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CAPÍTULO 7

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Cita en el Raval

«Qué escalofrío se pudo sentir; cuando entró un tipo

bajito, pero eso si bacilón; que poseía todo lo que el bar quería».

Partiendo la pana (Estopa)

18 de octubre, Poblenou, Barcelona

Aquella noche volvió a soñar con los perros, con el cubículo oscuro y tenebroso en el que yacía desprotegido y solo. Se incorporó de la cama gritando, sudando a chorros. Su mujer le soltó una retahíla de improperios.

—Perdona, Laura, ha sido una pesadilla.

—¡Tú y tus pesadillas! —farfulló ella con los ojos cerrados—. Ve a ver a un puto psiquiatra. O a dormir al sofá, así no me molestas.

Cortés no dijo nada. Miró el reloj, no eran ni las cuatro de la madrugada. Se levantó, fue al baño a mojarse la cara y después anduvo con cuidado hasta el salón. Por el camino entreabrió la puerta de la habitación de su hija y comprobó que dormía.

Ya en la sala de estar, Cortés contempló en silencio la estantería donde reposaban los libros de su infancia y adolescencia, aquel tiempo mejor, cuando todos los días eran buenos. Pasó el dedo por la colección de Los Cinco, de Enid Blyton, Alfred Hitchcock y los Tres Investigadores. de Robert Arthur. e incluso las andanzas de la rebelde Puck, de Lisbeth Werner, que le robaba de pequeño a escondidas a su hermana. Más arriba descansaban varias docenas de libros que había leído después, su inseparable Quijote y algunos ejemplares sobre la historia de España y sus conquistadores y cronistas. De joven le apasionaba el tema y solía subrayar las citas que le gustaban. Más de un profesor le había acusado de sacrilegio por esta práctica, pero él la defendía a capa y a espada. No consiguió acordarse de cuándo había sido la última vez en que pudo sentarse tranquilo a leer por placer y no por trabajo.

Pensó en el detective por unos instantes. Como Toni, siempre había ido a la suya y se mantenía soltero y medio entero, como solía decirle entre risas. Tenía justo un mensaje de su amigo de la noche anterior en el que le decía que se alegraba mucho de volver a verlo y le adjuntaba un video de Youtube y unas frases de la canción Sin pijama que justo le traía a Cortés malos recuerdos por el incidente de su hija en el colegio: «Hoy hay toque de queda. Seré tuya hasta la mañana. La pasamos romantic. Sin piloto automatic. Siempre he sido una dama pero soy una perra en la cama. Así que dale pom pom».

Cortés frunció el ceño y tomó el libro de Cervantes y lo abrió por una página al azar. La cita que tenía subrayada no podía ser más acertada para describir al Mafias: «Aun entre los demonios hay algunos que lo son más que otros, y entre muchos hombres malos suele hallarse uno bueno».

Después cogió el libro Historia de la conquista de México escrito por William H. Prescott. En el prefacio destacaba el siguiente párrafo: «Entre las heroicas proezas ejecutadas por los españoles en el siglo dieciséis, ninguna es más sorprendente que la conquista de México». No recordaba haberlo subrayado, como tampoco en páginas posteriores el texto en el que explicaba el sacrificio de «un hombre hermoso, dotado de eterna juventud, para representar a la deidad». Llevaba una vida fácil y llena de lujos, incluida la compañía en la cama de cuatro bellas muchachas, hasta más o menos un mes antes de su sacrificio. Una de las barcazas reales le llevaba al otro lado del lago hasta un templo que se elevaba en la orilla. En la cima le recibían seis sacerdotes, le llevaban hasta la piedra de sacrificio, un enorme bloque de jaspe con la superficie un poco convexa. Aquí se estiraba al prisionero. Cinco sacerdotes atenazaban su cabeza y sus miembros, mientras que el sexto vestido con un manto escarlata abría diestramente el pecho de la desdichada víctima con una hoja afilada e insertando su mano en la herida arrancaba el corazón palpitante. Después lo lanzaba a los pies de la deidad a la que estaba dedicado el templo. Los sacerdotes exponían la trágica historia de este prisionero como ejemplo del destino humano que, brillante en su inicio, tan a menudo acaba en dolor y desastre.

