambio de una retribución y, más específicamente, al trabajo asalariado. Quizá sería más oportuno hablar de “interacción persona-robot” en el desarrollo del trabajo o en el más amplio término de “contexto laboral”. Para admitir la existencia de una relación jurídico-laboral entre un robot y una persona habría, primero, que abrir la posibilidad de considerar al robot como empleador o bien atribuirle el estatuto jurídico de trabajador asalariado y, dicha sea la verdad, ninguna de las posibilidades parece tener en la actualidad viabilidad jurídica.

Las relaciones laborales se entablan entre empresas o empleadores –personas físicas o jurídicas o incluso “entes sin personalidad jurídica”– y trabajadores (personas físicas). Un robot, como tal, no establece una “relación laboral” con una persona. Ahora bien, en términos por ahora de ciencia ficción, podría pensarse en la posibilidad de que un robot –que tuviera atribuida personalidad jurídica (Díaz Alabart, 2018; González Granados, 2020)– pudiera tener, si el conjunto de atribuciones jurídicas inherentes a la misma se lo permitiera, personal laboral –o autónomo–contratado a su servicio, en ese caso, estaríamos ante algo que por ahora el derecho no contempla: el “robot-empleador” o el “robot-empresario”.

Los avances de la inteligencia artificial (IA) determinarán si es viable tecnológicamente esta posibilidad, seguramente sí en el futuro, pero luego tendría que valorarse éticamente el asunto y establecer todo un conjunto de garantías que impidan la “explotación del hombre por la máquina”. En realidad, ello equivaldría la admisión de la “subordinación”, ya en un plano también estrictamente jurídico, del hombre a la máquina. También es cierto que, sin ser conscientes de ello, cotidianamente realizamos micro tareas (por acudir a un ejemplo cotidiano, mediante r reCAPTCHAR) que nutren de información a los sistemas de inteligencia artificial y sirven para su desarrollo. En cierta medida, de hecho, ya estamos “subordinados” a los robots y nos hemos convertido –aunque solo sea de manera esporádica e inadvertida– en “humanos que asisten a asistentes virtuales”, y ello por no hablar de los denominados click-workers de la nueva economía digital (Lambert, 2017: 231; Casilli, 2017: 36).

No sólo por el creciente empleo de robots, sino por otro conjunto de avances como la digitalización, la conectividad, la automatización y la inteligencia artificial, se habla de una “cuarta revolución industrial”, eso sí, bastante disruptiva y acelerada. Conviene recordar que los cambios tecnológicos siempre han conllevado transformaciones en los modelos de producción y en el propio trabajo humano, pero tales modelos se han ido superponiendo, no ha existido en la historia un radical desplazamiento de unos modelos por otros (Alonso Olea, 2013). Por lo tanto, aunque se hable de una “nueva revolución industrial”, los modos de producción ahora existentes seguirán conviviendo con los nuevos modelos productivos más asentados sobre los avances tecnológicos y, asimismo, los sectores productivos tradicionales irán incorporando paulatinamente las nuevas tecnologías en aspectos v. gr. como la toma de decisiones sobre ciclos de producción, comercialización, organización y gestión del personal.

Lo diferente de esta revolución es el carácter disruptivo subsiguiente a la propia aceleración de los avances tecnológicos, lo que pone de manifiesto las limitaciones de los modos de gobernanza y al “control político” del fenómeno, que se muestran incapaces para reconducirlo a términos “civilizatorios” (las propuestas de regulación en curso para los conocidos como riders son un buen ejemplo de ello). En realidad, nuestros modos de gobierno de la economía y de la producción –y obviamente de sus regulaciones jurídicas– cada vez se muestran más incapaces de dar respuesta al cambio tan acelerado que conlleva la inteligencia artificial y el dataísmo (a la que ha dado en llamarse “una nueva religión”) (Harari, 2016: 400). La tecnología es “neutra” per se, depende de los usos que hagamos de ella, pero la experiencia histórica ha demostrado que solemos tardar un tiempo en neutralizar sus efectos nocivos para la sociedad. Riesgos que, en principio, no eran aparentes. No se trata de abanderar una especie de “ludismo anti-digital” pero sí de tener la prudencia y las reservas necesarias, basadas en la experiencia histórica de nuestro dominio del mundo (incluso de la propia biología) y de las relaciones sociales a través de los avances tecnológicos.

Basta analizar el panorama productivo para comprobar que muchos trabajos se siguen realizando de modo tradicional, aunque incluso luego las tareas de distribución, comercialización, etc., puedan nutrirse de herramientas digitales. Por ello, es previsible la coexistencia, por cierto tiempo, de diversos modelos productivos, unos caracterizados por la utilización más intensiva –in extremis casi exclusiva– de las nuevas tecnologías que otros. Los cambios tecnológicos y productivos nunca han conllevado la sustitución completa de modelos previos, sino que se solapan –en combinaciones variables– en función de los sectores productivos y modelos de negocio concretos y su dependencia tecnológica (y afectan también muy profundamente a la manera en la que se desarrolla el propio trabajo humano en el seno de las organizaciones de producción). Ahora bien, también es cierto que son cada vez menos las actividades productivas que ya no se realizan, en mayor o menor medida, con el recurso a nuevas tecnologías, incluida la robótica (especialmente en el sector industrial), o la inteligencia artificial aplicada a la logística y a todo lo relacionado con la minería, procesamiento y análisis de datos.

A medida que el imparable cambio tecnológico es una realidad, podría decirse que ya estamos inmersos en esa nueva revolución. La propia existencia de la “economía de plataformas” es un buen ejemplo de ello, pero también las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías –el big data–para los procesos de producción era algo impensable hace muy pocas décadas, e incluso hace pocos años, como también lo son los modelos de machine learning, esto es, sistemas que aprenden automáticamente (meta-algoritmos) y que se van implantando en las empresas para pronosticar la demanda futura o, por ejemplo, para predecir los riesgos en los mercados financieros.

El análisis de la situación actual respecto a la irrupción de los robots en los procesos de producción, así como afrontar la incorporación de los robots en los procesos productivos no es una tarea sencilla y está sujeta básicamente a tres variables, como son el aspecto técnico, es decir, lo que es adecuado y viable para un determinado modelo de negocio, el regulatorio, pero también el organizativo, pues debe integrarse esa nueva tecnología en los mecanismos de funcionamiento de la empresa.

Por lo tanto, la incorporación de la robótica avanzada depende también de los sectores y modelos productivos, pues es muy elevada, por ejemplo, en las plantas de ensamblaje industrial, y será también muy intensa en el sector servicios, especialmente en el de la logística y la distribución (v. gr. Amazon ya tiene en marcha almacenes de distribución prácticamente robotizados al completo, con la introducción de los vehículos de reparto sin conductor –incluso drones– aproximará a la empresa unos costes de personal casi nulos). Aunque también debemos ser conscientes de que una buena parte del trabajo seguirá siendo sustancialmente un proceso que se desarrolla personalmente (como sucede en ciertos trabajos de cuidado, aunque también en este terreno se está invirtiendo en el sector de los “robots-cuidadores”), así como que habrá mercados para productos manufacturados de manera plenamente artesanal (a la manera del slow-work). Precisamente, la evolución de los modelos de producción posfordistas se ha encaminado hacia una increíble diversificación y personalización (diferenciación) de los productos de consumo, lo que incluye tales tipos de productos.

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