Читать книгу Otra más - María Patricia Cordella Masini - Страница 8

Cuatro

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El padre de la hija mayor había soñado con una educación europea para sus hijas. Le parecía que estar cerca de una cultura que había producido los más grandes músicos, pensadores, pintores les daría a sus hijas la noción de armonía y belleza. Era amante de la ópera. Finalmente, ese año, con un trabajo extra de corrector en una editorial, se permitía pagar un colegio así. Pronto la hija mayor se hizo popular entre los veinte compañeros de curso y muy amiga de la mejor en matemáticas.

Entre ellas se ayudaban en los estudios. Para una eran los números para la otra las letras. Lo pasaban muy bien juntas. De reír y conversar acerca de compañeros y profesores, pasaron a preguntarse por la trascendencia de la vida y a compartir sus sueños para el futuro. Una se veía haciendo caminos, puentes, edificios y la otra quería conocer las profundidades del alma humana. Las dos leían poesías. Mistral les parecía misteriosa, Vallejo: limpio, Neruda, de metáforas arrogantes, Parra, cotidiano y genial. En sus conversaciones se sentían críticas de arte y literatura y no dudaban de sus apreciaciones. Monolíticas y triunfantes definían los textos dando cortes afilados. Benedetti, lúdico, Mutis, profundo. Paz, demasiado teórico.

Enjuiciaban con la libertad demoledora de los catorce años.

Se hicieron mejores amigas. Leían sus diarios de vida; bailaban y ensayaban las coreografías de las canciones de moda, se maquillaban cuando iban a las juntas con los chicos.

En la escuela de las niñas el padre Pedro hacía las clases de ética y religión además de reclutar voluntarios para su exitoso grupo de Acción Social. Éxito que probablemente se debía más a las fiestas y los paseos que a las reflexiones espirituales semanales de los equipos.

Se preparaban dos servicios comunitarios al año. Uno continuo durante el año en poblaciones urbanas pobres y otro en el verano en comunidades rurales. Las misas dominicales del grupo ya no se cantaban con flautas sino con un bajo y una guitarra eléctrica. En las más alegres, un bongó.

En el grupo participaban jóvenes de diferentes lugares de la ciudad. Era reconocido por el entusiasmo y diversidad.

Las amigas decidieron ingresar y probar. Se veía entretenido.

Quedaron en equipos diferentes. Sus respectivas jefas de unidad las presentaron a los jefes de grupo y fueron aprobadas. El grupo de Acción Social completo era numeroso. Contando todos los jefes de equipo más los jefes de las unidades de educación y construcción, llegaba a las ochenta personas.

El servicio anual se preparaba durante todo el año. Albañilería, gasfitería y pintura, por una parte; psicología, manejo grupal y educación por la otra. Para todos era un crecimiento espiritual y desarrollo personal.

Los jefes de grupo y unidades eran elegidos cada dos años entre los más grandes. Les gustaba reelegirse, aunque el recambio ocurría en forma natural una vez que las exigencias de las carreras universitarias ganaban la partida entre el deber y el querer. El asesor espiritual era el único personaje estable.

El verano siguiente al accidente las amigas quedaron en funciones separadas. Una reforestaría plazas mientras la otra haría talleres para niños y padres. Durante esas tres semanas se encontrarían solo en fogones y juegos nocturnos.

El grupo ofrecía una adolescencia tranquila y estimulante: amigos, sentido, tareas, logros y desafíos.

La mejor amiga de la hija mayor editaba además un boletín quincenal donde se publicaban reflexiones de los equipos; datos relativos a construcción, manejo de vegetales para las plazas que reforestaban. Sumaba poesía mística y algún artículo copiado de otras revistas. El padre Pedro era un excelente columnista y era el editor general. El boletín circulaba gratis entre los miembros del grupo durante el año.

El grupo era una comunidad segura y generosa para crecer con alegría.

Se colaboraba y se competía.

Se aprendía y se enseñaba.

Eran felices.

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