«Queda por contar la parte más repugnante de la historia, la forma en que se deshacían del cuerpo del cautivo sacrificado. Se le enviaba al guerrero que lo había capturado en batalla y, después de aderezarlo, él mismo lo servía en un festín junto a sus amigos. Esta no era una burda comida de hambrientos caníbales, sino un banquete repleto de deliciosas bebidas y delicadas viandas, preparadas con arte y a las que asistían los dos sexos, que se comportaban con todo el decoro de una vida civilizada. ¡Seguro que nunca el refinamiento y el barbarismo estuvieron tan cerca el uno del otro!».

Cortés sintió un fuerte escalofrío por todo su cuerpo.

***

A las siete, todavía en el sofá, Cortés seguía dando muchas vueltas a lo de México.

—Jodida hipoteca y maldito José Gutiérrez —murmuró.

Comprobó el teléfono para ver si su amigo el Mafias le había contestado.

«Aquí Mafias. Cómo te va. Vente al Raval y nos vemos», era la escueta respuesta de su amigo el detective.

«Te veo a las ocho de la tarde en el Antro del Puig», le envió Cortés.

«Dabuten, socio, y hala Madrid».

—Será merengón. No pasa nada, todos tenemos defectos —rio Cortés.

Después rebuscó fuerzas en su interior y se acercó hasta Laura, que trasteaba en la cocina preparando el almuerzo de la Marina.

—Quiero que sepas que en el trabajo me van a enviar en pocos días a México un par de semanas.

—¿Cómo dices? Tú estás mal de la cabeza, Martín.

—Ya estamos otra vez. ¡No puedo decirte una puta cosa sin que nos pongamos a discutir!

—El otro día pusiste en peligro a tu hija, y ahora que ella está mal sales huyendo y me dejas aquí sola —le espetó Laura.

—¿Otra vez con eso? Por lo menos podías preguntarme cómo me afecta a mí el hecho de irme, ¿no? No quiero ir, pero me temo que no me queda de otra. Gutiérrez ha amenazado con despedirme, ¿qué quieres que haga? Te importa una mierda, ya veo. Y lo del otro día ¿qué querías, que me quedara quieto como un pasmarote cuando le han hecho daño a nuestra hija?

—Sí, claro, tan valiente para eso y tan cobarde para otras cosas. ¿Por qué no te enfrentas a tu jefe y le dices que no vas? Te comportas como un pusilánime en cuanto Gutiérrez abre la boca.

—Mira quién habla, como si tú fueras muy valiente en tu trabajo…

—Pensándolo bien, casi que es mejor que te vayas a México, así por lo menos podré descansar de ti unos cuantos días.

—¡Que te den! —escupió Cortés. En ese momento pensó en decirle algo de los mensajes del chico pero decidió callar e ir a México—. Me voy de aquí a pocas semanas. Ya está todo dicho. —Cortés agarró la mochila de Marina—. Yo llevo a la niña al colegio, para que su majestad no tenga que molestarse.

—Si te vas lo nuestro se agravará, que lo sepas —le advirtió Laura.

—¿En serio, aún se puede agravar más?

Camino del colegio de su hija, notó que Marina estaba muy callada. Andaba como ensimismada, con la mirada fija en un punto indeterminado de la acera. A Cortés le pareció extraño. Al cruzar la calle pasaron junto a una tienda que vendía bollería, helados y dulces.

—¿Sabes qué, monita? ¿Quieres que te compre ahora mismo un helado? Marina abrió como platos sus ojos azules.

—¿A las ocho de la mañana? Si se entera mamá… —La niña hizo un gesto con la mano para darle a entender que Laura no perdonaría la afrenta.

—¿Tú lo quieres? —Marina asintió y Cortés se giró hacia la dependienta y le pidió un helado de chocolate.

La señora arrugó la cara, cogió el cucurucho y le plantó encima una bola bien gorda. Marina le echó mano sin miramientos.

