Читать книгу Otra más - María Patricia Cordella Masini - Страница 11
Siete
ОглавлениеSe acercaba de nuevo el fin de año y con él la Acción Social anual de ese verano.
La hija mayor ya formaba parte del grupo de construcción y la mejor amiga de la hija mayor del de acción educativa. Cierta distancia se fue instalando después de esa noche de duelo. ¿La hija mayor habría querido más apoyo, tal vez? ¿La mejor amiga de la hija mayor no le perdonaba la cercanía que mantenía con el jefe de grupo?
Lo cierto es que ya no fue la misma amistad después del accidente fatal. Cada una buscó sus formas de supervivencia. La hija mayor recogía abrazos de quienes la querían y su mejor amiga se arrinconaba evitando contactos sociales muy íntimos.
Ese año se organizaron los padres del grupo de Acción Social para apoyar las actividades de los jóvenes. La madre de la mejor amiga de la hija mayor era muy entusiasta y el día del paseo a su casa de campo, el jefe la invitó a colaborar. Se trataba de una mujer insegura y dependiente, aunque simpática y sociable. El jefe de grupo se encargó de considerar su opinión, integrarla con los otros apoderados y darle diversas responsabilidades. De ese modo la fue acercando y haciendo su aliada. La madre de la mejor amiga de la hija mayor estuvo encantada de sentirse valiosa, necesaria e importante para algo más allá de su familia.
La mejor amiga de la hija mayor, en cambio, fue desapareciendo, se fue haciendo transparente conforme la primavera se iba haciendo verano. Ya no miraba a los ojos ni de frente, tampoco hablaba en público, no quería ir a juntas ni fiestas. Le empezó a costar estudiar y requería de más tiempo para comprender las materias escolares. Empezó a comer sin control y dejó de hacer danza. Subió de peso y eso la empujó aún más al anonimato. Se enrolló y escondió como caracol en su concha. No quería que la vieran ni ver a nadie. Se hacía y hacía a los otros transparentes. Sencillamente encegueció, no se veía a si misma ni a nadie. Tal vez por eso no se dio cuenta de cómo su madre se fue acercando al jefe de grupo. Se hablaban por teléfono, se juntaban en su casa o iban juntos a comprar los materiales que llevarían ese verano a la Acción Social. Reían juntos. El jefe de grupo la cautivó con su cercanía y con el ofrecimiento de un nuevo mundo, el mundo acotado, pero mundo nuevo y por explorar que significaba para ella ese comité de padres.
El año escolar terminó con un buen promedio para ambas amigas. “La hicimos bien”, dijeron chasqueando sus manos, intentando conservar algo de la amistad que las unía los años anteriores.
Estudiar y empeñarse tenía recompensa. Al menos esa relación causa-efecto funcionaba y daba seguridad. Se agradecía una lógica donde seguir apoyándose.
Ahora venía el mes de la Acción Social anual. Esta vez en una zona forestal al sur del país. Se decidió atender a los pobladores de varios villorrios dispersos entre las laderas de la montaña. El grupo de Acción Social educativa trabajaría con los niños y sus padres en las escuelitas rurales. Se organizarían competencias deportivas, talleres de canto, pintura, costura y cocina para niños y padres.
Cuando la mejor amiga de la hija mayor cumplió quince años, el jefe de grupo la propuso como nueva monitora. Ella supuso se trataba del reemplazo a la renuncia, a último momento, de la monitora anterior. Era confiable y responsable y dispuesta a tener su propio grupo. Estar a cargo la entusiasmaba y le daba ganas de vivir. Algo bueno estaba ocurriendo. Sería monitora de un grupo ese verano.
Nada podía darle más alegría que hacerse cargo de proyectos y personas. Se sentía importante, no prescindible, incluida.
Este desafío ponía a prueba sus capacidades, la conectaba con otras personas y le daba sentido a seguir en el grupo.
Bienvenido enero y la Acción Social.