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Introducción

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Este libro se ocupa de la Argentina rural, de ese vasto espacio en el que se alternan campos, pueblos, pequeñas ciudades, cultivos, ganado, montes, praderas, sierras, montañas. Territorios que se caracterizan por la presencia dominante de la naturaleza, la producción agropecuaria y otros productos derivados de los recursos naturales, y las bajas cantidades y densidades de población. Estos territorios, que históricamente vivieron al ritmo de la producción agropecuaria pero muchas veces marginados de las dinámicas de progreso y desarrollo, hoy se están transformando notablemente. Quieren dejar de ser territorios olvidados y marginados, para convertirse y aceptarse como territorios de riqueza, de innovación, de progreso, donde hombres y mujeres puedan construir un proyecto de vida, lugares donde nacer, vivir y morir.

Este libro nos invita a reflexionar sobre los cambios que se están produciendo en el mundo rural de la Argentina, y sobre las posibilidades de construir futuros diferentes. Nos hallamos frente a un momento histórico, de ruptura entre los tiempos propios de la modernidad en los que se creía que el progreso humano era producto y monopolio de la ciudad y la industria, y un futuro en el que la naturaleza, la tierra, la agricultura, el patrimonio cultural, el conocimiento y las relaciones de vecindad se vuelven riqueza y permiten construir otros múltiples itinerarios de desarrollo. Así, el mundo rural que durante tanto tiempo fue un territorio del olvido hoy alberga nuevas esperanzas; a pesar de las dificultades, emerge como un elemento sustantivo en la vida nacional, como un factor clave del futuro del país.

Lo rural no es solamente la agricultura.

Lo rural es un tipo de territorio que incluye campos con sus múltiples actividades productivas, pero también pueblos y pequeñas ciudades. Para definir los territorios rurales y diferenciarlos de otros tipos de espacios, los países establecen criterios que toman en cuenta alguna característica particular, como pueden ser la población, las formas de administración, el tipo de producción predominante o el tipo de infraestructura y equipamiento disponibles. La Argentina utiliza el criterio demográfico, y define como rural a los territorios donde la población vive dispersa en el campo y en localidades de menos de 2.000 habitantes.1 Según este criterio, en la Argentina rural vive menos del 9% de la población total. A partir del criterio demográfico, nadie dudaría en afirmar que el campo, con sus parcelas cultivadas o su ganado y con muy pocos habitantes, es claramente un espacio rural. Sin embargo, surgen problemas cuando consideramos los pueblos y las ciudades. ¿Cuándo un pueblo o una pequeña ciudad puede ser considerado como rural? ¿Es “más rural” un pueblo de 1.800 habitantes que uno de 2.500 o que una localidad de 15.000 habitantes que produce bienes y servicios ligados a la producción agropecuaria? Esta discusión no es exclusiva de la Argentina, sino que se plantea en todo el mundo, especialmente en las últimas décadas, cuando la fuerte movilidad de las personas y el desarrollo de las comunicaciones modificaron los criterios para establecer los límites territoriales entre lo rural y lo urbano.

Para salir de esta trampa en la que nos encierra el criterio demográfico, en este libro nos inclinamos por una mirada muy amplia de lo rural, que no considera solo el número de habitantes. Así, definimos los territorios rurales como el vasto espacio geográfico conformado por campos, pueblos y también pequeñas ciudades, donde las personas mantienen relaciones de proximidad cotidiana unas con otras y un vínculo estrecho con la naturaleza, y donde predominan las actividades primarias, el procesamiento y los servicios ligados a ellas (agricultura, ganadería, agroindustria, prestación de servicios, turismo, etc.). Así, una pequeña ciudad que alcanza los 20.000 o 30.000 habitantes, si bien mantiene una estructura y funciones urbanas, puede ser considerada parte del mundo rural, ya que por su forma de organización sociocultural y su fuerte dependencia económica y funcional de los campos y pueblos vecinos está inmersa en una dinámica rural. Sin embargo, esto varía de acuerdo con las características de cada región, la distancia entre las ciudades y las vías de comunicación, la cultura local, entre otros factores. Según este criterio amplio, en la Argentina lo rural abarca más del 90% del territorio nacional e incluye a más del 30% de la población total del país. Los límites demográficos que diferencian lo urbano de lo rural son convenciones técnicas y político-administrativas; lo verdaderamente importante, entonces, son las formas de organización de la sociedad, los modos de producción y empleo, el tipo de relación que se establece con la naturaleza, la identidad de su gente y la dinámica del territorio en general.2