—¿Qué tal en el cole? —Con el pañuelo limpió a su pequeña algunos restos de helado de su boca.

—Bien.

Eso no era habitual en Marina, que solía hablar por los codos.

—¿Por qué solo bien, amor?

—Bueno... —titubeó—. No pasa nada, todo bien, papá.

—A mí nunca me mientas, ¿eh? Que te quito el helado del estómago. —Le hizo cosquillas en la barriga—. ¿Qué te pasa, monita?

—Que Sonia no para de molestarme —le soltó a bocajarro.

—¿Qué te ha hecho esta vez?

—Ayer me caí de la escalera, y me volvió a llamar «gorda» delante de todos. Cuando me vio rodar, empezó a gritar que había provocado un terremoto, y los amigos se rieron de mí.

Algo similar le había ocurrido hacía unos meses, durante el curso anterior, y Cortés acudió al colegio como una fiera y denunció el caso de bullying. El director le dijo que eso «eran cosas de pequeños», pero ante su insistencia le prometió que estarían atentos para que el asunto no fuera a más.

—Vaya, no sabía nada, amor. Te tiene envidia porque eres mucho más guapa y mejor persona, y todos tus compañeros quieren jugar contigo. No te preocupes, mi vida. Hablaré con el director. Pero, mientras tanto, tú tienes que ser valiente y enfrentarte a ella.

—¿Cómo?

Cortés meditó un poco la respuesta. Sabía que se enzarzaría en una nueva bronca si su mujer le escuchaba decir aquello.

—¿Me prometes guardar un secreto? —le susurró al oído mientras miraba a todos lados, como asegurándose de que nadie los podía escuchar.

Marina asintió.

—A mí, de pequeño, un niño me molestaba siempre porque yo llevaba gafas. Me llamaba «cuatro ojos». Se lo dije al yayo y me recomendó lo mismo, que me defendiera, y el día que lo volvió a hacer le di un puñetazo en la barriga. Nunca más me molestó. —Cortés hizo una breve pausa—. Tú eres más grande y fuerte que Sonia, encima esa niña es poca cosa. Cuando la vuelvas a ver, te tienes que acercar a ella con firmeza y decirle, mirándole a los ojos como yo estoy haciendo ahora, que no te vuelva a molestar nunca más o se las verá contigo.

—¿Y si no me hace caso?

—Le tiras del pelo y luego le das un empujón con todas tus fuerzas. Verás como no lo vuelve a hacer. Pero no le digas esto a la mamá, será nuestro secreto, ¿de acuerdo? Tienes que ser fuerte y revelarte ante las injusticias.

A continuación, buscó en Youtube la canción Valiente de una cantante argentina que habían escuchado juntos otras veces y se la puso. En seguida la comenzaron a tatarear y a bailar: «Tienes el valor y vas a volar. Vas a sentir, vas a encontrar, vas a vivir para demostrar que eres tan valiente. Y todo lo que quieras lo podrás alcanzar».

—Papá, t’estimo, eres el mejor y más valiente.

A Cortés se le mojaron los ojos cuando vio a Marina fundirse entre la masa de niños que accedían al centro escolar.

***

18 de octubre, Raval, Barcelona

Se le pasó la mañana volando en el trabajo. Ya en la tarde, mientras esperaba en aquel garito destartalado, punto de reunión para borrachines, prostitutas y trasnochados, al que llamaban el Antro del Puig, Cortés recordó cómo había conocido al Mafias. Fue a través de un trabajo de investigación, algo que le gustaba más que la redacción en sí.

Cortés entrevistó a media docena de detectives sobre la relación de su profesión con las empresas y le explicaron todo tipo de estratagemas que solían emplear los investigados, e incluso llegó a acompañar a uno de ellos, Lisandro Coronel alias «el Mafias», con quien entabló amistad durante una de sus misiones, en la que siguieron a un importante directivo de empresa que, al parecer, dilapidaba parte del dinero de la entidad en putas y lo pasaba como gastos de representación. Llegaron incluso a ir a un local de striptease.

Recordó que el Mafias le felicitó por su acierto y le pidió que le invitara a «probar el género» en uno de aquellos locales que visitaron.

