Читать книгу Otra más - María Patricia Cordella Masini - Страница 7
Tres
ОглавлениеDos días después sería el velatorio. Los cuerpos pasaban por el Instituto Médico Legal quien debía certificar la muerte por accidente. Llegó mucha gente a saludar. Un cajón negro y otro blanco. Uno grande otro pequeño, uno al lado de otro. Todos interrumpieron sus días de asueto. La mayoría había salido de la ciudad ya que ese año las festividades coincidían con un fin de semana extendido por dos días sándwich.
Hubiese podido ser un largo descanso.
Llegaron los amigos y colegas del padre que era profesor de lenguaje en una escuela. Amigas y colegas de la madre que era contadora part-time de un molino. Y los amigos y compañeros de la hija mayor. También apoderados del colegio donde estudiaban las niñas. Los asistentes se preguntaban de qué vivirían las sobrevivientes. La madre ganaba muy poco.
Alivio. Existía un seguro de vida.
El velorio se hizo en casa. Se sacó la alfombra del cuarto de estar, se corrió la mesa del comedor y allí se dispusieron los ataúdes, las velas y las decenas de coronas enviadas en nombre de las escuelas, el molino, los centros de apoderados y otros parientes. El párroco vecinal se disculpó por falta de espacio en su capilla ese fin de semana.
–Usted sabe, señora, las fiestas de la Independencia siempre han aumentado la tasa de mortalidad. Accidentes, infartos, ausencias del personal de salud en las postas.
También se disculpó el padre Pedro, capellán del grupo de Acción Social, comunidad donde participaba la hija mayor. El padre Pedro, eso sí, se comportó a la altura de las circunstancias y no se movió del lado de la viuda.
De tanto en tanto la abrazaba y le repetía:
–El Señor le dará consuelo.
Avemarías y padrenuestros apoyados en la frecuencia de un rosario dieron un ritmo a las visitas. El padre Pedro se lo encargó a una piadosa apoderada. El círculo de cuentas dio varias vueltas. Algunos se unieron a las letanías. Los jóvenes, en cambio, prefirieron salir al patio. No faltó una risotada inmediatamente acallada por otros. A eso de las diez de la noche se decidió finalizar la romería. Se citó temprano para los ritos funerarios en la iglesia.
La madre, de falda y chaleco negro, solo miraba al suelo y callaba confundida. La hija mayor conversaba y trataba de sonreírle a sus compañeros. Ninguna se había lavado el pelo, ni ordenado las camas. La ducha había sido rápida. Los ataúdes hubo que recibirlos muy temprano.
Esa noche las amigas más cercanas de la hija mayor decidieron quedarse a dormir con ella. El grupo de amigas quería acompañarla esa noche. No la dejarían sola. Dormirían todas juntas. Consiguieron permiso de sus padres para quedarse. Tres amigas del barrio y tres del colegio. Una de ellas, la del colegio, era su mejor amiga, quien la había invitado al grupo de Acción Social.
En el último momento también el jefe del grupo de la Acción Social decidió quedarse, para apoyar en el dolor a la familia. Era un hombre atlético, moreno, de veinticinco años que trabajaba en un negocio familiar y estudiaba historia en la universidad. Era muy querido en la familia Casas. Muy cercano al padre muerto con el que compartía el gusto por el fútbol y el acontecer nacional. Había apoyado a la madre en los trámites del velorio.
–Marita, yo la llevo a sacar los certificados al Médico Legal.
La llevó, la trajo, la abrazó cuando se los entregaron. También fue a la funeraria para contratar el servicio de transporte de los ataúdes. Organizó la misa fúnebre.
–Tú que eres la mejor amiga de la hija mayor de esta familia hazte cargo del coro. Cantas y tocas guitarra. Por favor, pídele a unos cinco más que hablen en la misa.
–Marita, yo le escribo en un papel lo que tiene que leer mañana en la misa, usted descanse. No se preocupe –tranquilizaba a la madre viuda.
La pieza de la hija mayor estaba en un segundo piso junto a un baño, la otra la ocupaban sus padres. Era la típica mansarda de una casa tipo A, de moda en esos años.
Que el jefe de grupo se quedara esa noche y compartiera la pieza con las amigas de la hija mayor no le preocupaba a nadie.
El hombre era confiable y sabía cuidar.