Desde los tiempos de la organización nacional los territorios rurales de la Argentina, con sus parcelas, pueblos, pequeñas ciudades, infraestructura y equipamiento, eran territorios de vida para cientos de miles de familias, que trabajaban en la agricultura, el comercio, los servicios o las pequeñas industrias. Muchas veces estos territorios se organizaron y evolucionaron en función de la capacidad de producir bienes primarios (carne, trigo, soja, algodón, entre otros), destinados mayormente al mercado internacional. Paulatinamente, a lo largo del siglo XX el mundo rural fue abandonando su sentido de territorio de vida, de lugar para vivir, donde hombres y mujeres pudieran construir un proyecto vital, para transformarse en un territorio destinado solo a la producción de bienes primarios. Las dificultades para acceder a la tierra y la lógica de industrialización y migración urbana debida al proceso de sustitución de importaciones contribuyeron al abandono de lo rural. Esta tendencia continuó hasta nuestros días, en los que los territorios rurales se han consolidado como simples espacios, muchas veces sin gente, dedicados a la producción y la exportación.

Para comprender lo que está sucediendo hoy en el mundo rural de la Argentina hay que tener en cuenta los grandes cambios a nivel mundial y nacional. Las diferentes reformas económicas con ajustes, descentralización y desregulación, matizadas por otras de intervención y control estatal de diferente índole, generaron una pérdida de rentabilidad en las actividades agropecuarias, lo que encadenó grandes transformaciones, como el aumento de las escalas productivas para sostener las explotaciones, el cambio de actividades y la incorporación de nuevas prácticas, tecnologías y sistemas de gestión. Estos cambios, que coincidieron con períodos de altos precios internacionales de los bienes primarios (agrícolas, mineros, etc.), permitieron un aumento notable de la producción de bienes primarios y agropecuarios en especial, consolidando lo que varios autores definen como “modelo superproductivista”3 en diversos sectores agropecuarios (cereales, oleaginosas, vid, caña de azúcar, entre otros), pero también en torno a la minería. No obstante, al mismo tiempo se perdieron empleos, desaparecieron cientos de miles de pequeñas explotaciones agropecuarias, continuó el éxodo rural debido a la falta de oportunidades de progreso, se produjo una ruptura del tejido social que sustentaba la vida rural, se acrecentaron los problemas sociales en numerosas localidades de todo el país, disminuyó la biodiversidad y se perdió infraestructura por falta de mantenimiento. Una consecuencia evidente de todo ello es que el mundo rural dejó de ser un lugar atractivo para vivir, especialmente para las generaciones más jóvenes, que no encuentran en él oportunidades para su desarrollo, sino que lo viven como una suerte de cárcel de la que es necesario escapar.

Las dinámicas de crecimiento productivo, por un lado, y de pérdida de oportunidades de desarrollo y de calidad de vida, por el otro, no son las mismas en todo el país. La geografía rural argentina es extremadamente diversa y compleja: los cambios sociales y productivos fueron muy diferentes en el monte chaqueño, en las quebradas y los valles, en los oasis mendocinos, en la meseta patagónica y en la pampa.

