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EL ÁMBITO FAMILIAR

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Las distintas configuraciones familiares influyen en gran medida en la interiorización y asimilación de estereotipos ideales de lo que deben ser y hacer los hombres y las mujeres. Desde el nacimiento, las personas reciben un trato diferente según su género, tanto en los juegos, el uso de colores, el lenguaje, los nombres, los espacios propios para estar, etcétera.

Muchos niños y jóvenes viven esta presión de forma traumática en su infancia, sufren frustración tras las burlas, las imposiciones y los castigos a los que fueron sometidos por sus padres, hermanos y compañeros. Frecuentemente se les dice: «tienes que ser hombre», o «para que aprendas a ser hombre», convirtiendo esas expectativas en moldes rígidos del «deber ser».44

En repetidas ocasiones son las madres las que suelen vigilar la masculinidad de sus hijos e intentan continuamente reformarlos. Por ejemplo, se les señala: «no aguantas nada», «lloras como una niña», o «aguántese, ¿qué no es hombrecito?» Si bien se ha insistido (en algunos casos) que todo hombre tuvo una madre que lo crió, también es cierto que ellas no son las únicas responsables de la construcción de la masculinidad de los varones.

Es así que, consecuentemente, «volverse hombre» es alejarse de la influencia femenina. Entonces «el hombre es más hombre cuanto más se aleja de lo femenino». Se observa así un modelo hegemónico de masculinidad; éste supone que un «verdadero hombre» oculta su miedo y dolor y resiste a difíciles pruebas.

Por ejemplo, a los varones adultos se les suele justificar diciendo: «es de carácter fuerte», «es un poco brusco», «es muy exigente», o «así son los hombres», y sucede desde luego que se justifican de alguna manera las conductas machistas y violentas.45

Perspectivas actuales del feminicidio en México

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