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Los dragones de la Península

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Había escuchado de los dragones de labios de los ancianos de la Corte, que extendían la leyenda de la creación del mundo, y era la misma que seguramente has conocido antes. La Península era tierra inexplorada que el Sol descubrió en un amanecer, cuando el mundo todavía era joven, y del primer beso de este sobre la tierra nació el Dragón de Luz, también conocido como el Dragón Blanco. Este sobrevoló campos, montañas y playas, y con su llamado convocó a los otros dragones dormidos. De los campos despertó uno, de las profundidades del mar respondió otro, entre los cúmulos de nubes encontró a uno más y de las montañas emergió el Dragón Rojo.

Todos se sometieron al gobierno del Dragón Blanco, que erigió su castillo en la colina donde despuntaba cada mañana su padre, el Sol. Era un palacio que resplandecía a ojos de toda la Península, y las generaciones de habitantes que la habitaron podían visitarlo una vez al año, cuando la curva de un puente caía hasta la tierra. La ciudad flotante de su hermana Iare estaba a kilómetros de distancia y en esta ciudad vivían seres que habían heredado el don del vuelo, sus alas frágiles como mariposas blancas las protegían con capas.

Debajo se extendían los dominios de su otra hermana, Lena, que había asentado su castillo de gruesos muros en medio de un peligroso bosque. Sin embargo, había aldeas de agricultores y ganaderos, y un puerto donde coincidían con los pescadores, súbditos a Tierel. Este último dragón tenía un palacio de cristal en el mar, al que solo podían llegar aquellos con branquias. El último de los dragones se escondía en las minas de las montañas y había enseñado a sus súbditos el oficio de herreros. El Dragón de Fuego era el más dotado guerrero de toda la Península y su arrogancia lo llevó a desafiar a sus hermanos mayores, a codiciar el trono de su hermano, el Dragón Blanco.

El enfrentamiento de los hermanos provocó un eclipse en el cielo, la luna bañada de sangre, que asustó a todos los habitantes de la Península. La soberbia del menor de los dragones lo hizo caer derrotado ante el Dragón Blanco y negándose a seguir sirviéndolo, fue tomado prisionero. Todos los dragones acompañaron la decisión de encerrarlo en una mazmorra, en las profundidades del océano, donde el núcleo ardiente del mundo lo mantendría vivo.

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