Nos hallamos, entonces, ante una gran paradoja de la Argentina: a pesar del crecimiento de la producción derivada de los recursos naturales, los territorios rurales continuaron perdiendo población y en muchas zonas la pobreza rural se mantuvo o creció, lo que puede ser señalado como una “trampa del progreso”. Esta trampa nunca pudo ser resuelta, ya que los viejos y los nuevos problemas de los territorios rurales no aparecieron en las agendas políticas como asuntos urgentes y estratégicos. Diversas razones explican esa ausencia.

En primer lugar, los territorios rurales siguen invisibilizados. La Argentina se mira a sí misma desde las grandes ciudades y considera lo rural y al interior en general como el patio trasero del país, un espacio semiabandonado, aburrido, un lugar que no ofrece oportunidades para construir un proyecto personal, que se ocupa o se vacía según el capricho de los mercados o la necesidad de transferir recursos para sostener otras dimensiones de la vida nacional. En un país donde el 90% de su territorio está constituido por áreas rurales y naturales, esta mirada constituye una verdadera paradoja.

La segunda razón es la aceptación generalizada, y bendecida por múltiples actores públicos y privados, de que más allá del impacto negativo que el modelo superproductivista pudiera tener sobre los territorios rurales, el país debe consolidar aún más la lógica del aumento de la producción y las exportaciones, ya que las divisas generadas por las diferentes actividades del mundo rural (agropecuarias, mineras, forestales) son cada vez más necesarias. Existiría una clara aceptación de que lo rural es un territorio de sacrificio que le permitiría al país generar los recursos necesarios para entrar al mundo del desarrollo.

La tercera razón es de carácter político. De manera sistemática, las políticas y los recursos fiscales se orientan mayormente a solucionar los problemas urbanos, ya que es allí donde radican los mayores conflictos políticos y de gobernanza y donde se construye el poder electoral. Las políticas públicas para los territorios rurales no han logrado impulsar mejoras en la calidad de vida de sus habitantes, pues en definitiva el desarrollo de los territorios rurales no ha ocupado un lugar destacado en la agenda política argentina. Se mira a la ciudad (y a la industria) como único objeto de política pública; lo rural sigue siendo claramente residual, solo un lugar de donde extraer recursos, lo que consolida el histórico círculo vicioso de sacar de un lado (los espacios rurales) para poner en otro (las ciudades), cuya única consecuencia es consolidar la lógica de concentración de población y de desequilibrios territoriales del país.

A las razones políticas y económicas es necesario agregar un elemento clave, transversal, de carácter cultural, que perdura desde principios de siglo XX: la asociación de lo rural con tres imágenes o representaciones estereotipadas, sustentadas en el desconocimiento de la realidad rural. La primera imagen o estereotipo asocia lo rural con la histórica oligarquía agropecuaria, y supone que todos los productores agropecuarios son seres desalmados que solo piensan en aplicar agroquímicos y en ganar cada vez más dinero. La segunda imagen presenta al poblador rural con menos capacidades, educación o habilidades para desempeñarse en un mundo dinámico, comparado a los habitantes de las ciudades, más atrevido, rápidos, y astutos. La tercera imagen asocia lo rural al desierto, un lugar donde nada ocurre y que no invita a ser habitado porque en él no es posible construir un futuro. Estas imágenes del mundo rural argentino lo ubicaron aún más en el plano simbólico de lo no deseado, un mundo de retraso que solo cumple la función de productor de bienes primarios por parte de algunos, o un lugar de esparcimiento y tranquilidad frente a un mundo urbano en crisis. Es evidente que esta mirada sobre el mundo rural y sus habitantes impidió su reconocimiento como territorios y ciudadanos plenos de derechos. Así, lo rural sigue siendo invadido desde la ciudad por un proyecto conquistador y extractivo, y los pobladores rurales permanecen ignorados, o peor aún… olvidados.

Estas situaciones muestran que la Argentina no ha logrado modificar la mirada sobre su territorio; el país permanece atado a viejos paradigmas de desarrollo basados en la industria y en la modernización urbana; todo lo que está más allá no tiene valor, si no es el de generar los recursos que se requieren para financiar al Estado. Es claro que este paradigma, tal como fue pensado desde mediados de siglo XX, ya ha dado claras muestras de agotamiento e incapacidad para construir un futuro equilibrado en el país.

