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B. CONSUMO RESPONSABLE Y SOSTENIBLE

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En términos generales el impacto ambiental del consumo es objeto de análisis, evaluación e implementación de medidas desde diversas perspectivas: ética, filosófica, económica, jurídica, científica, etc. Por un lado, los sectores ambientalistas insisten en la necesidad de impulsar un cambio en los patrones de consumo, de tal manera que la producción de bienes y servicios se haga respetando el ambiente y los recursos naturales, y por otro, determinadas posturas económicas intentan incorporar o considerar factores ambientales y de cambio climático con el fin de reconceptualizar la naturaleza del crecimiento económico. Incluso ciertas orientaciones científicas socioeconómicas abogan por una política de decrecimiento basada en una nueva conceptualización de las relaciones e identidades económicas apartada del pensamiento capitalista (Fournier, 2008: 529).

La conveniencia, e incluso urgencia, de alcanzar esos objetivos se refleja en el Pacto Mundial de las Naciones Unidas (ONU-Pacto Mundial, s.f) respaldado por los directores de las empresas que lo componen, mediante el cual se intenta que cooperen entre ellas para desarrollar, implantar y divulgar políticas y prácticas de sostenibilidad empresarial, ofreciendo a sus signatarios una amplia gama de recursos y herramientas de gestión para ayudarles a implementar modelos de negocio y desarrollo sostenible, y promocionar la responsabilidad ambiental en más de ochenta países.

En respuesta a estos argumentos la ciencia social ha comenzado a analizar la naturaleza del consumo responsable, consciente, racional, o también denominado verde, entendido como aquel que se ajusta a las necesidades reales, preguntándose si realmente es necesario adquirir o usar determinado producto o servicio. Así, se estudia en qué medida las actitudes y el comportamiento de los consumidores están derivando hacia la ecología (Crane, 2010), lo cual a su vez serviría de fundamento a las ciencias económicas para evaluar las posibilidades de reconducir la economía y proponer alternativas de acuerdo con dichas tendencias.

Con el fin de mostrar cómo responden los consumidores a las oportunidades de consumo responsable, Crane (2010: 356) destaca varios tipos de bienes y actividades que usan para expresar sus identidades: 1) la ropa y el movimiento hacia la moda ética; 2) los alimentos, el bienestar animal y la gestión de los residuos domésticos, y 3) el desarrollo de formas alternativas de transporte. Si bien los tres tipos de bienes y servicios destacados por la autora pueden contribuir a paliar la crisis de sostenibilidad provocada por los cambios ambientales y climáticos globales, y por el agotamiento de los recursos naturales, no incluye el consumo de servicios públicos como la energía y el acueducto.

No se puede olvidar que aparte de los efectos que causa el uso desmedido de bienes como el plástico, la producción agroindustrial y el transporte, el consumo irresponsable del agua, uno de los bienes más escasos del planeta y elemento imprescindible para la vida, genera también importantes niveles de contaminación y agotamiento de fuentes. Diversas organizaciones internacionales han insistido en que, aparte de la contaminación y la sequía, entre las diversas causas que producen escasez hídrica se destaca el uso descontrolado del agua, tanto a gran escala en las industrias, como a pequeña escala en los propios domicilios particulares. Las consecuencias de dicha escasez son naturalmente graves y van desde la degradación de la biodiversidad, la generación de enfermedades y hambre, hasta el desplazamiento forzado y los conflictos políticos (ACNUR-Comité Español, 2019). Diversos estudios revelan que las personas pueden llegar a desperdiciar una ingente cantidad de agua sin consumirla. Así, por ejemplo, las pérdidas derivadas de un grifo con una fuga permanente equivalente a diez gotas por minuto generan un desperdicio de 2.000 litros de agua por año, sin mencionar que el 20% de las especies de agua dulce corren peligro de extinción, víctimas de la contaminación o de la disminución de reservas (National Geographic, 2016).

Igualmente, el consumo de energía, especialmente cuando es de origen fósil genera también impactos negativos en el entorno. Por lo general, la explotación de yacimientos minerales contamina las aguas y los suelos, y una vez extraídos, su transporte produce emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) e impactos directos en la naturaleza. Además, para generar energía se usa un proceso de combustión que produce enormes emisiones de GEI, partículas en suspensión, etc.

Aunque sería ingenuo exigir la eliminación del consumo de los diferentes bienes y servicios que producen impacto ambiental negativo, se puede aspirar a modificar los patrones de conducta, de manera que influyan en la forma de producir, a la vez que generan alternativas y nuevas oportunidades de negocio respetuosas con el ambiente y los recursos.

