Читать книгу Otra más - María Patricia Cordella Masini - Страница 10
Seis
ОглавлениеAl día siguiente y luego de los ritos fúnebres, el programa de la Acción Social siguió su curso. Se reprogramó la jornada antes planeada para dos días, en solo una tarde larga. Se seleccionarían y distribuirían las tareas para ese verano. La mejor amiga de la hija mayor había ofrecido el campo de su abuelo para esta reunión extensa. Se ubicaba a pocos kilómetros de la ciudad. Sus padres solían ir los fines de semana y los esperarían con un carnero al palo para el almuerzo y caballos para pasear.
El padre de la mejor amiga de la hija mayor atendía las plantaciones de nogales y guindos. La propiedad pertenecía a la familia de la madre hacía tres generaciones desde que el bisabuelo la adquirió con ahorros traídos de Europa en su inmigración. La madre la heredó de su propia madre y ahora su marido era quien se encargaba de mantenerlo productivo.
La madre de la mejor amiga de la hija mayor cuidaba de sus tres hijos y el marido. También del jardín de la casona. Le gustaba pintar al óleo y además atendía una pequeña fundación que ayudaba a madres adolescentes. Otro asunto que la ocupaba durante el año era la fiesta de la Virgen de Lourdes, su vestuario y la pequeña capilla construida bajo un añoso molle en el jardín del patio interior.
Para la Acción Social había mucho que planificar ya que viajarían tres semanas durante el verano.
El jefe de grupo se preocupó de llevar en su auto a los otros dirigentes del G5, como se hacía llamar el equipo de líderes mayores que estaban a cargo las unidades. Eso sí antes de hacerlo esa mañana se acercó a la mejor amiga de la hija mayor con cierta amabilidad distante. Te llevo. No, gracias, fue la respuesta. Una interacción trivial. Como si no hubiera ocurrido nada durante la noche. Un punto en el tejido del grupo se había soltado y ahora ¿esperaba unirlo a la trama olvidándose del incidente?
Le preguntó por el boletín. Que no olvidara llevarlo, que leerían una lectura para reflexionar y que luego ella daría un resumen anual de la publicación. Ella no era aún ni jefa de equipo ni menos de unidad, pero estaba invitada a estas reuniones del G5 por ser la directora de redacción del boletín grupal, un cargo clave dentro de la organización. Lo realizaba muy bien pese a sus catorce años.
No era cómodo compartir con los mayores del grupo. Solían hablar temas que ella desconocía y quedaba excluida y arrinconada. Entre ellos competían como felinos por su presa. Se gritaban si no se alcanzaba un acuerdo, golpeaban la mesa, aleteaban con gestos intimidantes. El jefe de grupo amenazaba con renunciar y terminaba por abandonar la sala si alguno lo contradecía. El padre Pedro solía convencerlo de volver y disponerse a negociar. Entonces se retomaba el hilo que él cortaba.
La reunión, al menos esta vez, sería en su casa de campo.
Hoy, eso, la aliviaba.
Intentaba organizar su cuerpo que extrañamente ni esa mañana ni esa tarde respondía a su esfuerzo. La pupila no regulaba bien la entrada de la luz. Y el sol parecía más brillante que de costumbre. Los brazos pesaban y tiraban del cuello. Las piernas querían estar plantadas como si ella fuera un árbol y no un mamífero deambulador, le costaba moverse. Las voces le parecían lejanas y ella misma parecía estar en otro lugar, como si ella y su cuerpo no fueran la misma cosa.
Le faltaba la alegría, eso le faltaba. No quería cantar como siempre, ni reír, ni aparecían sus típicas ocurrencias. Tampoco estaba emocionada por la presencia de sus amigos en el campo. Apenas comprendía que algo ocurría en ella, pero no sabía nombrarlo. Pensó que tal vez a esto se referían cuando hablaban de sexualidad. Poco había visto o leído y menos entendido. Solo que era algo prohibido, no compartible.
No se lo contaría a sus padres, eso estaba claro.
En realidad, no se lo contaría a nadie, nunca.
Olvidó llevar el último boletín como se lo habían pedido.
