Читать книгу Otra más - María Patricia Cordella Masini - Страница 12

Ocho

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Los buses partirían esa mañana a las ocho desde la parroquia del padre Pedro. Los monitores llegaron a las siete y dispusieron la intendencia en la parte superior de los dos vehículos. Luego tuvieron una mini reunión de coordinación para ajustar los detalles del viaje. Cada uno iba a cargo de seis voluntarios. Eran cinco equipos para construcción y cuatro para educación.

La mañana era luminosa y las cabinas olían a limpio y a desodorante de lavanda. Ese año los padres contrataron un servicio de traslado más cómodo.

La mejor amiga de la hija mayor estaba entusiasmada. Llevaba preparadas varias lecturas bíblicas para reflexionar con su nuevo equipo además de novedosos juegos y detalles cariñosos como tarjetitas y bombones que repartiría al anochecer.

El jefe de grupo mientras fumaba se paseaba entre los voluntarios y los padres que los despedían. Daba órdenes, entraba y salía de los buses. Sabía que estaba siendo observado por todos y esas miradas atentas le inflaban las plumas de pavo real, lo impulsaban a salir de sus muy ocultas timideces. Fue así como justo antes que los equipos subieran a los buses y se instalaran en los asientos, la estrenada monitora escuchó su nombre desde la puerta uno de ellos. De lejos respondió:

–¿Para qué me necesitas?

El hombre agitaba y hacía un gesto de arrastre con la mano. Insistía una y otra vez haciéndose notar. No tuvo más que acercarse.

–Necesito preguntarte algo. Algo privado –dijo respirando inquieto con un toque de malicia en su rostro.

–No me parece buena idea que sea dentro del bus. –Se opuso la monitora con cierta desconfianza. No quería estar a solas con él.

–Es solo un minuto, acércate y te explico.

–Todos esperan subir y a los apoderados no les gusta esperar –dijo en voz alta sin entender cómo no comprendía que la situación no era la adecuada para asuntos personales.

–¡Qué importa! Solo quiero preguntarte algo –parecía impaciente y nervioso.

Se acercó entonces para terminar con el asunto lo antes posible. Ya algunos notaban cierta tensión en la interacción. Una vez en la cabina del bus vacío el hombre cerró la puerta y la llevó al final del pasillo.

–Te quiero decir algo importante. Estoy con ganas de tener algo contigo. Andar juntos es como pololear y compartir es siempre importante, aunque no se sabe bien cómo y de qué forma podría una cosa así producirse –dijo lleno de ambigüedades e incoherencias

La mejor amiga de la hija mayor no entendió qué quería decir con todo eso, pero se quedó otra vez inmóvil. Algo la borraba cuando estaba cerca de él.

–No creo que se pueda –dijo tímida.

El jefe de grupo la miró y se acercó. Intentó besarla.

Ella no había besado antes a nadie. Sorprendida intentó retroceder sin que él le soltara la cara del todo.

En eso estaban cuando dos encargados del comité de padres subieron al bus para aprobar el pago del arriendo del vehículo y vieron la escena final.

–¿De qué se trata esto? Los encararon.

Entonces él dijo:

–Somos novios, ¿qué hay de malo en despedirnos?

Los apoderados miraron a la mejor amiga de la hija mayor con desprecio. ¿No podía acaso comportarse con un mínimo recato? ¿A cargo de un equipo? ¿Del boletín? ¡Que chica más mal elegida! Esta escena sería comentada por los padres, distorsionada y aumentada a tal punto que la actividad mixta entre jóvenes apareció como una clara amenaza a la honra de sus hijas. Organizaron visitas al lugar durante todo el período de la Acción Social para prevenir desórdenes de este tipo. Los padres de la nueva monitora no supieron de esta escena porque andaban de viaje por esa fecha. Pero ella se sintió avergonzada. No le gustaba estar fuera de norma. La ponía incómoda. Mas encima ahora aparecería como la nueva pareja del jefe de grupo. Varios amigos los felicitaron y otros miraban, de lejos, con recelo.

No era la primera.

La encargada del boletín estaba sorprendida y confundida. Eran dos las sensaciones que alcanzaba a vislumbrar. Una, la sensación de rechazo que le generaba ese hombre muy mayor que ella y la otra, la oportunidad de sentirse protegida que esta propuesta parecía abrirle. Estaba confundida, no lograba aclararse hasta que pensó que una vez que se terminara la acción social de ese verano él se aburriría. Se va a aburrir de mí y se irá. Así es que no es necesario enfrentarlo justo ahora que vamos partiendo. Y decidió decirle que lo pensaría. Pasará, pensó, pasará, pasará, sh, sh.

Pero antes que ella instalara un plazo él la tomó de la mano, salió del bus y les gritó esta vez a todos:

–¡Estamos de novios!

En ese momento el público, que eran amigos de ambos, pero que ante todo deseaban dejarse guiar por su líder, los aplaudieron complacientes.

Entonces ella se dejó arrastrar sin protestar y sin oponer resistencia consciente. Para protegerse armó una burbuja en torno a su cuerpo que le aislaba la piel del contacto. Así no lo sentiría cerca. Sería como si no existieran esas superficies de contacto entre un cuerpo y otro. Dejaría su cuerpo mudo, en pausa, fuera de línea, pero dentro de esa esfera hechiza. Así podría protegerlo. Ella, se quedaría fuera de la burbuja. Tendría libertad para seguir pensando y haciendo aquello que sí le hacía sentido. Y el cuerpo, bueno, algún día lo recuperaría. Porque este enredo de ser la chica del jefe acabaría luego. ¿Qué podía retenerlo ahí? Saber que existía un plazo de término la tranquilizó.

Lo importante era que no se repitiera lo de la noche del velorio.

Él sentía que volvía a triunfar. Cada verano un amor.

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