Читать книгу Perspectivas actuales del feminicidio en México - María Eugenia Covarrubias Hernández - Страница 21
Para reflexionar
ОглавлениеAnte todo lo dicho, la violencia y el feminicidio no son sólo el resultado de una cultura machista, patriarcal y misógina, producto de la socialización diferenciada. También tiene que ver con la falta de recursos materiales y simbólicos para generar dinámicas sanas en las relaciones entre hombres y mujeres, ya que nuestro contexto alude a una sociedad fracturada e indolente, donde a través de las instituciones como la familia, la Iglesia, la escuela, el Estado y el trabajo subsisten recursos simbólicos que naturalizan formas de violencia y discriminación de lo femenino.62
Los hombres, para hacer valer su función soberana se sentirán habilitados para censurar y disciplinar a las mujeres por medio de la muerte. Torturarán sus cuerpos como un signo de conquista de éstos (un territorio que se posee); éste será un espacio donde claramente se inscribirán los significantes del poder masculino. La violación tendrá que ver con el sometimiento y el cumplimiento del supuesto «derecho» de la exigencia del acto sexual como un deber femenino.63
Por tanto, el feminicidio tendrá que ver con la negación de la subjetividad y el cuerpo de las mujeres. Es decir, el victimario de alguna manera afirma que aquella no es un sujeto de valor, acción y decisión, sino objeto que se puede ultrajar y desechar.64
Esto alude a una supuesta masculinidad ultrajada por mujeres que se han permitido una mayor independencia sobre el sentido y uso de su vida (cambio en las relaciones de poder en el grupo familiar, trabajo femenino, mayores niveles de educación, mayor libertad en el ejercicio de su sexualidad, etcétera), siendo así, que cualquier liberación o resistencia incitará la violencia masculina, que no tiene por qué ser así.65
De tal modo que, así como afirma Teresa Incháustegui, la violencia hacia las mujeres y los feminicidios estarían constituyéndose como un dispositivo de poder masculino para restituir y/o conservar sus lugares (privilegiados) de dominio (en lo individual y en lo colectivo); asimismo, para reducir el cambio actúa como un aparato de control y censura de las transformaciones de los tradicionales roles, estereotipos, códigos de género, expresiones de la sexualidad, así como de la incursión de las mujeres en espacios que simbólicamente eran considerados como propios de los hombres (la vida pública y el trabajo asalariado).66
Para finalizar, es importante decir que los feminicidios no son perpetrados por meros desequilibrados. Más bien, personifican todos aquellos aspectos deformados de la sociedad: un claro desacuerdo con la construcción de las identidades femeninas, una rebelión ante el supuesto despojo de sus privilegios (como proveedores, autoridad, cabeza de familia y otras formas tradicionales de dominio frente a las mujeres).67
Por un lado, se crea la falsa imagen de que todas las mujeres están en peligro y deben mantenerse a salvo bajo la tutela masculina; por el otro, como diría Rita Segato, el feminicidio lleva el mensaje de un claro aleccionamiento a las demás mujeres sobre los resultados que su conducta puede tener si desafían el orden masculino.68
Ante todo, es preciso desarrollar nuestra capacidad de indignación e inconformismo ante las altas cifras de feminicidio. Ante la problemática urge la necesidad de desarrollar un pensamiento crítico, emancipador y contestatario.69 Descarnarnos de la razón indolente, perezosa y olvidadiza, pues estamos imbuidos en un sistema capitalista, en el que día a día se transgreden nuestros derechos, donde las personas se consuman en la posesión e individualidad. Es preciso construir nuevas formas de ser y pensar liberadoras, equitativas y justas (alejadas de discursos salvadores) que desarrollen la posibilidad de cuestionar nuestra posición actual, que no tenga que ver con un enjuiciamiento moral.70