—Para eso te he ayudado, chavalín, que es de bueno ser agradecido…

—Yo te agradezco que me hayas enseñado algunos trucos de la profesión —le dijo Cortés ofreciéndole la mano.

—Pues vaya con el periodista —se quejó el Mafias—. Culé tenías que ser y más rojo que la pata de una perdiz, ¡fijo!

—¿Cómo dices?

—Me refería a que me invitaras a una velada romántica con una de estas féminas que se desnudan tan graciosamente.

—¡Eso no va a ocurrir! —le aseguró Cortés.

—Al menos me invitarás a un par de cervezas —insistió el detective.

Aquella noche, mientas bebían, Cortés y el Mafias hablaron del caso largo y tendido. A ambos les pareció interesante lo que habían descubierto en tan poco tiempo en el caso del putero, pero a Cortés no quiso seguir indagando y destruir la vida de una persona por mucho que robara a su empresa.

Cortés lo vio llegar mientras observaba la calle a través de la ventana del establecimiento. Se alegró de ver su figura, flaca como una espiga, y aquellos ojos febriles que denotaban a una legua el gusto del detective por el sol y sombra y el vino barato de las tabernas del Raval barcelonés.

—¿Cuántas copas llevas ya, Mafias? —le saludó Cortés.

—Las que sean, chavalín. Por cierto, recomiéndame algún otro bar por aquí.

—¿Un bar? —inquirió Cortés volviendo los ojos del revés.

—¡Eh! ¿Ya me quieres poner los cuernos? —rio Puig, el dueño del garito.

—Los collons te voy a poner —repuso el Mafias—. Bueno, socio, a ver qué tenemos. Y mientras me cuentas invítame a una copa que necesito echarle combustible al buche.

Cortés le explicó por encima el encargo de México. Que tendría que hacer una serie de entrevistas pero que en realidad se trataba de una tapadera para desenmascarar a un topo que vendía secretos comerciales del banco a la competencia.

—Interesante… —musito el Mafias—. ¿Sabes, chaval? Pienso que te vendrían bien unos cacharritos que tengo.

El detective le contó que había conseguido unos estupendos dispositivos a los que llamaban «USB-ESPÍA» que debían ser colocados en los ordenadores personales de los empleados, para así descargar la información que contuvieran. Era obvio que debía ser Cortés el que colocara los artefactos en las computadoras de la empresa y en los ordenadores de los ejecutivos, para lo cual debía ganarse la confianza de algunos de ellos. Se le encogieron los testículos como cacahuetes solo de pensar que le descubrieran insertando aquel artefacto en el ordenador de una persona que, al fin y al cabo, no era más que un trabajador.

—Uf, no sé si me atreveré.

—¡Ja! Piensa en el dinero que te van a pagar, socio, y en la propina que me vas a dar a mí. El caso es que debes trabar amistad con las personas que creas que pueden ser sospechosas y enchufarles uno de estos pirulos. —El Mafias se sacó del bolsillo lo que parecía ser un pendrive normal y corriente—. Esto lo debes llevar siempre encima, nunca se sabe cuándo puede surgir una oportunidad de poner las banderillas, y ¿quién sabe? Lo mismo cortas oreja y rabo de una tacada.

—No me gustan los toros —rio Cortés.

—Es lo que hay —le dijo el Mafias—, así que apechuga, chavalín, que diez mil del ala son muchos euros, no me jodas.

—Eh, tranquilo, que a ti te tocarían mil pavos como mucho.

Lo cierto era que a Cortés el tema del reportaje no le preocupaba, era lo que solía hacer en su trabajo, pero no tenía ni idea acerca de cómo afrontar lo segundo, el tema del espionaje.

—Sé tú mismo —le aconsejó el Mafias.

—Mi jefe me ha dicho lo mismo. ¡Como si eso me fuera a servir de ayuda!

Cortés pensó que, al menos, tenía algo por dónde empezar con el asunto del topo. También le pidió al Mafias que procurara tener con él una comunicación fluida durante las dos semanas que estuviera en México.

Hijo de Malinche

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