Sin embargo, no todo está perdido.

La gran novedad de las últimas décadas es que en las áreas rurales están surgiendo dinámicas y procesos innovadores que podrían contribuir a crear un nuevo paradigma o modelo de desarrollo rural siempre y cuando se diseñen e implementen las estrategias y las acciones correctas. Muchos de estos elementos remiten al orden social y cultural: la migración de familias, jóvenes y jubilados hacia los campos, pueblos y pequeñas ciudades, el fortalecimiento de la identidad y la cultura rural, la creciente preocupación y el interés por el ambiente y un estilo de vida más cercano a la naturaleza, la revalorización del patrimonio sociocultural y gastronómico, la recuperación de pueblos, la generación de proyectos de protección del paisaje y el hábitat, etc. Muchos otros elementos remiten a la producción y el empleo, entre ellos, la profunda modernización de la agricultura, la emergencia de una nueva economía del conocimiento y de servicios altamente innovadores en torno a la producción agropecuaria, la visibilización y el reconocimiento de la importancia de la agricultura familiar como productora de alimentos y dinamizadora de la vida rural, la creación de nuevos productos y la generación de mayor valor agregado, la preocupación y la generación de prácticas productivas más sustentables, iniciativas bioeconómicas y de valorización de biomasa, todos ellos asentados en la revolución de las ciencias de la vida, y muy especialmente en nuevas miradas en torno de la naturaleza y el respeto de los saberes y las características de los territorios.

La hipótesis que planteamos en este libro sostiene que todos estos procesos innovadores en marcha, junto con la pandemia de covid-19, están generando cambios estructurales en el funcionamiento de las sociedades, las economías, las instituciones y los territorios que abren las puertas a la construcción de una nueva etapa histórica en la organización y la dinámica del mundo rural argentino. El nuevo mundo rural que podría emerger se caracterizaría por conciliar sólidos procesos de innovación, modernización y crecimiento productivo con nuevas formas de relación con la naturaleza, con una mayor calidad de vida rural, una identidad rural revalorizada y, sobre todo, con la generación de oportunidades de desarrollo personal, lo que garantizaría el repoblamiento y la dinamización del mundo rural.

Este libro pretende analizar y explicar estas dinámicas emergentes, definir algunas ideas y características del nuevo modelo de desarrollo posible para el mundo rural argentino, y, a partir de allí, proponer ideas capaces de abonar el camino hacia su concreción. Así, estas páginas no ambicionan ni pretenden generar un diagnóstico total sobre la compleja realidad rural de la Argentina, pues ya existen cientos de trabajos con diagnósticos claros y bien fundamentados sobre ella, sino que se plantea como una contribución general a la reflexión sobre las problemáticas rurales de la Argentina y sus posibles alternativas de desarrollo.

El libro recorre varios capítulos, a partir de los cuales podemos comprender la dinámica actual del mundo rural, los procesos innovadores en marcha y, finalmente, nuestra propuesta y agenda para construir un nuevo modelo de desarrollo rural. Claramente, el cambio de modelo de organización y desarrollo de las áreas rurales es una tarea que excede a los gobiernos y a los organismos técnicos; se trata de una tarea colectiva, a la cual invitamos a sumarse, de manera de poder construir otro modelo de país que tendrá en los territorios rurales un ámbito privilegiado de riqueza, cultura, identidad y oportunidades de progreso humano.

1. Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), “Glosario de términos estadísticos”.

2. M. Sili, R. Bustos Cara y M. Guibert, Atlas de la Argentina rural, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2015.

3. M. Mackay y H. Perkins, “Making space for community in super-productivist rural settings”, Journal of Rural Studies, 68, 2019: 1-12.

Por un futuro rural

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