De León Arce (2011) señala que los actos de consumo se pueden llevar a cabo de forma sostenible, de manera que tanto los consumidores como los productores tengan incentivos y opciones para avanzar hacia pautas menos perjudiciales desde el punto de vista ambiental. La autora reconoce que hay algunos sectores que sostienen que debería reducirse el ritmo del crecimiento y disminuir el consumo en los países industrializados, sin embargo, hace énfasis en que el auténtico problema no es el crecimiento del consumo sino sus efectos sobre el ser humano, el medio ambiente y la sociedad. Así, si las sociedades adoptan tecnologías que reduzcan los efectos ambientales del consumo, si las pautas varían hacía el consumo de bienes materiales y servicios respetuosos con el ambiente, el crecimiento puede propiciar el avance hacia la sostenibilidad en lugar de obstaculizarlo:

El consumo sostenible hay que entenderlo como consumir hoy pensando en mañana, usando productos y servicios que cubran las necesidades básicas y aporten una mejor calidad de vida a los seres humanos, reduciendo a la vez el consumo de recursos naturales y materiales tóxicos, y disminuyendo las emisiones de desechos y contaminantes en todo el ciclo de vida del servicio o del producto.

Particularmente con respecto a los servicios públicos domiciliarios muchas son las acciones que se pueden considerar como consumo responsable. Por ejemplo, donde más se consume agua en el sector domiciliario es en la ducha el en baño: un sanitario convencional descarga en promedio 9 litros, por lo que si se usa cinco veces diarias, el promedio son 45 litros diarios. El uso de cisternas duales de ahorro estándar sería de 25 litros, aunque existen sanitarios más eficientes que consumen cada vez menos litros por descarga (Conservemos, 2018).

Otras medidas de consumo responsable de agua en el domicilio son evitar verter productos de limpieza por el desagüe para facilitar la posterior depuración de las aguas; regar el jardín al amanecer o al anochecer cuando es menor la evaporación y escoger plantas autóctonas que consuman menos agua; cerrar el grifo al cepillarse los dientes o al lavar los platos; tirar de la cadena del inodoro solo cuando sea necesario y no verter en él papeles; controlar y reparar los grifos cuando sea necesario para evitar escapes; ducharse en vez de bañarse en tina; lavar la fruta y la verdura en un recipiente; utilizar tanto el lavavajillas como la lavadora con plena carga. En particular ducharse en lugar de bañarse puede ahorrar hasta 7.300 litros de agua por persona al año, y si, además, la ducha cuenta con economizadores de agua, los litros ahorrados serán 14.600.

Muchas son las acciones que se consideran de consumo responsable en el sector de la energía, por ejemplo, elegir electrodomésticos con etiqueta de calificación energética eficiente (A o A+); desconectar los aparatos que no se estén usando; controlar el cierre correcto de frigorífico; evitar introducir alimentos calientes en la nevera; ajustar la temperatura de la nevera a 5ºC y la del congelador a -18ºC; usar hornos con ventilación forzada; descongelar los alimentos en el frigorífico o a temperatura ambiente; emplear el lavavajillas con plena carga y en lo posible con los programas económicos; usar difusores o interruptores bidireccionales y sustituir las bombillas de filamento incandescentes por otras de menor consumo, o por lámparas fluorescentes compactas; extender la ropa en lugar de usar la secadora; cargar completamente la lavadora en cada lavado, sin sobrecargarla, y mantener siempre limpios los filtros; planchar primero la ropa que necesita menor temperatura y hacerlo en grandes cantidades cada sesión para evitar gastar energía durante el calentamiento de la plancha; apagar la plancha si se va a interrumpir la tarea; apagar las luces de los lugares que no se estén usando; utilizar temporizadores de pulsador y sensores de luz, ideales para garajes, escaleras, etc.; usar ventiladores en lugar del aire acondicionado, e incorporar medidas de ahorro energético en el diseño de la vivienda.

Por lo general las ESPD difunden a través de sus plataformas virtuales información y consejos para ahorrar los bienes y servicios, de manera que, de acuerdo con su voluntad, preferencias, necesidades y el nivel de consciencia, los consumidores los considerarán y aplicarán. Así lo hacen, por ejemplo, la Empresa de Acueducto de Bogotá (s.f.), CODENSA (s.f) y EPM (2012), etc. Con todo, si bien son útiles, estas acciones son simplemente recomendaciones o consejos, no pueden ser consideradas como incentivos y de ninguna manera tienen carácter vinculante para los consumidores. Adicionalmente, no toda la población accede a dichas plataformas virtuales o cuando lo hacen no todo el mundo lee los contenidos completos de ellas.

Servicios públicos y medio ambiente Tomo IV

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