El jefe de grupo ya estaba allí con el G 5 cuando llegaron en bus ella y los nueve jefes de equipo que faltaban. La madre de la mejor amiga de la hija mayor sonreía y bromeaba. Dispuesta como siempre a atender invitados, maquillada y estilosa. El padre organizaba los caballos y dos personas ya disponían las muserolas para que comenzara el paseo antes de almuerzo. Era un hermoso día de primavera y la tarde empezaba. Se podrían haber encumbrado volantines o perseguido mariposas. La mejor amiga de la hija mayor hubiera preferido no ver a nadie ese día, pero jamás habría faltado al previo compromiso de recibirlos en su casa de campo.
Se dijo que habría paseo en su casa de campo y paseo habría.
Fraccionamientos, disociaciones, dislocaciones o cualquier tipo de desgarro interno no cuenta ante un acuerdo. Primero se responde, después se repara. Primero los otros, después yo, se decía orgullosa de sí misma.
El jefe del G5 invitó al grupo a reunirse en círculo bajo un sauce. Luego de una oración, agradeció el momento e instó a todos a hacer de esa tarde una tarde de trabajo en beneficio de las comunidades que los esperaban en el verano. El padre Pedro no pudo venir, dijo. Está acompañando a la familia Casas en su duelo. Recemos también por ellos, que llegue la paz y el consuelo a sus días. Luego acordaron montar en caballos un rato.
La mejor amiga de la hija mayor montó su caballo preferido y se fue quedando atrás sola. No sentía las ganas habituales de galopar.
El jefe de grupo en cambio tomó el caballo más brioso y hacía alardes de su facilidad para montar. Crecido hasta los doce años en un fundo que su padre administraba era ducho con las espuelas y las riendas. Luego, la familia emigró a la ciudad. Los escasos ahorros sirvieron para la compra del negocio en quiebra de un vecino.
El padre del jefe de grupo se dedicaba a comprar y vender libros usados. No se haría rico, dijo, pero daba para comer y pasear. El hijo lo ayudaba desde siempre y pronto, ya en la enseñanza media, fue él quien se hizo cargo del comercio literario. El padre se sentía cansado y quería jubilar. Su hermana no estaba interesada en esos intercambios y su hermano menor, menos aún.
El jefe de grupo compraba libros de ocasión y luego vendía a precios sin compasión. Frase que acuñó jubiloso para sí mismo.
Libros usados. Compraba y vendía.
Libros.
Usados.
La universidad, pensaba, era un accesorio tan prescindible que nunca terminó por recibir título alguno.
En el campo la yerba húmeda y tierna se asomaba desde la oscuridad del invierno llena de esperanza. Había llovido la noche anterior. Los cascos de los caballos se hundían en el barro. La mejor amiga de la hija mayor escuchaba el chasquido en la tierra como en un primer plano sonoro. Las voces, en cambio, especialmente la del jefe de grupo, se le alejaban y caían como un líquido lo hace por los bordes de una mesa.
Caían lejos, sobre otros planos.
Lejos. Como sonidos de otro lenguaje. Sin lograr decodificarse.
En el almuerzo hubo buen humor, anécdotas y risas. Al final del día se acordaron modificaciones al boletín que ahora incluirá una editorial del jefe de grupo. Además, sería obligación de cada grupo escribir dos columnas de reflexión social. Se incluiría la figura de una secretaria de grupo. Se invitaría a una chica de quince años con la que la mejor amiga de la hija mayor no era cercana. Era de un colegio que no conocía, de un barrio con olor a parafina y de costumbres extrañas como pintarse las pestañas con betún de zapato o dormir en el altillo del taller mecánico del padre. Además, en las fiestas le gustaba besarse con más de un chico por noche. La mejor amiga de la hija mayor prefería amigas más tranquilas.
Más puras, se decía a sí misma.
Se decidió invitarla a este grupo como una forma de encauzarla. Para contener sus desvaríos, según sugirió el padre Pedro.
La reunión transcurrió como siempre con los tres que más hablaban y los demás que callados acataban. El jefe de grupo era hombre de aspavientos y con el temor que infundía aceleraba los acuerdos, especialmente en los proyectos que él mismo proponía.
La mejor amiga de la hija mayor estaba tan incómoda durante esa reunión que fue torciendo el tronco hasta hacer desaparecer la figura del jefe de grupo de su campo visual.
Si hubiera podido borrarlo...
Lo borraba.